El doctor Eustaquio Muñoz y su capilla
Sí Gómez
Carrillo fue uno de los eclesiásticos más poderosos de la Cuenca de principios
del siglo XVI, por razón en parte de su nacimiento, aunque ilegítimo, en el
seno de uno de los linajes más importantes de la ciudad, y también por su
propia personalidad, algo parecido habría que decir del doctor Eustaquio Muñoz,
aunque en este caso el origen familiar debió pesar menos, por más que perteneciera
también a una importante familia de origen aragonés, pero asentada en la
provincia conquense desde varios siglos antes, la de los barones de Escriche. Ambos
religiosos compartían amistad y peripecias biográficas, y eligieron para pasar
a la posteridad un mismo espacio sagrado, una misma zona cultual dentro de los
muros de la catedral de Cuenca. De esta manera describe Anselmo Sanz Serrano la
forma en la que el doctor Muñoz se decidió a construir su capilla, justo al
lado de la que por aquel entonces acababa de renovar el propio Gómez Carrillo:
“Fue compañero de cabildo y tuvo buena
amistad con don Gómez Carrillo protonotario, tesorero y canónigo, reformador de
la Capilla de los Caballeros, y viendo que esté prebendado atendía a restaurar
la capilla de sus familiares, el deán don Eustaquio se decidió entonces a
fundar también una capilla próxima al lugar de la de los Carrillo y Albornoz. Dieron
comienzo las obras en el año 1537, y en virtud de una bula del Papa Pablo III, anexionó
a esta capilla don Eustaquio Muñoz el curato de Alcantud y una prestamera en Valdecabras,
que le pertenecían por ser familiar de los barones de Escriche.”
Tal y
como hemos dicho, Eustaquio Muñoz había nacido en el seno de un importante
linaje aragonés, los Sánchez Muñoz, barones de Escriche, cuyo origen hay que remontarlo
al año 1171, durante la conquista de Teruel, la Tirwal de los musulmanes, por
las tropas del rey Alfonso II el Casto. En aquella acción de guerra
participaron también algunos caballeros castellanos, y entre ellos Munio Sancho,
señor de La Hinojosa, en la sierra soriana, a quien el monarca le compensó con
la antigua villa de Escriche, dándole además este título, que en Castilla sería
comparable con el señorío. Al menos dos de sus hijos, Pascual y Martín Sánchez
Muñoz, volverían de nuevo a Castilla, incorporados a las tropas enviadas por
los sucesivos reyes aragoneses, Alfonso II y Pedro II, para luchar al lado de
su primo, Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo y consejero del rey
Alfonso VIII, teniendo un peso importante en la batalla de Las Navas de Tolosa, en
1212.
A partir
de este momento, los miembros de la familia Sánchez Muñoz se fueron extendiendo
por toda la provincia de Teruel, pasando también a las provincias limítrofes de
Valencia y Cuenca. En concreto, fue en la segunda mitad del siglo XIII cuando los
hermanos Pascual y Martín Sánchez Muñoz, hijos del segundo barón de Escriche,
Pascual Sánchez Muñoz, el anónimo caballero que había estado en la batalla de Las
Navas, y hermanos del siguiente barón de Escriche, Gil Sánchez Muñoz, abandonaron la provincia de Teruel para instalarse definitivamente en la
cercana serranía de Cuenca. Martín Sánchez Muñoz se afincó entonces el pueblo
conquense de Valdemeca. Casado con una hermana del primer señor de Cañete, Juan
Hurtado de Mendoza, sus descendientes, los Muñoz y los Muñoz Cejudo, se fueron
extendiendo por otros pueblos cercanos (Tragacete, Uña, Buenache de la Sierra,
…), gracias a las posibilidades que la sierra les ofrecía para el desarrollo de la
ganadería, de modo que con el tiempo llegarían a convertirse también en uno de
los linajes conquenses más importantes de la provincia.
Eustaquio
Muñoz había nacido en 1469 en el pueblo de Buenache de la Sierra (Cuenca), y en
los años iniciales del siglo XVI era uno de los miembros más destacados del cabildo
diocesano conquense. En este sentido, y aunque Anselmo Sanz Serrano, basándose
en otros cronistas anteriores, afirma que fue deán del cabildo, Jesús Bermejo, basándose
a su vez en las actas capitulares, niega este hecho. Sí fue, sin embargo, inquisidor
ordinario del tribunal conquense. Hombre de letras, tal y como se desprende de
su testamento, conservado en el Archivo Diocesano de Cuenca, parece ser que
escribió una historia de la ciudad y una biografía de San Julian, obras ambas
que actualmente se consideran desaparecidas. En 1521, durante el conflicto de
las Comunidades, su casa fue quemada por los revolucionarios. Falleció en 1546,
y a su muerte donó toda su biblioteca, compuesta por numerosos libros que se
hallaban profusamente anotados, con múltiples referencias remarcando los
márgenes, al colegio mayor de San Bartolomé de la Universidad de Salamanca, en donde había estudiado. De
sus títulos se desprende que también era aficionado a temáticas de carácter
científico, como la astronomía y la cosmografía. Jesús Bermejo, en su
monografía sobre la catedral de Cuenca, destaca su fuerte personalidad, en el
seno de un cabildo diocesano que en aquella época estaba formada por hombres
realmente doctos e influyentes:
“Uno de los hombres de más acusada
personalidad entre los capitulares, realmente importantes, que formaron el
Cabildo de Cuenca, durante toda la primera mitad del citado siglo. De la
intensidad desarrollada por él dentro del ámbito de la vida capitular, tenemos
un elocuente y continuado testimonio en las actas capitulares de su tiempo, que
nos lo muestran interviniendo en casi todos los actos, decisiones y comisiones
importantes del Cabildo. Era de agudo ingenio y tenía una profunda formación
humanística. “
Tal cómo hemos dicho, la
capilla del doctor Eustaquio Muñoz comparte espacio en el plano de la catedral
con la capilla de Caballeros, conformando entre las dos un ángulo privilegiado
al comienzo de la girola, en la nave del evangelio. Aunque las obras comenzaron
algunos años más tarde que las de la capilla familiar de los Carrillo de Albornoz, su
portada es todavía claramente goticista en sus elementos centrales, con un arco
polilobulado de factura isabelina, rematado en un espacio adintelado, que sirve
de marco a su vez a un universo plateresco de entalladuras, en el que cobran vida
multitud de elementos vegetales y animales fabulosos. No sería extraño pensar,
pues, tal y como afirma Jesús Bermejo, que esta parte de la capilla hubiera
comenzado a trazarse todavía en los primeros años del siglo XVI. Pero no toda la
portada de resume a estos elementos de clara tradición gótica, pues se enmarcan a su
vez en otro tipo de elementos mucho más renovadores, propios ya del renacimiento.
Así lo ha descrito, una vez más, del propio Jesús Bermejo:
“Destacan, en primer lugar, las tres
monumentales columnas estriadas, que son parte fundamental de la composición y
división de esta portada. Se aprecia en ellas la singularidad de presentársenos
como dos columnas superpuestas, sin mengua de su unidad. En su mitad inferior,
las tres son estriadas, y las tres se adornan en su parte superior con un gran
mascarón central y otros dos, más pequeños, laterales, que llevan una suave
moldura cilíndrica por debajo; y como arrancando de ellos, un gigantesco rosario,
tallado en la piedra, que desciende en distintas direcciones, por el centro y
laterales de cada columna, en torno a la cual se ven, tallados en bajo relieve,
dos brazos de guerrero, que parecen pertenecer a la imaginativa figura del
mascarón superior, y se abrazan fuertemente de su columna respectiva.”
Junto a
esta fachada principal hay también una segunda fachada, o un segundo cuerpo,
que se corresponde con la reja del comulgatorio, que se presenta a modo de
gigantesco retablo en piedra. En el centro del retablo, sobre el comulgatorio, aparece un nicho con una
elegante imagen de la Virgen con el Niño en brazos, y coronando el
entablamiento, dos ángeles. A un lado y otro de este nicho central aparecen sendas esculturas de San Jerónimo y San Juan Bautista. Mientras tanto, en el cuerpo inferior de este retablo pétreo, rodeando el comulgatorio, y enmarcados en
cariátides, otros dos nichos, en los que figuran Tobías, con traje de peregrino y con un perro a su izquierda, y San Rafael, con túnica, capa y báculo. Todo ello se enmarca en un cuerpo superior, que abarca toda la
fachada, con un friso de crestería qué ocupa la totalidad de la cornisa. Sí la
primera parte de la fachada se relaciona todavía, como hemos visto, con el arte
goticista y plateresco, esta segunda parte es ya puramente renacentista.
Por su
parte, el interior es también claramente clasicista, aunque algunos de sus elementos
nos siguen recordando todavía el plateresco de la fachada. Este dominio renacentista
se puede apreciar sobre todo en la profusa ornamentación de las ménsulas que
soportan la bóveda, formada por más de cincuenta casetones, y en las cuatro
figuras que, talladas de cuerpo entero, aparecen grabadas en las enjutas del
arco central.
Toda la
decoración de la capilla se debe al escultor Diego de Tiedra, que por aquellas
fechas acababa de llegar a Cuenca, para renovar la aletargada escuela conquense
de escultura, dominada en ese momento por Antonio Flórez y su hijo, Diego. Es
muy probable que fuera llamado por el propio Muñoz para ello, pues se trata ésta
de la primera obra conocida que este tallista realizó en la ciudad del Júcar. Fue
además entallador y arquitecto, e incluso tallador de la casa de la moneda, y es
también el autor del altar mayor de la capilla, también de estilo plateresco. En
el nicho central figura una representación en bulto redondo de la Virgen con el
niño en brazos, rodeadas ambas figuras por los dos Santos Juanes, también niños.
En el coronamiento figura del Padre Eterno, en altorrelieve, y en el banco, en
bajorrelieve, Cristo yacente. Y rodeando la figura central hay también sendas
calles laterales, separadas de aquéllas y remarcadas por columnas
abalaustradas, en las que destacan sobre los diferentes adornos de mascarones y
cabezas de cabra, diversos relieves en los que se representan figuras
relacionadas con la vida de la Virgen (Santa Ana, San Joaquín, Santa Isabel y Zacarías),
tres de los apóstoles (San Pedro, San Pablo y Santiago) y San Cristóbal, como
elemento discordante, pues no pertenece a ninguna de las dos tradiciones
iconográficas.
Y también son renacentistas las dos rejas, la de la entrada y la del comulgatorio, que
también han sido atribuidas por Jesús Bermejo, como las del contigua capilla de
Caballeros, al rejero francés Esteban Lemosín.
Pero ni
Gómez Carrillo de Albornoz ni el doctor Eustaquio Muñoz, son excepciones en el
conjunto del cabildo diocesano de Cuenca. Las crónicas y las actas capitulares
nos muestran que también otros eclesiásticos rivalizaron con ellos en sabiduría
y personalidad, colocando a la institución conquense en una situación privilegiada
dentro de las diócesis españolas. Se podrían citar a otros religiosos que
vivieron también por esas mismas fechas: el chantre García de Villarreal, quien
había sido comisionado para debatir en Worms con el propio Lutero algunas de
las doctrinas del reformador alemán, quien fundó también en la catedral
conquense, otra de sus grandes capillas, la de los Apóstoles, construida
también en los años veinte de la misma centuria; Miguel de Carrascosa, que fue
arcediano de Moya, gran canonista y gobernador del obispado de Cuenca durante
los años en los que éste estuvo al frente de Alessandro Cesarini (1538-1542), familiar
del Papa y por ello eterno ausente de su cátedra; Rodrigo de Anaya, teniente de
deán, quien también probablemente realizaría sus estudios superiores en el
mismo colegio de San Bartolomé; el propio Juan del Pozo, fundador del convento
de San Pablo,…
Esta
situación privilegiada de este grupo de eclesiásticos, por origen nobiliario,
por cultura y por propia personalidad, muchos de ellos fundadores de espacios
sagrados dentro y fuera de los límites catedralicios, tal y como se ha visto,
tuvieron una vital importancia sobre el arte que en ese momento se estaba
realizando en la capital de la diócesis, siendo, como comitentes y mecenas de
pintores y escultores, de arquitectos, orfebres y rejeros, los grandes
renovadores del estilo; y la catedral, como principal templo de la diócesis, el
gran marco en el que se producía toda esa renovación. Las obras patrocinadas
por ellos sirvieron como polos de atracción de los artistas, llegados en
algunas ocasiones desde otras partes de España, o directamente desde más allá
de los Pirineos, artistas que traían consigo el nuevo estilo renacentista,
influyendo de esta manera, en los estudios de los pintores y escultores
locales. Pocos años después, el goticismo será definitivamente abandonado
también por los autores autóctonos.
De esta
forma, el renacimiento como forma de belleza, se iría asentando poco a poco en
el obispado de Cuenca, al principio de manera tímida, rivalizando con el
gótico, tal y como se ha podido ver en la capilla Muñoz, en cuya portada se
superponen los elementos góticos, platerescos y puramente renacentistas. Sin
embargo, poco tiempos después, en los años intermedios del siglo XVI, serían ya
las formas puramente clasicistas las que terminarían por triunfar
definitivamente. El llamado Arco de Jamete, situado en el brazo izquierdo del
crucero, contiguo a las capillas de Eustaquio Muñoz y de Gómez Carrillo de
Albornoz, es una clara muestra ya del triunfo del renacimiento, ahora
claramente consolidado. Concebido como entrada principal al claustro, fue
mandado hacer por el obispo Sebastián Ramírez de Fuenleal a partir del año
1545, aunque la obra continuó también durante el obispado de su sucesor, el
prelado Miguel Muñoz (1547-1553). Su autor, el escultor Esteban Jamete, fue uno
de los artistas de más fuerte personalidad que trabajaron por aquellas fechas
en la ciudad de Cuenca, lo que le llevó a ser procesado varias veces por el
tribunal de la Inquisición. Francés de origen, oriundo de Orleans, había
trabajado antes en Toledo con Diego de Siloé y Alonso de Covarrubias, y con
Andrés de Vandelvira en Úbeda (Jaén), así como también en el pueblo natal de
este último, Alcaraz (Albacete).
Y también
renacentista, pero de un renacimiento ya mucho más avanzado, será la capilla
del Espíritu Santo, fundada por los Hurtado de Mendoza en el claustro y
reformada a partir de 1561 por Francisco de Mendoza, arcediano de Toledo y de
Moya, así como también el propio claustro catedralicio. De carácter puramente
herreriano ambos espacios, y relacionados en un principio con el arquitecto
albaceteño Andrés de Vandelvira, uno y otro, capilla y claustro, serían
realizadas en realidad por el italiano Juan Andrea Rodi,