Cuando visitamos nuestros pueblos, incluso
los más pequeños, nos podemos llevar algunas sorpresas, pues en cualquier lugar
escasamente poblado se pueden encontrar algunos ejemplares del mejor arte
conquense. No es necesario que se trate de grandes monumentos, sino que algunas
veces son claras muestras del arte popular, pero finamente trabajado. Este es
el caso de la iglesia parroquial de Navalón, un edificio construido a mediados
del siglo XVIII que, a pesar de que su conservación presenta algunas
deficiencias, se corresponde a la perfección con esta época del arte,
transformando en sencillez los conceptos arquitectónicos del propio José Martín
de Aldehuela.
Sabemos por los libros de visitas que se
conservan en el Archivo Diocesano, que la fábrica de la vieja iglesia, situada
hasta entonces a las afueras del pueblo, en el paraje que hoy se sigue llamando
la Muela, presentaba a mediados del siglo XVIII graves problemas de
conservación. En este momento, la situación del templo parroquial era cada vez
más preocupante, por lo que la autoridad eclesiástica se decide por fin a
levantar un edificio de nueva planta, en un lugar más céntrico que la otra,
coincidiendo precisamente este hecho con el obispado de José Flórez Osorio
(1738-1759), prelado que, según José Luis Aliod, siguiendo en ello a Mateo
López, se destacó sobre todo por su empresa constructora de edificios
religiosos. En efecto, en 1758 se firma el contrato entre Manuel de Castejón,
cura de Navalón, y Antonio del Castillo y Prast, hijo de una de las más
ilustres familias de la Cuenca del XVIII y descendiente de los Chirino.
Ese mismo año, fray Vicente Sevila, maestro mayor de obras del obispado de Cuenca y autor así mismo en la sede de la diócesis de la obra del Seminario Conciliar, que todavía se conserva en el barrio de la Merced, autorizaba a que comenzasen las obras en dicho solar. Tres años después está fechada la licencia definitiva del propio obispado para dar principio a las obras.
La obra fue realizada finalmente por
Agustín López, vecino de Iniesta, por un valor total de veinte mil reales de
vellón, que después de la visita del nuevo Maestro Mayor de Obras, Bartolomé
Ignacio Sánchez, y de resultas de haber estudiado la terminación de la obra,
ascendió a doscientos reales más por las mejoras realizadas por el arquitecto
durante la ejecución de la obra, la cual, por cierto, había quedado ya
finalizada en 1760. Hay que tener en cuenta que este Agustín López fue el padre
del propio Mateo López, arquitecto como él, y al mismo tiempo cronista
ilustrado de la ciudad y la diócesis.
En cuanto a los elementos que se
conservan en su interior, dos son los que destacan sobre todos lo demás. Por un
lado, la pila bautismal, gótica del siglo XV, lo único que aún se conserva de
la iglesia primitiva. Por otro lado, su conjunto de altares, principalmente el
altar mayor, que como el resto de la iglesia se corresponde con el estilo de
Martín de Aldehuela, aunque fue construido por un artífice de su escuela, como
ha afirmado en su trabajo sobre el escultor turolense José Pastor Mora. Este
artista fue Alonso Ruiz, quien figura en la documentación como maestro de
escultura, retablista y arquitecto, y está fechado en torno al año 1768.
En su eje vertical, este retablo,
dominado en su conjunto por los colores verde, granate y dorado, se distribuye
en tres tramos. El central está dominado por un gran vano, hasta hace poco
tiempo vacío, en el que en los últimos años se ha incorporado una lámina
moderna, sin ningún valor artístico, que representa la Natividad de la Virgen,
a cuyo culto está dedicado la parroquia. Debajo de ella, sobre el banco del
altar, se encuentra el sagrario, también moderno, que sustituyó a otro sagrario
barroco de tipo de exposición. Por encima de dicho vano, y sirviendo de
separación entre este cuerpo y el cuerpo superior, se puede apreciar una nube
coronada por un angelote, muy propio del siglo XVIII.
En los dos tramos laterales hay
sendos vanos que en la actualidad están ocupados por esculturas de bulto
redondo que no tienen nada que ver con la concepción original del autor del
retablo. En efecto, hasta hace muy poco tiempo estaban ocupados por sendas
imágenes de escayola, de serie, sin ningún valor artístico; desde el año
pasado, en una de esas hornacinas se ha instalado una imagen de San Roque del
siglo XVIII, de estilo popular, que procede de la antigua ermita homónima, en
la actualidad derruida, y que ha sido restaurada recientemente gracias a un
convenio suscrito entre la Universidad de Castilla-La Mancha y la Universidad
Politécnica de Valencia.
El conjunto se completa en este
primer tramo con cuatro columnas pareadas. Dos de ellas, de fuste largo, rodean
el vano central del retablo, mientras que las otros dos, abalaustradas, mucho
más cortas, llevan adornos relativos a la Pasión de Cristo, y rodean el
sagrario. Por lo que se refiere al cuerpo superior, consta de un solo tramo, un
solo espacio escasamente decorado y flanqueado por un frontón semicircular
barroco partido por el propio espacio.
Se trata, en definitiva, de un retablo bastante interesante, aunque su estado de conservación presenta graves deficiencias, por lo cual necesita una urgente restauración si no se quiere que el nivel de deterioro del mismo se convierta en irreversible.