Entre los historiadores norteamericanos, tradicionalmente, se ha venido asumiendo, de manera bastante acrítica, que la gesta de la independencia de los Estados Unidos fue, sobre todo, un asunto eminentemente interno, excepcionalista, un levantamiento de unos colonos norteamericanos que, sin prácticamente ninguna ayuda externa, lograron independizarse de Gran Bretaña y crear un nuevo país. Esta visión parcial se basa en la voluminosa obra de George Bancroft, que en 1878, justo cuando el país se estaba preparando para el primer centenario de su existencia, culminó una profusa obra de diez extensos volúmenes, en la que primaba este punto de vista. Por ello, es por lo que es tan interesante el libro de Larry D- Ferreiro, que ha sido publicado recientemente, en su versión española, por el sello editorial Desperta Ferro, bajo el título de “Hermanos de armas: la ayuda internacional en la independencia de Estados Unidos
“El mito de que las colonias británicas se
convirtieron por sí solas en una nueva nación, que combatieron y ganaron la
independencia por sí mismas, siempre ha sido una falsedad y nunca ha encajado.
Francia y España apoyaron la Guerra de la Independencia desde antes de que esta
comenzase, antes incluso de que los colonos supieran que su revolución
conduciría a la guerra. John Adams hizo esta conexión en una carta a Jefferson
fechada en 1815… Según Adams, la Revolución comenzó con el mal gobierno
británico después de la guerra de los Siete Años, y la Guerra de Independencia
fue su consecuencia inevitable. Sin embargo, Francia y España habían comprendido la situación desde hacía
tiempo. Ya en 1763, en la firma del
Tratado de París, sus ministros eran conscientes de que la incomodidad de las
colonias con la dominación británica crearía el escenario para la siguiente
contienda, y se sirvieron de espías y
observadores para vigilar de cerca la revolución en ciernes, mientras
reforzaban sus flotas y ejércitos de cara al próximo choque con Gran Bretaña.
Cuando la lucha estallo por fin, la presencia de Francia y España fue constante
en todo momento, antes incluso de que la Declaración de Independencia las
invitara… La alianza franco-estadounidense de 1778 deshizo la ventaja naval de
que gozaban los británicos en aguas de Norteamérica, y, aunada a la
incorporación de España a la lucha en 1779, convirtió un conflicto regional en
uno global, que desangró la fuerza militar y la voluntad política de Gran
Bretaña, hasta abocarla a la rendición.”
Antes de proseguir analizando el libro, quiero
dirigir unas breves palabras sobre su autor. En este sentido, Larry D. Ferreiro
es un historiador estadounidense, especializado en historia de la ciencia, la
ingeniería y la tecnología, con una marcada inclinación hacia la historia naval
y militar de los siglos XVIII y XIX, especialmente en el contexto atlántico. Es
profesor en la George Mason University, en Virginia, y en el Stevens Institute
of Technology, en Nueva Jersey, donde ha desarrollado una destacada carrera
docente e investigadora. Pero sobre todo, Ferreiro no es un académico
convencional: su formación y su experiencia profesional combinan la ingeniería
naval, la historia intelectual, y el servicio gubernamental. Antes de dedicarse
plenamente a la docencia, trabajó como ingeniero naval en el Departamento de
Defensa de Estados Unidos, y en instituciones como la Marina y la Guardia
Costera, lo que aporta a sus obras una mirada técnica y estratégica poco común
entre los historiadores tradicionales. Esta experiencia transdisciplinar se
refleja en la escritura que presenta el libro, caracterizada por un enfoque
riguroso, pero también muy accesible para todo tipo de lectores, capaz de
conectar los hechos militares, científicos y diplomáticos, con el trasfondo
ideológico e institucional de la época estudiada.
Por otra parte, Ferreiro es miembro
de la Royal Historical Society, y ha recibido varios reconocimientos por su
labor investigadora y divulgadora. Lo que distingue a su obra es su capacidad
para cuestionar las narrativas nacionales encerradas en sus propios mitos
fundacionales, y colocar los grandes eventos históricos en el marco de las redes
internacionales, las estrategias geopolíticas, y las colaboraciones
transnacionales. Su perspectiva se aleja tanto del excepcionalismo americano,
del que ya hemos hablado, como del eurocentrismo, apostando por una historia
del Atlántico como espacio compartido, entre dos grandes continentes, de
conflicto, innovación y construcción política. Larry Ferreiro es autor
de dos libros más sobre la historia de la navegación, que todavía no han sido
publicados en España: “Measure of the Earth “(2011), en el que explora cómo la
expedición geodésica francesa a Sudamérica en el siglo XVIII, ayudó a medir la
forma del planeta, y contribuyó de esta forma a la ciencia moderna; y “The Art of War: Naval History of the Age
of Sail” (2019), centrado en la
evolución de la ingeniería naval en el contexto bélico.
Y por lo que se refiere a este libro que analizamos
aquí, fue finalista del Premio Pulitzer de Historia, y ganador del “Journal of
the American Revolution 2016 Book of the Year Award”, un premio que reconoce obras de no ficción que
destacan por su investigación rigurosa y narrativa accesible, alineadas con la
misión propia de la identidad que lo otorga: proporcionar investigaciones
históricas y narrativas perspicaces sobre la Revolución Americana y su impacto
en la historia. En “Hermanos de armas”, ya lo hemos dicho, el historiador Larry
D. Ferreiro rompe con la narrativa tradicional estadounidense que presenta la
Guerra de Independencia como una gesta exclusivamente norteamericana, revelando
con rigor y claridad la decisiva participación de las potencias europeas, en
especial Francia y España, en la emancipación de las Trece Colonias.
Volviendo al libro, Ferreiro sostiene que la famosa Declaración de
Independencia de 1776 tenía un objetivo más estratégico que simbólico: su
verdadero destinatario no era Jorge III, sino los gobiernos de Europa,
especialmente las cortes de Versalles y Madrid. Al proclamar la ruptura con la
metrópolis, los dirigentes estadounidenses buscaban justificar su causa a ojos
del derecho internacional y hacer un llamamiento directo a las potencias
europeas rivales de Gran Bretaña. Es decir, fue un documento diplomático en
busca de aliados. Francia respondió con entusiasmo y España, aunque más cauta,
aportó fondos, suministros, inteligencia y tropas que resultaron esenciales,
especialmente en campañas como la de Luisiana, el Caribe o el sitio de
Pensacola.
El primer capítulo del libro nos
retrotrae a los años previos al estallido revolucionario, comenzando con la
Guerra de los Siete Años (1756–1763), conflicto global que enfrentó a las
principales potencias europeas por el control del comercio y los territorios
coloniales. Las consecuencias de esta guerra -incluyendo el fuerte
endeudamiento de Gran Bretaña y su intento de imponer nuevas cargas fiscales a
las colonias americanas- sentaron las bases del descontento colonial. En este
marco, la obra reconstruye con minuciosidad la inestabilidad internacional que
precedió al conflicto, y cómo fue aprovechada por las colonias para buscar
apoyos externos frente al poder abrumador del Imperio británico. Ferreiro
destaca la precaria situación de los independentistas en los primeros compases
de la guerra: Sin ejército profesional, sin armamento suficiente, sin una
marina propia, resultó vital la labor de los comerciantes norteamericanos que,
con redes de contactos clandestinas, lograron establecer canales de suministro
con Francia y con España. Una figura central en esta trama fue el polifacético
Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, famoso autor de la trilogía de Fígaro,
que inspiraría a autores operísticos como Rossini y Mozart, quien, además, fue
también relojero, espía y traficante de armas, entre otras muchas cosas.
Gracias a su mediación y a una empresa pantalla, Roderigue Hortalez et Cie,
Beaumarchais canalizó un flujo crucial de armas y suministros, fundamentales
para victorias tan decisivas como la de Saratoga, en 1777.
El relato también se centra en la
participación directa de personal militar europeo en el conflicto. Ingenieros,
artilleros y oficiales, en su mayoría franceses, y también algunos españoles,
se incorporaron al Ejército Continental, no sin generar tensiones internas con
los mandos locales. Entre ellos destacan figuras como el marqués de Lafayette, entre
los franceses, símbolo del ideal revolucionario compartido, o Bernardo de
Gálvez, entre los españoles, gobernador español de Luisiana, cuyo liderazgo fue
esencial en las campañas del Misisipi, Mobile y Pensacola. Ferreiro resalta
también la importancia de la contribución naval, especialmente relevante cuando
se recuerda que, al inicio de la contienda, los Estados Unidos carecían por
completo de fuerza marítima organizada.
A todo esto se suma una eficaz labor
diplomática, articulada sobre alianzas dinásticas y geopolíticas. Ferreiro
estudia el papel de los Pactos de Familia entre las casas borbónicas de España
y Francia, y cómo condicionaron la entrada escalonada de ambas monarquías en la
guerra. Mientras Francia sellaba una alianza directa con los insurgentes en 1778,
España adoptó una posición más prudente, entrando en guerra solo tras asegurar
la estabilidad de dos convoyes estratégicos: uno con las tropas del Río de la
Plata que habían participado en el conflicto fronterizo con Portugal, y otro
cargado con los fondos que estaban destinados a financiar la contienda.
Este redescubrimiento del papel de
las potencias católicas, en especial del imperio español de Carlos III -el
papel jugado por Francia en la independencia de los Estados Unidos siempre ha
sido más reconocido, al menos en Europa, que el jugado por nuestro país-, permite
una reflexión más profunda sobre los equilibrios geopolíticos del Atlántico en
el siglo XVIII. Así como España, deseosa de debilitar a Gran Bretaña, ayudó a
los colonos norteamericanos a liberarse de su metrópolis, décadas más tarde
será la propia Inglaterra la que colabore, de forma directa o indirecta, en la
emancipación de los virreinatos españoles. En este contexto, la ayuda británica
a los movimientos independentistas hispanoamericanos podría interpretarse como
una réplica del modelo: instrumentalizar causas revolucionarias para debilitar
a un imperio rival. En última instancia, la independencia de Estados Unidos no
fue solo un experimento de libertad ilustrada, sino un episodio en una cadena
de guerras imperiales, donde los apoyos mutuos y los intereses cruzados
determinaron el nacimiento de las nuevas naciones del hemisferio occidental.
En este sentido, igual que la
experiencia americana de muchos militares y políticos franceses sirvió para que
en 1789, pocos años después de que la independencia del nuevo estado fuera un
hecho, se desencadenara en el país vecino el proceso revolucionario, para
algunos españoles, especialmente aquellos que habían ya nacido en el nuevo
continente, sirvió también para que se desencadenara en ellos un nuevo espíritu
independentista, que terminaría por aprovechar la guerra en la península para
desarrollar su propia revolución. Recogemos, de nuevo, las palabras de
Ferreiro: “Estas declaraciones de independencia hispanoamericana, igual que la
de los Estados Unidos, constituyeron el preludio de la guerra. Uno de los
primeros jefes militares fue Francisco de Miranda, que tras abandonar los
Estados Unidos, había luchado en el bando francés durante las Guerras
Revolucionarias. En 1811 volvió a destacar, al encabezar la creación de la
Primera República de Venezuela, que cayó ante las fuerzas españolas al año
siguiente. El relevo lo tomaron Simón Bolívar, en la parte norte de Sudamérica,
y José de San Martín, en la parte sur. Luchas similares se desarrollaron en
México y América Central. Aunque España recuperó su propio gobierno en 1814,
sus colonias siguieron combatiendo. En la década de 1820, España estaba
exhausta por el conflicto, y políticamente debilitada. Ya había cedido Florida
a los Estados Unidos, y era incapaz de sostener su enorme imperio. En 1825, el
hemisferio americano, que sólo cincuenta años antes no era más que una
extensión de las potencias europeas, ahora albergaba dos docenas de naciones
independientes, que se abrían camino a tientas hacia un futuro esperanzado,
pero incierto.”
Pero, más allá de ello, una de las
tesis que se desprenden de la lectura del libro es que, desde su mismo
nacimiento, los Estados Unidos fueron aliados naturales de España. Esta
alianza, aunque frecuentemente olvidada o tergiversada por relatos
nacionalistas, resultó beneficiosa para ambos países. Ferreiro sugiere que las
etapas históricas de colaboración, como en la independencia estadounidense, han
producido frutos más estables y duraderos que los periodos de enfrentamiento
entre nuestros respectivos países, como ocurrió en 1898, con la desastrosa
guerra hispano-estadounidense. Una lección que no debería ignorarse en nuestros
días, marcados por el populismo del actual presidente norteamericano y por los
errores diplomáticos de los gobiernos socialistas de José Luis Rodríguez
Zapatero y Pedro Sánchez, que han enfriado unas relaciones bilaterales que
deberían sostenerse sobre un legado común de cooperación.
Con una investigación rigurosa,
acceso a fuentes primarias y un estilo divulgativo pero sólido, “Hermanos de
armas” es un libro indispensable para comprender que la independencia de
Estados Unidos no fue sólo un acto de rebelión interna, sino también el
resultado de una compleja red de intereses, alianzas y apoyos internacionales,
en los que España tuvo un papel protagonista.