El 12 de abril de 1557, Lunes Santo,
un grupo de españoles se habían juntado a los pies del río Tomebamba, en la
región interandina de Ecuador, junto a la hoya del río Paute, entre las
actuales provincias de Cañar y Azuay, con el fin de fundar la nueva ciudad
hispana de Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca, o Cuenca de los Andes.
Algunos habían llegado hasta allí, acompañando a Gil Ramírez Dávalos, quien, en
aquel momento, era el gobernador de Quito, la capital de aquella extensa
provincia, en la zona cercana a los Andes, y otros habían llegado desde lugares
más próximos, porque eran mineros y encomenderos, con intereses económicos en la
vieja región de los cañaris, los antiguos pobladores de la zona. El fundador
efectivo de la ciudad, ya lo hemos dicho, fue Ramírez Dávalos, un antiguo
explorador y conquistador andaluz, originario de la ciudad jienense de Baeza,
que había llegado a América en 1335, como miembro del séquito de nuevo virrey
de Nuevo México, Antonio de Mendoza, marqués de Mondéjar y conde de Tendilla, y
que había pasado a la región de Perú en 1546, como miembro de la expedición que
se había iniciado para auxiliar a Pedro de la Gasca, en sus luchas contra
Gonzalo Pizarro.
El entorno geográfico en el que se
iba a producir la fundación de la nueva ciudad llevaba ya muchos años poblado.
En efecto, en la misma provincia de Azuay se han encontrado diferentes restos
humanos que tienen una antigüedad de unos ocho mil años, y que pertenecían a
una sociedad nómada de cazadores y de recolectores. A aquellos primeros
pobladores le sustituirían después otros grupos humanos, comunidades
agroalfareras que se instalaron en la zona hacia el final del primer milenio
antes de nuestra era. Luego, entre el año 500 a.C. y el 1000 d.C.,
aproximadamente, nuevas culturas, como la llamada de Tacalzhapa, se instalaron
también en la región, hasta la instalación definitiva de los indios cañaris,
que permanecerían en aquellas provincias de Zauay y de Cañar, a la que dieron
nombre, hasta la llegada de los hombres blancos, los viracochas, después del
paréntesis que supuso la conquista inca de toda aquella comarca andina.
Y es que los incas llegaron a esta
región a mediados del siglo XIV, y no tardaron demasiado tiempo en conquistar
todo el territorio habitado por los indios cañaris, mucho más pacíficos que
ellos. Las crónicas incaicas hablan de un gran ejército inca, llegados a la
región desde su capital, Cuzco. Los historiadores no se ponen de acuerdo con el
nombre del emperador que mandaba aquellas tropas, si se trataba de Cusi
Yupanqui, o si era ya su hijo, Túpac Yupanqui. El caso es que, fuera uno u otro
el inca que gobernaba entonces al pueblo invasor, la vieja ciudad cañari de
Gauponlelig –“llanura amplia como el cielo”, en la lengua de los cañaris- fue
arrasada, y en su lugar, los invasores empezaron a construir hermosos edificios
de piedra, y a la nueva ciudad creada por ellos la llamaron Tomebamba, por el
caudaloso río, el más importante de los cuatro que bañan la ciudad actual de
Cuenca -el nombre del río procede del quechua tumipamba: “campo de tumis; el
tumi es un árbol propio de la zona, con el que los aborígenes fabricaba el arma
homónima en forma de T, y que terminó convirtiéndose en una especie de cuchillo
ceremonial.
En efecto, la ciudad estaba destinada
a convertirse, en muy poco tiempo, en la segunda capital del imperio inca,
después de la propia ciudad de Cuzco. Fue Túpac Yupanqui quien, enamorado de la
zona, se trasladó a la nueva ciudad de Tomebamba en compañía de su esposa, la
ñusta Mama Ocllo, y aquí nació su hijo y sucesor, Huayna Cápac, hacia el año
1452. A partir de ese momento, Tomebamba se llenó de palacios y de templos de
piedra, llegando a convertirse en una de las ciudades más importantes de la
América precolombina. Así la describe uno de los principales historiadores
cuencanos de la actualidad, Rodrigo López Monsalve:
“De esta manera Tomebamba, de hecho y por dos generaciones, se convirtió en la segunda capital, con las más altas funciones en lo militar, administrativo y religioso. Por esto, es muy probable que Túpac Yupanqui decidiera que Tomebamba… fuese igual a la ciudad de Cuzco en lustre y riqueza. Para ello, desde el Cuzco, se debió traer planificadores y arquitectos, los cuales, al cabo de algunos años, la habían convertido en la segunda capital del Inmenso Tahuantinsuyu, luego, por supuesto, del Cuzco. En esta primera etapa, con la figura sagrada y protagónica de Túpac Yupanqui -en dos décadas o algo más- se construyó gran parte de la infraestructura y edificios del núcleo principal de la ciudad, en Pumapungo. Igualmente debieron realizarse otras obras, en diversos sitios de la ciudad (y también en la región), tanto de arquitectura religiosa y civil, como de regadío, canalización, vialidad, almacenamiento… Durante las décadas de esta segunda etapa de desarrollo de la ciudad (y también de la región) se construyeron nuevos y suntuosos edificios, tales como el célebre Mullucancha y el palacio de Huayna Cápac, los dos en Pumapungo. Asimismo, surgían nuevos edificios para el Huayna Cápac Ayllu, y se realizaban otras obras en infraestructura (canalización, túneles, vías) y de embellecimiento urbano (jardines, lago artificial). También la región debió acrecentar sus fortalezas o pucaras, los adoratorios, los aposentos y depósitos, los tambos, los caminos; estos, desde Tomebamba, partían a los cuatro puntos cardinales.”
Sin embargo, poco tiempo duraría esta
época gloriosa para la hermosa ciudad de Tomebamba. Hacia el año 1527, y en el
marco de la guerra civil incaica que se había iniciado con el levantamiento de
algunos pueblos prehispánicos que, con anterioridad, habían sido conquistados
por los incas, como los quiteños y los huancavélicas, y que llegó a sus últimas
consecuencias a raíz del fallecimiento del propio Huayna Cápac, con el
enfrentamiento entre los hijos de éste, la ciudad fue destruida por las huestes
de Atahualpa, el que sería el último emperador inca. Recogemos de nuevo las
palabras de López Monsalve, en una cita que, aunque larga, es muy clarificadora
de cómo se produjo la total destrucción de la hermosa ciudad de Tomebamba:
“Al acercarse a
Tomebamba, el ejército norteño estaría compuesto por cincuenta mil hombres, sin
contar con los yanaconas (esclavos) y las mujeres para la atención de los
soldados. Los primeros enfrentamientos con las fuerzas cuzqueñas y
tomebambinas, que habían fortificado la ciudad – comandadas por otro hijo de
Huayna Cápac, Huanca Auqi- se dieron en el sector del puente colgante del
Machángara. El primer día del impetuoso y brutal combate, se desarrolló,
además, en los barrios de Machángara y Patamarca, al noroeste de la ciudad. Al
parecer, los defensores o sitiados sufrieron el mayor número de bajas…
“Al caer el día, las
fuerzas sitiadoras de Atahualpa -según una planificada e inteligente táctica-
debieron ocupar el tan importante barrio de Cullca, y fortalecerse allí y hacia
el oeste de la ciudad. Parece que Cullca, o Collcapata, estaba habitado por
indios molleturos, quienes, al parecer, apoyaron a los norteños. El origen y la
denominación de este Ayllu tomebambino, sería la razón del equívoco de algunos
cronistas e historiadores, que dicen que el ejército de Atahualpa se había
retirado al monte Molleturo, pero esto es, sencillamente, imposible, dada la
distancia de setenta kilómetros a dicho lugar. Y peor aún, si se presentaban al
día siguiente, en las inmediaciones de la infeliz Tomebamba…
“Dos días más duró la
terrible batalla; primero, quizás en las proximidades del norte y occidente de
la ciudad. Luego, los encuentros se dieron en los barrios urbanos. La cruel y
exterminadora lucha debió ser de cuerpo a cuerpo y, a veces, en la mayor confusión.
Las desesperadas y heroicas acciones se hicieron presentes tanto de parte de
los atacantes como de los defensores. En el tercero y definitivo día, las
tropas de Atahualpa, con tremendo ímpetu, adelantaron sus líneas en dirección
al Barrio Sagrado de la infeliz ciudad. Aquí y en su último reducto, cuzqueños
y cañaris resistieron aún con bravura.
Pero al fin, la típica lucha racial implacable llegó a su término. El
incontenible y devastador ejército quiteño -aunque lógicamente diezmado- se
había apoderado y había destruido (conforme a la sádica voluntad de Atahualpa)
la que por algunas décadas fue la segunda capital de Tahuantinsuyu. En la
batalla de Tomebamba, entre atacantes y defensores, intervinieron más de cien
mil combatientes. Los restos del ejército cuzqueño de Huanca Auqui, debieron
emprender la retirada hacia Cusibamba (Loja)…
“Se cumplieron, con el
más rudo fanatismo, sus vengativas y sádicas órdenes de arrasar y quemar
totalmente la orgullosa y rebelde Tomebamba. Fue relativamente fácil el
incendio y la destrucción de las chozas de paja de los Incap runam (súbditos
del Inca) y de los adoratorios y edificios administrativos barriales. Pues,
como hemos afirmado, estaban construidos con materiales deleznables. Caminos o
calles, plazas, tupus maiceros, obras de regadía exteriores, etc.-con la sola
espantosa avalancha combativa- quedaron prácticamente arruinados.”
Volvemos, de nuevo, al inicio del
relato. Poco quedaba de aquella hermosa ciudad inca en abril de 1557, cuando
los españoles, al mando de Ramírez Dávalos, habían llegado a la ribera del río
homónimo, para fundar la ciudad de Cuenca. En los años anteriores, algunos
españoles se habían acercado por la comarca. Entre ellos, Sebastián de
Belalcázar y Diego de Almagro, durante su campaña contra los últimos incas, o
Rodrigo Núñez de Bonilla, encomendero de Tumipamba, quien en los años
anteriores había sido uno de los sesenta y dos jinetes que habían conseguido
derrotar definitivamente a Atahualpa en Cajamarca, apoderándose de todo su
tesoro.
Recogemos, por última vez, las
palabras del historiador cuencano: “Con seguridad, en las primeras horas del
memorable día Lunes Santo 12 de abril, todos los europeos asistieron,
devotamente, a la ceremonia religiosa, celebrada por los dos sacerdotes,
testigos oculares de la fundación, el uno secular, Gómez de Moscoso, y el otro
religioso franciscano, fray Pedro Calvo. El primero, probablemente residía en
el asiento minero de Santa Bárbara; mientras el segundo había venido desde
Quito con el gobernador. Anotemos, además, que en el séquito del majestuoso y
acaudalado Ramírez Dávalos habrían llegado, muy posiblemente -además de otros
funcionarios como el escribano Antón de Sevilla, y el fiscal Pedro Muñoz-,
algunos esclavos negros de acompañamiento, carga y servicio…
“La ceremonia civil de la
fundación , se debía desarrollar en la plaza central, ya habilitada en días
previos. Obviamente, estuvo presidida por <<Su Merced, el dicho Señor
Gobernador>>, quien debía lucir suntuoso traje de gala. A su lado
estarían los testigos invitados: el tesorero Rodrigo Núñez de Bonilla y Nuño de
Balderrama, vecinos de la dicha ciudad de San Francisco de Quito, y Gonzalo
Gómez de Salazar, vecino de la ciudad de Loja, y Alonso de Marchena, vecino de
la ciudad de Santiago de Guayaquil y Alonso de Rincón y Pedro Muñoz,
<<fiscal de Su Majestad>>. Por supuesto, debían estar presentes -si
no todos- la mayoría de los dieciocho vecinos designados por el treinta y siete
añero y viudo Ramírez Dávalos, para ser los primeros pobladores y propietarios
de la naciente Ciudad de Cuenca.”
Durante la etapa del virreinato, la
ciudad de Santa Ana de los Cuatro Ríos de Cuenca había seguido creciendo. En
1563, al crearse la Real Audiencia de Quito, se había incorporado a su
jurisdicción, en calidad de corregimiento. En 1730 llegó a ella la misión
geodésica franco-española que, dirigida por Charles Marie de La Condomine,
Jorge Juan y Antonio de Ulloa, se llevó a cabo, entre otras cosas, con el fin
de medir la distancia equivalente a un grado de latitud en la línea del ecuador
terrestre. En 1786 se erigió en la ciudad un nuevo obispado, segregándose su
territorio de la diócesis de Quito, y se inició la construcción de la antigua
catedral, bajo la advocación del Sagrario, sobre lo que había sido la primitiva
iglesia que había sido levantada por los primeros pobladores. Después, durante
la etapa republicana, que se inició en esta ciudad a partir de la batalla de
Pichincha, que cayó del lado de los independentistas, la ciudad pasó a formar
parte, primero, de la república de la Gran Colombia -Colombia, Venezuela,
Ecuador y Panamá-, entre 1822 y 1830, aunque en 1828 había estado a punto de
caer en manos del país vecino, Perú, en el seno de la guerra entre estas dos
repúblicas. Y después, a partir de 1830, fecha en la que se produjo la
segregación definitiva del país, pasó a formar parte de la nueva república de
Ecuador. Fue en esta segunda época cuando se produjo una nueva etapa de
florecimiento de la ciudad cuencana, convirtiéndose en una elegante urbe
afrancesada, con brillantes edificios neoclásicos y modernistas que todavía se
conservan en su casco antiguo. Entre esos edificios destaca su nueva catedral,
de estilo ecléctico, con su neogótica fachada de ladrillo y sus grandes cúpulas
barrocas. La iglesia, dedicada a la Inmaculada Concepción, fue edificada para
sustituir a la vieja, que en ese momento contaba ya con importantes problemas
de sustentación. La antigua Plaza de Armas, o Plaza Vieja, en la que se llevó a
cabo la fundación de la primitiva ciudad, sería convertida entonces en la Plaza
de la república, y modernamente lleva el nombre de Parque Abdón Calderón.
Todavía separa a las dos catedrales de Cuenca.
En la actualidad, Cuenca cuenta con
361.524 habitantes, que se extienden a 762.581 en su área metropolitana, la
llamada conurbación de Cuenca, y sigue siendo la capital de la provincia
ecuatoriana de Azuay. Ocupa el tercer lugar del país en lo que respecta al
Producto Interior Bruto, con un valor ligeramente superior a los ocho millones
de dólares en números brutos, lo que supone un total de 13.158 dólares per
cápita. Cuenta, además, con dos universidades, la propia Universidad de Cuenca,
de carácter público, que cuenta con doce facultades en la ciudad, y la
Universidad Católica de Cuenca, uno de cuyos lemas fundamentales, como
publicita ella misma en su página web, es la vinculación con el conjunto de la
sociedad cuencana y ecuatoriana.
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