viernes, 25 de marzo de 2022

La Capilla del Oidor, en Alcalá de Henares

 En el centro histórico de Alcalá de Henares, la nueva ciudad surgida a partir del siglo XVI sobre las ruinas de la vieja Complutum romana, alrededor de aquella universidad que fue creada por el arzobispo de Toledo, Francisco Jiménez de Cisneros, en uno de los extremos de su plaza principal, dedicada a la figura del más universal de nuestros escritores, Miguel de Cervantes, se hallan la torre de Santa María y la Capilla del Oidor, los únicos restos que quedan de la antigua iglesia homónima. La iglesia había sido fundada como una de las parroquias de Alcalá en 1454, por mediación de otro arzobispo toledano, el conquense Alonso Carrillo de Acuña, sobre lo que antes había sido la ermita de San Juan de los Caballeros, o San Juan de Letrán. En 1974, la torre sufrió un pavoroso incendio, que estuvo a punto de destruirla completamente, como consecuencia de un castillo de fuegos artificiales mal asegurado, pero terminó por destruir completamente el resto de la iglesia. Para entonces, sin embargo, ya no existía la parroquia, trasladada su sede en el siglo XIX a lo que antes había sido la antigua capilla del Colegio Mayor de la Compañía de Jesús. De la iglesia, por ello, sólo queda en pie la propia torre, restaurada a partir de ese año, y la cercana Capilla del Oidor, reconvertida en oficina de turismo, pero visitable, y en la que se conserva, todavía, la pila en la que había sido bautizado el propio Miguel de Cervantes.

            La Capilla del Oidor es digna de ser visitada por sí misma, más allá de los vínculos que mantiene con el creador del mito más universal de la historia de la literatura, el de Don Quijote, y con el escritor que es autor del libro más leído de todo el mundo, después de la Biblia. Porque además de la propia pila en la que Cervantes fue bautizado, se expone también, en una de sus vitrinas, una copia facsimilar del libro de bautismos de la parroquia de Santa María, abierto por la página en la que podemos contemplar la propia partida bautismal del escritor. Pero también, se conserva también, in situ, la propia rejería de entrada a la capilla, labrada con el primor propio de los grandes herreros del siglo XVI, y una hermosa yesería de estilo mudéjar, pero con decoración gótica en el intradós, muy peraltado, que se encuentra también, como la reja, en el propio arco de acceso a la capilla.



            Quiero destacar aquí la vinculación que esta capilla, como el resto de la iglesia en la que ésta se encontraba, tiene con la historia de Cuenca. Por una parte, por el fundador de la iglesia, el arzobispo Alonso Carrillo, por su nacimiento en Carrascosa del campo, del que ya he hablado en otras ocasiones (a este respecto, ver “El juego de poder conquense en la corte de Enrique IV y los Reyes Católicos”, 1 de marzo de 2018; “Los nuevos linajes nobiliarios conquenses Carrillo de Albornoz y Carrillo de Acuña”, 19 de abril de 2018; y “Fernando de Acuña, virrey de Sicilia”,  22 de octubre de 2018). Pero es que el propio oidor, al que se refiere el título con el que es conocida la capilla, Pero Díaz de Toledo, también estaba vinculado personalmente con la provincia de Cuenca, como señor que era de Olmedilla, e incluso cada vez son más los expertos, y a pesar de la polémica existente todavía en este sentido, que señalan a la capital conquense como la patria de su nacimiento.

En efecto, Pero, o Pedro, Díaz de Toledo, nació alrededor del año 1410, y era primo hermano de su homónimo, de Pedro Díaz de Toledo y Ovalle, primer obispo de Málaga, con el que muchas veces ha sido confundido. Descendiente de una familia de judíos conversos, era sobrino de Fernando Díaz de Toledo, secretario y consejero del rey Juan II de Castilla, y padre, a su vez, del futuro obispo malacitano. Poco es lo que sabemos de los primeros años de vida de nuestro protagonista, pues ni siquiera es segura su adscripción natal a la ciudad del Júcar, y otras ciudades, como Sevilla, rivalizan en este sentido con la capital conquense. Sí sabemos, sin embargo, que en los años treinta de aquella centuria estudió Leyes en la Universidad de Valladolid, donde fue contratado como escritor para la corona, y que después terminó sus estudios en la Universidad de Lérida, en cuyo centro se doctoró en ambos derechos. Y quizá debido a la influencia de su tío, el relator Fernando Díaz de Toledo, ya citado, el 15 de octubre de 1440 fue nombrado Alcalde Mayor de las Alzadas, es decir, juez de apelaciones, iniciando así una importante carrera en el mundo del derecho.

Así, en 1441 fue nombrado Oidor de Audiencia, un nuevo cuerpo de jueces de las reales chancillerías, que se había creado en 1348 por el nuevo ordenamiento de las Cortes de Alcalá, y cuyos miembros actuaban como delegados del rey en la administración de justicia. Y siempre bajo el patrocinio de su tío, al menos en este momento de su carrera profesional, fue elegido por el propio monarca para la redacción de algunos textos que pudieran servir para la educación de su hijo, el futuro rey Enrique IV. Se iniciaba también, de esta forma, la relación de nuestro protagonista con el mundo de la literatura científica, que le llevaría a traducir después, entre 1442 y 1446, los Proverbios del Pseudo-Séneca, un texto que más tarde alcanzaría las cuarenta ediciones, y a mantener una relación personal con el famoso poeta Íñigo López de Mendoza, el famoso marqués de Santillana, que duraría incluso hasta el fallecimiento del marqués.

Poco tiempo más tarde fue incorporado al consejo del propio Juan II, alternando este cargo con la redacción de nuevos textos y glosas que él creía necesarios para una adecuada formación del príncipe; entre ellos, los Proverbios, que el propio marqués había escrito antes con ese mismo fin. Fue también uno de los doce doctores que actuaron en el proceso que se había suscitado contra el antiguo condestable de Castilla, el también conquense Álvaro de Luna, y que tendría como consecuencia final la ejecución de éste en la ciudad de Valladolid, en 1453. Y al año siguiente, en 1454, formó parte de la comisión que el nuevo monarca, Enrique IV, había creado con el fin de forzar la paz en la guerra contra Navarra. Sin embargo, más tarde, y por la deriva que en ese momento estaba empezando ya a caracterizar a la política castellana, siguió a la casa de Mendoza en su enfrentamiento con el monarca, llegando a participar activamente en la llamada “Farsa de Ávila”, entre los partidarios del príncipe Alfonso de Castilla.

Entre su obra literaria, además de las obras ya citadas, destaca su traducción de algunos diálogos de Platón, principalmente del “Fedón”, así como un “Diálogo y razonamiento en la muerte del marqués de Santillana”. También glosó la obra del poeta palentino Gómez Manrique, uno de los autores más destacados del prerrenacimiento español. Pero su obra más importante de todas, sin duda, es el ”Enchiridion”, cuya elaboración le llevó, prácticamente, toda su vida, y cuya dificultad es tanta que nunca ha podido ser impreso.

En los últimos años de su vida estuvo al servicio, sucesivamente, de Fernando Álvarez de Toledo, conde de Alba, quien era primo de su viejo amigo, el marqués de Santillana, y del citado arzobispo Alonso Carrillo de Acuña, quien, como hemos visto, había fundado la parroquia en la que el mismo se había reservado una de las capillas más importantes. La misma capilla en la que él mismo sería enterrado, cuando falleció en 1466, y en la que serían enterrados también su esposa, y su hijo, Francisco Díaz de Toledo, quien había heredado a la muerte del oidor el propio señorío de Olmedilla.






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