miércoles, 11 de enero de 2023

“Roma. soy yo”. Julio César y Roma en la pluma de Santiago Posteguillo

 

Hace unos días, en la reunión que, organizada por la Diputación Provincial de Cuenca, el escritor Santiago Posteguillo mantuvo con las bibliotecas de la provincia y, a través de ellas, con sus lectores, a raíz de la lectura de su última novela, “Roma soy yo”, uno de los oyentes le hizo la siguiente pregunta: “Usted, que tan bien conoce la historia de Roma, y además se ha confesado amante del cine, ¿qué opina sobre las películas que, rodadas en Hollywood, como la famosa Gladiator, están ambientadas en la república o el imperio romano, y que constituyen ese género tan concreto que ha venido a llamarse peplum?”. A lo que el escritor valenciano, muy acertadamente, respondió reconociendo la validez de la película como espectáculo visual, incluso como ficción cinematográfica, pero negando su validez como documento histórico: “Puedo entender en los guionistas determinadas licencias, sobre todo en aquellos aspectos que no son bien conocidos por los historiadores, en aras de una mayor tensión dramática, pero lo que nunca podré entender es que éste invente hechos no históricos cuando no es necesario: Cómodo, como persona, era lo suficientemente malo como para que el guion no hubiera necesitado inventar el asesinato de su padre, Marco Aurelio. Éste, como todo el mundo sabe, murió de forma natural asolado por la epidemia de peste antonina, probablemente una especie de viruela que se desató en los campamentos de los legionarios, y que asoló en muy poco tiempo a todo el imperio.”

Tanto la pregunta del oyente-lector como la respuesta de Santiago Posteguillo son una clara muestra de lo que nos vamos a encontrar en el libro. Porque “Roma soy yo”, la primera de una serie de seis entregas en la que el autor irá desgranando la vida del futuro dictador de Roma -el primer emperador de Roma, como ha sido a veces llamado, por más que en realidad el imperio no naciera hasta la época de Octavio Augusto-, como el resto de las novelas de Santiago Posteguillo,, algunas de las cuales ya he comentado en esta tribuna (ver, a este respecto, “Yo, Julia”, de Santiago Posteguillo, o cómo acercarnos a la historia a través de la novela”, 22 de diciembre de 2019), el autor sigue al pie de la letra la historia de Julio César, al menos allí donde la historia real, la que cuentan los historiadores, es lo suficientemente conocida. Y allí donde la historia no es lo suficientemente conocida, el autor nos da una teoría plausible y bastante lógica de lo que pudo haber sucedido en realidad. Porque la novela histórica, si quiere ser buena novela histórica, ya lo hemos dicho en repetidas ocasiones en otras entradas de este blog, de debe dejar de ser historia. En este sentido, existe una gran diferencia entre cómo cuentan la historia de Cómodo, Ridley Scott y John Logan, el guionista de la película, a cómo se presenta al personaje en la novela anterior de Santiago Posteguillo. En ninguna de las dos obras, ni en la película ni en la novela, el sanguinario emperador es el personaje principal, pero si la primera es sólo una recreación ficticia en beneficio del espectáculo, en la segunda se nos presenta al personaje tal y como fue en realidad.

Por ello, es interesante la nota histórica que Posteguillo incorpora al final de la novela, con una anotación aclaratoria en la que aconseja al lector que no aceda a ella hasta que no haya terminado de leer el libro. Conocer los hechos históricos tal como sucedieron en la realidad, saber por la historia si Julio César ganó o perdió el juicio contra Dolabela, puede llegar a ser un atentado contra la integridad de la trama, eso que se ha venido a definir con el término inglés spoiler. Sin embargo, nada se puede hacer para evitarlo: la novela histórica narra, aunque de otra manera, los mismos hechos que son narrados en los textos históricos o en las biografías de personajes famosos del pasado, y los conocimientos que cada uno tiene de esos hechos, de esos personajes, son diferentes en cada caso. Una cosa es eso, y otra muy diferente es intentar desentrañar la trama de una novela, o de una película, antes de tiempo.

Independientemente del grado de conocimiento histórico que cada uno tiene sobre la historia de Roma, todos hemos oído hablar alguna vez sobre Cayo Julio César, el principal protagonista de la novela. Sin embargo, ¿quién fue realmente el otro protagonista, pasivo, de la trama? ¿Qué sabemos, históricamente hablando, de Cneo Cornelio Dolabela? En realidad, muy poco, más allá de lo que hemos ido averiguando a lo largo de la novela. Sabemos, y lo podemos leer en cualquier enciclopedia sobre el tema, que fue un político romano del siglo primero antes de nuestra era; y que era hijo de un político homónimo, cónsul, que había sido asesinado hacia el año 100 junto al tribuno de la plebe, Lucio Apuleyo Saturnino, y nieto de otro personaje también homónimo, que también había sido cónsul sesenta años antes. Sabemos, también, que abrazó el partido de los optimates, los senadores más conservadores, y que se mantuvo durante mucho tiempo bajo la protección del líder de ese partido, Lucio Cornelio Sila. Sabemos, en fin, que, bajo su protección, convertido éste en dictador, fue nombrado cónsul en el año 81 a.C., y más tarde, entre el año 80 y el 77, procónsul y gobernador de Macedonia, y sabemos, o por lo menos lo intuimos, porque el juicio al que fue sometido en la basílica del foro romano fue real,  que su etapa como gobernador en el norte de Grecia fue sangrienta y dominada por la corrupción. Sin embargo, no debemos confundirlo con otro miembro de la familia, Publio Cornelio Dolabela, quien fue considerado, según la historia, “el más libertino de su tiempo, y en su juventud fue culpable de muchas ofensas, que lo pusieron en peligro y por las que Cicerón tuvo que salir más de una vez en su defensa”. Lo podemos leer en la Wikipedia, que nos dice también que se había casado con Tulia, la hija del propio Cicerón, con el fin de evitar que éste, el mejor abogado de la época, pudiera defender a Apio Claudio cuando éste fue acusado por el propio Dolabela de violar los derechos del pueblo, y a pesar de que ni siquiera había repudiado aún a su anterior esposa, Fabia. Un curioso persona este Dolabela, como su pariente, el que aparece relatado en la novela, como otros muchos políticos de la Roma de entonces, que no dudo en cambiarse de bando en la guerra civil que enfrentó a César y a Pompeyo, abandonando a sus antiguos aliados, los optimates, para aliarse con el propio Julio César poco antes de la batalla de Farsalia.

El juicio de Dolabela es histórico, aunque de él poco se sabe, más allá de que el reo fue declarado inocente. La pérdida de las actas oficiales, si es que en realidad algún día las hubo, faculta al autor a recrearlo tal y como pudo haber sido en realidad. Y para el autor es, además, una excusa. Una excusa para que pueda narrarnos el clima político existente en Roma durante el primer cuarto del siglo primero antes de nuestra era. Una excusa, también para el lector, para poder conocer las guerras civiles que enfrentaron, desde unos años antes, a los senadores optimates, defensores de las clases privilegiadas, con los senadores populares, defensores de las clases bajas de la población, y de un cambio que permitiera extender la ciudadanía a los socci, el resto de los pueblos del centro de Italia. La guerra entre Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila, defensores respectivos de un partido y otro. Las guerras entre Quinto Sertorio y Quinto Cecilio Metelo, sus respectivos lugartenientes, convertidos más tarde en los líderes principales de una guerra civil que llevarían hasta tierras de Hispania, y que va a preparar, después, la guerra civil que enfrentará a los líderes del Primer Triunvirato, los optimates Cneo Pompeyo y Marco Licinio Craso y el propio Julio César. Una guerra que, sin duda, sed verá reflejada en las próximas entregas de la serie.

Pero es, sobre todo, una excusa para acercarnos a Julio César en los primeros años de su vida, aquellos en los que la historiografía es más parca en datos certeros y conocidos. Y para acercarnos, también, a sus familiares más íntimos. Sobre todo las mujeres, que desde luego forjaron su carácter desde aquellos primeros años: Aurelia, su madre; su hermanas, las dos llamadas Julia, como él; su esposa, Cornelia, la hija de otro de los jefes del partido popular, Lucio Cornelio Cinna. Y sobre todo, más allá de las mujeres, su tío, Cayo Mario -realmente, el esposo de su tía Julia, no podía llamarse de otra forma, perteneciendo a la familia que pertenecía-.

César sabe que en el juicio no sólo se juega su prestigio como abogado, sino también la propia vida: “El reus, por su parte, como si el asunto no fuera con él, como si nada de lo que estaba pasando allí led afectara lo más mínimo, se estudiaba las uñas. Había tomado ya la decisión de dar muerte a César lo antes posible, nada más terminara aquella farsa, pues eso era para él aquel juicio, y eso había conseguido que, por fin,  se pudiera sentar relajado en aquel asiento frente al tribunal de cincuenta y dos jueces que tenían que exonerarlo o condenarlo No hay nada como tomar una determinación clara para encontrar el sosiego. Y a él, decidir sobre la vida y la muerte de aquellos que osaban enfrentársele lo calmaba. En particular, cuando decidía sobre cómo y cuándo sería la muerte de ese enemigo. La nota que había hecho llegar a Pompeyo no era una petición de permiso para ver si se le permitía ejecutar a César en cuanto terminara el juicio. Era sólo una cortesía para con Pompeyo, el emergente joven líder de los optimates, por parte del más veterano de los conservadores. Hacía ya mucho, desde la muerte de Sila, que Dolabela no pedía a nadie permiso para nada.”

Lo importante de la novela no es el desenlace del juicio, si César ganó el juicio contra Dolabela o éste salió exonerado de todos los delitos, en un juicio, se irá viendo a lo largo de la novela, que estaba amañado desde el principio: Por nobleza de espíritu -dice el propio César- me refiero a luchar por la justicia. Pero justicia para todos por igual: poderosos y no poderosos, romanos y no romanos, sujetos a las leyes de Roma. Para mí, Dolabela representa todo lo que va en contra de esa nobleza.: se trata de un senador que, siendo gobernador de esta provincia, utilizó su poder para extorsionar, robar y hasta violar a una mujer, sin importarlo lo más mínimo el alcance de sus crímenes, movido sólo por su ansia de poder, riqueza y placer personal. Yo creo en una Roma justa. Justa con todos. Y si para ello he de enfrentarme a senadores corruptos como Dolabela, ni me tiembla el pulso ni me amilano por la dificultad de la empresa.”

Y es que Julio César, desde su mismo nacimiento, desde que su madre le confiesa que es descendiente de Eneas, y por lo tanto también de los propios fundadores de la nueva civilización romana, e incluso de los propios dioses, sabe que tiene una misión que cumplir. Lo dice en el juicio, en una frase que es consustancial a la propia novela: “En este juicio no se juzga sólo a Dolabela y sus crímenes, como he dicho. En este juicio se juzga mucho más. Y yo no soy sólo el abogado de los macedonios. Soy el abogado de Roma. Los abogados de su defensa han intentado hacernos creer que Dolabela es Roma, pero no es así. En este juicio, Roma no es Dolabela. Romo no sois vosotros, jueces. Roma y el pueblo de Roma están representados en mí. Y es que hoy, aquí y ahora, Roma soy yo.”

En la novela se empieza a vislumbrar el juicio de César en la política, pero también como estratega, a quien no le tiembla la mano al tener que sacrificar a más de quinientos legionarios si con ello logra hacer que el enemigo de muerte a su cruel enemigo, al convertir la trampa que Sila le tiende en Mitilene en una gran victoria. Poco es lo que se sabe de la toma de Mitilene, más allá de que César logró una de las principales recompensas militares para los romanos: la corona cívica. Pero Sila ya sabe de lo que va a ser capaz el futuro dictador, y así se lo advierte al resto de líderes optimates: “Sea, concederé el perdón a ese maldito Julo César. Sin embargo, mi único motivo para tomar esta decisión es que no hagamos más el ridículo, pues, y en esto Cneo Dolabela tiene razón, cada día que pasa y que nuestros ciento veinte mil legionarios son incapaces de arrestarlo, quedamos en evidencia. No quiero contribuir a engrandecer su figura, a crear una leyenda de alguien que, ciertamente, por el momento, no es nadie. Ni ha intervenido en ninguna causa pública de renombre ni ha participado en acción bélica alguna, eso es verdad, pero ambos os equivocáis. Todos se equivocan con respecto a ese al que todos consideran insignificante. Porque si no muere joven, crecerá y se hará fuerte, y entonces todos correremos un gran riesgo. Pero yo soy perro viejo. Seréis vosotros, tú Dolabela, o tú, Pompeyo, los que os las tendréis que ver con ese de quien tanto os reis ahora. Ya no será entonces de mi incumbencia. Mi rabia, mis entrañas, me piden seguir la caza, pero la razón me dice que el perdón, a corto y medio plazo, me dará sosiego en los últimos años de mi vida, pues así cortaré de raíz, por un tiempo, la leyenda de que ese César es irreductible. Contra las leyendas es imposible luchar. Hay que actuar siempre para evitar que el enemigo tenga leyendas en las que creer, en las que encontrar esperanza. Sin leyendas no hay esperanza, y sin esperanza, entonces sí, el enemigo está, por fin, completamente derrotado. Por eso, perdonaré a César aquí y ahora, pero recordad bien mis palabras: ¿por qué no deberíais despreciar a ese joven Julio César?”

No, no importa realmente si César ganó el juicio contra Dolabela, o lo perdió; porque el verdadero reo en este juicio es la propia justicia romana. Así se lo hace saber el propio César a su tío Aurelio Cota, enemigo suyo en el mismo como defensor que ha sido de Dolabela: “La injusticia continuada, tío, suele generar reacciones violentas. Y Dolabela y los senadores optimates con los que últimamente tan a gusto te encuentras, llevan de3cenios promoviendo una perenne in justicia en el reparto de tierras, riquezas y derechos. Hace unos años, los itálicos se rebelaron contra Roma para conseguir la ciudadanía y otras reivindicaciones justas. Ahora los provinciales ejecutan a senadores romanos ignominiosos en nuestras calles, porque nosotros no administramos justicia de verdad. Pero te acepto que esto es malo: la autoridad de Roma se menoscaba. Pronto todo será ingobernable. Hay que hacer cambios, transformaciones profundas, empezando por la erradicación absoluta de la corrupción. De eso iba este juicio, tío. Y no lo veis ni tú ni tus amigos. Roma cabalga hacia una confrontación civil a gran escala si no reorganizamos la distribución de derechos y obligaciones.”

Y después su madre, Aurelia, le dice también a su cuñado, cuando éste le advierte del peligro que César corre por su oposición a los líderes optimates, que no dudarán en ordenar su asesinato a la menor oportunidad que tengan para hacerlo: “Es posible, pero tal vez, para cuando lo hagan, si es que lo consiguen, él ya habrá cambiado todo,. Como bien ha dicho mi hijo, esto es sólo el principio. Él va a cambiar el mundo. Y ni tú ni todos los senadores de Roma llegaréis a tiempo de detenerlo. Mi hijo desciende directamente de Julo, del hijo de Eneas, es sangre de la sangre de Venus y Marte. Y ruego a Venus y a Marte que lo protejan y que lo guíen tanto en la paz como en la guerra. Porque va a vivir guerras, eso lo sé. Ese es su destino.” ¿No son estas, realmente, palabras oraculares de lo que va a pasar al final de todo, en los idus de marzo del año 44 a.C.? Desde luego, pero para que llegue ese día se cumplirán muchas guerras, contra los galos, contra los partos y los dacios, contra los optimates, y entre ellos, y por encima de todos, contra aquél que fue el juez corrupto en el juicio de Dolabela, Cneo Pompeyo. Lo veremos en las próximas entregas de la serie.

Por todo ello, se nos abre una interrogante para las próximas entregas de la serie: ¿Cómo serán las nuevas alianzas futuras, de cara, sobre todo, a la creación del llamado Primer Triunvirato, que unirán temporalmente a los líderes de los dos partidos, el propio Julio César por los populares, y los dos líderes del partido de los optimates, Craso y Pompeyo? Para los que sabemos algo de historia, de alguna forma lo intuimos. Los que desconocen lo que sucedió en realidad en los años siguientes de la vida de César no se deben perder las próximas novelas de Santiago Posteguillo, pero también los que sí conocen la historia, tienen la oportunidad de llegar a ella de una manera diferente, divertida. Porque en ello, en el puro entretenimiento, que no tiene por qué estar en contradicción con la historia, es donde radica la importancia de la novela histórica. Y Posteguillo es, en este momento, uno de los mejores especialistas del género que tenemos en España.      


                                               

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