viernes, 11 de marzo de 2022

Un taller de eboraria musulmana en Cuenca en el siglo XI

 El año 1031 de la era cristiana marca una fecha muy importante para la historia de los árabes en España. Es el año que los especialistas reconocen como final del califato omeya independiente de Córdoba y el advenimiento de las monarquías de taifas. Por supuesto, como ocurre en casi todos los hechos históricos, éste no es un acto puntual. La historia ya venía de antiguo; para entonces ya habían surgido algunos de estos reinos, tan importantes como los de Almería, Toledo o Valencia. Pero es el año 1031 cuando puede considerarse al antiguo califato como completamente desaparecido. Comienza entonces una etapa de florecimiento de la cultura hispanomusulmana en lo que hasta entonces había sido considerado como provincias. De este hecho, Cuenca no fue ajena. Políticamente, la familia de los Banu Zennun, originaria de la ciudad alcarreña de Santaver, en el solar de lo que había sido la Ercávica romanogoda, llegaría a ocupar puestos de importancia en el reino independiente de Toledo. Con el tiempo, dos de sus descendientes, Ismael y Yahya, se sentaron en el trono de la ciudad del Tajo. Y también Uclés llegó a ocupar un lugar importante en la destrucción del califato. Con anterioridad al advenimiento de las taifas, Mohamed III, uno de los últimas califas omeyas, se había refugiado en su castillo al ser depuesto del trono, y aquí murió. En Uclés también nacieron algunos personajes importantes: Abderramán ben Cid Amon, gran escritor que floreció en la época inmediatamente anterior a la que estamos tratando, durante el reinado de Almanzor: Jacob Zadique, de raza judía, fue médico y filósofo; Abdul Abbas Ahmed ben Maad se destacó posteriormente como caudillo en la defensa de Cuenca.

Con el advenimiento de los reinos de taifas, muchos sabios y escritores musulmanes, huyendo de la decadencia califal, llegaron a las cortes independientes. En ese hecho tampoco Cuenca sería una excepción. Por esta época fue cuando se fundaría la ciudad de Kunka, la actual Cuenca, alrededor del año 1000. Y poco tiempo más tarde llegó a nuestra ciudad el astrónomo al-Istichi, y aquí escribió su "Libro de las Cruces", una redacción actualizada de la astrología bajorromana. Y también llegaría a ser importante con el tiempo para la ciudad de Cuenca el taller de marfil que Mohamed ben Zeiyán estableció en nuestra ciudad. Su llegada a nuestra ciudad debe ser enmarcada en aquellas guerras civiles que pusieron fin al califato en la ciudad del Guadalquivir, y a la desfragmentación de ese califato en numerosos reinos de taifas. Uno de los más importantes de aquellos reinos fue el de Toledo, que muy pronto, como hemos dicho en anteriores entradas de este blog, caería en manos de los gobernadores de la kura o provincia de Santaberiya (Santaver, Cañaveruelas), los Dhi-l-Nun, o Ben Zennun, descendiente de una familia de origen bereber, proveniente del norte de Libia, que se había asentado en las tierras de lo que había sido la antigua Celtiberia hispanorromana, donde se establecieron como gobernadores de aquella provincia (ver, a este respecto, las entradas “Desde el Pacto de Cuenca hasta la batalla de Uclés. Una parte de nuestra historia medieval”, 15 de julio de 2021; y “Los Hawwara, desde las montañas de Libia hasta los campos de la provincia de Cuenca”, 19 de agosto de 2021).

Huido de Córdoba, donde había fundado el más destacado taller español de los que se dedicaban a la elaboración de este material. Juan Zozaya Stabel-Hansen, en su trabajo sobre “Los marfiles de Cuenca”, en el marco del curso “Cuenca, mil años de arte”, que en octubre de 1997 organizó la extinta Asociación de Amigos del Archivo Histórico Municipal de Cuenca, dice lo siguiente sobre esta tradición eboraria dentro del califato: “Dentro de las denominadas artes decorativas del mundo andalusí figuran como elementos notables los marfiles, dentro de los cuales se ha hablado de los marfiles andalusíes, aunque con más cautela Ferrandis en su clásica obra (1939-1940) habló de marfiles árabes de Occidente, de manera que el título quedó, a pesar del compromiso ideológico que implicaba, planteando ya dudas sobre sus orígenes.” Y más tarde continúa: “En el año 1939, Cott publicó su magnífica obra “Siculo-Arbic ivories”, en la cual definía el conjunto siciliano de marfiles, con lo cual Ferrandis vio como su obra quedaba mermada, merma que él mismo reconoció en el epílogo de su obra. Ello prácticamente dejaba a los marfiles hispanoárabes reducidos a un conjunto cultural encuadrado dentro de lo que yo denomino periodo omeya. Es decir, el que se sitúa entre el 711-1086, y en ella a su vez lo hace el denominado “Taller de Cuenca”, así nombrado a partir de la existencia de dos piezas espléndidas que, en sendas inscripciones laudatorias, no sólo dan la fecha, sino también el lugar de su manufactura y quien fue su autor.”

Varias piezas conservadas en el Museo Nacional de Arqueología, y también en otros museos españoles y extranjeros, son testigos de este buen hacer del taller de ben Zeiyán, tanto en la propia capital del Guadalquivir como, ya después de la caída del califato, en la ciudad del Júcar. Muchas de estas piezas fueron encargadas por los califas de la dinastía Omeya, como regalo diplomático a diferentes régulos norteafricanos, y después de la huida del Zeiyán a Cuenca, lo mismo sucederá con los propios reyes toledanos, originarios como es sabido de la provincia conquense, que de esta manera se van a convertir, ellos también en mecenas de un arte que estaba ya incorporado a la tradición musulmana desde mucho tiempo antes. A continuación vamos a describir cuáles son esas piezas, indudablemente del taller conquense porque de esta forma se afirma en las inscripciones que suelen llevar incorporadas estas piezas.

La más famosa de ellas quizá sea la Arqueta del Monasterio de Silos, que fue reali­zada en el año 1026 por encargo directo del pro­pio gobernador de Cuenca. La fecha se conoce por la inscripción que existe en una de sus pare­des, y que se conserva incompleta: "…favorable para su dueño, que Alá conserva su vida. Esto es lo que se hizo en la ciudad de Cuenca… año siete y diez y cuatrocientos[es decir, el año 417 de la hégira, que se corresponde con el año 1026 de la era cristiana. Obra de Muhammad ibn Ziyyad, su siervo, que Dios glorifique". La decoración está realizada a base de animales y escenas de cacería, a pesar de la prohibición del Corán de reflejar dichos animales en las obras de arte. Se trata, por lo tanto, de la primera pieza conocida, realizada por el citado Mohammed ven Zeiyán ya en la capital conquense, a la que debió llegar muy pocos años antes, huyendo de Córdoba, como se ha dicho, en el curso de las revueltas que traerían como consecuencia la fragmentación del califato Omeya.

El profesor Juan Zozaya, en un obra ya citada, lo describe de la siguiente manera: “Arqueta ataudada de placas de marfil sobre alma de madera. La cara anterior tiene una placa de marfil dividida en tres zonas horizontales. La superior y la inferior representan cazadores disparando su arco contra leones atacantes hacia ellos, adosados a los cuales hay otros leones que quedan rampantes. El lado derecho de cada uno de los tres paneles se inicia por un ataurique de flor de lotos, en el lado izquierdo. El panel central remata también por ataurique y su tema decorativo es de dos grupos de grifos enfrentados separados por un hom o árbol de la vida, quedando roto el espacio central por el reservado a la cerradura, que no sobrevive. En el pequeño espacio que deja en el panel central hay tres flores de loto. Debajo de ellos, en el espacio central del panel inferior se aprecia un jinete a la izquierda luchando contra un león. Muy similar es el panel posterior, con alteración de la distribución de espacios por los herrajes. El costado derecho tiene además de la inscripción en la parte superior, un primer panel dividido en tres zonas, las dos extremas de las cuales, divididas a su vez en altura, tienen escenas de leones atacando a toros, y en el centro, ocupando toda la altura del panel, un ciervo a izquierda entre atauriques. El lado izquierdo sólo conserva inscripción, estando el resto sustituido por un esmalte del taller de Silos. La parte de la tapa, incompleta, tiene paneles de vegetación, y, de nuevo, esmaltes de la mencionada escuela silense. El conjunto ebúrneo está hecho con un estilo carente de bulto, más bien plano.”

La Arqueta de e Ismail ben Al Ma'amun, llamada también Arqueta de Palencia, Arqueta de Cuenca, por la ciudad en la que fue realizada esta magnífica obra, Relicario de la Gacela, por haber sido utilizada para esta función en la catedral palentina durante algún tiempo, o Arqueta de Alfonso VIII, asociándola así con la figura del conquistador de la ciudad. Ésta fue realizada a mediados del siglo XI, tal y como se refleja en la inscripción que aparece en una de sus placas: "Fue hecho en la ciudad de Cuenca en el año 441" [de la hégira]”. Lo mandó hacer Ismail, herede­ro de Yahya, rey taifa de Toledo, el cual, como vimos, había nacido en la ciudad conquense de Santaver. Perteneciente durante mucho tiempo a la catedral de Palencia, de ahí el nombre con el que es conocida generalmente, fue donada a principios del siglo XX al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, donde hoy es todavía admirada en una de sus salas.

Se trata de una obra maravillosa, realizada en marfil, cuero y oro, sobre una base de madera, y anclajes de hierro bien conservados, con una primorosa decoración, en la más pura tradición musulmana del horror vacui, en la que diferentes figuras de animales, pájaros y gacelas principalmente, se mezclan en toda la extensión de la pieza con elementos vegetales o líneas y la propia escritura, en caracteres cúficos, que nos habla tanto de las condiciones propias de su realización, en Cuenca y por un encargo real del rey taifa de Toledo, como hemos visto, como, tal y como es tradicional en muchas obras de arte musulmanas, de la propia profesión de fe musulmana: "En el nombre de Dios clemente y misericordioso, bendición perpetua, protección cumplida,  paz continuada, suerte prolongada, beneficios renovados, gloria, prosperidad, favores continuos y esperanza de ser oído, para su propietario. Que Alá prolongue su vida.” Recogemos, a continuación, la descripción que de la obra hace Ángel Galán y Galindo, en su artículo “Los marfiles musulmanes del Museo arqueológico Nacional:

“Es otra gran arqueta, de cubierta ataudada, con muchas similitudes respecto de la existente en el Museo de Burgos, procedente del Monasterio de Santo Domingo de Silos, pero fechada 23 años más tarde… Su estructura es muy semejante, al igual que su herraje, en parte esmaltado. Conserva, además, la placa de cerradura, y un sistema equivalente de esquineras de bronce reforzadas. Salvo un pequeño roto en una placa de la cara trasera, conserva todas sus piezas de marfil, aunque no todas ellas, como veremos, corresponden a la disposición ni a la talla originales. Las bisagras, aldabón y cerradura, se han superpuesto al marfil tallado, en tanto que las esquineras parecen haberlo respetado. Los esmaltes sobre cobre, azul, verde, rojo y blanco, pueden ser, como apunta Ferrandis, una adición románica, quizás del taller silente, como en el caso de la arqueta burgalesa, o más remotamente posibles originales islámicos. Compuesta sobre una estructura de madera perfectamente conservada, es de notar la pieza del solero, que presenta una sencilla figura de taracea”.

Además de las tres importantes obras descritas anteriormente, se pueden citar algunas piezas sueltas, o placas de marfil que a lo largo de la historia han sido incorporadas artificialmente a obras que fueron realizadas con posterioridad, que han sido relacionadas por los expertos con el taller conquense de Mohammed ben-Zeiyán. Así, Galán y Galindo, en su obra ya citada, atribuye a este taller tres de las cuatro placas que conforman la llamada Arqueta de las Bienaventuranzas, procedente de la Real Colegiata de San Isidoro de León, y conservada, así mismo, en el propio Museo Arqueológico Nacional, a las que relaciona estilísticamente y cronológicamente con la ya citada Arqueta de Palencia; además, la propia inscripción que aparece en una de ellas menciona el nombre del comitente, que en este caso no es otro que propio Ismail di-l Nunn. El mismo autor, siguiendo a Kubner, también cita como una obra del taller conquense la llamada Ara de San Millán, una especie de altar portátil procedente del monasterio de San Millán de la Cogolla, y conservada también en el mismo museo. Finalmente, y aunque Juan Zozaya duda de esta atribución, Ferrandis también relaciona con este taller, una pequeña tablilla conservada en el Victoria and Albert Museum de Londres, que relaciona, otra vez, con la Arqueta de Palencia.

Por último, en la catedral de Narbona (Francia) se conserva un hermoso bote, realizado en un colmillo vaciado, decorado con flores de loto y palmetas. La pieza ha sido fechada en torno entre los años 1025 y 1050. La pieza presenta también una inscripción que, al mismo tiempo que fecha la pieza en la ciudad del Júcar, la pone en relación con el mismo rey taifa de Toledo, Isamil di-l Nun: “Bendición de Dios. Esto es lo que se hizo en la ciudad de Cuenca para la alacena de Hayib, caíd de los caídes, Ismail.”

Hemos visto como, al igual que sucedió con la cerámica, la artesanía de marfil llegó a tener una gran importancia en la Cuenca mu­sulmana. ¿Se mantuvo esta eboraria después de la conquista definitiva de los cristianos? Nada dice de ello el Fuero, por lo que debemos suponer que en realidad se trataba de un taller aislado, externo a la propia tradición de la ciudad, cuya existencia, por otra parte, no podía remontarse a mucho tiempo antes. Sin embargo, la participación en las procesiones de Semana Santa, desde el siglo XVIII, de una talla de Cristo Crucificado, realizada en marfil, de autor anónimo pero datable probablemente alrededor de la centuria del XVI, posibilita el sueño de una continuación del taller hasta tiempos cristianos. Nada tiene que ver esta obra, que por otra parte puede ponerse en relación con la tradición eboraria de los Crucificados filipinos, con el taller hispanomusulmán de ben Zeiyán, es cierto, pero esas tres piezas descritas en las líneas anteriores, y otras que quizá puedan aparecer en tiempos futuros, marcan un hilo en la historia del arte conquense olvidado durante mucho tiempo por la mayoría de los conquenses, y que debe ser puesto en valor, por todo lo que representa.


Arqueta de Palencia, del Museo Arqueológico Nacional.  En las dos imágenes anteriores, respectivamente, Arqueta de Santo Domingo de Silos y Bote de la Catedral de Narbona.

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