La
bandera, junto con el himno, es uno de esos signos inquebrantables que representan
a un país o a un territorio. Por ello, en esta nueva aportación quisiera rendir
homenaje a un soldado conquense que en un momento de su vida cogió esa bandera,
que no era todavía la rojigualda, pero que igualmente representaba la esencia
de España, y la llevó hasta el lugar donde se estaba formando un nuevo país, de
acuerdo a su ideología moderada. Vicente Santa Coloma había nacido en un
pequeño pueblo de la Alcarria conquense, Torralba, el día 22 de enero de 1815,
siendo bautizado cinco días más tarde por su propio hermano, Alfonso, teniente
de cura en dicho lugar, con el que sin embargo se llevaba más de treinta años. Y
durante el parto, sin duda, tanto él como su madre estuvieron atendidos por el
padre, que se llamaba también Alfonso, como el hijo primogénito, y como médico
rural que era estaba destinado allí en aquel momento, después de haber estado
ejerciendo en otros pueblos de la provincia. De esta forma, el nacimiento del
niño Vicente Santa Coloma se produjo en un ambiente totalmente familiar,
rodeado del cariño de todos los suyos.
El
17 de octubre de 1831, cuando apenas contaba los dieciséis años de edad, se
produjo su ingreso en el ejército, tal y como se refleja en su hoja de
servicios, ingresando en ese momento en el regimiento provincial de Cuenca, que
se convertiría así en la única unidad en el que nuestro protagonista llegó a
prestar servicio durante toda su carrera militar. En aquel momento, la futura
reina Isabel II estaba a punto de cumplir su primer año de vida. Después, fallecido
Fernando VII e iniciada la guerra entre carlistas e isabelinos, la unidad de
Santa Coloma sería enviada al frente valenciano para combatir contra los primeros,
y allí el soldado conquense obtendría su bautismo de fuego. En la comarca del
Maestrazgo, a las órdenes de Manuel de Mazarredo, entonces gobernador militar
de Morella (Castellón) y futuro ministro de Guerra en uno de los gabinetes de
Narváez, destacó en diferentes batallas, como en la de Benasal, donde los
liberales obligaron a sus enemigos a emprender la huida a pesar de que estos
les sobrepasaban ampliamente en el número de efectivos.
Después
sería trasladado al ejército del norte, donde intervino en alguna de las
sucesivas batallas que tuvieron lugar en torno a la defensa de los tres sitios
carlistas de Bilbao, en uno de los cuales, como es sabido, perdería la vida el
más capacitado de los generales carlistas del momento, Tomás de Zumalacárregui.
Combatió en Echarri-Aranaz, en Santa Clara, en Orduña, y durante el primero de
los sitios de Bilbao su unidad figuró en la vanguardia de combate, a las
órdenes directas de los generales Rafael Arístegui, conde de Mirasol, y de
Santos San Miguel. Después participó también en las acciones de guerra de
Arrigorriaga y San Miguel, y en la retirada de Puente Nuevo, que no llegó a ser
trágica para los liberales por el orden y la calma que los oficiales lograron
mantener en el conjunto de las tropas. De guarnición durante los meses
siguientes en la capital del Nervión, participó también en el ataque a la
ciudad de Galdácano, que le valió al jefe de su unidad, Ramón Alfaraz, los
merecidos elogios de parte del comodoro inglés John Hay, jefe de la escuadra de
observación británica, que operaba en la ría, y que sería al final de la guerra
uno de los valedores del convenio de Vergara.
Durante
los últimos meses der 1835 participó en diferentes acciones militares en la
comarca de las Encartaciones y el cerro de Cruces, donde tomó parte en el
desalojo a la bayoneta calada de un destacamento carlista de mil quinientos
hombres, en el marco del segundo sitio de la capital vizcaína. Y entre octubre
y noviembre del año siguiente aún tendría que volver a enfrentarse a un tercer
asedio carlista de Bilbao, asedio que los liberales sólo lograrían levantar en
Navidad, después de la llegada a la zona del propio general Espartero. Ya
durante todo el año siguiente, Santa Coloma permanecería de guarnición en
Bilbao, participando también en algunas acciones de cierta importancia, como la
de Derio el 25 de octubre.
La
actuación de Vicente Santa Coloma en el frente de Bilbao le supuso a nuestro
héroe la concesión de tres cruces de Isabel II, una de ellas expresamente por
su actuación durante el tercer sitio de Bilbao, el de 1836, actuación que le valió
además el reconocimiento como Benemérito de la Patria. Por otra parte, también obtuvo
en esta época sucesivos ascensos en su carrera militar, a cabo segundo y cabo
primero (noviembre de 1835) y a sargento segundo (agosto de 1837). Y en febrero
de 1838, un mes después de haber sido herido levemente en la acción de Santo
Domingo, fue hecho prisionero de guerra por los carlistas, durante la acción de
Puente Nuevo, habiendo logrado salvar la vida gracias a que en abril de 1835 se
había firmado el convenio Elliot de intercambio de prisioneros por ambos
contendientes; antes de la firma de este convenio era usual en ambos bandos la
ejecución de los prisioneros que se tomaban.
Así,
el 23 de marzo de 1838, Santa Coloma era liberado junto a otros compañeros
liberales, a cambio de otros prisioneros carlistas que a su vez estaban en
manos de los isabelinos, reincorporándose de esta forma inmediatamente a su
unidad y participando en nuevas acciones de guerra, como el ataque a Erandio y,
ya al año siguiente, en la toma de Sodupe (Vizcaya) y en el Valle de Erro
(Navarra). En 1840, cuando la guerra carlista ya se había acabado en su frente
norte, se encontraba de guarnición en Pamplona, desde donde pasó en el mes de
junio a la ciudad de Logroño, incorporándose con su unidad al cuartel del
general de jefe de las tropas, Felipe Rivero. Participó también en la
persecución desde Trebiana (La Rioja) del general carlista Juan Manuel
Balmaseda, que desde Burgos intentaba otra vez llevar la guerra hasta Navarra,
formando parte de las tropas que en junio de ese año sorprendieron al cabecilla
carlista y le obligaron a escapar hacia Francia.
Una
vez terminada definitivamente la guerra, y llegado por fin el momento para él
de abandonar el ejército, decidió reengancharse e iniciar en él una carrera
profesional, obteniendo por ello un nuevo ascenso, en esta ocasión a sargento
primero. Y ya en 1843 le llegaría de nuevo su oportunidad de entrar en la
historia, al participar de una manera destacada en la serie de pronunciamientos
que provocaron la caída del antiguo héroe liberal, Baldomero Espartero. Éste,
regente desde 1841, se había ido creando desde entonces, por la intransigencia
con la que había gobernado, la enemistad de una gran parte de los políticos y
militares moderados, que ya desde el mismo año de su proclamación se fueron
rebelando contra su poder omnímodo. Así, se fueron sucediendo los pronunciamientos,
primero sin éxito, hasta que el general granadino Ramón María de Narváez
lograría por fin derrotar a los restos de su ejército en Torrejón de Ardoz
(Madrid).
Y
es que durante la primavera de 1843 las voces contra Espartero ya se habían
oído por gran parte de España, cuando Narváez, que en aquél momento se
encontraba exiliado en París, se decidió a regresar a España e iniciar una nueva
revuelta contra el regente. Así, pocos días después de haber desembarcado en
Valencia, su movimiento fue secundado en varios puntos de España. El 24 de mayo
se pronunció abiertamente la ciudad de Málaga, el 26 lo hizo Granada, y a estas
dos ciudades le seguirían en los días siguientes otras ciudades andaluzas, como
Almería, Algeciras y la propia Sevilla; a mediados de junio, el incendio se
había extendido también a otros puntos tan lejanos como Barcelona y La Coruña.
Es en este contexto en el que el regente creó el ejército de Andalucía, al
mando del general Juan Van Halen, con el fin de intentar combatir la revuelta,
incorporando a éste varias unidades, entre ellas el regimiento provincial de
Cuenca.
Sin
embargo, y aunque el propio Espartero se había incorporado al sitio de la
ciudad del Guadalquivir, intentando bombardear sin éxito la ciudad, el regente
no logró sus objetivos, teniendo que abandonar la zona pocos días después e
iniciar el camino del exilio. Poco tiempo antes, el 20 de junio, al menos una
parte del regimiento de Santa Coloma se había adherido también al
pronunciamiento, abandonando de esta forma el cerco de Sevilla y dirigiéndose
hacia Granada. Uno de esos militares que se pronunciaron contra Espartero fue
el propio Vicente Santa Coloma, que además fue el encargado de portar en este
momento la bandera del regimiento, tal y como destaca su hoja de servicios: “En 20 de Junio se adhirió al Pronunciamiento
Nacional. Fue nombrado para extraer la Bandera de Casa del Coronel del Cuerpo,
don Francisco la Rocha, y verificado la condujo a Granada.” La victoria
definitiva de los moderados en Torrejón supondría para todos los oficiales y suboficiales
de la unidad que participaron en el pronunciamiento el ascenso al grado o al
empleo inmediatamente superior al que en ese momento tuvieran, excepto en el
caso del propio Santa Coloma, al que se le reconoció al mismo tiempo tanto el
grado como el empleo de subteniente. No obstante, sus más inmediatos superiores
nunca llegaron a reconocerle el empleo de subteniente, sólo el grado, lo que
motivó una reclamación posterior del militar conquense que nunca llegaría a
resolverse definitivamente por las más elevadas instancias del ejército.
A
finales de ese mismo año, Santa Coloma fue enviado de nuevo en servicio de
operaciones por la zona del Maestrazgo, los mismos territorios que diez años
antes le habían visto iniciarse como soldado. Allí se encontraban aún algunas
partidas carlistas en activo. Entre los meses de enero y marzo de 1844 permaneció
acuartelado en Benasal, y en las semanas siguientes se trasladó con su unidad
por otros pueblos de la provincia de Castellón, como Ares y Cinctorres., hasta
que, una vez pacificada la provincia castellonense, pasó a la de Valencia, y después,
a finales de año, estuvo destinado con su unidad a las provincias de Albacete y
Murcia. En septiembre de 1845 cambió su situación, pasando a estar en expectativa
de destino, y en octubre de 1846 a situación de reemplazo, por haber quedado
como sobrante después de la reorganización que en aquel momento se estaba
haciendo del arma de infantería. Admitido de nuevo en el cuerpo en septiembre
de 1847, en el mes de mayo se publicaba en el Boletín Oficial del Ejército su
traslado al regimiento de Saboya. Sin embargo, Vicente Santa Coloma nunca
llegaría a ocupar esta plaza: el 25 de mayo, el mismo día que se publicaba su
nuevo destino, el Capitán General de Castilla la Nueva enviaba a sus superiores
una nota informando de su fallecimiento, que se había producido el 10 de agosto
del año anterior.