Fue el 13 de abril de 1902. El suceso, uno de los más tristes de la historia de Cuenca a lo largo de todo el siglo XIX, es bastante conocido por todos los conquenses. Era a primera hora de la mañana, y la celebración de la misa en el altar mayor de la catedral todavía no había concluido, cuando se pudo escuchar en todo el templo, y en gran parte de la ciudad un enorme ruido. A éste le sucedió, casi inmediatamente, una espesa nube de polvo, provocada por el derrumbe de la gran torre de las campanas, que también era conocida como la Torre del Giraldo, por un giraldillo o espadaña que la coronaba, y que representaba, parece ser, al rey Alfonso VIII portando un gran pendón de guerra. El derrumbe provocó la muerte de cuatro niños, entre ellos María Antón, la hija del campanero, que en aquellos momentos estaban siguiendo la celebración de la misa desde lo alto de la torre; otros pudieron salvarse milagrosamente, al ser encontrados con vida, a las pocas horas del accidente, entre los escombros de la caída. Nadie ha podido saber nunca los motivos reales de aquel accidente, aunque las teorías más sólidas son dos: los propios problemas constructivos de la torre, que habían venido provocando otros accidentes menores ya desde el mismo instante de su construcción, incrementados en algunos momentos de su historia por diferentes incendios provocados por la caída de rayos; o la explosión controlada algunos años antes, muy cerca de su fábrica, con el fin de hacer caer definitivamente el viejo puente de piedra de San Pablo, del siglo XVI, para sustituirlo por el actual puente de hierro.
Sin embargo, lo que
sucedió en los años siguientes con nuestro primer templo no es tan conocido por
la mayor parte de los conquenses. La parte positiva de ello es la declaración
oficial de nuestra catedral como monumento nacional, en el mes de agosto de ese
mismo año, lo que dio inició a los primeros estudios serios sobre este conjunto
arquitectónico, y convirtiéndose de esta forma en uno de los principales focos
de interés de los historiadores del arte. La parte negativa del suceso, más
allá de las muertes producidas en el accidente, y de la propia destrucción de
la torre barroca, es la innecesaria destrucción de su portada barroca,
realizada en el siglo XVII por el arquitecto
madrileño José Arroyo, que se encontraba apoyada en los propios
elementos góticos que habían logrado permanecer en pie a través de los siglos;
sobre este destrucción, que en ningún caso fue provocada por el propio derrumbe
de la torre de las campanas, ya había hablado en este blog en alguna ocasión
anterior (ver “La catedral de Cuenca, cuna del gótico castellano”, primera
parte, 6 de septiembre de 2019). Y es que, al contrario de lo que todavía creen
muchos conquenses, el derrumbe de la Torre de Giraldo no provocó, en ningún
caso, el derrumbe de la propia fachada del templo, sino que ésta se realizó por
la decisión personal del propio restaurador. En efecto, la torre no se
encontraba en la misma línea que la fachada, sino retranqueada respecto a ella,
en el inicio de la actual Ronda de Julián Romero, allí donde, todavía, un
enorme arco ojival en un testigo visual del propio arranque de la torre. Y
ésta, al contrario de lo que se ha dicho, no cayó sobre la fachada, sino en el
interior del templo, allí donde se encuentran la capilla de Santa Catalina y el
Arco de Jamete, que da acceso al claustro catedralicio -precisamente, todo el
tiempo que permaneció esta genial obra del renacimiento conquense a la in
temperie, fue lo que provocó los abundantes problemas de humedad y salinidad
que todavía amenazan a su conservación-.
En los años en los que se
produjo la destrucción de la torre de las campanas de nuestra catedral, la
restauración de los edificios históricos pasaba por el enfrentamiento entre dos
escuelas, dos concepciones académicas, claramente contrapuestas: las tesis
conservacionistas, que propugnaban por la conservación fidedigna del edificio
en cuestión, tal y como ha llegado hasta el momento presente, y la tesis
reconstituyente, que propugnaba la reconstrucción ideal del edificio, de
acuerdo a unos ideales que, en muchas ocasiones, tenían más de subjetivos que
de objetivos. Y en el caso de la catedral de Cuenca, tal y como vamos a ver a
continuación, ganó esta última escuela. En efecto, su fachada, que en
realidad, no sufrió daños importantes,
fue desmontada piedra a piedra, y construida de nuevo, siguiendo el criterio de
su restaurador, Vicente Lampérez, en un estilo completamente nuevo, entre
historicista y neogótico, que nada tenía que ver con la propia historia del
edificio. Éste es, realmente, el motivo que provoca esa sensación actual de
edificio inacabado, que se llevan los numerosos visitantes de nuestro principal
monumento, tan extraño a esa fachada barroca, pero con múltiples elementos
góticos todavía, que, al menos, había sido el resultado natural de la propia
historia del edificio, tan similar a la de otras catedrales medievales, como la
de Santiago de Compostela.
Para entender mejor este proceso hay que tener en cuenta la personalidad del arquitecto que llevó a cabo las obras de restauración del edificio, el arquitecto madrileño Vicente Lampérez y Romea. Alumno del arquitecto francés Engène Viollet-le-Duc, autor del gran chapitel de madera de la catedral de Notre Dame de París, que todos vimos venirse abajo hace algunos años, a consecuencia del último incendio que sufrió la hermosa catedral parisina; o al menos seguidor de su escuela restauradora, realizó también otras restauraciones en diferentes templos góticos, como en las catedrales de León y de Burgos. En ésta última, por ejemplo, llevó a la práctica reconstruccióones todavía más extremas que en Cuenca, llegando incluso a ordenar en 1913 la destrucción de su palacio arzobispal, una de las obras maestras del renacimiento español, que se encontraba junto a su catedral, con el único fin de aislar el propio templo en una enorme plaza, ajena por completo al propio urbanismo medieval de la ciudad del Cid. Y también realizó otras reconstrucciones de este tipo, alejadas de la arquitectura original, como en la Casa del Cordón, también en Burgos, o en el madrileño castillo de Manzanares el Real.
En Cuenca, ya le hemos
visto, no le dolieron prendas para ordenar el derrumbe, casi por completo, de
toda la fachada catedralicia, proyectando una nueva fachada, flaqueada por dos
grandes torres que en absoluto tenían nada que ver con el gótico original de
nuestra catedral, que ni siquiera llegaron nunca a levantarse. Del genio
creador, más que puramente restaurador, del arquitecto madrileño, queda una
maqueta de escayola, que puede contemplarse en una de las dependencias de la
propia catedral, junto a algunas de las esculturas de piedra procedentes de la
propia fachada y del Arco de Jamete, necesitado también todavía de una
restauración urgente, y algunos planos y fotografías, fácilmente accesibles a
través de la red y en diversas publicaciones conquenses.
Y si esta especie de
crimen perpetrado contra la fachada principal de nuestra catedral es todavía
desconocida para una gran parte de los conquenses, lo es bastante más lo que
este mismo arquitecto realizó contra su fachada lateral, la que se encuentra en
la calle que comunica la Plaza Mayor con el propio palacio episcopal. Y es que,
hasta hace muy poco tiempo, los conquenses teníamos la sensación de que nuestra
catedral, históricamente, contaba sólo con las tres puertas de acceso de su
fachada principal, y que fue precisamente el desmonte de esta fachada lo que
obligó a abrir, con carácter temporal, una nueva puerta en esa fachada lateral,
accesible mediante una escalera que sería desmontada una vez que ésta ya no
fuera necesaria.
Sin embargo, las escasas
fotografías conservadas de dicha escalera, muestran un acceso bastante sólido, que
se contradice con una construcción de carácter temporal, destinado a pervivir
sólo durante el tiempo que duraran las obras; en realidad, una doble escalera
de piedra, con acceso tanto desde el lado de la Plaza Mayor como desde la
portada del propio palacio episcopal. Y a las propias fotografías hay que
añadir también la documentación que, procedente del Archivo Capitular, se ha
publicado a principios del mes pasado en la página de Facebook de la propia
Catedral de Cuenca. Esta documentación demuestra que esta escalera, y la propia
fachada a la que la escalera daba acceso, se encontraba ya en plena catedral en
pleno siglo XVIII, y que se correspondía con la llamada, en aquel tiempo,
Puerta de los Andenes, o de las Rentas, así llamada porque era en este lugar en
donde se subastaban, en dicho siglo, las propias rentas catedralicias. Dice lo
siguiente el documento aludido:
“A consecuencia del encargo
que se me hizo por el señor don Juan Bautista Loperráez, canónigo de la Santa
Iglesia Catedral de Cuenca, he formado varios diseños para el cerramiento del
atrio, o antepórtico, de dicha Santa Iglesia, de los que ha sido elegido por
los señores comisionados, el diseño del
número dos, que consiste en levantar sobre la última grada inferior un antemuro
de cantería, de igual altura que el pavimento de la grada superior, adornado
con varios fajas, y colocar sobre él una balaustrada de balaustres de piedra
blanca, asegurada con varios pedestales coronados con unos jarrones por
remates, dejando sólo dos entradas, la una en la calle de San Pedro y la otra
frente a ella, en su correspondencia y simetría con su gradería que baje por
cerca de la fuente, y en ambas entradas, verjas de hierro; cortar el paso que
se llama de los andenes, desmontándolo hasta el pavimento de la calle, y
reciñendo la frente de la sillería contra los cimientos de las capillas de
aquel costado, volviéndose a colocar la fuente contra la fábrica, en la
disposición que hoy está, como todo se demuestra en el diseño; en cuya
disposición se proporciona un antepórtico muy capaz, y de mayor decencia en las
subidas de la gradería. Y habiéndoseme encargado la tasación del coste que
tendrá su operación, digo que, trabajándose con perfección, según arte, de
manos y materiales, llega la tasación de dicho coste a treinta y cinco mil y
novecientos reales de vellón, como por menor resulta del cálculo que acompaño.
Cuenca y diciembre, 15, de 1783 años.”
El documento está firmado por el arquitecto iniestense Mateo López, el mismo que firmó el famoso plano de la ciudad, realizado por esas mismas fechas, y también una de las primeras historias de Cuenca, premiada en un concurso promovido por el obispo Antonio Palafox, y que no vería la luz hasta mediados del siglo pasado. Se trata de la autorización municipal, y de esta forma viene expresado en otro de los documentos que componen el expediente- de unas obras que el cabildo había solicitado realizar, para trasladar una fuente que se encontraba junto a estas escaleras, quizá la actualmente llamada Fuente de los Canónigos. Para entender mejor el significado de este documentos, recojo a continuación el comentario procedente de la propia página de Facebook, y que demuestra cuál fue la solución definitiva de la obra, que fue realizada tres años más tarde:
“En 1783 el cabildo
encargó al arquitecto que se levantara un muro de cantería sobre la última de
las gradas inferiores del templo y se dejaran dos entradas que debían cerrarse
con verjas de hierro. Además, aprovechando esta nueva gradería, se acordó que
debía cortarse el paso de los “andenes” que iban hasta la puerta de las rentas
(antigua puerta en la que, desde antes del siglo XV, se subastaban las rentas
del cabildo y por la que se accedía a la catedral desde la plaza del palacio
episcopal). De esta manera, la nueva gradería quedaría sobre los cimientos de
las capillas de María Magdalena (hoy perdida), del Pilar y de los Apóstoles. Os
adjuntamos una imagen del dibujo en alzado y planta presentado al cabildo. Para
acometer esta obra de los andenes se acordó que primero debía desmontarse el
pavimentado de la calle que bajaba hasta el palacio episcopal y de la fuente
pública que estaba bajo el andén. Una vez finalizada la gradería, debía
acometerse nuevamente la pavimentación de la calle y la colocación de la fuente
pública. Sin embargo, en octubre de 1784, el ayuntamiento convino con el
cabildo que esta fuente debía mudarse y reubicarse en el rincón que hacen los
arcos de las casas propias de la Santa Iglesia, introduciendo el desagüe
subterráneo con el del Mesón de la Piedra. La obra de los andenes y de la
bajada al palacio fue finiquitada en 1786 por el arquitecto Fernando López. Hoy
en día, tras la edificación de la nueva portada de la catedral, no se conservan
ni el atrio antiguo, ni la capilla de la Magdalena, ni las escaleras que subían
a la puerta de las rentas desde el palacio episcopal.”