Algunas
veces, el fantasma de la historia sobrevuela por encima de los personajes que
han dejado su huella en el tiempo, y lo hace a demasiada velocidad, dejando en
el devenir de la memoria apenas una sombra tenue que, con el paso del tiempo,
termina por desaparecer del todo, o casi del todo, borrándose de la memoria
colectiva. Cuando eso sucede, la labor del historiador es recuperar esa sombra
y volver a darle forma, ejercer de arqueólogo y, con la piqueta que
proporcionan los documentos, recuperar los recuerdos del pasado y volver a
darles vida eternamente en el universo del presente. Éste es el caso de Eusebio
Santa Coloma, un militar conquense que desarrolló su carrera profesional en el
lejano archipiélago filipino; un soldado que, como otros muchos soldados de su
generación, y de otras generaciones anteriores y posteriores, sirvieron a la
patria en terrenos lejanos y difíciles, y lo hicieron con honor, defendiendo la
bandera de España contra los enemigos; en su caso, los tagalos y los moros.
Eusebio Santa Coloma nació en Cuenca
el 5 de marzo de 1823, y fue bautizado en la desaparecida parroquia de San
Vicente al día siguiente. Hijo de una familia dedicada principalmente a la
medicina en sus diversas facetas (su padre y su abuelo eran sangradores de
profesión, y otros familiares suyos fueron cirujanos y médicos rurales), muy
pronto él y sus tres hermanas quedarían huérfanos, por lo que los cuatro
quedaron entonces a cargo de diversos familiares. Este hecho pesaría quizá en
su conducta algunos años más tarde, cuando, después de haber servido como
quinto y haberlo hecho casi en exclusiva en Barcelona, donde participó con su
unidad en uno de los hechos que terminarían por derrocar al regente Espartero,
se decidiría a iniciar una carrera militar de forma profesional, decisión ésta
que le permitió, por otra parte su ascenso a sargento segundo, pasando de esta
forma a ocupar por primera vez un espacio en la escala de los suboficiales.
Así, el 2 de noviembre de 1845 se
marchaba a Cádiz, con el fin de embarcarse allí con rumbo a Filipinas. Y una
vez en la colonia, su primer destino sería la ciudad de Manila, la capital de
la colonia, ciudad donde volvió a ascender en 1850, ahora a sargento primero.
Entre 1850 y 1852 estuvo destinado en las colecciones de tabaco, las grandes
plantaciones que se extendían por el norte de la isla de Luzón y que en aquella
época debían contar siempre con la protección de unidades militares destacadas,
con el fin de evitar que fueran quemadas y esquilmadas por los irredentos
igorrotes. Y después de haber ascendido a alférez por antigüedad, lo que le
permitiría ostentar dos años más tarde la comisión de abanderado de su
regimiento, pasaría en los años 1854 y 1855 a estar destinado en el distrito de
Benguet, también en la isla de Luzón, desde el que sería enviado al año
siguiente a Cavite, al sur de Manila, ciudad aquélla que se haría famosa en
1898 por la cruel derrota de los españoles contra el ejército norteamericano, hecho
que supondría el principio del fin de la colonia.
En
1858 salió por primera vez de Luzón, con destino de Mindanao, la segunda isla
en importancia del archipiélago después de la propia Luzón, donde empezaría a
ejercer labores de Estado Mayor, lo que en la actualidad se conoce como Plana
Mayor, del ejército español en Filipinas. En efecto, allí sería designado
secretario de la comandancia militar de la isla, destino de gran importancia en
la lucha contra la piratería de los moros, que así eran conocidos los corsarios
musulmanes que en aquel momento asolaban “los mares del sur”, alrededor de la
propia isla de Mindanao y del próximo archipiélago de Joló, en la ruta hacia
Sumatra, Malasia e Indonesia. Y en 1860, ascendido ya a teniente el año
anterior y de regreso otra vez a Luzón, era nombrado comandante militar de Río
Saltan, en la provincia de La Isabela, en la zona nororiental de la isla. Desde
su puesto como jefe militar dirigió diversas acciones de guerra, destacando
entre ellas una salida al territorio de La Llaga, en la provincia de Cagayán,
al frente de una columna de cincuenta hombres, que se saldó con la muerte de
algunos de sus subordinados.
Fue
por estas mismas fechas cuando se produjeron algunos sucesos de relevancia que
tenían que ver con su vida íntima. En efecto, en su hoja de servicios consta un
escrito de su puño y letra fechado en 1860, en la que se recoge una solicitud
dirigida a la reina Isabel II, en la que le solicitaba su perdón por haber
contraído matrimonio sin su permiso con Valentina Limpo, tal y como era
preceptivo para todos los militares españoles a lo largo del siglo XIX. Hay
algunos detalles oscuros en esta relación, como el hecho de que el matrimonio
se hubiera celebrado casi en la intimidad en la iglesia de los padres recoletos
de Cavite en octubre de 1857, presidida por el padre capellán de su regimiento,
y sobre todo, que para entonces ya habían nacido cuatro de los siete hijos del
matrimonio: Clara, en 1849; Federico, en 1850; Nicolás, en 1853, y María Dolores, que lo hizo ese mismo año
1857. Después, el matrimonio aún tendría tres hijos más: Julián, en 1858; María
Paz, en 1862, y Josefa, en 1864.
¿Qué
se puede decir de todo ello? Desde luego, todo parece indicar que de lo que se
trata realmente es de legalizar algo que en principio no fue más que una unión
de hecho, ilegal según la legislación de la época, con el fin de asegurar para
su mujer y para sus descendientes ciertos derechos económicos que de otra
manera nunca podrían llegar a tener. En la misma partida bautismal de ella
encontramos quizá la clave a todo ello. Valentina, que había nacido en Manila en
1822, es definida claramente desde el punto de vista del grupo social al que
pertenece: “mestiza de sangley”. ¿Qué significa exactamente este término? La
palabra proviene del término “sengli”, que en lengua hokkien, uno de los
dialectos chinos más hablados, dominante en la zona de Guandsong y de Taiwan,
significa “negocio”. Hay que tener en cuenta que en las Filipinas del siglo XIX
había una abundante inmigración que procedía de aquellas zonas y principalmente
se dedicaba a los negocios. Así, los chinos que vivían en Filipinas eran
conocidos con el término “sengli” o “sangley”, y un “mestizo de sangley”, como
la esposa de Santa Coloma, era un mestizo que compartía sangre china y
filipina.
En
diciembre de 1866, Eusebio Santa Coloma renunciaba a la jefatura de la
comandancia militar de Río Saltan. En su decisión debió pesar el fallecimiento
reciente de su esposa, que se había producido aquel mismo mes, y quizá
estuviera ya madurando también en él su deseo de regresar a su tierra natal, a
la que no había vuelto desde hacía veinte años. Y en efecto, en junio del año
siguiente era autorizada su renuncia, al mismo tiempo que era ascendido a
capitán, con destino otra vez en Manila. Pero aquélla era una decisión
transitoria, mientras se determinaba su traslado a la metrópoli, y apenas tres
meses más tarde, en septiembre, iniciaba con seis de sus hijos el largo viaje
de regreso a España. El mayor de los varones, Federico, que ya había iniciado
su propia carrera militar en la colonia, debía quedarse en el archipiélago
hasta completar, al menos, los seis años de servicio en el ejército
ultramarino, tal y como era obligatorio para los militares que quisieran
conservar en la metrópoli el mismo grado y empleo que ya ostentaban en el
ejército colonial. Durante el viaje de
regreso, y mientras la familia hacía escala en el puerto italiano de Génova, el
capitán del barco que les traía de regreso había intentado estafarle, por lo
que tuvo que hacer uso de toda su decisión, y quizá también de la fuerza, para
evitarlo.
Después
de haber desembarcado en Barcelona la familia se trasladó por fin a Cuenca,
donde Eusebio había sido destinado, en el regimiento provincial de la reserva,
y donde se instalaron por fin en la casa familiar de la calle Alonso de Ojeda.
Allí obtendría en 1867 el grado de comandante, y allí permanecería durante
prácticamente todo el tiempo que le quedaba de servicio en el ejército, excepto
un breve período de tiempo en que estuvo destinado en el regimiento provincial
de Toledo. Y allí tendría que hacer frente también, en el mes de octubre de
1873, a la invasión carlista que las tropas del brigadier José Santés
realizaron contra la ciudad del Júcar. Entregada la ciudad debido a la enorme
diferencia de fuerzas existente entre los invasores y los defensores, Eusebio
Santa Coloma logró escapar de la misma al frente de un grupo de guardias
civiles y de voluntarios de la libertad, logrando de esta forma salvar
armamento y municiones, tal y como se destaca en su hoja de servicios.
Fue
éste su último servicio profesional a España. En enero de 1874, Santa Coloma solicitaba
su baja en el ejército, siéndole en ese momento autorizado su retiro a Madrid.
Sin embargo, algún tiempo después debió regresar a Cuenca, donde fallecería en
el mes de marzo de 1883, a consecuencia de una hemorragia de estómago provocada
por la gastritis crónica que padecía desde algunos años antes. Sin duda, las
muy deficientes condiciones sanitarias a las que se vio sometido durante su
estancia en Filipinas, unido a las duras condiciones climatológicas del
archipiélago, debieron alterar enormemente sus condiciones de salud. Hay que
tener en cuenta que muchos de los militares españoles que sirvieron en las
colonias, y especialmente en Filipinas, nunca lograron regresar a la metrópoli,
siendo más numerosas entre ellos las bajas por enfermedad que las provocadas
por heridas de guerra, tal y como recogen los especialistas en la materia. Y
los que lograron hacerlo, como el propio Eusebio Santa Coloma, lo hicieron en
unas condiciones deplorables de salud.