El día 11 de junio del pasado año,
2024 era un día histórico para la Venerable Hermandad de la Santa Cena de
Cuenca. En efecto, ese día, Luis Miguel Jiménez Patón, Hermano Mayor de la cofradía, y Armando
Martorell Montero, secretario de la misma, firmaban el contrato de adquisición
de una colección de platos de cerámica del famoso alfarero y ceramista
conquense, Pedro Mercedes Sánchez (1921-2008), relacionados, por su
significativa iconografía, con el momento representado en el paso que, cada
Miércoles Santo, la instauración de la Eucaristía por Jesús, durante la
celebración de la última cena de Jesús con los Apóstoles. En efecto, se trata
de trece platos de cerámica, que fueron adquiridos a un coleccionista
particular, y que representan, cada uno de ellos, tanto a Jesús como a los doce
apóstoles.
Cada
una de las piezas, tiene un diámetro de diecisiete centímetros, menos la
correspondiente a Cristo, que es un poco más grande: veintitrés centímetros de
diámetro. Pero más allá de las medidas, lo más significativo de la colección es
la elegante elaboración de todos los platos. En efecto, estos hacen gala de
todas las características propias de la mejor obra del ceramista conquense: el
empleo de la técnica del rayado, a base de ir retirando con un buril u otro objeto
metálico la capa de engobe que recubre el conjunto de la obra; la bicromía
producida por el rayado, en negro sobre rojo; el horror vacui que recubre toda
la pieza; la mezcla de simbolismo y de expresionismo en la representación de
los temas,…
En definitiva, se trata de una gran
adquisición por parte de la hermandad, que a partir de este momento pasará a
formar parte de su patrimonio artístico, un patrimonio que no sólo enriquece a
la propia hermandad y a nuestra Semana Santa, sino a toda la ciudad, que ha
podido recuperar, de esta manera, unas obras de arte que, por el hecho de haber
salido de las manos de nuestro mejor alfarero, son también parte de Cuenca.
Así, el próximo Miércoles Santo, cuando nuestra magna catedral, la más antigua
catedral gótica de España, abra sus puertas para dar salida al paso titular de
Octavio Vicent, éste se va a ver enriquecido con esas trece piezas de barro; de
barro, el material más humilde, pero a la vez el más importante de todos,
porque es el resultado de la fusión de los cuatro elementos de los clásicos: la
tierra, el agua, el fuego y el aire.
La
escena representada en el plato que corresponde a Cristo, tanto en el paso de
Semana Santa como en esta colección cerámica, es el momento en el que Él y los
Apóstoles se encontraban en Jerusalén, celebrando la fiesta de la Pascua lo que
los judíos llaman el Pésaj, en la que los judíos conmemoran la
liberación de la esclavitud en el antiguo Egipto, según el relato del Éxodo en
la Biblia hebrea. En el acto, tal y como hoy aún se sigue haciendo, los judíos llevan
a cabo una cena ritual llamada seder, que incluye la lectura del Haggadah,
el manuscrito en el que se narra la historia de la salida de Egipto. En el
transcurso de la cena se comen alimentos simbólicos, como el matzá, pan
sin levadura, el maror, un conjunto de hierbas amargas que representan
la dureza de la esclavitud, y sobre todo, el cordero pascual. Por eso, más de
la mitad del plato que representa a Jesús, lo conforma la representación de un
cordero, que vuelve la cabeza sobre su lomo para adaptarla a la propia
circunferencia de la obra. Sin embargo, la representación del cordero va más
allá del propio alimento que se comió en la Última Cena, para convertirse en
una referencia simbólica al propio Jesucristo: “Ecce Agnus Dei, qui tollit
peccatum mundi." -Tú eres el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo-, le dice San Juan Bautista a Jesús, tal y como lo recoge el otro Juan en
su evangelio (Jn., 1, 29). Por eso, Jesús se transforma, en la Eucaristía, en
el alimento de vida eterna: "Este es mi cuerpo, que será entregado
por vosotros."
Y junto al cordero, el resto de la superficie del barro
está decorado con una rama de olivo, y, como no podía ser de otra forma, con el
pan y el vino, las dos sustancias sagradas, el Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo, elementos de su propio sacrificio, representado éste último con la
figura de un cáliz.
Hacia el año 60, casi treinta años después de la muerte de Jesús en la Cruz, el procónsul romano Aegeas, gobernador de la región de Acaya, en la actual Grecia, ordenó el arresto del apóstol Andrés por su activa predicación del cristianismo. Conducido a Patras, ciudad en la que se encontraba el palacio del procónsul, en la península del Peloponeso, éste le instó a que renunciara a su confesión cristiana, y al negarse éste, ordenó a sus soldados que le crucificaran en una cruz de aspa; una cruz aspada que también aparece en la superficie de la obra de Pedro Mercedes, cubriendo toda la pieza, y dividiendo ésta en cuatro partes casi iguales. Por otra parte, en la pieza se representan, también, los que parecen cuatro gotas de sangre que se derraman desde el centro de la cruz y caen hacia la parte inferior del plato, que simbolizan la sangre que el apóstol derramó durante su martirio. En la iconografía cristiana, estas gotas son un recordatorio del sacrificio y del sufrimiento que San Andrés soportó por haber mantenido su fe, y dado la vida por ella.
Cuenta la tradición que Santiago el Mayor, el hijo de Zebedeo y de Salomé, llegó hasta España en el transcurso de sus viajes de misión por todo el imperio romano. Otra leyenda cuenta que, una vez sacrificado, en el año 44, por orden del rey Herodes Agripa, quien había ordenado que fuera decapitado, su cadáver fue traslado en una barca de piedra, y conducido por los ángeles hasta la costa gallega, donde sería descubierto mucho tiempo después, a principios del siglo IX, por un religioso gallego, quien se apresuró a anunciar su descubrimiento al obispo de Iria Flavia. A partir de ese momento, los peregrinos de toda Europa comenzaron a llegar hasta la nueva ciudad, que había empezado a nacer en el lugar en el que había sido encontrado el cuerpo del Apóstol, y que por ello había recibido el nombre de Santiago de Compostela. Tres siglos más tarde, nació en los reinos de Castilla y de León una nueva orden militar, la orden de Santiago, con el fin de proteger los caminos que conducían a aquel nuevo centro de peregrinación. Por ello, no es de extrañar que Pedro Mercedes, a la hora de realizar su obra, eligiera como motivos destacados los dos elementos más simbólicos de este nuevo culto, que había nacido en la Edad Media: la concha de vieira, como elemento taumatúrgico de protección para los peregrinos y, al mismo tiempo, de culminación del viaje, que lo repite en toda la superficie del plato, hasta en tres ocasiones; y la calabaza, que los peregrinos llevaban ahuecadas y secadas, con el fin de poder usarlas como recipientes para beber agua. Y junto a ello, la cruz de Santiago, acabada en su brazo más largo como una espada, que desde el principio había sido el símbolo que llevaban al pecho los miembros de aquella nueva orden, que estaba formada por monjes guerreros.
El caballo, por su parte, representa la iconografía
típica de Santiago Matamoros, en recuerdo de su aparición en el año 844, en la
batalla de Clavijo, en la que, según la leyenda, las tropas cristianas del rey
Ramiro I de Asturias, cuando estaban a punto de ser derrotadas por las fuerzas
musulmanas del emir Abderramán II, los cristianos tuvieron la visión de un
poderoso caballero que, cabalgando sobre un hermoso caballo de color blanco,
les prometió la victoria en aquella jornada. La aparición de aquel caballero,
que se identificó como el apóstol Santiago, les dio fuerzas a los cristianos,
quienes, con su ayuda, derrotaron al día siguiente a sus enemigos. Aunque la
existencia real no ha sido contrastada por los historiadores, es, desde luego,
tiene una gran importancia para los devotos de Santiago el Mayor.
Como
Juan, Mateo, además de uno de los doce apóstoles, es también uno de los cuatro
evangelistas. Para diferenciarlo de los otros tres, a Mateo se le suele
representar acompañado de un ángel. Sin embargo, en esta pieza, Pedro Mercedes
ha elegido una iconografía mucho más sencilla, formada por dos elementos,
también muy característicos en las representaciones artísticas del antiguo
publicano, cobrador de impuestos. Por una parte, el libro abierto representa,
como no podía ser de otra forma, su papel como uno de los evangelistas. Por
otro lado, la vela encendida que está a su lado tiene, en sí misma, varios
significados, que nos parecen muy claros de interpretar: la iluminación, la
inspiración divina que San Mateo recibió para escribir su evangelio, iluminando
su camino y su comprensión espiritual; la presencia de Dios y la guía de
Jesucristo en toda la vida del apóstol; y, finalmente, la propia luz que emana
del mismo evangelio, que Mateo difundió, iluminando la verdad y la fe de todos los
creyentes.
Por otra parte, no puede pasar desapercibida una de las parábolas que Jesús, en los días previos a la Pasión, utilizó para hacer que sus discípulos pudieran comprender mejor la obra de su Padre, y que aparece, precisamente, en el evangelio de San Mateo (Mt., 25, 1-13). Se trata de la parábola de las diez doncellas, que esperan la llegada del novio, cinco discretas y previsoras y cinco negligentes. Mientras las primeras tenían suficiente aceite para sus lámparas y fueron recompensadas por ello por parte del novio, las otras cinco, que no tenían suficiente aceite en sus alcuzas, no estaban preparadas cuando recibieron la visita del señor, y por ello se quedan fuera de la fiesta de las bodas.
Encontramos la iconografía del plato correspondiente a Santo Tomás en la lectura del evangelio de San Juan (Jn. 20, 24-29): “Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” El plato representa, así pues, una mano, la del apóstol, con dos dedos extendidos, introduciéndose en la herida abierta en el costado del Maestro, del Señor. De éste, por su parte, sólo se representa el costado y el brazo derecho, intuyéndose la parte inferior del rostro más allá del borde superior del plato. En el margen de la pieza, entre el antebrazo de Tomás y el torso de Jesús, una interrogación, símbolo infinito de la duda.
Simón el Cananeo era hijo de Cleofás, quien también era padre de Judas Tadeo y de Santiago el Menor, por lo que se suele afirmar que los tres apóstoles eran hermanos; y por lo tanto, los tres apóstoles eran hijos de la que en los Evangelios es llamada María Cleofás, una de las mujeres que estuvieron presentes en la crucifixión de Jesús. Su apelativo procede de la región de la que era originario, la antigua Canaán, en Galilea. Es también conocido como Simón el Zelote, porque pertenecía a este grupo político y religioso, de carácter nacionalista y violento, cuyos miembros eran reconocidos por su resistencia armada contra la ocupación romana y su firme oposición a cualquier colaboración con los invasores. Desde el punto de vista de la iconografía, los símbolos que, históricamente, han representado a este apóstol en la Historia del Arte, son muy variados: el
serrucho o el hacha, simbolizando su oficio como carpintero; el libro, que simboliza la misión evangelizadora de Simón, y su dedicación a predicar el Evangelio; el remo, que representa sus continuos viajes por muchas partes del mundo, en cumplimiento de su labor misionera, ordenada por Jesucristo; la flecha, que simboliza el objeto de su martirio, a manos del gobernador de Persia -según otras versiones, el apóstol fue martirizado con un hacha-; y la vela, que parece representar su papel como portador de la luz de la fe, una metáfora que es común también para el resto de los apóstoles, que llevaron el mensaje de Jesús a diferentes regiones. Son estas dos últimas opciones las que fueron representadas por Pedro Mercedes en este plato, quien a modo de una imagen casi abstracta, en forma de flecha o de vela, quiso representar en un obra a este apóstol, uno de los menos conocidos de los doce, al menos en lo que se refiere a su vida después de la muerte de Jesús.Si el plato correspondiente al apóstol San Juan es el de más fácil interpretación, éste, el de Felipe, resulta ser el de más difícil comprensión. Cuando atendemos a la iconografía más usual en las representaciones de este apóstol, lo solemos encontrar ya crucificado, o con una Cruz en la mano derecha, en atención a su martirio, ordenado por el procónsul romano de la ciudad de Hierápolis, en la actual ciudad turca de Pamukkale, en la provincia de Denizli; según otras versiones, su martirio sucedió en Frigia, o en Armenia. Detenido junto a San Bartolomé y a Mariamne. Según los “Hechos Apócrifos de San Felipe”, un documento que fue descubierto en 1974 por los profesores suizos François Bovon y Bertrand Bouvier, en la biblioteca del monasterio griego de Xenophontos, en el Monte Athos, Grecia, los tres eran hermanos. Después de haber sido sometidos a infinidad de tormentos, fueron conducidos al Templo de la Víbora, y allí fueron ejecutados; mientras Bartolomé, como se dijo en su momento, fue despellejado vivo, Felipe sería crucificado, aunque, según otras versiones del martirio, Felipe fue lapidado. Por este motivo, algunas veces el apóstol es representado también con una piedra en la mano.
Sin embargo, en nuestro caso, toda la superficie del plato aparece cubierta
por lo que parecen ser hojas de un árbol, probablemente de una higuera,
alternando con lo que parecen higos, lo que redonda más es esta interpretación
del plato. Sin embargo, en la tradición cristiana no conocemos una relación
directa entre este fruto y el apóstol, aunque, en el contexto bíblico, la higuera es mencionada en
varios pasajes del Nuevo Testamento, y el propio Jesús mismo utiliza el ejemplo
de la higuera para hablar sobre la fecundidad espiritual. Por otra parte, la
representación mercediana de Felipe nos recuerda un pasaje del evangelio de San
Juan, cuando el propio Felipe llevó a su hermano, Bartolomé, a conocer a Jesús,
y lo que Él le dijo al nuevo apóstol: “Antes
de que Felipe te llamara,
Finalmente, vamos a hablar del plato correspondiente a Jucas Iscariote. En este sentido, hay que recordar, una vez más, las palabras del Evangelio. “Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle”. (Mt., 26, 14-16). Y más tarde, cuando el traidor ya había entregado a su Maestro, el apóstol evangelista continúa: “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de Sangre.”
Como en el caso de Juan, la interpretación de esta
pieza de Pedro Mercedes es, también, muy clara: si la mayor parte de la
superficie está dedicada a la propia bolsa, que, suponemos, debe contener las
treinta piezas de plata, también aparecen representados, en un menor tamaño,
otros dos elementos que son, también, bastante significativos. Por un lado, en
un tamaño muy poco visible, casi insignificante, la horca, en referencia al
suicidio del apóstol traidor, colgado, precisamente, según la tradición, de las
ramas de una higuera. Por otro lado, un cáliz volcado, derramando sobre uno de
los bordes del plato su contenido sagrado, la sangre ofrecida por el Maestro en
su sacrificio de amor.
Preciosa colección, enhorabuena para Cuenca por su adquisición y para ti por tu gran trabajo👍
ResponderEliminarPreciosa colección , un tesoro para nuestra tierra.digna de su autor . inigualable. D Pedro Mercedes será muy feliz
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