viernes, 1 de febrero de 2019

UN NUEVO LIBRO DEL PROFESOR IBÁÑEZ MARTÍNEZ


Recientemente ha salido a la luz un nuevo libro del profesor Pedro Miguel Ibáñez Martínez, uno de nuestros expertos más reconocidos en el conocimiento del arte conquense. Especialista en la pintura conquense del Renacimiento -su tesis, bajo el título precisamente de Pintura conquense del siglo XVI, fue publicada en tres tomos por la Diputación Provincial de Cuenca-, realizó después diferentes estudios monográficos sobre algunos pintores renacentistas que, nacidos unos en la capital conquense, como los miembros de la dinastía Gómez, o llegados otros a ella, procedentes de otras regiones, como Fernando Yáñez de la Almedina -quien, desde su terruño en la Mancha, viajó hasta Italia, donde fue alumno del propio Leonardo da Vinci-, desarrollaron aquí gran parte de su labor artística. Pero entre la bibliografía de Ibáñez figuran también otros trabajos interesantes, relacionados casi siempre con la historia del arte, como sus interesantes estudios sobre las Casas Colgadas, o sobre las dos vistas que el paisajista holandés Anton van den Wyngaerde realizó de la ciudad del Júcar en el siglo XVI.           
              En este nuevo trabajo, que ha sido publicado otra vez por la Universidad de Castilla-La Mancha y por el Patronato Universitario Cardenal Gil de Albornoz, dentro de su programa de estudios titulado Cuenca recóndita de la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades, el profesor Ibáñez, catedrático de escuelas universitarias, ha modificado relativamente el interés cronológico y temático de sus anteriores investigaciones. Porque si bien el tema de esta nueva publicación no se aparta en absoluto del tema general de todo su currículo investigador, la historia del arte, y especialmente la historia del arte conquense, el autor ha preferido, para esta ocasión, el estudio de un aspecto diferente, que ha sido escasamente tratado por los especialistas: la arquitectura civil gótica, y en concreto, una parte de esa arquitectura que suele pasar casi siempre desapercibida: los alfarjes.
              En efecto, su nuevo título trata de explicar y descubrir a los curiosos amantes de nuestra historia, las escasas, pero siempre interesantes, muestras de alfarjes, que aún permanecen ignorados en el interior de nuestros palacios góticos. Palacios que, todos ellos, tienen en común la escasa visibilidad que muestra para el visitante, pues casi siempre permanecen escondidos bajo otras arquitecturas posteriores, que muchas veces, además, fueron poco respetuosas con la estructura original del edificio. A lo que hay que añadir, también, el hecho de que actualmente, muchos de ellos, se encuentran en manos privadas, lo que dificulta enormemente el estudio y la contemplación de la obra. Sólo el Palacio Episcopal es la excepción a ese común denominador, aunque también en este caso permanece la dificultad de su estudio por parte de los especialistas.
              El diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su tercera acepción, define la palabra “alfarje” de la manera siguiente: “Techo con maderas labradas y entrelazadas artísticamente, dispuesto o no para pisar encima.” No es exactamente lo mismo que “artesonado”, que es definido por el mismo diccionario como “techo, armadura o bóveda con artesones de madera, piedra u otros materiales, y con forma de artesa invertida”. Son conocidos algunos artesonados interesantes en la provincia de Cuenca: los del castillo de Belmonte, el del refectorio del monasterio de Uclés, el de la sala capitular o el de la capilla Honda, ambos dentro de los muros catedralicios,… Sin embargo, estos alfarjes que ahora nos descubre el profesor Ibáñez, eran hasta ahora desconocidos para el curioso, y son testigos de un pasado conquense muy diferente al presente que nos ha tocado vivir; un pasado glorioso, el de un siglo XV en el que Cuenca, apoyada en su riqueza ganadera, se había convertido en algo parecido a una metrópoli, foco de atracción para artistas y financieros.
              Es necesario conocer para conservar, y es necesario conservar para no perder nunca nuestras propias señas de identidad. Por ello, es interesante la propuesta que se nos hace desde el campus conquense de la Universidad de Castilla-La Mancha, y en concreto, desde su Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades. En la presentación de este nuevo libro, su autor nos indica cuáles son las pretensiones de este proyecto Cuenca recóndita, en el que se enmarca el volumen: “De la conversación, en la que también participaron otros profesores compañeros de la Facultad, nació la idea de llevar a cabo un proyecto de divulgación entre los alumnos de algunas de estas obras de verdadera calidad, poco conocidas o simplemente ignotas, del patrimonio artístico y arquitectónico de la ciudad de Cuenca. Así nació el proyecto Cuenca recóndita, con el necesario rigor científico propio del ámbito universitario en que nos movemos. La divulgación tenía que verse precedida de las suficientes aportaciones al conocimiento que la sustentaran, basadas en el trabajo personal en los archivos y en el análisis de las propias obras.”
              En efecto, divulgación y rigor científico no deben ser nunca términos contrapuestos en un trabajo de estas características. No lo es, desde luego, en este nuevo libro del profesor Pedro Miguel Ibáñez.
              Por otra parte, y aunque no tiene nada que ver con el nuevo libro del profesor Ibáñez, bien merece la pena participar de este proyecto, Cuenca recóndita, el nuevo descubrimiento que se acaba de hacer en una de las capillas de la catedral, la del Arcipreste Barba, del cual ya nos hicimos eco en este blog mediante una entrada en la sección NOTICAS HISTÓRICAS. En efecto, levantando el cuadro central de su altar para proceder a su restauración, ha aparecido un óleo sobre tabla que representa a San Julián vestido de pontifical. El cuadro, del que hasta ahora nada se sabía, es una obra importante del renacimiento, y sin duda conformaba la tabla central del primitivo retablo, correspondiente a la época en la que la capilla fue dedicada a San Julián por este canónigo. La obra deberá ser estudiada a partir de ahora por el profesor Ibáñez y por otros estudiosos del arte conquense, pero a primera vista parece corresponder al pleno renacimiento conquense, quizá a Gonzalo Gómez o a algún otro miembro de esta dinastía de pintores conquenses.

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