miércoles, 26 de julio de 2023

“La violinista roja”: una historia diferente del comunismo soviético

 

En alguna ocasión anterior ( ver “Inés del alma mía”, tres maneras diferentes de enfrentarse a una misma realidad histórica; 20 de octubre de 2020) ya he citado la definición que uno de los grandes especialistas europeos de novela histórica, Valerio Massimo Manfredi -arqueólogo y profesor universitario, además-, hace de la novela histórica, y, sobre todo, de lo que diferencia a ésta del ensayo histórico: “La historia tiene que comunicar hechos, por eso tiene la obligación de demostrar lo que dice, es lo que se llama en inglés the burden of truth, la carga de la verdad, como en los tribunales. Por eso un libro de historia tiene tantas notas a pie de página y una enorme bibliografía al final, tiene que probar todo lo que dice. Nosotros necesitamos saber lo que pasó. Si no sabemos lo que pasó no podemos saber lo que pasará. Al mismo tiempo necesitamos emociones, una vida sin emociones no es nada, es terrible, lo mismo cada día, un mar sin olas, un desastre. Todo lo que nos ha emocionado no lo olvidamos, puede ser un amor, el sonido de un violín en una noche de verano, las emociones dan sentido a nuestra vida”. Es decir, en la novela histórica, al contrario que en el ensayo, no es necesaria la carga de la prueba, lo que no quiere decir que los hechos narrados no tengan que ser reales, históricos. No existe, pues, diferencias importantes entre la novela histórica y el resto de los géneros novelísticos, más allá del hecho de que en la narración prima más la historicidad que la pura inventiva, la imaginación del escritor. No se trata de que todos los hechos, hasta los más insignificantes, sean hechos históricos, pero sí que estos, cuando no son conocidos suficientemente bien por la historia, bien pudieron haber sido reales.        

Desde este punto de vista, ¿dónde radica la historicidad de la última novela de Reyes Monforte, “La violinista roja”? Antes de hablar de ello, debemos tomar conciencia de quien es la protagonista de la novela, una casi desconocida -sobre todo en España, porque en la Unión Soviética fue una auténtica celebridad- espía comunista de origen español, cuya vida abarca un gran arco temporal, desde la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, hasta la Guerra Fría y los años inmediatos a la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. Para comprender a nuestra protagonista, que llegó a alcanzar el grado de coronel en el ejército soviético, basta recoger aquí la descripción que de ella se hace en la contraportada del libro: “Captada por los servicios secretos de Stalin en Barcelona durante la guerra civil española, formó parte del operativo para asesinar a Trotski en México, luchó contra los nazis ejerciendo de radioperadora -violinista- en Ucrania, protagonizó la trampa de miel más fructífera del KGB al casarse con el escritor anticomunista Felisberto Hernández y crear la mayor red de agentes soviéticos en Sudamérica, dejó su impronta en el espionaje nuclear, en bahía de Cochinos y se relacionó con Frida Kahlo, Diego Rivera o Ernest Hemingway, entre otros. Una vida llena de peligro, misterio, glamour y numerosas identidades secretas bajo un mismo alias: Patria. Ni siquiera la relación personal con el asesino de Trotski, Ramón Mercader, la separó de sus objetivos. Pero, ¿qué precio tuvo que pagar por su lealtad a la URSS y a ella misma”?

            Dicho esto, la historicidad de la novela se puede comprobar si hacemos un repaso a la abundante bibliografía que aparece al final de la novela, una bibliografía que, como hemos dicho, no es usual en la novela histórica, y sí es obligado en ensayos y monografías; una bibliografía en la que, incluso, tienen cabida documentos procedentes de archivo. Y de la misma forma, también se puede apreciar en algunos detalles y personajes secundarios, todos ellos reales, como es el caso de Alfonso Laurencic, un dibujante y músico de origen yugoslavo de origen francés, que fue uno de los “decoradores”, si se puede realmente utilizar esta palabra, de algunas de las checas barcelonesas -verdaderas fábricas de la tortura más despiadada-, que se fueron extendido por la ciudad de Barcelona durante la Guerra Civil.

            Sin embargo, es cierto que se trata de una novela, y, como tal novela, algunos pasajes de la misma parecen inventados. Se trata, sobre todo, de pasajes relativos a los primeros años de la vida de nuestra protagonista, unos años menos conocidos que los relativos a sus tiempos como espía al servicio de la Unión Soviética, desde su actividad en la Revolución asturiana de 1934 y durante la Guerra Civil, hasta su actividad como agente en los años de la Guerra Fría, y pasando, como no podía ser de otra forma, por sus servicios como “violinista” en los campos ucranianos. No obstante, y como ya he dicho, en ocasiones anteriores una de las facetas mas complicadas de todo novelista, al enfrentarse a este género, uno de los más difíciles de llevar a la práctica, es éste: recrear los pasajes que son conocidos por la historia, de manera que estos, si bien no pasaron de la manera en la que el autor nos los describe, bien pudieron haber sucedido así.

            En resumen, África de las Heras es una mujer de su tiempo, una heroína de la revolución. Pero la historia, lejos de ser una historia de buenos y malos, de acuerdo al concepto que se nos quiere dar desde la vieja Ley de Memoria Histórica, de José Luis Rodríguez Zapatero, y más aún, desde la nueva Ley de Memoria Democrática, es, realmente, una historia que refleja todas las contradicciones que conformaron tanto la Segunda República como la propia Guerra Civil. Es una historia en la que los dos bandos demostraron toda la crueldad humana, que es inherente a cualquier guerra, pero, sobre todo, cuando se trata de una guerra civil.

            Todas esas contradicciones se reflejan en abundantes pasajes de la novela, y ejemplo de ello es el asunto relativo a la venta al oro de Moscú, y su entrega, como pago por toda la ayuda que el gobierno republicano recibió durante la guerra, por parte de la Unión Soviética, un asunto que tantas veces ha sido negado por la izquierda española, aunque la historia, como en tantas otras cosas, ha demostrado su veracidad: quinientas toneladas de oro, valoradas en más de quinientos millones de pesetas -de los del año 1936, que habían salido del puerto de Cartagena, con rumbo a Moscú, en cuatro buques mercantes, según la información que el propio Aleksandr Orlov, antiguo líder del espionaje soviético en la España de la Guerra Civil, y como tal y uno de los que reclutaron a África de las Heras, remitió ca Stalin y al PCUS, el Partido Comunista de la Unión Soviética, como seguro de vida y garantía de que el partido no tomaría represalias ni contra él ni contra su familia, una vez que éste había decidido desertar y huir hacia los Estados Unidos.

            Hay otros ejemplos de esas contradicciones. Así, la comisión que trata de juzgar la culpabilidad o la inocencia de Trotski, y que refleja también el enfrentamiento entre dos maneras diferentes de ver la revolución, la guerra civil interna entre es estalinismo y el comunismo menos radical de Trotski, representado, en lo que a la política interna se refiere, entre el PCE, el Partido Comunista de España, y el POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista de Andreu Nin, que tanto desarrollo tuvo en la Barcelona de la época. Una guerra civil dentro de la Guerra Civil, por conseguir la dirección del comunismo español, y que tanta importancia tendría para la victoria definitiva del bando nacional.

            A lo largo de la novela, África de las Heras nos habla de su amor a la patria, un amor que es tan puto y elevado que fue su principal nombra en clave en las numerosas operaciones que realizó a lo largo de su vida: Patria. Pero, ¿de qué patria habla la protagonista de su novela? Desde luego, esa patria de la que habla nos habla no es su patria natal, España, sino la Unión Soviética, la patria de todos los comunistas, independientemente del lugar en el que ellos hayan nacido, o en la que ellos vivan. Así se lo hace notar otro de sus captores para el servicio de inteligencia soviético, Nahum Eitingon: “Camarada África, no eres una mujer de la guerra civil española. Eres una mujer de la guerra proletaria internacional. Y queremos ofrecerte la oportunidad de que lo sigas siendo… Dice, camarada África, ¿has oído hablar de León Trotski?” La suerte de África de las Heras, y también la del propio Trotski, ya estaba echada a partir de este momento.

            Así, nuestra protagonista es testigo de excepción, y también, desde luego, protagonista, de tres guerras sucesivas, incluyendo entre ellas la Guerra Fría, la que nunca llegó a estallar, aunque momentos hubo en los que estuvo a punto de hacerlo; es a Winston Churchill a quien usualmente se le ha atribuido este término, como el término cercano del telón de acero. Por ello, a lo largo de la novela se deslizan acontecimientos muy importantes para la Historia, para esa Historia con mayúsculas que es terreno acotado para los historiadores: la repetitiva detención y deportación. E incluso asesinato, de espías, atendiendo a los movimientos que se iban dando en la cúpula del Kremlin, el desembarco fallido de soldados norteamericanos y paramilitares anticastristas cubanos en Bahía Cochinos; su papel para desenmascarar a Oleg Penkowski, el agente doble que había informado a la inteligencia norteamericana de la instalación de los misiles soviéticos en Cuba, lo que desató en 1962 la llamada “crisis de los misiles”; o, ya convertida en coronel del ejército soviético, y con la misión de enseñar a las nuevas generaciones de espías, su papel para evitar la última crisis de la Guerra Fría, la que había provocado en 1983 la operación Arquero Capaz -Able Archer- unos ejercicios militares de control de mando realizados por la OTAN en noviembre de 1983, tan reales en todos sus detalles que una parte de la inteligencia soviética llegó a tomar, durante un tiempo, como una operación real de declaración de guerra.

            África de las Heras falleció en 1988, poco tiempo antes de que se derrumbara a su alrededor ese mundo que, durante toda su vida, había sido su patria, y fue enterrada con todos los honores en el cementerio Jovanskoye de Moscú. Eran otros tiempos, aunque la coronel De las Heras, la coronel Patria, no se había dado cuenta de ello. Si lo habían hecho ya otros personajes de su vida, como su segundo marido, el también espía italiano Valentino Marchetti o el propio Ramón Mercader, el asesino de Trotski. Así se puede ver en el último encuentro que los dos espías tuvieron en Moscú, cuando éste viajó a la ciudad del Moskova, desde su refugio en La Habana, después de su salida de la cárcel mexicano.

Interpelado por la propia África sobre sus sentimientos relativos al asesinato, Mercader es tajante: “No me arrepiento de nada.  Stalin le dijo al fundador de la checa, Félix Dzerhinski, que no existe nada más dulce en el mundo que escoger a la víctima, preparar cuidadosamente el golpe, vengarse de manera implacable y luego irse a dormir… Yo no sentí eso, pero tampoco me arrepiento. Volvería a hacerlo, quizá con más fortuna y asegurándome el poder salir antes de que me apresaran. Era lo que tocaba hacer en 1940. Antes de irme a Cuba. Sudoplátov y yo solíamos quedar a comer, y él siempre me decía que la presente moral es incompatible con la crueldad de la revolución. Y tiene razón. Hoy, en 1977, ya no habría asesinado a Trotski; n o tendría sentido. Mira lo que pasó en Checoslovaquia hace4 casi diez años. ¡Qué gran error! El comunismo no puede imponerse como si fuera un Estado supremacista. ¡No somos nazis! Nosotros luchamos contra el nazismo contra el fascismo, contra el franquismo… No podemos actuar como ellos, aunque sólo saea por la memoria de nuestros caídos… “

 Y ante la negativa de la espía española, que siempre se mantuvo fiel al estalinismo, siguió diciendo: “Creo que te equivocas. Esas imágenes de jóvenes comunistas checos desarmados frente a los tanques, encarándose a los soldados soviéticos armados hasta los dientes… esa imagen tardaremos mucho tiempo en borrarla de la memoria de la opinión pública. La juventud n o puede pasar de tener frente a Hitler como enemigo a tener como adversario a los Iván, como decían ellos. No debemos permitir eso, porque nos definirá n el futuro. Esos jóvenes checos que se subieron a los tanques soviéticos tenían ideales de izquierda. Nosotros éramos esos jóvenes en la España de 1936. ¿Qué crees que pensarán ahora del comunismo, de la URSS? Yo te lo digo, que fue una gran mentira”. Y terminará afirmando lo siguiente: “Nadie confiará en el comunismo en Checoslovaquia. Hoy, no. No pasará como en la revolución húngara en Budapest en 1956, cuando los comunistas miraron hacia otro lado al desplegarse la opresión soviética. Esta vez, la URSS pagará la factura por su represión. Y lo peor es que nos quedamos sin argumentos para luchar contra Occidente y el capitalismo. No hay alternativa”

Ramón Mercader tenía razón, como también la había tenido Valentino Marcheti algunos años antes, cuando le había confiado a su esposa sus verdaderas sensaciones sobre lo que había sido su vida al servicio del comunismo soviético, y que le había obligado a asesinarle con sus propias manos. La suerte estaba echada: aquellos tanques en Praga fueron, quizá, la última victoria de ese mundo que se alzaba al otro lado del telón de acero; pero también era el inicio del fin. África de las Heras, afortunadamente para ella, no llegaría a verlo, pero a los pocos meses de su muerte, todo lo que para ella había tenido significado se derrumbaría, al compás del propio derrumbe del muro de Berlín.

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