jueves, 13 de julio de 2023

Gerónimo Venero y Leyva: de Abad de la Sey a obispo de Monreale, en Sicilia

 

En alguna ocasión anterior ya he tratado en este blog algunas figuras de la Iglesia, hoy totalmente olvidadas por la generalidad de la opinión pública, que en algún momento salieron de los límites de nuestra diócesis para ocupar puestos de relevancia, cátedras episcopales sobre todo, en otras iglesias locales (ver, a este respecto, “Cinco obispos conquenses del siglo XIX”, 10 de enero de 2018); y “De la hoz del Huécar al Mar Caribe: Custodio Díaz Merino, obispo de Cartagena de Indias”, 15 de abril del 2021). En esta ocasión, vamos a acercar la figura de otro conquense -enconquensado, en este caso, pues realmente había nacido en las tierras del viejo reino de Castilla, aunque buena parte de su carrera eclesiástica la había hecho en nuestra ciudad, como miembro del cabildo diocesano, desde su cargo como Abad de la Sey-, que desde nuestra ciudad sería enviado para ocupar la cátedra de la sede italiana de Monreale, cerca de Palermo (Sicilia): Gerónimo Venero y Leyva. Se trata, como hemos dicho, de un personaje completamente desconocido en nuestra ciudad, más allá de las investigaciones realizadas sobre sendas fundaciones que el religioso había realizado en nuestra ciudad, llevadas a cabo, respectivamente, por Martín Muelas Herráiz y Pedro Miguel Ibáñez Martínez: el colegio de los Niños de la Doctrina, muy vinculado a la fundación del corral de comedias, muy cerca de la vieja parroquia de San Esteban, y el convento de franciscanos descalzos. Sobre el primero, ya he tratado también el asunto en este mismo lugar, hace algún tiempo (ver “Una historia del teatro conquense”, 26 de noviembre de 2016). Sobre el segundo, que forma parte del tercer volumen del autor sobre la Cuenca barroca, prometo hacerlo en las próximas semanas.          

      Nuestro personaje había nacido en Valladolid en 1661, en el seno de una familia de honda raigambre nobiliaria.  de honda raigambre nobiliaria. Su padre, Andrés de Venero y Leyva, oriundo del lugar de Celadilla de Sotobrin, en la provincia de Burgos, había sido miembro del Consejo de Indias; desde luego, no puede decirse que éste no fuera experto en temas indianos, como capitán general que había sido del reino de Nueva Granada durante el reinado de Felipe II, presidente de la audiencia de Santa Fe, y fundador, en 1572, de la ciudad colombiana de Villa de Leyva. Por su parte, su madre, María de Hondegardo, pertenecía también a una familia nobiliaria en la ciudad del Pisuerga, propietaria, ya desde los años iniciales de la centuria, de una de las más importantes capillas, la de Santa Catalina, del monasterio de San Francisco, de aquella ciudad, desaparecido a raíz de la desamortización, y en la que el propio Gerónimo decidiría enterrarse, muchos años después.

A la Iglesia se dedicaron también otros hijos del matrimonio: Carlos, que fue canónigo de Toledo, y sería el que administrara los bienes que su hermano había dejado en la ciudad del Júcar, después de su nombramiento como obispo de Monreale; y Pedro, religioso dominico, que había sido colegial en el colegio de Santo Tomás, en salamanca, y en cuyo convento de Santo Tomás permaneció durante un tiempo, hasta su nombramiento, en 1603, como consultor del tribunal de la Inquisición de Logroño. Fue, también, calificador del tribunal en Madrid. Por su parte, su hermana, Juana Venero, fue la esposa de Juan de Velázquez, señor de la villa vallisoletana de Villavaquerín.

Y por lo que respecta a sus abuelos paternos, Pedro Díaz de Venero y María Sanz de Horna, estos eran oriundos, respectivamente, de Castillo, en el término municipal de Arnuero (Cantabria), y la propia Celadilla de Sotobrin. Su hermano, Diego de Leyva, fue regidor de Valladolid, Pero el miembro más destacado de la familia de nuestro protagonista lo había sido, sin duda, Antonio de Leyva, príncipe de Ascoli, primer marqués de Stela y primer conde de Monza, quien había nacido en la villa homónima, en la provincia de La Rioja, en 1480. Este militar se había iniciado en la carrera de las armas en la guerra de las Alpujarras, contra los mudéjares, y más tarde, destacó al servicio del emperador Carlos V en las guerras italianas, Fue gobernador de Pavía en los años del asedio de las tropas francesas de Francisco I, entre octubre de 1524 y febrero de 1525, y gobernador de Milán, a partir de 1535, tras la muerte del último duque, Francisco II Sforza. También luchó contra los turcos, tanto en Viena como en el norte de África, y falleció de gota, durante la campaña de Provenza, en la ciudad francesa de Aix-en-Provence, en 1536.

Comenzó su carrera eclesiástica en 1572, recibiendo su primera tonsura de manos de Bernardo de Fresneda, quien había sido obispo de Cuenca hasta el año anterior, y que en aquel momento debía compatibilizar sus cargos como obispo de Córdoba, comisario de Cruzada y confesor de Felipe II. En los años siguientes se licenció en Derecho Canónico en la universidad de Alcalá de Henares, logrando después el doctorado en la de Sigüenza.  Fue poco tiempo después cuando sed produjo su llegada a la diócesis conquense, primero como consultor del tribunal del Santo Oficio, cargó que ocupó durante doce años, y más tarde, como sabemos, como Abad de la Sey. Y donde fue también clérigo de cámara del prelado, que en ese momento lo era Diego de Covarrubias y Leyva.

            En 1612, tal y como afirma Martín Muelas, fundó en la ciudad del Júcar el Colegio de San Gerónimo, de los Niños de la Doctrina, al estilo de lo que ya se venía haciendo en otras ciudades de España desde algún tiempo antes. Y poco tiempo después, en la década siguiente, el mismo personaje vinculó administrativa y económicamente a su colegio la existencia del teatro, auténtico corral de comedias,  El propio Martín Muelas, en el estudio ya citado, y en pie de página, resume los aspectos más destacados de la personalidad y cultura de nuestro protagonista:

“Completando los datos que aportábamos antes, sorprende comprobar como este personaje ha desaparecido por completo de la memoria histórica escrita de la ciudad de Cuenca y la referencia hacia su persona y obra no encuentra ningún reflejo público, ni siquiera en el Monasterio de Descalzos que él fundó y que fue expoliado en la Desamortización; por supuesto que tampoco encontraremos vestigios suyos en ésta que fue su fundación estrella, pues ya hemos dichos que desapareció por completo en el siglo XVIII. De su talla intelectual poco es también lo que conocemos, ya que, en los repertorios bibliográficos, amén del Becerro que mandó elaborar, sólo tenemos noticia del libro publicado en Venecia en 1659, y que es una compilación a modo de cuestionario de la doctrina emanada de Trento. En su ciudad natal, Valladolid, la familia ha gozado a lo largo de los siglos de algún trato de consideración, que en la actualidad tiene su testimonio más destacado en la Capilla de San José de la Catedral, donde se conservan varias estatuas orantes, incluido la de don Gerónimo, en cuya leyenda se recogen los datos más destacados que aquí venimos glosando.”

En efecto, no había sido ésta la primera fundación que Gerónimo de Venero había realizado en Cuenca. En efecto, ya en 1608 nuestro protagonista había fundado, o refundado, como después vamos a ver, el convento de franciscanos descalzos, a extramuros de la ciudad de Cuenca, en un hermoso lugar colgado de los abruptos escarpes que sobrevuelan sobre la hoz del Júcar. En efecto, la primera fundación se había realizado un tiempo antes, hacia 1570, Marco de Parada, quien también era miembro del cabildo catedralicio como arcediano de Alarcón, sobre una casa de recreo que el eclesiástico de Huete poseía, y que, con anterioridad, había convertido en una ménagerie, uno de esos zoológicos que durante el Renacimiento habían puesto de moda algunos refinados nobles. En este sentido, son interesantes las palabras con las que Pedro Miguel Ibáñez describe el lugar en los años previos a su conversión en convento:

“El pasaje que alude a los animales que don Marco de Parada tiene en su casa de San Bartolomé es particularmente interesante. Hay un punto de crítica soterrada del regidor Muñoz a una situación que probablemente no entendía y que3 consideraba excéntrica. El arcediano cría animales como ciervos, corzos y osos, y tiene jaulas de pájaros que cabe interpretar como receptáculos de buen tamaño con aves exóticas o rapaces, las que no pueden estar sueltas como sí lo están esas otras aves y pavos que parece que aprovechaban los residuos comestibles del vertedero. Don Marco queda retratado como un personaje refinado en su villa suburbana, a tono con los usos de la aristocracia renacentista. Lo que Miguel Muñoz está describiendo es una ménagerie o casa de fieras, con animales salvajes en cautividad, que tiene su origen en las cortes medievales y que se difunde, durante el Renacimiento, entre los ricos patricios y los clérigos cultos y asimismo adinerados. Situadas estas ménageries con sus jaulas en los jardines de los palacios y villas de recreo, constituían un modo de acreditar un estatus económico y un rasgo de diferenciación social. Imaginamos, por ejemplo, los comentarios de asombro y curiosidad que los osos del arcediano generarían entre los conquenses. Los osos son habituales en las más famosas ménageries de la Edad Media y la Edad Moderna, desde la del emperador Carlomagno a la del palacio de Versalles, pasando por la de los monarcas ingleses en la Torre de Londres o la de los Medici en Florencia.”

Como no podía ser de otra forma, las tensiones entre los herederos de Marco de Parada y el propio Gerónimo Venero, durante los primeros años de la fundación de éste último, quien, además de su cargo como Abad de la Sey, era poseedor del hábito de Santiago.

En 1619, Gerónimo de Venero fue recomendado por Felipe III para dirigir el arzobispado de Monreale, en Sicilia, vacante desde el fallecimiento, dos años antes, de su anterior propietario, el religioso franciscano Arcángel Gualtieri. siendo aceptado el nombramiento por el papa, Paulo V, el 17 de febrero de 1620. El origen de la diócesis siciliana, situada su catedral a las afueras de la ciudad de Palermo, sobre el monte que domina el conjunto de la ciudad, y que, pro otra parte, cuenta también con su propia diócesis, se remonta a finales del siglo XII, cuando Lucio III elevó a rango de diócesis la abadía de Santa María Nueva de Monreale, a solicitud de su último abad, Giuglielmo, terminando con las continuas rivalidades existentes entre éste y el propio obispo de Palermo. Y en los años siguientes, el proceso de creación de la provincia diocesana de Monreale concluiría con su elevación a archidiócesis, siéndoles asociadas, como sufragáneas, las diócesis de Catania y Siracusa.

En una página web italiana, a modo de diccionario histórico, podemos leer lo siguiente sobre su etapa como arzobispo de Monreale: “Su figura es ampliamente recordada en la historiografía de Monreale, y de la iglesia siciliana, en numerosas obras y ensayos en los que se le recuerda como gran urbanista, intelectual, destacado teólogo, digno filántropo. Durante su gobierno se produjo la Contrarreforma romana que abrazó la vertiente inquisitorial y represiva, eclipsando la dirigida a la educación religiosa popular y más evangélica, y sus consecuencias formales: identificación del pecado, del infractor y su condena, todo ello encubierto de formas filantrópicas y populistas. actitudes, trasladando el centro de gravedad a la fase represiva de la transgresión de las Leyes y de los Sagrados Cánones, adoptando penas extremadamente severas para los infractores y sospechosos. Como excelente canonista, anunció y celebró un nuevo sínodo en 1622 centrado enteramente en la Fe, la Observancia, la Disciplina y el Culto. Aunque dejó las filas de la Inquisición en España poco antes de llegar a Monreale, Venero siempre fue inquisidor y el gobierno de su feudo no podía dejar de reflejar este íntimo modus operandi suyo.”

Y más tarde, sobre su principal obra, De examen episcoporum opera, escrita en once volúmenes, podemos leer lo siguiente: “En el texto, en forma de pregunta y respuesta, se explican principios doctrinales precisos, siempre apoyados en las fuentes canónicas del estatuto, y otras tantas normas precisas sobre las correctas conductas y formas de actuar ante las más diversas ocasiones que pudieran presentarse. inducir al súbdito ya los fieles al error. Se trata del amplio fenómeno del pecado y la herejía: los tipos de delitos a denunciar, a quién denunciar, cuántas veces, qué es la inquisición (como metodología de investigación de la herejía). Expone los diversos casos de posesión diabólica, cómo reconocer sus manifestaciones, quiénes son los sujetos que pueden incurrir en ella. Para ello, argumenta que las propiedades intrínsecas de la poesía, las hierbas medicinales y la música conducen al hombre a la vanagloria y la codicia, allanando el camino al diablo y su posesión. El fuego, liberador de la posesión, erradica al Diablo y por él es posible la operación de liberación de los poseídos. Para los judíos prescribe que usen un sombrero negro para distinguirse de los cristianos; que no tienen siervos cristianos; que no trabajan en días festivos; que en Parasceve cierran sus casas y no salen de casa. Citando a Gregorio XIII, prescribe que los cristianos no deben jugar ningún tipo de juego con los judíos; que no coman panes sin levadura ni animales estrangulados; que no se sirvan de sus médicos ni construyan sinagogas y, en general, que no tengan relación de familiaridad o amistad con ellos.”

En 1624 se extendió sobre Palermo una gran epidemia de peste. La actuación del prelado en estos momentos desoladores fue muy importante para contener el contagio. Sin embargo, los documentos de archivo también nos indican otros aspectos, menos positivos, de su prelatura: “Recuerdan su período de gobierno marcado por un férreo control sobre la población y el 'establecimiento de un clima de sospecha y denuncia, con un flujo de información que, desde el barrio más cercano, a través del párroco del barrio, llegaba a la corte del obispo diocesano. Reorganizó todo el clero diocesano, estableciendo un Colegiado de veinticuatro párrocos seculares para anular la influencia del poderoso capítulo benedictino que reinaba desde 1172, centralizando la devoción religiosa y las donaciones del vasto estado feudal de Monreale.”

Fallecido en 1628, sus restos fueron trasladados a España. Si hacemos caso de las estipulaciones para la fundación, o la refundación, de su convento de franciscanos descalzos en Cuenca, él mismo había dejado escrito que, cuando este hecho se produjera, debía ser enterrado en dicho convento, y todavía existen en el edificio, convertido, como es sabido, en casas particulares desde su desamortización, en el siglo XIX, en el lado del Evangelio de su capilla mayor, el que parece ser su sepulcro monumental. El propio Antonio Ponz, durante su estancia en Cuenca a finales del siglo XVIII, una inscripción que así lo demostraba. Sin embargo, y así lo recogen también tanto Martín Muelas como Pedro Miguel Ibáñez, se trata, en todo caso, de un sepulcro vacío, pues el eclesiástico fue finalmente enterrado en su capilla familiar del convento de San Francisco de Valladolid, que había sido re3edificada a partir de 1613 por su hermano Carlos. Y una vez destruido el convento, también durante el proceso desamortizador de la centuria decimonónica, por decisión del cabildo diocesano, los sepulcros de los Venero y Leyva fueron traslados a la capilla de San José, de la propia catedral vallisoletana, lo que demuestra la importancia que la familia había tenido para la historia de la ciudad del Pucela. Entre ellos destacan los bultos orantes de los padres de nuestro protagonista, que han sido atribuidos Francisco del Rincón, que algunos críticos sitúan como profesor del afamado escultor Gregorio Fernández.

Catedral de Monreale, en Sicilia


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