En 1976, el historiador italiano
Carlo Ginzburg publicaba su libro más conocido, El queso y los gusanos, que sin embargo no sería traducido al
castellano hasta 1994, casi con veinte años de retraso, por la editorial
catalana Muchnik. En el libro, a través de la vida de Domenico Scandella, quien
era conocido entre sus vecinos como Menocchio, un molinero que había nacido en
el norte de Italia, y sobre todo, a través del proceso que la Inquisición le
abrió a finales del siglo XVI, el lector puede seguir toda una cosmogonía
personal del propio molinero, pero que en parte no es más que la forma en la que
una parte de la sociedad campesina de los Alpes italianos tenia de vivir y
expresar el sentimiento y el hecho religiosos. El libro se inscribe en lo que
se ha venido a llamar la microhistoria, esa “nueva historia”, que bebe de las
raíces de la historia social, esa misma historia social que la francesa Escuela
de los Anales puso en el primer plano de la historiografía moderna; esa nueva
forma de hacer historia de la que el especialista turinés es uno de sus máximos
representantes.
También la historiografía moderna
tiene su Menocchio particular, y lo hace desde las investigaciones llevadas a
cabo en el Archivo Diocesano de Cuenca por la hispanista norteamericana Sara T.
Nalle, catedrática de Historia en la William Paterson University, de Nueva
Jersey. El primer acercamiento de la profesora estadounidense a los archivos de
nuestra ciudad data ya de hace muchos años, de la década de los setenta de la
centuria pasada, cuando se encontraba inmersa en su doctorado sobre la
Contrarreforma en España; el hecho de que los fondos inquisitoriales del
tribunal conquense, al contrario de lo que sucede con otros tribunales, cuyos
fondos fueron trasladados en su día al Archivo Histórico Nacional, se encuentra
todavía, in situ, en el Archivo Diocesano, debió pesar en el interés que la
historiadora norteamericana mostró por nuestro archivo y nuestra ciudad. Fruto
de aquella investigación primera fue su libro God in La Mancha. Religous Reform and the People of Cuenca, 1500-1650,
un libro que fue publicado en inglés por el servicio de publicaciones de la
Johns Hopkins University, de Baltimore (Maryland), pero que los lectores
conquenses no hemos podido disfrutar porque no cuenta todavía con una edición
en castellano.
Mejor suerte en este sentido ha
conocido este otro libro de la profesora Tate, que fue publicado primeramente
en inglés por la Universidad de Virginia en 2001, y que ha sido traducido al
castellano y publicado en 2009, gracias al esfuerzo conjunto de la Fundación de
Cultura Ciudad de Cuenca y del Ayuntamiento de Cardenete. Su título, Loco por Dios. Bartolomé Sánchez, el mesías
secreto de Cardenete, es sintomático de todo lo que se puede encontrar a lo
largo de sus páginas: la aventura vital de este Bartolomé Sánchez, el Menocchio
conquense, que fue procesado por el tribunal de la Inquisición, en principio,
por una serie de actuaciones extrañas que protagonizó, próximas a la locura, o
inmersas por completo en ella, en un día cualquiera del año 1552, durante una
misa celebrada en su pueblo de la serranía conquense. Denunciado por sus
vecinos, fue conducido por la justicia hasta Cuenca, donde se encontraba la
sede de un amplio tribunal de la Inquisición que abarcaba todavía los obispados
de Cuenca y de Sigüenza, además del priorato santiaguista de Uclés. Allí, en
las cárceles secretas del tribunal conquense, fue sometido a siete años de
prisión, acusado de blasfemia y de pensamientos heréticos.
Sin embargo, la estancia del
prisionero en las celdas de la Inquisición fue en parte diferente a la del
resto de los presos. Porque, entregado a uno de los inquisidores del tribunal,
Pedro Cortés, éste, más allá de querer castigarlo por los graves delitos
cometidos, según al menos el pensamiento de la época, intentaría por todos los
medios salvarle a través de la palabra, convirtiéndose en su interlocutor, en
un extenso debate sobre la religión y sobre la esencia de Dios; un debate
largo, casi interminable, que duraría casi todo el tiempo que Sánchez se
mantuvo apresado por primera vez. Porque los encuentros que ambos mantuvieron
en cada una de las audiencias a las que el preso fue sometido, más que un
interrogatorio al uso, se convertían siempre en brillantes conversaciones entre
dos personas que mantenían pensamientos opuestos, pero que incluso, a pesar de
la situación, se respetaban entre sí. Conversaciones que el escribano del
tribunal supo recoger en el papel, a través de su pluma, y transcribir,
suponemos, con total veracidad, y que ahora llegan a nosotros gracias a la
labor, cercana a la de cronista, de la profesora norteamericana; de esta forma,
ella misma se convierte, también, en algo parecido a un notario, dando fe por
su parte a cada una de esas entrevistas.
Las conversaciones mantenidas
entre inquisidor y prisionero demuestran que las dos partes tenían muy claro
todo lo que decían y, cuando menos, poseían una brillante argumentación al
defender sus opiniones contrapuestas. A uno de ellos, el inquisidor Cortés, se
le supone, por su cargo, ciertos estudios, por encima en todo caso de lo que en
aquella época era usual en el conjunto de la población. No sucede lo mismo con
el otro, Sánchez, nuestro particular Menocchio, un labrador venido a menos,
extremadamente empobrecido, hasta el punto de que su pobreza fue en gran parte
la causante de su locura. Sin embargo, la argumentación que demuestra brilla
por encima de esa locura, de tal forma que ya no vemos al pobre loco que
protagonizo en la iglesia de Cardenete aquellos hechos extraños que fueron la
causa de su ruina, sino a un brillante conversador, consciente de lo que dice,
y decidido a defender sus tesis cueste lo que cueste, incluida también su
propia muerte.
Al final, nuestro Menocchio particular
se salvó de la hoguera, y pudo regresar por fin a su pueblo, a pesar de que
decía ser el nuevo Mesías, y de que se equiparaba al Elías de los textos
sagrados. Después de haber sido puesto en libertad en un primer momento, tras
haber mostrado arrepentimiento por sus palabras, fue procesado de nuevo algunos
años más tarde. En ese nuevo proceso, Menocchio fue declarado como demente, y
condenado a llevar sambenito y conducido al hospital de Nuestra Señora de
Gracia, en Zaragoza, a finales de agosto de 1558. Sin embargo, pudo fugarse a
finales de ese mismo año o en los primeros meses del siguiente, y regresó de
nuevo a Cardenete. En todo caso, más allá de la locura de Sánchez, su proceso
nos recuerda que en los años intermedios del siglo XVI, ni el pensamiento
religioso ni la forma de vivir el hecho religioso, ni siquiera entre los
propios inquisidores, fue tan monolítica como en un principio nos podría
parecer.
El proceso a nuestro Menocchio
tiene el interés de ofrecernos además a un marqués de Moya hasta ahora
desconocido. La imagen que normalmente tenemos de Andrés de Cabrera es la de un
hombre fiel a sus reyes, primero a Enrique y después, una vez muestro éste, a
su hermana Isabel, y que fue esa fidelidad a los reyes la que hizo que fuera
recompensado con el marquesado de Moya, un marquesado en el que, entre otros,
se incluía también el pueblo de Cardenete. Sin embargo, el proceso de Sánchez
nos muestra a un Andrés de Cabrera diferente, cruel, que incluso ha obtenido el
marquesado por medios poco lícitos. Todo ello provoco un proceso judicial entre
diferentes familias nobles conquense, porque a los derechos supuestos que sobre
el viejo señorío, y por lo tanto sobre el marquesado, tenía la familia
Albornoz, se vino a añadir también los intereses de Diego Roque López Pacheco,
quien para entonces había sucedido a su padre al frente del marquesado de
Villena, y a quien, según él, se le había prometido el título con anterioridad.
La rivalidad entre el marqués de
Moya y el pueblo de Cardenete había tenido lugar cuando nuestro Menocchio era
un niño, conformando a partir de entonces su propia biografía. Como también lo
configuraría el conflicto de las Comunidades, en 1521, en el que el pueblo tuvo
un papel relativamente importante, si bien con un carácter principalmente
local. En 1520, y durante un tiempo, los habitantes del pueblo estuvieron en
contacto con los comuneros de Cuenca, con el fin de que estos lucharan también
en defensa de sus derechos, y contra los privilegios del marqués. ¿Fue una
casualidad el hecho de que el líder de esos comuneros conquenses fuera entonces
Luis Carrillo de Albornoz, uno de los últimos descendientes del linaje Albornoz
en la ciudad del Júcar? No hay datos para contestar taxativamente a la
pregunta, pero es probable que el hecho estuviera íntimamente ligado a ello.