miércoles, 3 de enero de 2018

Amador de Cabrera y la mina de Huencavélica

Hay personas que parecen haber sido olvidados por la historia. Su importan­cia puede ser igual o incluso superior a otros que sí son conocidos por la gente, pero el desconocimiento que se tiene de sus vidas y de sus obras les hace sumergirse en el olvido. Así sucede con Amador de Cabrera, cu­yo descubrimiento de la mina de azogue de Huencavélica, a pesar del carácter de casualidad que éste tiene, como la mayor parte de los descubri­mientos, incluso los más importan­tes, fue decisiva para la minería de plata de Perú.

Amador de Cabrera había nacido en Cuenca durante la primera mitad del siglo XVI, y era pariente del otro Ca­brera, Andrés, el primer marqués de Moya Su presencia en el continente americano data del año 1557, formando parte de la escolta de su paisano Andrés Hur­tado de Mendoza, marqués de Cañe­te, que para entonces ya había sido nombrado vi­rrey de Perú.

Parece ser que, hallándose el día del Corpus del año 1563 en la ciudad peruana de Huamanga, fue el encar­gado de portar el guion durante la procesión. Estorbándole su propio sombrero, del que llevaba prendido un dije de mucho valor, se lo dejó a un muchacho, criado suyo, para que se lo guardara. Pero es el caso que lo perdió o se lo robaron, por lo que no dudó en huir inmediatamente de la ciudad, temiendo que su señor le reprendiera por su torpeza. A los pocos días, el padre del muchacho se presentó ante Cabrera para ofrecerle, en com­pensación a la pérdida del dije, y solicitándole al mismo tiempo el perdón para su hijo, la mi­na de azogue de Huancavélica, cuyo paradero sólo él conocía.

La importancia de la mina de azogue, estribaba, más que en el propio mercurio, en su uso para abaratar los costes de la extracción de plata en las minas de América. Pues si en un principio és­ta se hacía mediante la oxidación del metal para, después de ello, a través de sucesivas fundiciones, separar la pla­ta de los otros metales que constitu­yen las gangas, se pasó posterior­mente a amalgamar la mezcla extraí­da con mercurio. Ello permitía, des­pués de destilar el conjunto resultante de la amal­gama, recuperar tanto la plata como la mayor parte del mer­curio.

Las condiciones de los trabajado­res en la mina eran muy pobres, a lo que contribuía aún más la difícil si­tuación de Huancavélica, en plena cordillera andina, a casi cuatro mil metros sobre el nivel del mar, y en un páramo casi estéril. Aunque en un principio el cinabrio, sulfuro de mer­curio, única mena posible de este me­tal líquido, comenzó a explotarse a cielo abierto. Su escasez hizo necesario excavar galerías profundas que provocaron múltiples accidentes. Además, el polvo del cinabrio era fuente muchas enfermedades e in­toxicaciones entre los mineros, que llegaban a producirles incluso la muerte.

La mina era trabajada por los mi­tayos, indios de la comarca que traba­jaban con arreglo a unos tumos esta­blecidos, de los cuales proviene la pa­labra que les da el nombre (del que­chua "mita", que significa tumo). Los mitayos, en teoría, eran trabajadores libres, y percibían un sueldo por su labor en las minas. Pero realmente el sueldo era tan escaso, y la mortalidad tan elevada, lo que, unido a la huida de los habitantes de la comarca para evitar las condiciones extremas de trabajo en la mina, prácticamente toda la región de Huencavélica quedó despoblada en muy poco tiempo.

Antes de producirse el descubri­miento de esta mina, el mercurio ne­cesario para la extracción de plata en las minas peruanas debía ser importa­do desde el otro lado del océano, desde Almadén y, en menor medida, desde Idria, en Yugoslavia. Pero a partir de este momento, el cinabrio extraído en Huancavélica producía el mercurio su­ficiente para las minas americanas, e incluso para enviar las cantidades so­brantes a los puertos de la península.

Al principio, la mina fue explota­da directamente por el propio Ama­dor de Cabrera, y a su muerte, el conquense la dejó en heredad a un hermano suyo, de nombre desconocido. Pero pronto fue incautada por la corona, que, como sucedió en el resto de las minas americanas, arrendaba a particulares. Los arrendadores esta­ban obligados a vender al gobierno a ella toda la cantidad extraída, pues su transpor­te, distribución y venta a los mineros de plata era un monopolio del estado. Sin embargo, el contrabando de mer­curio llegó a ser muy importante, lle­gando a alcanzar el cuarenta por ciento del mi­neral extraído.

Durante el siglo XVII, la produc­ción de mercurio en Huancavélica disminuyó. Si en el siglo anterior la cantidad de mineral extraído para las minas indianas de plata, era en Huan­cavélica superior a la importada desde la península, a partir principalmente de 1605 se ve igualada, incluso a veces superada por la de Almadén. Esto e debió posiblemente, además de por la antigüedad de los ingenios y por la antigüedad de los hornos, análogos a los más viejos de Almadén, por la escasez de la inversión y por los problemas técnicos técnicos de la mina de Huancavélica. Port todo ello, a partir de 1680 la ex­tracción en las minas peruanas de plata fue bastante más difícil y cara, lo que llegó a causar el declive económico del virreinato de Perú, que, si bien antes había sido el más importante de América, a partir de este momento fue su­perado por el de Nueva España, en Centroamérica. Probablemente, fue esa la causa de que en el siglo XVIII termi­naran los arrendamientos en la mina de Huancavélica, pasando la corona a explotarla directamente.

Publicado en Nuevo Diario del Júcar, 1 de diciembre de 1991





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