viernes, 7 de diciembre de 2018

Loco por Dios. El Menocchio conquense de Cardenete


En 1976, el historiador italiano Carlo Ginzburg publicaba su libro más conocido, El queso y los gusanos, que sin embargo no sería traducido al castellano hasta 1994, casi con veinte años de retraso, por la editorial catalana Muchnik. En el libro, a través de la vida de Domenico Scandella, quien era conocido entre sus vecinos como Menocchio, un molinero que había nacido en el norte de Italia, y sobre todo, a través del proceso que la Inquisición le abrió a finales del siglo XVI, el lector puede seguir toda una cosmogonía personal del propio molinero, pero que en parte no es más que la forma en la que una parte de la sociedad campesina de los Alpes italianos tenia de vivir y expresar el sentimiento y el hecho religiosos. El libro se inscribe en lo que se ha venido a llamar la microhistoria, esa “nueva historia”, que bebe de las raíces de la historia social, esa misma historia social que la francesa Escuela de los Anales puso en el primer plano de la historiografía moderna; esa nueva forma de hacer historia de la que el especialista turinés es uno de sus máximos representantes.

También la historiografía moderna tiene su Menocchio particular, y lo hace desde las investigaciones llevadas a cabo en el Archivo Diocesano de Cuenca por la hispanista norteamericana Sara T. Nalle, catedrática de Historia en la William Paterson University, de Nueva Jersey. El primer acercamiento de la profesora estadounidense a los archivos de nuestra ciudad data ya de hace muchos años, de la década de los setenta de la centuria pasada, cuando se encontraba inmersa en su doctorado sobre la Contrarreforma en España; el hecho de que los fondos inquisitoriales del tribunal conquense, al contrario de lo que sucede con otros tribunales, cuyos fondos fueron trasladados en su día al Archivo Histórico Nacional, se encuentra todavía, in situ, en el Archivo Diocesano, debió pesar en el interés que la historiadora norteamericana mostró por nuestro archivo y nuestra ciudad. Fruto de aquella investigación primera fue su libro God in La Mancha. Religous Reform and the People of Cuenca, 1500-1650, un libro que fue publicado en inglés por el servicio de publicaciones de la Johns Hopkins University, de Baltimore (Maryland), pero que los lectores conquenses no hemos podido disfrutar porque no cuenta todavía con una edición en castellano.

Mejor suerte en este sentido ha conocido este otro libro de la profesora Tate, que fue publicado primeramente en inglés por la Universidad de Virginia en 2001, y que ha sido traducido al castellano y publicado en 2009, gracias al esfuerzo conjunto de la Fundación de Cultura Ciudad de Cuenca y del Ayuntamiento de Cardenete. Su título, Loco por Dios. Bartolomé Sánchez, el mesías secreto de Cardenete, es sintomático de todo lo que se puede encontrar a lo largo de sus páginas: la aventura vital de este Bartolomé Sánchez, el Menocchio conquense, que fue procesado por el tribunal de la Inquisición, en principio, por una serie de actuaciones extrañas que protagonizó, próximas a la locura, o inmersas por completo en ella, en un día cualquiera del año 1552, durante una misa celebrada en su pueblo de la serranía conquense. Denunciado por sus vecinos, fue conducido por la justicia hasta Cuenca, donde se encontraba la sede de un amplio tribunal de la Inquisición que abarcaba todavía los obispados de Cuenca y de Sigüenza, además del priorato santiaguista de Uclés. Allí, en las cárceles secretas del tribunal conquense, fue sometido a siete años de prisión, acusado de blasfemia y de pensamientos heréticos.

Sin embargo, la estancia del prisionero en las celdas de la Inquisición fue en parte diferente a la del resto de los presos. Porque, entregado a uno de los inquisidores del tribunal, Pedro Cortés, éste, más allá de querer castigarlo por los graves delitos cometidos, según al menos el pensamiento de la época, intentaría por todos los medios salvarle a través de la palabra, convirtiéndose en su interlocutor, en un extenso debate sobre la religión y sobre la esencia de Dios; un debate largo, casi interminable, que duraría casi todo el tiempo que Sánchez se mantuvo apresado por primera vez. Porque los encuentros que ambos mantuvieron en cada una de las audiencias a las que el preso fue sometido, más que un interrogatorio al uso, se convertían siempre en brillantes conversaciones entre dos personas que mantenían pensamientos opuestos, pero que incluso, a pesar de la situación, se respetaban entre sí. Conversaciones que el escribano del tribunal supo recoger en el papel, a través de su pluma, y transcribir, suponemos, con total veracidad, y que ahora llegan a nosotros gracias a la labor, cercana a la de cronista, de la profesora norteamericana; de esta forma, ella misma se convierte, también, en algo parecido a un notario, dando fe por su parte a cada una de esas entrevistas.

Las conversaciones mantenidas entre inquisidor y prisionero demuestran que las dos partes tenían muy claro todo lo que decían y, cuando menos, poseían una brillante argumentación al defender sus opiniones contrapuestas. A uno de ellos, el inquisidor Cortés, se le supone, por su cargo, ciertos estudios, por encima en todo caso de lo que en aquella época era usual en el conjunto de la población. No sucede lo mismo con el otro, Sánchez, nuestro particular Menocchio, un labrador venido a menos, extremadamente empobrecido, hasta el punto de que su pobreza fue en gran parte la causante de su locura. Sin embargo, la argumentación que demuestra brilla por encima de esa locura, de tal forma que ya no vemos al pobre loco que protagonizo en la iglesia de Cardenete aquellos hechos extraños que fueron la causa de su ruina, sino a un brillante conversador, consciente de lo que dice, y decidido a defender sus tesis cueste lo que cueste, incluida también su propia muerte.

Al final, nuestro Menocchio particular se salvó de la hoguera, y pudo regresar por fin a su pueblo, a pesar de que decía ser el nuevo Mesías, y de que se equiparaba al Elías de los textos sagrados. Después de haber sido puesto en libertad en un primer momento, tras haber mostrado arrepentimiento por sus palabras, fue procesado de nuevo algunos años más tarde. En ese nuevo proceso, Menocchio fue declarado como demente, y condenado a llevar sambenito y conducido al hospital de Nuestra Señora de Gracia, en Zaragoza, a finales de agosto de 1558. Sin embargo, pudo fugarse a finales de ese mismo año o en los primeros meses del siguiente, y regresó de nuevo a Cardenete. En todo caso, más allá de la locura de Sánchez, su proceso nos recuerda que en los años intermedios del siglo XVI, ni el pensamiento religioso ni la forma de vivir el hecho religioso, ni siquiera entre los propios inquisidores, fue tan monolítica como en un principio nos podría parecer.

El proceso a nuestro Menocchio tiene el interés de ofrecernos además a un marqués de Moya hasta ahora desconocido. La imagen que normalmente tenemos de Andrés de Cabrera es la de un hombre fiel a sus reyes, primero a Enrique y después, una vez muestro éste, a su hermana Isabel, y que fue esa fidelidad a los reyes la que hizo que fuera recompensado con el marquesado de Moya, un marquesado en el que, entre otros, se incluía también el pueblo de Cardenete. Sin embargo, el proceso de Sánchez nos muestra a un Andrés de Cabrera diferente, cruel, que incluso ha obtenido el marquesado por medios poco lícitos. Todo ello provoco un proceso judicial entre diferentes familias nobles conquense, porque a los derechos supuestos que sobre el viejo señorío, y por lo tanto sobre el marquesado, tenía la familia Albornoz, se vino a añadir también los intereses de Diego Roque López Pacheco, quien para entonces había sucedido a su padre al frente del marquesado de Villena, y a quien, según él, se le había prometido el título con anterioridad.

La rivalidad entre el marqués de Moya y el pueblo de Cardenete había tenido lugar cuando nuestro Menocchio era un niño, conformando a partir de entonces su propia biografía. Como también lo configuraría el conflicto de las Comunidades, en 1521, en el que el pueblo tuvo un papel relativamente importante, si bien con un carácter principalmente local. En 1520, y durante un tiempo, los habitantes del pueblo estuvieron en contacto con los comuneros de Cuenca, con el fin de que estos lucharan también en defensa de sus derechos, y contra los privilegios del marqués. ¿Fue una casualidad el hecho de que el líder de esos comuneros conquenses fuera entonces Luis Carrillo de Albornoz, uno de los últimos descendientes del linaje Albornoz en la ciudad del Júcar? No hay datos para contestar taxativamente a la pregunta, pero es probable que el hecho estuviera íntimamente ligado a ello.

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