En la última novela, Arturo Pérez Reverte se adentra en territorio comanche una vez más para regalarnos una novela, una más, sobre nuestra Guerra Civil de 1936-1939, aunque en realidad, por lo que vamos a ver a lo largo de esta entrada, no es sólo una novela más de cuantas se han escrito, y son muchas, sobre uno de los periodos más dolorosos de nuestra historia contemporánea. Y es que el escritor de Cartagena, antes de ser novelista, antes de ser académico de nuestra R.A.E., fue un periodista de raza, un reportero de guerra, que cubrió casi todos los conflictos bélicos que se desarrollaron en cualquier parte del mundo durante el último cuarto del siglo XX, desde el Sáhara a las Malvinas, desde Nicaragua o El Salvador hasta Sudán, Mozambique o Angola, desde Chipre y el Golfo Pérsico hasta Eritrea, o los conflictos sucesivos que llevaron a la partición, en la última década de la centuria pasada, de la vieja Yugoslavia. Sobre esta última guerra civil, que tuvo como escenario una parte del continente europeo, sobre su experiencia como reportero de guerra en Serbia, Bosnia y Croacia, escribió uno de sus primeros grandes éxitos novelescos, “Territorio comanche”, una expresión que algunos no conocen del todo, alejados de esa manera de vivir peligrosamente que tienen algunos periodistas de raza, pero que sirve para definir “el lugar donde el instinto te dice que pares el coche y des media vuelta, donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos.”
Pérez Reverte ha escrito en sus redes sociales que le
gustaría que esta última novela suya fuera criticada tanto por las derechas como
por las izquierdas, que eso demostraría que el autor ha sido ecuánime con ambos
bandos, y eso es lógico para un escritor como el de Cartagena, polemista
obstinado desde esas mismas redes y también desde algunos de sus artículos de
prensa. Pero más allá de ese enfrentamiento personal suyo contra los postulados
ideológicos y políticos, en el interior de todo escritor anida siempre el deseo
de que, sobre todo, su obra sea leída por el mayor número de público posible, y
que tanto las críticas positivas como las negativas vengan desde la
objetividad, que sean desapasionadas, que tanto las críticas como las alabanzas
se basen sólo en motivaciones puramente literarias y no meramente ideológicas.
Desde luego, si el autor sólo deseaba eso, atraer sobre
sí las críticas de los políticos y de sus seguidores, que su novela fuera
criticada atacada por los dos extremos del espectro ideológico, desde luego lo
ha conseguido. Y también, algunas críticas puramente literarias. Mar del Val ha
escrito que la obra de Pérez Reverte no es una novela, sino una crónica sobre
la Guerra Civil. Héctor González, por su parte, además de regalarle al autor
algunos ataques personales que lindan, como mínimo, con el insulto, lo tacha de
ignorante, y escribe lo siguiente: “Las visión naif de una guerra entre
hermanos que no luchaban por cuestiones políticas es una mentira histórica de
proporciones bíblicas a la que le han venido dando pábulo en las últimas
décadas quienes tenían un interés político muy claro en que los motivos de la
guerra fueran olvidados. Como el señor Pérez-Reverte es un ignorante, desconoce
este particular.”
En la entrada de la semana pasada ya decíamos que éste no
quiere ser un blog sobre crítica cinematográfica, y ahora hemos de insistir,
una vez más, que tampoco lo quiere ser de crítica literaria. Mis intereses
personales cuando leo una novela histórica son en cierto sentido diferentes a
cuando escribo sobre esas mismas novelas, y entonces mi único interés ya no
estriba en la novela como obra de arte en sí misma, sino en la historia real
que hay detrás de esa novela, y en cómo ésta se adecúa bien o mal a esa
realidad histórica. Por ello, voy a obviar las críticas literarias que ha
recibido la obra de Pérez Reverte, para centrarme sólo en el hecho de si a obra
se adecúa o no a la realidad de la Guerra Civil. Porque quizá la verdadera
ignorancia histórica se demuestra en el hecho de pensar que la ideología es lo
único que mueve el mundo, que todo, absolutamente todo, debe ser visto desde el
prisma ideológico. Claro que muchos de los que fueron a la guerra, de un bando
y de otro, lo hicieron por sus ideales, e incluso, algunos de los que lograron
sobrevivir terminaron por abjurar de aquellos ideales. Véase el caso de algunos
de los brigadistas internacionales, que sólo fueron a luchar contra la Alemania
nazi cuando se rompió el pacto que habían firmado Viacheslav Mólotov y Ulrich
von Ribbentrop; o, sobre todo, véanse algunos de los textos que escribió sobre
su experiencia uno de los brigadistas más famosos, el escritor inglés George
Orwell. Algunos de los personajes de la novela de Perez Reverte también van a
la guerra por esas mismas motivaciones políticas e ideológicas, y es
precisamente el olvido que de ello hace el crítico, lo que me hace dudar de que
éste ni siquiera haya leído el relato.
Y la ignorancia quizá sea también pensar que la Guerra
Civil española no fue una guerra entre hermanos, o que muchos otros
combatientes fueran a luchar sin saber realmente por qué luchaban. Pues claro
que la Guerra Civil fue una guerra entre hermanos. Véase, si no, el caso del
propio Franco y de su hermano Ramón. El primero, líder del bando sublevado,
hasta el punto de que a su término se convirtió en el caudillo de la nueva
España. Al otro lado, su hermano Ramón, fiel al gobierno republicano en un
primer momento, al que había servido también en los años anteriores desde la
política, a través de partidos de izquierda, como el Partido Republicano Revolucionario
o la Esquerra Republicana de Catalunya, aunque más tarde se pasara al bando
nacional por razones que nunca han sido bien explicadas; por cierto, Ricardo de
la Puente Bahamonde, primo hermano de los Franco, fue otro de del Ejército del
Aire que se mantuvo fiel al ejército republicano, lo que pagó con el
fusilamiento, firmado por el general Orgaz aunque fue el propio Franco, su
primo, quien había dado el consentimiento para la ejecución. Véase, si no, el caso de los hermanos
Machado. Uno, Antonio, al que la guerra le sorprende en Madrid, viéndose
obligado, cuando la sublevación amenaza la capital de España, a escapar primero
hacia Valencia, y a buscar más tarde el exilio en el sur de Francia, donde
murió olvidado de casi todos. El otro, Manuel, al que el conflicto le sorprende
en Burgos, donde se encontraba visitando, como hacía todos los años, a su
cuñada, que era monja de la orden de las Esclavas del Sagrado Corazón. Nadie le
molestó en la ciudad castellana, más allá de un corto periodo de tiempo que
permaneció detenido, denunciado por algunos envidiosos, a pesar de que había
sido uno de los intelectuales que habían fundado, en 1933, la Asociación de
Amigos de la Unión Soviética. Al finalizar el conflicto, el sevillano pudo reincorporarse
a su puesto de director de la Hemeroteca y del Museo Municipal de Madrid, donde
permaneció hasta su jubilación, poco tiempo después.
Puede decirse que estos dos son casos extremos, no exentos de un cierto cariz ideológico, y que además en un caso, relacionado la retaguardia y no con la lucha directa. Es cierto, y sin embargo puedo relatar otro caso que afecta directamente a mi propia familia, y por eso lo conozco en primera persona, no a través de la historia. Un hermano de mi abuelo, el más joven de todos, murió precisamente en la misma batalla del Ebro que narra Pérez Reverte en su novela. Sobre el hecho hay dos versiones contrapuestas: que se marchó voluntario a luchar contra los fascistas cuando apenas tenía diecisiete años, o que formaba parte de la tristemente famosa “quinta del biberón”, de esos biberones a los que el cartagenero retrata en una parte de su relato. Lo cierto es que nunca regresó de la batalla, que murió o desapareció en el transcurso de ésta, ahogado, por lo que es de suponer que fue una de las víctimas de las tropas nacionales, cuando éstas abrieron las esclusas de los pantanos de la cabecera del río, provocando que las aguas, desbordadas, se llevaran los cuerpos de miles de soldados republicanos . Su hermano, mi abuelo, para entonces era ya miembro de la Guardia Civil, y se encontraba destinado en Madrid, donde participó al principio de la guerra en el asalto al Cuartel de la Montaña, en el que fue capturado el general Joaquín Fanjul, y en el que fueron asesinados centenares de cadetes de la academia militar a manos de los milicianos, y muchos más habrían muerto, sin duda el propio Fanjul entre ellos, de no haber mediado la defensa de los propios guardias civiles que participaron en el asalto, quienes pusieron orden en la operación. Su situación familiar, con mi abuela embarazada de mi madre, que nacería en 1937, le permitió permanecer en la retaguardia, entre Cuenca y Madrid, durante todo el conflicto. Se diría que los dos hermanos permanecieron en el mismo bando republicano, pero lo cierto es que poco tiempo antes de que estallara la guerra, a mi abuelo le habían ofrecido un nuevo destino en Toledo, destino al que rehusó in extremis. ¿Qué hubiera sucedido si él hubiera aceptado el traslado a la ciudad del Tajo? ¿Qué papel le hubiera tocado vivir en la defensa del Alcázar?
Otra crítica que ha recibido también el escritor
cartagenero es que su novela es “demasiado bélica, muy larga y con poca
psicología individual”. Que la novela es muy larga quizá sea cierto, unas
setecientas páginas bastante comprimidas, aunque más largo debió resultar sin
duda el conflicto a los que participaron en él. Sobre los otros dos aspectos de
la crítica yo difiero. Considero que los retratos psicológicos de los
protagonistas son más complejos de lo que puede parecer a primera vista, y en
todo caso, se trata de una novela de acción más que otra cosa; pero sobre todo,
difiero en el hecho de se trata de una novela demasiado bélica. ¿Cómo no va a
ser bélica una novela, o una película, que trata de una de las batallas más
cruentas de toda la Guerra Civil? Lo contrario sería lo realmente criticable,
por alejado de la realidad narrada.
Cuando escribo sobre la Guerra Civil, me suelo preguntar
que fue lo que hizo que la victoria cayera del lado de los sublevados. La
razón, como en muchos aspectos de la vida, no es única. Una de las razones,
desde luego, fue la enorme superioridad técnica y material del bando nacional,
al que se había sumado un mayor número de militares profesionales, mientras que
el bando republicano se convertía, sobre todo, en un ejército irregular, cuyos
mandos, en muchas ocasiones, no tenían ninguna experiencia bélica previa. Así
lo expresa uno de los protagonistas de la novela: “Algunos hubo, sobre todo
suboficiales. Yo al principio anduve por Madrid con la columna Del Rosal como
asesor militar, y aquello era un desastre: albañiles, fontaneros, oficinistas,
ferroviarios, estudiantes con exceso de vida para derrochar… Valientes, pero lo
ignoraban todo. No obedecían órdenes, atacaban cantando la Internacional, caían
como moscas y salían corriendo por los montes… Al fin se comprendió que hacía
falta un ejército de verdad, y en la Escuela Antifascista de Valencia, a los
profesionales del Ejército y la Armada, de lo que antes desconfiaban, nos
dieron ascensos y mandos.”
Pero sobre todo, hay que tener en cuenta esa segunda
guerra civil interna que surgió también dentro del bando republicano, la que
enfrentó a los comunistas contra los anarquistas, los socialistas, e incluso
contra otros comunistas, heterodoxos desde el punto de vista del PCUS y de
Josef Stalin. La novela también refleja esa otra guerra civil interna, y sobre
todo el papel que en todas las unidades jugaron los comisarios políticos,
quienes estaban por encima, incluso, de los propios jefes militares de la
unidad. La novela también refleja este hecho, en ocasiones con un cierto matiz
irónico, como cuando describe la muerte de uno de esos comisarios, “como
deben morir los comisarios… de un tiro en la espalda… arengando a los hombres
en el asalto.” Y pone en boca de uno de esos comisarios una de las frases
más terribles de la novela, terrible porque demuestra hasta qué punto eso era
así: “En la 42ª División se fusila poco, Faustino. Os lo vengo diciendo y no
me hacéis caso… Se escarmienta y se fusila poco.” Y es que alguien dijo
alguna vez, quizá el propio Pérez Reverte, que ni Companys, ni Aguirre, ni
todos esos políticos que tanto alentaban desde la comodidad de sus estrados, ni
el propio Rafael Alberti, que también alentaba desde sus poemas, hicieron nunca
la guerra, la de verdad.
Para finalizar quiero hace una última reflexión sobre el
autor y sobre esta última novela. Nunca es bueno confundir, como a menudo se
hace, al autor con sus personajes, aunque en un relato de este tipo es
demasiado fácil hacerlo. Y creo que es ahí donde radica la mayor parte de las
críticas que se le hacen a la novela. Las ideas, los pensamientos, las
reflexiones, las palabras, son todas de los protagonistas de la narración, sólo
de ellos; la opinión que el autor tiene sobre la Guerra Civil, ya la ha dado en
otras obras anteriores, sobre todo en ensayos y en artículos. Por ello, las
tesis ideológicas y personales se contraponen entre sí, hasta el punto de que
el lector puede comprender a unos y a otros, al menos si no está revestido de
una ideología concreta, o no lo está tanto como para que esa ideología no le
ciegue demasiado. Ésta es, también, una de las características de toda Guerra
Civil, que si los presupuestos ideológicos, o religiosos, o nacionalistas, no
te ciegan demasiado, uno podría quedar a uno u otro lado del tablero de
ajedrez, dependiendo de las circunstancias personales, o sociales, que le haya
tocado vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario