En otras entradas anteriores hemos comentado, en este mismo blog, otros libros anteriores de la historiadora y novelista conquense Ana Belén Rodríguez Patiño (ver en este blog “Donde acaban los mapas primera novela de Ana Belén Rodríguez Patiño, 4 de enero de 2014; “Dos novelas históricas escritas desde Cuenca”, 14 de julio de 2016; “Un mensaje escrito en un libro diferente”, 11 de junio de 2019; “La estética de los nadadores, una nueva novela de la escritora conquense Ana Belén Rodríguez Patiño”, 9 de octubre de 2020, “Dos nuevos estudios sobre Cuenca y los conquenses durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial”, 14 de junio de 2022). Ahora llega el momento de comentar aquí una novela que saltó a los escaparates de las librerías hace ahora casi un año, algo que debemos tener en cuenta si queremos juzgar adecuadamente la oportunidad de su lanzamiento.
En efecto, “La piel de los tártaros”, la última novela de esta escritora conquense, apareció en el mes de septiembre del año pasado, un mes antes del estreno, en febrero de 2025, de la película “La infiltrada”, de Arantxa Echevarría; ella firma también, con Amelia Mora, el guión de la misma. Esta película ganó el Goya a la mejor película en los premios de este año, ex aequo con “El 47”, así como el premio a la mejor actriz protagonista, en la figura de Carolina Yuste, quien fue reconocida como Mejor Actriz. Y es que la casualidad ha hecho que ambas, película y novela, novela y película, trabajando de forma independiente sobre una historia real, la historia de la primera, y única, mujer policía española que se infiltró en ETA en los años noventa, en los años más duros de la banda armada, hayan salido a la luz prácticamente en el mismo momento.
En efecto, en "La piel de los tártaros" se narra
la historia de una joven policía española que fue seleccionada en 1992 para
infiltrarse en la organización terrorista ETA, convirtiéndose en la única mujer
en lograrlo. La autora, historiadora y escritora, se sumerge en los años más
intensos del conflicto, mostrando el entrenamiento, la doble vida y los riesgos
extremos a los que se tuvo que enfrentar, hasta 1999 la protagonista, Esther
Castells (nombre ficticio en la novela, Arantzazu Berradre en la película,
Elena Tejada en la vida real, en un juego de nombres que nos lleva hacia un
nombre desconocido y anónimo, oculto a la vida pública en la actualidad por las
propias necesidades de protección de la verdadera policía que se oculta en
todos esos nombres).
Aunque ambientada en los años noventa, y basada en hechos
reales, la novela no pretende, en realidad, ser una novela histórica en sí
misma, porque además, y como no podía ser de otra forma, la sucesión de los
hechos reales, tal y como sucedieron, se encuentran todavía, por razones
obvias, protegidas por la ley de los secretos oficiales. La protagonista no
forma parte de una trama histórica documentada, sino de una operación secreta
real con una fuerte implantación emocional y psicológica. Sin embargo, todo lo
que se cuenta en ella forma parte, por desgracia, de la historia contemporánea
de España. La ambientación traza un recorrido de varias décadas marcadas por el
terrorismo, por la ley lógica de las bombas y las pistolas, reflejando la
violencia y el dolor provocado en muchos miles de personas -políticos, jueces,
militares, policías y guardias civiles sobre todo, incluso bastantes hombres y
mujeres casi anónimos, gente de la calle-. Las cifras sí son históricas, aunque
no formen parte ni de la película ni de la novela: 853 asesinatos, más de 3.500
atentados, más de 2.362 heridos, 86 secuestros documentados, además de una
cantidad incontable de extorsiones a empresarios y la fractura de una sociedad,
la vasca, una parte de la cual se vio obligada a emigrar para poder huir de
aquel infierno.
La obra rinde homenaje explícito a hombres y mujeres de la
Guardia Civil y la Policía Nacional, a todos aquellos ángeles de la guarda que
vestían de uniforme, sea éste de color verde, azul o marrón, quienes
arriesgaron sus vidas luchando contra ETA desde dentro; porque también en la
Guardia Civil, en aquellos años oscuros, hubo infiltrados en el grupo armado,
que tuvieron que abandonar su vida tranquila, en el seno de sus familias
verdaderas, para cambiarla por una forma de vida que, en realidad, les era
ajena. La protagonista es precisamente una policía infiltrada, y la novela
enfatiza el papel crítico, oculto y sacrificado de las fuerzas de seguridad del
Estado en los años de plomo.
Quiero hacer aquí una referencia al llamado Síndrome del
Norte, una dolencia psicológica que afectaba a agentes que estaban destinados en Euskadi durante los
años en los que estuvo activa la violencia etarra: “Ha escuchado en otras
ocasiones hablar del Síndrome del Norte. Ya en la academia de Ávila había
tenido noticias de ello, como una enfermedad que aqueja irremediablemente a los
agentes del orden desplazados en el País Vasco. Se trata de un desequilibrio mental provocado por un
estrés intenso y estimulado en el tiempo. La padecen policías, guardias civiles
y funcionarios estatales ante las provocaciones sistemáticas. No sólo ellos,
también sus familiares más cercanos. Es lo que buscan los terroristas y sus
cómplices: la asfixia total de aquellos que colocan a la diana. Una experiencia
que, en algunas ocasiones, aboca al suicidio (aunque se disfrace de muerte
natural). Una decisión desesperada para
quienes la vida se convierte en un camino tortuoso. Tensión, presión y miedo.
Desamparo y soledad. Mucha soledad.” La mención
sirve como reflejo de los efectos emocionales que dejó el enfrentamiento
al terrorismo desde dentro.
Y ante todo esto, la necesidad de la protagonista de crear
una rutina en la que pueda mantenerse ajena a toda esa violencia: “Esther anota
todo en su cerebro como una máquina Y desde ese mismo cerebro sabe procesarlo
de la forma más conveniente. M ira, escucha, memoriza. No enjuicia nada públicamente si no es con
intención. Mantiene la calma. No comprende muchas de las vicisitudes que vive,
pero ha de hacer ver que las tiene asumidas, y que las marca a fuego en su piel.
Una piel que ha de endurecer rápidamente, y asemejarla a la de los terroristas,
encallecida e insensible ante el dolor ajeno, como los antiguos guerreros
tártaros de las estepas.”
En todas sus novelas, Ana Belén Rodríguez siempre ha sabido
elegir el título -muchas veces, en el título de un libro suele estar el
principio de su éxito-, y en la última frase de la cita, los lectores podemos
encontrar el significado y las motivaciones de la autora para titular así su
última obra: Esther, como cualquier infiltrado en una banda terrorista, no
tiene más remedio que despojarse de su propia piel, la de un ciudadano normal,
la de una buena policía, para vestirse con la piel de una serpiente -no debemos
olvidarnos de que el emblema de la banda terrorista es, precisamente, un hacha
y una serpiente-, de uno de aquellos tártaros del siglo XIII que, montados
siempre sobre sus ágiles caballos, con los que formaban un ente casi único,
cruzaban las estepas, invadiendo ciudades y derrotando a pueblos enteros,
sembrando la muerte y el dolor allá por donde iban. Así, la equiparación entre
la banda terrorista y la Horda de Oro se hace bastante elocuente.
En la página 120 se aborda directamente el dolor provocado
por las muertes de ETA: “A pesar de los buenos resultados, el número de muertos
aumenta en los años posteriores. Lo hace en cuanto la banda se reorganiza. El
periodo siguiente vuelve a ser terrorífico. Los atentados con bombas lapa y los
asesinatos a sangre fría se convierten en trágicos protagonistas de la escena
pública. Y con la misma triste regularidad que solían. El país entero se
acostumbra a la violencia, y los sucesos luctuosos provocados por los
terroristas se suceden sin parar. El 8 de junio de 1995 acabarán con la vida de
un inspector jefe de la Policía Nacional. Un disparo en la nuca en un asalto en
la avenida Sancho el Sabio, de San Sebastián. Llevaba tiempo amenazado por la
ETA. Él y su familia, esposa y dos hijas. Le habían ofrecido por ello un cambio
de destino, pero prefirió seguir en su puesto
en la Unidad Territorial Antiterrorista de Guipúzcoa. A la rueda de la
muerte aún le quedan muchos muertos en la cartera (entre ellos, políticos
destacados del PP y del PSOE). En las siguientes décadas, los terroristas
asesinarán a tres comisarios en activo, cuatro subcomisarios, más de veinte
inspectores, seis subinspectores, y sobrepasarán el centenar de agentes. La
Guardia Civil aún sufrirá un número mayor de víctimas. Los heridos y las
cicatrices emocionales, siguen siendo incontables.”
Esa reflexión sirve para conectar el legado del franquismo
con el terrorismo contemporáneo en España, destacando cómo ambos han marcado la
memoria colectiva y personal, contraponiéndolo de esta forma las políticas de
memoria histórica y la Ley de Memoria Democrática. A lo largo de la novela van
pasando los años, entre engaños y disimulos, mientras solo una verdad
permanece: el terror de ETA. La protagonista vive bajo una identidad falsa
durante siete años, en una realidad donde el silencio y la ocultación son
constantes, pero la violencia real y sangrienta sigue siendo el eje que mueve
todo.
Para finalizar, unas breves palabras sobre el estilo
literario de la novela: éste es ágil, con frases cortas, directas e incisivas.
La narrativa se construye sobre diálogos y descripciones contundentes, que
mantienen la tensión sin saturar la página, facilitando que el lector avance
sin freno en la lectura de la novela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario