El título de esta entrada nueva del
blog, es cierto, puede extrañar a muchos de sus lectores; al menos, de todos
aquellos que no han visto antes los respectivos enlaces que pueden encontrar en
la sección titulada NOTICIAS HISTÓRICAS, y referidas en este caso concreto a
las noticias sobre la historia de Cuenca. ¿Qué puede tener en común la Semana
Santa de nuestra ciudad, concretamente su origen histórico al final del primer cuarto
del siglo XVI, con el hasta hace poco tiempo desconocido autor de una de las
obras cumbres de la literatura española, la “Vida del Lazarillo de Tormes y de
sus fortunas y adversidades”? La realidad es que muy poco, más allá de un
apellido, Valdés, y de un origen común relacionado con esta familia conquense,
en los tiempos lejanos del emperador Carlos V (Carlos I de España).
Por otra parte, puede resultar
extraño intentar relacionar el origen de la Semana Santa con un libro como
éste, de origen claramente erasmista. Es sabido que Erasmo propugnaba una
religión intimista, personal, que tenía más que ver con la propia
interpretación religiosa del individuo, que con ese otro teatro en la calle, en
el que se ofrece una forma de vivir el hecho religioso más externa que interna,
poco sincera muchas veces, en el que se convertiría la Semana Santa durante el
barroco, pero que ya entonces estaba empezando a cobrar forma. Hay que tener en
cuenta, por ejemplo, que el de Rotterdam defendía entre otras cosas, la validez
de la confesión hecha por el individuo sólo con Dios, sin necesidad de un
intermediario, aunque éste fuera un sacerdote. Las obras de los Valdés, como
veremos, también defienden esa manera de vivir la religión propia de Erasmo, y
por ello, por cierto, los dos hermanos tuvieron problemas con el tribunal de la
Inquisición.
Sin
embargo, hay que tener en cuenta que, cuando hablamos de la cofradía de la
Misericordia en estos años iniciales de su existencia, no estamos hablando
todavía de una hermandad penitencial de Semana Santa, sino de una hermandad de
carácter asistencial. Repasemos la historia: más allá de una pequeña referencia
medieval a la existencia de una hermandad con este nombre, datada en 1438 y
recuperada de los archivos por el especialista José María Sánchez Benito, el
primer dato que tenemos de ella está fechado en 1526; se trata de una solicitud
desde el regimiento de la ciudad dirigida a Carlos I, para que el monarca
pudiera autorizar la creación, bajo patrocinio municipal, de un cabildo de
seglares que, bajo este nombre, se encargaría de enterrar a su costa a los pobres
y a los que morían ajusticiados. La autorización del rey llegaría a la ciudad
del Júcar al año siguiente, siendo nombrado desde el mismo momento como prior
de la cofradía uno de sus regidores, Juan de Ortega. Y ese mismo año, este
mismo regidor contrataba con uno de los canteros establecidos en la ciudad, el
Maestro Miguel, la elaboración de una cruz de piedra que sería instalada en el
Campo de San Francisco. No voy a insistir más en la relación existente entre
ambos hechos, pues es algo que ya he tratado en otros textos anteriores, pero
sí quiero insistir de nuevo en que este cabildo de la Misericordia sería el
mismo que, cincuenta años después, con el nombre ya de cabildo de la Vera Cruz
y Misericordia, se encargaría de organizar la procesión de Jueves Santo, además
de seguir enterrando a los ajusticiados, como hasta entonces había hecho.
Dicho
esto, queda todavía relacionar el origen de este cabildo, todavía no
penitencial como hemos dicho, con el ya no tan anónimo autor del Lazarillo. Y
es que también en 1527, el mismo año en que llegó a Cuenca la autorización real
para crear la cofradía, se registraba en el propio ayuntamiento una solicitud
personal de otro de sus regidores. Éste pedía de sus compañeros que la
institución tomara las medidas necesarias que aseguran de cara al futuro la
pervivencia económica de la cofradía. Nos interesa el nombre del regidor que
hacía la solicitud: Fernando de Valdés. Aunque de origen converso en una de sus
cuatro ramas, éste se había convertido desde mucho tiempo antes en uno de los
hombres fuertes de la ciudad. Criado de Andrés de Cabrera, primer marqués de
Moya, en sus años juveniles, había entrado en el ayuntamiento en 1482 como
hombre fuerte del marqués, y en ese mismo año fue uno de los procuradores que
debían representar a la ciudad en las Cortes de ese año. Y aunque había
renunciado a la regiduría en 1520, cuando era regidor decano del ayuntamiento,
sustituido en el cargo por su hijo primogénito, Andrés de Valdés, lo cierto es
que siguió asistiendo regularmente a sus reuniones hasta su muerte, acaecida en
1530.
El hecho de que fuera precisamente
Fernando de Valdés quien se mantuviera especialmente interesado en asegurar la
existencia de la hermandad no debe ser casual. Por el contrario, puede resultar
lógico pensar que hubiera sido él precisamente quien estaba también detrás de
la primera solicitud dirigida al emperador, y en este caso, no debe olvidarse
quién era uno de sus hijos. Éste no es otro que Alfonso de Valdés, quien desde
1522 era uno de los escribientes con los que contaba la cancillería imperial,
en la que muy pronto iría ascendiendo, a la sombra del canciller del emperador,
Mercurino de Gattinara. En efecto, en 1524 el propio Gattinara le encargó la
redacción de las nuevas ordenanzas de la cancillería, lo que le permitió dar el
salto, primero al cargo de registrador y contrarrelator de la misma, y poco
después al de secretario de cartas latinas del propio emperador, cargo en el
que permanecería hasta su muerte.
No
resultaría extraño, pués pensar, que sería Alfonso quien actuara como intermediario
de la ciudad con el rey para lograr el deseo de los regidores. Y es
precisamente aquí donde entra también en juego la autoría del Lazarillo, y su
relación con nuestra ciudad. Y es que en los últimos años se han venido
desarrollando dos teorías diferentes sobre la atribución de esta obra,
considerada como la primera novela picaresca de nuestra literatura, que fue
copiada por muchos grandes escritores, como Quevedo o el propio Cervantes,
aunque a la luz de las nuevas investigaciones no parece ya este libro, de forma
tan clara, una novela picaresca al uso.
Empezaré
por la teoría del hispanista norteamericano Daniel Crews, profesor de la
Central Missouri State University, autor del ensayo titulado “Biografía y autobiografía novelesca: nuevos
datos sobre Juan de Valdés y Lazarillo de Tormes”. En el mismo, que
presentó al XVI Congreso de la Asociación de Hispanistas (el texto puede
consultarse íntegramente en internet, a través incluso de uno de los accesos de
la página de noticias de este blog), atribuye la autoría de la obra a Juan de
Valdés, otro de los hijos de Fernando de Valdés, y hermano gemelo del propio
Alfonso según una declaración escrita de éste que se conserva. Aduce para ello
que el padre de los dos escritores conquenses, había sido también mayordomo de
la cofradía de San Lázaro, también de carácter asistencial como la de la
Misericordia que mantenía un hospital para enfermos de peste en una zona
extramuros de la ciudad, en un complejo asistencial formado además por los
cercanos hospitales de San Antón, regido por frailes antoneros, y Jan Jorge.
Como tal, el regidor conquense “dirigía
las propiedades y rentas que apoyaban al hospital, y las casas que cuidaban a
los mendigos enfermos, y coordinaba el trabajo de la cofradía asociada.”
Si
Alfonso, ya lo hemos visto, había iniciado su carrera política a la sombra del
emperador, Juan lo hizo en sus primeros años en la corte que el marqués de
Villena, Diego López Pacheco tenía en Escalona, en la provincia de Toledo. Allí
conoció el círculo de alumbrados de Pedro Ruiz de Alcaraz. Este hecho, y la
publicación de una de sus obras más conocidas, el “Diálogo de la doctrina cristiana”, hizo que fuera perseguido por la
Inquisición, por lo que tuvo que escapar hacia Italia, en donde llegó a ser
gentilhombre del Papa, Clemente VII. Después de su estancia en Roma pasó a
Nápoles, donde fundó una especie de tertulia a imitación de la que él mismo
había asistido en Escalona, y en la que se ganó la amistad de una de las
mujeres más influentes de la Italia de la época, Iulia Gonzaga. Allí escribió
su obra más famosa, el “Diálogo de la
lengua”, y allí falleció en 1541.
Retrato de Alfonso de Valdés.
Taller de Jan Comelisz Vermeyen. C. 1531.
The National Gallery. Londres
Se le ha identificado por el retrato del canciller Mercurio de Gattinara que porta en la mano derecha.
No
es ésta la única atribución que se ha hecho del Lazarillo a alguno de los
Valdés, aunque en el caso de Rosa Navarro Durán, catedrática de Literatura
Española en la Universidad Autónoma de Barcelona, lo relaciona precisamente con
su hermano Alfonso. Para ello ha publicado varios libros y artículos, y también
ha realizado ya alguna edición crítica del clásico en el que éste ha dejado de
aparecer como una obra anónima. En este caso, la autora realiza un
pormenorizado análisis del texto, comparándolo con algunos detalles de la vida
de Alfonso de Valdés y de sus otras dos obras conocidas, el “Diálogo de Mercurio y Carón” y el “Diálogo de las cosas acaecidas en Roma”,
con los que encuentra muchos aspectos en común con el Lazarillo. Y también
encuentra otros aspectos en común con diferentes libros publicados en aquellas
mismas fechas en Italia o en España, de los que se sabe que Valdés había leído.
Y se apoya también en algo que otros críticos ya dijeron antes que él: que el
autor del Lazarillo formaba parte del círculo de los primeros erasmistas
españoles. Y la relación de los dos hermanos Valdés con Erasmo, desde luego, no
puede ser puesta en duda bajo ningún concepto: la amistad de ambos con el de
Rotterdam, con el que llegaron a cartearse, es indudable, hasta el punto de que
fueron ellos dos, sobre todo Alfonso, los verdaderos introductores de su obra
en España.
Por
otra parte, esta doble atribución del Lazarillo a los dos hermanos Valdés no es
una contradicción, sino todo lo contrario. Por una parte, la atribución que
hace Daniel Crews se basa sobre todo en la relación que su padre tuvo con la
hermandad y el hospital de San Lázaro de Cuenca, y en este sentido el nombre del
protagonista puede también no ser casual. Si se quiere, la relación entre ambos
hechos puede ser demasiado banal en sí misma; en muchos lugares de España
existían este tipo de hermandades y de hospitales para atender a los enfermos
de peste, e incluso lo hacían siempre en lugares apartados, que solían recibir
el nombre de “lazaretos”. Sin embargo, nos sirve para incidir aún más en la
teoría de Rosa Navarro. Si Juan de Valdés pudo utilizar al titular de la
cofradía para dar nombre al protagonista de su obra, lo mismo pudo hacer su
hermano Alfonso, y en ese caso, más que un hecho aislado, sería una prueba más
a las ya aportadas por esta profesora.
Por
otra parte, también las otras obras de Alfonso de Valdés fueron atribuidas
durante mucho tiempo a su hermano Juan. El “Diálogo
de las cosas acontecidas en Roma” no fue adjudicado a su verdadero autor
hasta finales del siglo XIX, gracias a la información aportada en algunas de
sus cartas y a los ataques que había dirigido contra la obra el principal
enemigo que tenía el conquense, Baltasar de Castiglione, diplomático al servicio
del Papa. Y por lo que se refiere al “Diálogo
de Mercurio y Carón”, no le sería devuelta su verdadera autoría hasta 1925,
cuando Marcel Bataillon descubrió la censura que el doctor Vélez había
realizado de la obra. El libro se lo había recogido la Inquisición a otro de
los hijos de Fernando, el canónigo Diego de Valdés, y en el documento se indica
claramente su autoría: “compuso este
libro su hermano, Alonso de Valdés, secretario de Su Majestad para las cosas
del latín.”
Teniendo
todo esto en cuenta, falta aportar algunas cosas más respecto a los años en los
que el Lazarillo fue escrito, y a cuándo se realizó la primera edición de la
obra. Se conservan cuatro ediciones diferentes del Lazarillo, fechadas todas
ellas en 1554, en cuatro lugares diferentes: Burgos, Medina del Campo, Amberes
y Alcalá de Henares. Para entonces, Alfonso de Valdés llevaba muerto ya más de
veinte años. Sin embargo, ninguna de esas cuatro ediciones es desde luego la
primera, y de la comparación entre ellas se deduce la existencia de dos modelos
diferentes. Rosa Navarro insiste en la posibilidad de que el Lazarillo fuera
publicada por primera vez en Italia o en España poco tiempo después de la
muerte de su autor. Y respecto a la fecha en la que fue escrito, por diversas
referencias que aparecen en la obra, y en las cuales no voy a insistir, lo
debió escribir Alfonso en los últimos años de su vida, entre 1529, cuando
Alfonso salió de Toledo con el séquito real, y 1532, fecha en la que se produjo
su muerte, como ya se ha dicho. Y por lo tanto debió ser escrito en alguna de
aquellas ciudades en las que progresivamente se fue estableciendo a partir de
entonces, durante varios años, la corte del emperador: Barcelona, Bolonia,
Augsburgo, Ratisbona, Viena, … En la capital austriaca moriría, víctima de la
peste, el 15 de mayo de 1532.
Finalmente,
quiero resaltar una última casualidad que tiene que ver con su vida, y no
quiero insistir en el hecho de que una sucesión de casualidades apunta más a
una realidad poco casual. Hay que recordar que uno de los amos del protagonista
es el arcipreste de la iglesia toledana de San Salvador, y en otra iglesia de
San Salvador, en Cuenca, había sido cura a finales de la centuria anterior un
tío de Alfonso y Juan de Valdés, Fernando de la Barrera, hermano de su madre,
quien había sido quemado por la Inquisición por judaizar. Las críticas a la
Iglesia anterior a la reforma, que se aprecian claramente en el Lazarillo, pero
también en otros libros de los dos hermanos Valdés, pueden estar relacionados
también con este hecho, y no sólo con su conocida amistad con Erasmo.
Portada del libro. Edición de Medina del Campo. 1554.