En
1957, gracias a los tratados de Roma, nació la Unión Europea, integrada en ese
momento por Alemania Occidental, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países
Bajos. En 1973 se incorporaron a la misma Reino Unido, Irlanda y Dinamarca.
En 1981 hizo lo propio Grecia, y en
1986, España y Portugal. La caída del Muro de Berlín, y la desaparición poco
tiempo después del llamado Telón de Acero, que separaba a los países comunistas
de los capitalistas, hizo que poco a poco se fueran incorporando a la Unión
algunos de los países del contorno comunista, pero antes, a partir ya de 1990,
ya era una Alemania unida la que había sustituido a la antigua Alemania Federal
como miembro fundador, y en 1995 se habían integrado al organismo Austria,
Finlandia y Suecia. En mayo de 2004 fueron diez los nuevos miembros aceptados
en la Unión: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Hungría,
Eslovaquia, Eslovenia, Malta y Chipre. Finalmente, a comienzos de 2007, también
se incorporaron Rumanía y Bulgaria. Y todavía cinco países más han solicitado
oficialmente su entrada, aunque todavía no forman parte de ella: Islandia,
Turquía, Croacia, Macedonia y Montenegro.
Todo eso se vino abajo en parte el
pasado 28 de junio, cuando la teoría del Brexit ganó el referéndum que se había
convocado en el Reino Unido para decidir la permanencia o la salida del país de
la Unión Europea, y la circunstancia no deja de recordarme el título de un
libro, la temprana biografía de un conocido historiador y novelista inglés que
en 1929 decidió abandonar definitivamente el mundo anglosajón en el que vivía
para trasladarse a Mallorca, la isla de sus sueños, de la que ya no se movería
nunca; estoy hablando de Robert Graves, el autor de Yo, Claudio, la genial novela sobre el más desconocido de los
emperadores de la dinastía julio-claudia.
A nadie se nos escapa que el ejemplo
inglés podría, con el tiempo, ser seguido por otros países, y sobre todo por
otros países de los considerados poderosos, Francia o Alemania, y terminar por
romper en pedazos el sueño europeo. Aunque sabemos también que el proceso es
largo, que tendrán que pasar al menos dos años todavía para que la salida
definitiva se produzca, porque mientras tanto debe negociarse de forma adecuada
los términos en los que esa salida debe producirse, y que aún hay tiempo,
quizá, para revertir esta situación que seguramente va a perjudicarnos a todos.
Pero mientras tanto, hay algunos interrogantes que nos preocupan. El Brexit fue
mayoritario en Inglaterra y en Gales, principalmente en sus zonas rurales,
mientras que fue derrotado en Escocia y en Irlanda del Norte, así como en las
ciudades más pobladas de todo el país, incluida la propia capital, Londres. Ya
se están oyendo algunas voces desde estas dos comunidades, la escocesa y la
norirlandesa, que propugnan lo que podríamos llamar “el brexit del Brexit”. La
mayoría protestante de Irlanda del Norte hace difícil su fusión con la católica
Irlanda, pero la situación podría provocar un peligroso resurgir del IRA, su
movimiento armado, con lo que ello significaría: un nuevo rebrote del
terrorismo interior en uno de los países más castigados y perseguidos
actualmente por el terrorismo integrista musulmán. Y por lo que se refiere a
Escocia, muchos son los que se han expresado ya abiertamente otra vez por la
independencia, aunque sólo sea con el fin de que los escoceses pudieran
permanecer en la Unión Europea.
El caso de Escocia, desde luego, no
es similar al de Cataluña, ni al de otros casos similares que puedan tener
otros miembros de la Unión. Todos recordamos a Mel Gibson, poniendo rostro a
uno de los grandes héroes de la epopeya escocesa, Braveheart, que en realidad
no es otro que William Wallace, un personaje histórico que fue uno de los
héroes que lucharon contra los ingleses en la Primera Guerra de la
Independencia Escocesa, que se desarrolló entre 1296 y 1328 y terminó con el
tratado de Edimburgo-Northampton, por el que se reconocía la independencia del
país bajo el trono de Robert Bruce, otro de los héroes de la guerra, convertido
así en Roberto I de Escocia. Después, Escocia fue independiente hasta 1707,
cuando se firmó el Acta de Unión entre ingleses y escoceses, tras la amenaza de
los primeros de cerrar el comercio con los segundos. Y eso a pesar de que en
algún momento ambos pueblos llegaron a compartir monarca, como en 1603, cuando
Jacobo VI de Escocia heredó el trono inglés, y se convirtió al mismo tiempo en
Jaime I de Inglaterra.
Sin embargo, aún en el supuesto caso
de que Escocia lograra la independencia, lo que ya es mucho decir, ni España ni
sus otros aliados podrían dejar que el nuevo país permaneciera en la Unión sin
pasar previamente por los trámites reconocidos y obligatorios para todos los
países que desean incorporarse a la organización, trámites que sin duda se
prolongarían en el tiempo. Permitirlo sería colocar debajo de sus pies una
bomba de precisión que podría explotar dentro de sus propios países; y es que
el problema del separatismo no es un problema que afecte sólo a España y al
Reino Unido. Por todo ello, el asunto del Brexit se antoja demasiado
complicado, y es sin duda el reto más difícil que deberemos resolver los
europeos en los próximos años.
Y
aún se plantea un nuevo interrogante: ¿Qué va a pasar con Gibraltar? Lo primero
que debemos decir en este sentido es que, en contra del famoso dicho que apela
a nuestros sentimientos más patrióticos, Gibraltar no es español. Hoy por hoy,
y al menos de momento, Gibraltar es inglés, y lo es desde 1713, cuando las
autoridades españolas que estaban capacitadas para obrar en representación de
España durante la firma del tratado de Utrecht por el que se ponía fin a la
Guerra de la Sucesión, aceptaron entregarlo a la corona británica junto a la
isla de Menorca; y aunque Menorca se pudo recuperar poco tiempo después,
Gibraltar sigue siendo inglés desde entonces, aunque nos pese. Pero aun así,
las palabras del ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García
Margallo, tienen sentido. Si Gibraltar, que ha votado también por una fuerte
mayoría en contra del Brexit, no quiere convertirse en apenas un pequeño pedazo
de tierra y roca aislado del resto de Europa, no tiene más remedio que
modificar sus relaciones con España, unas relaciones por otra parte que, todos
lo sabemos, no han sido muchas veces todo lo buenas que hubiésemos deseado. En
definitiva, la situación puede hacer que las relaciones entre España y Gibraltar
cambien por fin, y que éste pueda empezar a ser un poquito más español a partir
de ahora, aún sin que tenga que dejar de ser inglés por ello.