No es ésta la primera vez que utilizo este blog para comentar un libro de reciente publicación sobre algún aspecto relacionado con la historia de Cuenca, pero sí puede ser la primera vez que esas novedades editoriales vienen por duplicado, sobre todo sí, como es el caso, se trata de dos libros escritos por la misma autora, de enorme interés ambos. Se trata de dos estudios de María de la Almudena Serrano Mota, quien, a su formación académica como licenciada en Geografía e Historia, especialidad en Historia Moderna, se le une su amplia experiencia profesional como técnica de archivos, desde hace ya más de treinta y cinco años, especialmente desde su larga trayectoria como directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, labor que lleva desempeñando desde 1997. Precisamente a su lugar de trabajo, el edificio que desde hace ya algunos años es sede de este archivo, le dedica la primera de sus monografías, bajo el título siguiente: “Archivo Histórico de Cuenca. Mil años de Historia: castillo, inquisición, cuartel y cárcel”. Y este libro es claramente definitorio de cuál es uno de los principales focos de interés en las investigaciones de la autora; el segundo, “La desamortización de la Real Casa de Santiago de Uclés (Cuenca)”, no lo es menos. Y los dos textos tienen, además, otra cosa en común: la editorial que ha prestado el sello para su publicación, la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, lo cual es también muestra del rigor histórico y científico, y del interés histórico con el que cuentan ambos textos.
Respecto al primero de los textos citados, la autora analiza pormenorizadamente los diferentes usos que el edificio ha tenido a lo largo de los siglos; o del solar en el que el edificio se encuentra, puesto que, en realidad, el castillo árabe y medieval desapareció casi por completo durante el reinado de los Reyes Católicos, hasta el punto de que tuvo que ser construido prácticamente de nueva planta en las últimas décadas del siglo XVI, cuando Felipe II hizo donación de él para construir la sede del tribunal conquense de la Inquisición. No obstante, de su prehistoria como castillo árabe quedan todavía algunos elementos, empotrados sobre todo en los lienzos cercanos de la muralla. También, de su etapa como castillo cristiano quedan algunas marcas de cantero. Pese a todo, en el siglo XVI, cuando el pintor flamenco Anton van den Wyngaerde pintó su famosa vista de Cuenca, del castillo sólo quedaban unos pocos lienzos.Así, el lugar que ocupaba
el castillo medieval era sólo un solar cuando Felipe II, su virtual
propietario, decidió donarlo para construir sobre él la nueva sede del tribunal
de la Inquisición que, con un ámbito de actuación correspondiente a los
obispados de Sigüenza y Cuenca y el priorato santiaguista de Uclés, se había
instalado en la ciudad cien años antes. Debía sustituir, por tanto, a la
antigua sede, instalada en las dependencias del palacio episcopal que le habían
prestado los exentos prelados de finales del siglo XV y principios de la
centuria siguiente. Fue, como todos sabemos, la etapa más larga del edificio,
que llegó hasta la desaparición del propio tribunal, ya en el siglo XIX. Los
últimos años del tribunal en la ciudad del Júcar fueron, también, para el
edificio, bastante trágicos, al haber sido nuevamente destruido en buena parte
de su perímetro por las tropas francesas, que lo volvieron a dinamitar cuando
éstas se vieron obligadas a abandonar la ciudad, en los últimos meses de la
guerra. Esas mismas tropas napoleónicas habían transformado el edificio en cuartel,
donde alojar una parte del ejército invasor.
Desaparecida la
Inquisición, había que buscar nuevo destino al edificio, un destino que
tardaría aún varias décadas en llegar: a finales del siglo XIX se trasladaría a
este lugar la nueva cárcel provincial, que en Cuenca, como en otras provincias,
debía sustituir a las viejas cárceles de distrito. La autora nos describe todas
las vicisitudes a las que tuvieron que hacer frente las autoridades de la
época, a la hora de sustituir la vieja cárcel de partido conquense, en la Casa
del Corregidor, en una más “moderna” cárcel provincial, más en consonancia con
lo que la política penitenciaria del momento requería. En este sentido, es de
especial interés los estudios previos que, hacia el año 1881, se llevaron a cabo
para construir una cárcel de nueva planta en la zona de la Ventilla, “en los
terrenos que ocupa la manzana de casas al este de la Glorieta. La zona a la que
el escrito hace referencia, hay que recordarlo, se encontraba en la zona lógica
de crecimiento de la ciudad, en dirección a la carretera de Valencia, como así
se hizo, y además, muy cerca de la única área de esparcimiento de los
conquenses de finales del siglo XIX, lo que había sido hasta muy poco tiempo
antes el Campo de San Francisco, y que por esas mismas fechas se iba a
convertir en los jardines propios de la Diputación Provincial, cuyo uso, en
aquella época, estaba abierta a todos los habitantes de la ciudad. Sirvan estas
líneas, por lo tanto, para reflexionar en lo que hubiera significado para Cuenca
que el proyecto se hubiera convertido en realidad.
Con toda razón, la
decisión de instalar aquí el nuevo centro penitenciario nunca llegó a ser una
realidad, aunque no por ello se pueda decir que fuera más positiva la decisión,
que sí se llevó a cabo, de instalar la nueva cárcel en el viejo edificio de la
Inquisición. El caso es que, desde los últimos años del siglo XIX, y hasta la
década de los años sesenta del siglo pasado, fueron decenas los conquenses que,
privados de libertad por un asunto u otro, pasaron a residir por un tiempo en
este viejo edificio, al que se le incorporó la vieja garita que todavía puede
verse en algunas viejas fotografías, y que fue eliminada una vez cerrada la
cárcel.
Y pasado ese tiempo, y
edificado un nuevo centro penitenciario, mucho más moderno, a las afueras de la
ciudad, en la carretera de Madrid, el edificio volvería a ser abandonado
durante algún tiempo. Varios fueron los proyectos que se realizaron entonces
para el aprovechamiento del mismo, sobre todo la creación de un parador
nacional, que sería instalado en el viejo convento de San Pablo, al otro lado
de la hoz del Huécar. Finalmente, se decidiría instalar aquí el Archivo
Histórico Provincial de Cuenca, que había sido creado, como sus hermanos del
resto de las provincial del país, a partir del viejo Archivo de Hacienda, y de
otros diferentes archivos de la administración periférica del Estado, junto a
la abundante documentación notarial, que todavía no tenía una sede oficial. Se
terminaba así una etapa difícil, en la que el Archivo Provincial había tenido
que compartir tanto su sede como parte de sus profesionales, con la Casa de
Cultura de Cuenca, hoy Biblioteca Pública Fermín Caballero.
El segundo libro de
Almudena Serrano, ya lo hemos dicho, está dedicado a la Real Casa de Santiago
de Uclés. No se trata, en realidad, de una historia de la orden de Santiago,
que aquí tenía su sede; ni siquiera es, como el otro texto, una historia del
edificio propiamente dicho. Un edificio que fuera sede principal de esta orden de
caballería, desde poco tiempo después de la fundación de la orden, allá por el
lejano siglo XII -desde que fuera donado, en 1174, por el rey Alfonso VIII a la
orden, para convertirlo en caput ordinis, cabeza de la orden-. Se trata,
en realidad, de un acercamiento a las vicisitudes a las que tanto la orden como
el propio edificio, y también el resto de propiedades de los caballeros
santiaguistas, tuvieron que enfrentarse debido
a las políticas desamortizadoras de los gobiernos liberales del siglo
XIX.
El libro, así, se divide
en tres partes principales. En la primera se estudia el conjunto de la
legislación desamortizadora de los diferentes gobiernos liberales, una
legislación a la que, en realidad, se da inicio ya, tímidamente, durante el
reinado de Carlos IV, si bien sería a partir de 1836 cuando la desamortización
terminaría por convertirse en un fenómeno ya irreversible. Es importante, sobre
todo, los diferentes inventarios de bienes que fueron realizados en ésta época,
de cara a su posterior venta y subasta, y cierto conflicto de jurisdicción
generada entre las intendencias de Cuenca y Ocaña, un conflicto que generó una
importante correspondencia que nos ayuda a comprender mejor este periodo.
Los siguientes capítulos del libro se dedican a estudiar, respectivamente, las vicisitudes por las que pasaron el riquísimo archivo y biblioteca que existían en el convento, y que en parte fueron a aumentar los fondos del Seminario Conciliar de San Julián, fondos que en los siglos anteriores habían atraído la atención de algunos de los más ilustres bibliófilos, como Ambrosio de Morales o el abate conquense Lorenzo Hervás y Panduro, y la venta y subasta de algunos de los bienes más importantes de que disponían los caballeros y frailes santiaguistas, tanto en Uclés como en los pueblos cercanos. Finalmente, otros capítulos, bastante menos extensos, se dedican a realizar un acercamiento a otros aspectos, como los relativos a los religiosos exclaustrados, o a las vicisitudes por las que a partir de este momento tuvo que pasar el propio edificio a partir de este momento. También realiza la autora un análisis de lo que supuso para el amplio territorio que ocupaba la jurisdicción de la orden, y que se extendía desde el sur de esa parte de la provincia de Cuenca hasta algunos pueblos de las provincias de Toledo y Ciudad Real -también, de manera indirecta, a otras provincias más lejanas-. La aplicación del concordato de 1851, y la creación del nuevo obispado de las órdenes, con sede en Ciudad Real, que debería acoger los territorios de las antiguas órdenes suprimidas.
Un libro bastante
interesante, también, para comprender mejor como se llevó a cabo la
desamortización en el edificio y la orden, que cuenta, además, con un amplio
apéndice, en el que se transcribe el inventario de los documentos con los que
contaba el archivo del convento, realizado en 1821, y que da idea de su ya
comentada riqueza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario