domingo, 31 de enero de 2021

Santa Teresa de Jesús, Catalina de Cardona y Ana de San Agustín. El origen del carmelo descalzo en la provincia de Cuenca

 

               A finales del siglo XII, después de la Tercera Cruzada, que había sido convocada por el papa Gregorio VII con el fin de liberar Jerusalén de los turcos, y que había significado, por fin, en el otro lado del continente europeo, una paz temporal entre los reyes Felipe II de Francia y Enrique II de Inglaterra, a los que se añadieron más tarde otros monarcas y grandes dignatarios europeos, unos pocos creyentes europeos se instalaron en Tierra Santa, junto al Monte Carmelo y la llamada Fuente de Elías, el mismo lugar en el que, según la tradición, el profeta Elías había demostrado a los judíos quién era el verdadero Yahvé. El lugar se encuentra en el extremo occidental de Israel, en un punto elevado junto al mar Mediterráneo, un monte de forma triangular de veintiséis kilómetros de longitud y siete kilómetros de anchura, en el que se asienta la ciudad de Haifa, la mayor de las que se hallan en la parte norte del país, y la tercera en extensión de todo el territorio israelita. Sobre este monte había sido también donde, en los primeros años de aquella centuria, un grupo de eremitas, inspirados por el propio profeta Elías, se habían asentado para vivir su vida religiosa en comunidad, y donde, allá por el año 1251, la Virgen del Carmen se apareció a San Simón Stock, general superior de la nueva orden carmelita, para entregarle el escapulario que, con el tiempo, terminaría por convertirse en el principal emblema de la orden. Aquellos peregrinos dieron un importante impulso a la orden, que poco tiempo después se irá extendiendo, primero por el centro y el norte de Europa (Flandes, norte de Francia, Alemania, …) y más tarde, también, por todo el continente. De esta forma, la orden carmelita, cuyo símbolo, además del ya citado escapulario, es una cruz sobre la cima de un monte, que quiere ser precisamente el Monte Carmelo, se convirtió a finales de la Edad Media en una de las principales órdenes religiosas, tanto masculinas como femeninas, e incluso, como en el caso de los franciscanos, con una rama seglar, la llamada Tercera Orden Carmelita, a la que pueden pertenecer tanto los hombres como las mujeres.        


No es mi intención en esta entrada realizar una historia pormenorizada de los carmelitas, que eso es algo que muchos ya han realizado, sino la de intentar acercar al lector algunos aspectos relacionados con los orígenes de la orden en la provincia de Cuenca, y especialmente de su rama descalza, la que fundó Santa Teresa de en la segunda mitad del siglo XVI, en el marco de la reforma de la Iglesia católica, que en España había ya comenzado ya cien años antes, mucho tiempo antes de que la Reforma protestante hubiera creado una crisis insalvable en el cristianismo europeo. En efecto, fue a partir de las fundaciones de Santa Teresa de Jesús, y en concreto a partir de 1562, cuando se llevó a cabo la primera de las fundaciones, la del convento de San José de Ávila, cuando se llevó a cabo la creación de la llamada Ordo Fratrum Discalceatorum Beatissimae Mariae Virginis de Monte Carmelo, es decir, la rama descalza de la orden carmelita. Y durante los años siguientes, las nuevas fundaciones se fueron sucediendo (Arévalo, Medina del Campo, Malagón, Pastrana, Sevilla, …), como también se fueron sucediendo sus fundaciones en la rama masculina, para lo que la santa había tenido la ayuda dekl otro gran místico de nuestra literatura, San Juan de la Cruz.

            Entre las diversas fundaciones de Santa Teresa, cabe destacar una que nos interesa sobre todo, porque fue dentro de los límites del obispado de Cuenca: Villanueva de la Jara, en 1580. Pero antes incluso de que eso sucediera, se había iniciado ya la presencia de los carmelitas en el obispado de Cuenca, en este caso de los frailes carmelitas, gracias a la labor realizada por una dama de la nobleza catalana poco conocida entre los conquenses, Catalina de Cardona, quien se había instalado en la zona de la Manchuela algunos años antes. Aunque ilegítima, descendía, tal y como se ha dicho, de una de las familias más poderosas de la nobleza catalana, y había nacido en 1519, en Barcelona o en Nápoles, según las diferentes fuentes consultadas. Era hija de Ramon Folch de Cardona-Argensola, decimosexto barón de Bellpuig, en la provincia de Lérida, primer duque de Soma,  conde consorte de Palamós por su matrimonio con Isabel de Requesens y Enríquez de Velasco, y virrey sucesivamente de Sicilia y de Nápoles, en tiempos del rey Fernando el Católico. Durante las guerras mantenidas contra Francia por el control del reino de Nápoles, éste había sido capitán de las galeras aragonesas que habían participado con éxito en el sitio a la ciudad de Gaeta, y más tarde, en 1505, participó también en la conquista de Mazalquivir, en el norte de África. Después participó en la liga de Cambrai, contra la república de Venecia, y como jefe de los ejércitos de la Santa Liga logró, en 1512, la imposición otra vez de los Medici en la corte de Florencia. Falleció en Nápoles en 1522, después de haber permanecido doce años al frente del virreinato de este territorio italiano.          

Pero no es de este personaje del que quiero hablar, sino de una hija suya, parece ser que ilegítima, que vino a terminar sus días en Casas de Benítez, al sur de la provincia y del obispado de Cuenca. El hecho de que ésta hubiera nacido en 1519, cuando su padre se encontraba ya al frente de la administración del virreinato de Nápoles, me hace pensar que es más que probable su nacimiento en la ciudad italiana, en contra de los que defienden su nacimiento en la capital catalana. Y el temprano fallecimiento de su padre, cuando ella contaba apenas con tres años de edad, es lo que provocó que ella fuera educada en un convento de capuchinas, del que salió a la edad de trece años con el fin de contraer matrimonio. Sin embargo, ese matrimonio duró poco tiempo, por el fallecimiento prematuro de su esposo, por lo que nuestra protagonista tuvo que regresar al convento, del que salió de nuevo en 1557, cuando una pariente suya, Isabel de Vilamarí y Cardona-Bellpuig, condesa de Capaccio y Altavilla, y esposa de Ferrante Sanseverino, príncipe de Salerno, la reclamó con el fin de que ella le acompañara en un viaje a España. A partir de este momento comienza una nueva etapa en la vida de nuestra protagonista, que ya no regresaría nunca a Italia, permaneciendo durante un tiempo en la corte española, que entonces se encontraba en Valladolid, y llegando incluso a ser la nodriza del príncipe heredero, Carlos de Austria, quien fallecería en 1568, y del hermano del monarca, Juan de Habsburgo-Blomberg, el famoso don Juan de Austria.

Sin embargo, su profunda religiosidad, fruto de los años pasados en un convento de Nápoles, que siguió manteniendo a lo largo de toda su vida, le hizo huir de la corte. Unos años más tarde se encontraba en Pastrana, en el palacio de los príncipes de Éboli y condes de Mélito, Ruiz Gómez de Silva, quien era secretario de Felipe II, y Ana Mendoza de la Cerda, de donde se retiró también en 1562, para hacer vida eremítica en una cueva de Casas de Benítez. Y es aquí, entre Pastrana y la Manchuela conquense, donde el destino va a juntar a nuestras dos primeras protagonistas, Santa Teresa de Jesús y Catalina de Cardona. Para comprenderlo, hay que tener en cuenta la relación existente entre Santa Teresa y la princesa de Éboli, que mandó traer hasta su villa alcarreña a la santa de Ávila, encomendándole la fundación de uno de sus conventos, y llegando, incluso, a considerar la posibilidad de tomar ella misma los hábitos y recluirse en su convento de Pastrana. Fue probablemente en ese pueblo alcarreño donde Catalina conoció la labor de la santa avilense, y donde ella misma se sintió atraída por la orden del Carmelo, hasta el punto de que más tarde, durante su estancia en Casas de Benítez, llegó ella misma a atraer la llegada de los frailes carmelitas. Para entonces, la dama catalana había alcanzado ya en toda la comarca una cierta fama de santidad, una fama que habá conseguido atraer a su cueva, donde ella seguía haciendo vida eremítica, a un grupo más o menos numeroso de mujeres, de tal manera que en el lugar se instaló en 1557 una pequeña ermita, que se convirtió en poco tiempo en un lugar de peregrinación. Por todo ello, los frailes carmelitas se decidieron a fundar un nuevo convento de la orden en las cercanías a aquella cueva, y aunque ella no llegó nunca a profesar como monja, siguió durante toda su vida viviendo en aquella cueva, haciendo vida cristiana junto al nuevo convento. Catalina de Cardona falleció el 11 de mayo de 1577, en olor a santidad, tal y como se decía por entonces, después de haber sido alabada por San Pedro de Alcántara y por la propia Santa Teresa de Jesús, siendo enterrada en la capilla de la Virgen del Carmen de su convento carmelita. Su cuerpo seguiría siendo venerado incluso después de su fallecimiento, alcanzando el título de venerable. Su festividad, como tal beata eremítica, es celebrada por la Iglesia el 12 de mayo.

Tres años después, la propia Santa Teresa acudiría a Villanueva de la Jara, no lejos de Casas de Benítez, con el fin de hacer frente a una nueva fundación de sus carmelitas descalzas, de otro de esos “palomarcicos”, de los que la santa habla en muchos de sus escritos. En efecto, en Villanueva de la Jara existía con anterioridad una ermita que estaba dedicada a Santa Ana, en la que desde unos años antes se habían congregado un grupo de mujeres, con el fin de crear allí una comunidad religiosa. Por ese motivo, el sacerdote a cuyo cargo se encontraba la ermita, y el concejo de la villa en pleno, acudieron a finales de la década de los setenta a Santa Teresa de Jesús, con el ánimo de convencerle de que la villa conquense era el lugar en el que la santa debía realizar su siguiente fundación. Y para ello, y en compañía de Ana de San Agustín, la tercera de nuestras protagonistas, viajó la santa escritora hasta allí, con el fin de inspeccionar el lugar, y ver si era conveniente para realizar allí la fundación deseada. A Santa Teresa le gustó tanto aquel sitio, que accedió a la fundación de un nuevo convento, fundación que se llevó a cabo el 21 de febrero de 1580, constituyéndose de esta forma en la decimotercera de sus fundaciones. Aquel nuevo monasterio se dedicó a la misma advocación a la que había estado dedicada la ermita originaria, Santa Ana. La santa permaneció en el convento de Villanueva de la Jara durante algún tiempo, el suficiente incluso para haber sufrido allí un accidente, que le provocó una dolorosa rotura de uno de sus brazos, accidente del que habla en alguno de sus escritos. Y a su marcha, la santa dejó a cargo del convento a la ya citada sor Ana de San Agustín.

Conviene por ello hablar ahora de esta Ana de San Agustín, una de las mayores colaboradoras de Santa Teresa en su última etapa fundacional. Nacida en 1555 en Valladolid, como Ana de Pedruja Rebolledo, ingresó en la rama descalza de las carmelitas en 1575, en el convento de Malagón (Ciudad Real), uno de los primeros que había fundado la santa de Ávila, y en él profesaría tres años más tarde, el 4 de mayo de 1578. A partir de este momento,  ella fue una estrecha colaboradora de la santa, y, tal y como hemos dicho, le acompañó en su visita a Villanueva de la Jara, y allí se quedó después de que la santa abandonara su nuevo convento poco tiempo después, con el fin de continuar con su proceso fundacional. En 1516 fue de Villanueva en compañía de algunas de sus monjas, con el fin de fundar un nuevo convento de la orden dentro de los propios límites territoriales del obispado conquense, en Valera de Abajo, esta vez bajo la advocación de San José. Sin embargo, regresó la monja vallisoletana poco tiempo después hasta su convento de Villanueva de la Jara, del que ya nunca saldría hasta su fallecimiento, acaecido en 1624, siendo enterrada a los pies de la iglesia del convento, junto al coro. Cuatro años después de su muerte se inició su proceso de beatificación, siendo proclamada como venerable en 1776 por el papa Pío V. Habiendo sido sacudida ella también durante su vida por algunas visiones de carácter místico, tanto el padre provincial de su orden, fray José de Jesús María, como más tarde el general de la orden, fray Alonso de Jesús María, le ordenaron que escribiera su biografía, de la que circularon durante su vida algunas copias manuscritas, y que fue impresa después, en 1688, por Francisco Nieto, en una edición que corrió a cargo de Alonso de San Jerónimo.

El convento de Valera de Abajo sería trasladado algún tiempo después a San Clemente, en busca de un lugar más populoso en el que las monjas se pudieran mantener mejor de las limosnas ofrecidas por sus habitantes, y haciendo realidad los deseos de Francisco de Mendoza, miembro uno de los linajes más importantes de la villa manchega, que había intentado ya en octubre de 1598, sin éxito la fundación de un convento de la orden, tal y como ordenaba en uno de los apartados de su testamento.[1] Pero mientras todo ello ocurría, Villanueva de la Jara se había convertido ya en un importante foco de atracción para la orden carmelita, y en concreto, para su rama descalza. En efecto, la existencia en la villa de un convento de monjas de la orden no debió de ser ajena al hecho de que los frailes de Casas de Benítez se decidieran a trasladarse también a esa otra villa manchega algún tiempo más tarde, en 1603. Y a ese lugar trasladaron, también, los restos de la fundadora, Catalina de Cardona, cuyo cadáver enterraron entonces en alguna de las capillas de la iglesia, la actual de la Virgen del Carmen, aunque en la actualidad se ignora en cuál de ellas fue. Y no sólo eso: también se convirtió en origen de nuevas fundaciones carmelitas, pues a la ya citada fundación del convento de Valera, del que ya hemos hablado, hay que añadir también la participación destacada de algunas monjas de Villanueva de la Jara en la fundación del convento de San José y Santa Teresa, en Valencia. En efecto, de la villa manchega salieron en 1588 un grupo de tres monjas que, dirigidas por la hermana María de los Mártires, quien en ese momento era priora del convento de la Jara, y en compañía de seis monjas más procedentes de los conventos carmelitas de Beas de Segura (Jaén), Madrid y Salamanca, se instalaron primero en unas casas cercanas a la actual parroquia de San Juan de la Cruz, entonces de San Andrés, de la ciudad del Turia, mientras se construía el nuevo convento, hoy desaparecido, muy cerca de la muralla y del Portal Nou.

Y también en la capital de la diócesis, como no podía ser de otra forma, se instalaría muy pronto un convento de la orden, bajo la advocación de San José. Fue en 1603, aunque no se trataba tampoco de una fundación nueva, sino que las monjas vinieron a la capital de la diócesis desde Huete, donde había sido fundado ya el convento en 1588, por un grupo de seis monjas que procedían de los conventos de Burgos, Malagón, Salamanca y Toledo. Ya en Cuenca, su primera priora, según Trifón Muñoz y Soliva, lo fue sor Isabel de San José, quien había profesado ya en Huete, el mismo día en el que se hizo la fundación canónica del convento. Ella era hija de Alonso Coello de Ribera y Sandoval, quien a su vez era hijo del primer conde de La Ventosa, Pedro Coello de Ribera y Zapata, y de Juana de Hinestrosa y Guzmán; un hermano suyo, también carmelita, llegaría a ser en dos ocasiones general de la orden. Y en cuanto al convento masculino,  también de la rama descalza, bajo la advocación del Santo Ángel de la Guarda, había sido fundado en 1613 por el obispo de la diócesis, Andrés Pacheco, en una isla del Júcar, aunque desde allí se trasladaron en 1708 a su emplazamiento posterior, en el caso urbano de la ciudad, por la insalubridad del lugar que presentaba ya el lugar en el que se había instalado el convento anterior.



[1] https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2016/04/la-malograda-primera-fundacion-del.html. Ignacio de la Rosa Ferrer. Historia del corregimiento de San Clemente. La malograda primera fundación del convento de carmelitas descalzas de San Clemente (1598). Consultado el 30 de enero de 2021.








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Etiquetas