En 1814, una vez que los invasores franceses fueran
expulsados del país, Fernando VII regresó a España para tomar posesión del
trono de sus antepasados, y antes incluso de llegar a Madrid, aconsejado por el
grupo de diputados conservadores, decidió poner fin a todo el edificio liberal
que las Cortes de Cádiz habían construido durante la estancia del monarca en el
país vecino. A corto plazo, la decisión significó el inicio de una terrible
represión contra el grupo de diputados liberales, que se vieron perseguidos por
la política conservadora que fue desarrollada a partir de este momento por el
gobierno, muchos liberales fueron detenidos, y otros muchos fueron obligados a
exiliarse en algún país extranjero con el fin de evitar la prisión. Y a largo
plazo, significaría además un largo y penoso enfrentamiento, primero entre
conservadores y liberales, y después, incluso, entre las diversas facciones de
ambos partido;, aunque, en puridad, no cabía hablar aún de verdaderos partidos
políticos, en el sentido actual de la palabra- Un enfrentamiento, por otra
parte, que duraría prácticamente toda la centuria.
El
conjunto del reinado fernandino abarcó tres etapas históricas, muy diferentes
entre sí, que marcaron en su conjunto todo ese devenir de enfrentamientos
políticos. Primero, entre 1814 y 1820, un sexenio dominado por los absolutistas,
y caracterizado por una dura represión tanto contra los liberales como contra todos
aquellos que, durante la Guerra de la Independencia, se habían declarado
partidarios del gobierno josefino. A partir de 1810, la revuelta capitaneada
por Rafael de Riego, al frente de sus tropas en Las Cabezas de San Juan (Sevilla), fue el inicio de un gobierno
liberal que, sin embargo, apenas duró tres años, acosado exteriormente por las
presiones de los absolutistas y por un ejército invasor, los Cien Mil Hijos de
San Luis, quienes habían sido enviados desde Francia con el fin de paralizar la
revolución. Y también interiormente, por los propios enfrentamientos entre las
dos facciones liberales: moderados o doceañistas, y progresistas o
veinteañistas.
La
victoria absolutista en 1823 marcó una nueva década conservadora en el gobierno
de España. No obstante, la experiencia del Trienio Liberal había convencido al
monarca y al gobierno de los beneficios de la moderación. Pero esa moderación
provocó, al mismo tiempo, entre los propios conservadores, una especie de
guerra civil, hasta el punto de que durante toda la década, ambos, monarca y
gobierno, se vieron sometidos a diversas presiones e intentos de golpe de
estado, tanto desde el liberalismo como desde el ultraconservadurismo.
Finalmente, la muerte del rey en 1833 sin haber podido tener descendencia
masculina de ninguno de los cuatro matrimonios (sólo llegó a tener dos hijas de
su último matrimonio, con María Cristina de Borbón, la princesa Isabel y la
infanta Luisa Fernanda, ambas niñas todavía en el momento del fallecimiento del
monarca), y los vaivenes de su política hereditaria, significaron un
enconamiento de las pasiones políticas, que alcanzó su culmen con el estallido
de la Primera Guerra Carlista; la primera de una larga serie de guerras civiles
que asolaron el conjunto del país durante todo un siglo de conflicto.
Cuenca,
como una parte de España que era, se va a ver reflejada también en esa serie de
conflictos políticos durante todo el reinado, llegando a convertirse, una vez
más, en escenario bélico de todas esas luchas entre liberales y conservadores,
entre absolutistas y liberales, entre liberales moderados y liberales
progresistas,…, entre militares profesionales y los miembros de las diferentes
partidas de voluntarios que, un día sí y otro también, se echaban al monte para
defender a un bando u otro. Y en este continuo devenir a lo largo y a lo ancho
de una provincia de cierto valor estratégico, cercana a uno de los territorios
más profundamente conservadores como era el Maestrazgo y el Levante interior,
tuvo un papel estelar un aventurero de origen francés, Jorge de Bessieres,
quien personificaría, hasta su muerte en 1825, todos esos bandazos políticos e
ideológicos que caracterizaron a este primer tercio del siglo XIX.
Es
momento ahora de retomar el devenir biográfico de Jorge Bessieres, y sobre
todo, de su relación con la provincia de Cuenca. Aventurero de origen francés, como
se ha dicho, que había entrado en nuestro país en 1808, junto a las tropas
napoleónicas, tardó poco tiempo en traicionar a sus antiguos compañeros,
convirtiéndose en un nacionalista español, en cuyo ejército alcanzó, antes de
que finalizara la guerra, el empleo de teniente coronel. Ramón Garrido, en un
texto que se puede localizar fácilmente en internet, explica de qué manera se
produjo la desafección del aventurero francés del ejército imperial, y su paso
al bando nacional:
La
historia de Bessieres era curiosa. En 1809, el guerrillero catalán don José
Marco supo que las tropas francesas de Barcelona forrajeaban en las cercanías
de Hospitalet, con una escolta de 30 o 40 caballos e igual número de infantes.
Manso, al frente de su partida, se colocó en sitio estratégico, cortó la
retirada a los franceses, hizo 34 prisioneros y se apoderó de 36 caballos.
Cogió además un furgón con sus mulas y dos caballos del general Duhesme. El
furgón iba guiado por un cochero llamado Jorge Bessieres. Bessieres, prisionero
de los españoles, se ofreció a asesinar al gobernador francés de Barcelona, Mauricio
Mattieu. Había sido ordenanza de un ayudante del gobernador y pensaba valerse
de su condición para acercarse al general Mattieu. Bessieres intentó el
asesinato, pero no lo pudo realizar. No se sabe si a consecuencia de estos
atentados o si por alguna otra hazaña del guerrillero, Lacy lo hizo capitán.
Después de la Guerra de la Independencia, se estableció en Barcelona, se casó
con una mujer llamada Juana Portas, y ensayó varias industrias, entre ellas una
tintorería[1].
Según
algunas fuentes, después de la derrota de los franceses, intentó primero regresar
a su país de origen, siendo detenido en Palma de Mallorca en ese mismo año,
1814, motivo por el cual fue dado de baja en el ejército español. Sin embargo,
su fuerte personalidad le llevó a encabezar diferentes partidas armadas durante
todo el reinado de Fernando VII, partidas que abarcaron casi todo el espectro
ideológico de la época. Así, en 1817, participó en el pronunciamiento de Luis
Lacy en Cataluña, a favor del liberalismo, que terminó con el fusilamiento del propio
general en el castillo de Bellver, en Palma de Mallorca, y después, en 1820, participó
también en la proclamación de la Constitución en la ciudad condal.
Más
escorado después en su pensamiento ideológico, en 1821, nada más haberse inaugurado
el régimen liberal, fue detenido de nuevo en Barcelona por el general Pedro
Villacampa, capitán general de Cataluña, acusado de estar implicado en una
conspiración de carácter republicana. Fue encerrado en la Ciudadela de
Barcelona. Condenado a
muerte en un primer momento, fue perdonado de nuevo, quizá, según algunos
historiadores, por la influencia de los comuneros, a los que perseguiría tres
años más tarde, después de haber tomado la capital conquense, y encerrado en el
castillo de Figueras (Gerona). Sin embargo, logró escapar del presidio y exiliarse
en Francia, país donde se relacionó con la Regencia de Urgel, lo que le movió a
oscilar ideológicamente ahora hacia el bando realista.
Regresó a España y organizó una
partida absolutista, a cuyo frente recorrió las tierras de Zaragoza y
Guadalajara, llegando en diversas ocasiones a territorio conquense. En aquellas
tierras alcarreñas, entre Guadalajara y Cuenca, fue derrotado por El Empecinado
hasta en dos ocasiones. En el mes de
diciembre de 1822 logró amenazar por primera vez la ciudad de Cuenca, después
de haber recorrido un camino victorioso que le había llevado hasta Huete. Y a
pesar de haber sufrido en el mes de marzo del año siguiente una importante
derrota en Albalate de las Nogueras, por las tropas que estaban al mando por el
propio O’Donnell, poco tiempo después, el 29 de abril, estuvo a punto de
conquistar la ciudad. La heroica defensa de la ciudad fue premiada por el
Gobierno constitucional, que creó una condecoración nueva, a la que se puso por
nombre la Cruz de Cuenca.
Antonio Rodríguez ha podido
encontrar entre los fondos del Archivo Municipal de Cuenca un resumen de los
hechos. Se trata de un escrito del comandante militar de la provincia, quién,
como tal, era la persona destinada a dirigir la defensa de la ciudad contra el
aventurero francés[2].
El escrito estaba dirigido al capitán general de Castilla la Nueva, Andrés Burriel
de Casamayor, y de su lectura se deduce que las tropas de Bessieres habían
llegado a la calle Carretería, fuera del recinto amurallado, aquella mañana del
29 de abril de 1823, y que el ataque fue inmediatamente contestado por los
voluntarios liberales: “A la aproximación
de Bessieres volaron a las puertas y parapetos en número de cuatrocientos,
inclusos treinta hombres procedentes de los destacamentos del Infante don
Antonio y Calatrava, ciento cincuenta quintos, base del batallón naciente de
cazadores de Cuenca, y una acción de voluntarios nacionales, por hallarse los
demás filiados en el expresado batallón”.
La situación se mantuvo durante
bastantes horas, hasta bien llegado el 1 de mayo, momento en el que los
atacantes reavivaron la carga, atacando por diferentes puntos estratégicos de
la ciudad, y especialmente por la puerta del Postigo, sobre la Calle del Agua. Acuciado
por la situación, el propio comandante militar se dirigió hacia allí, reforzando
los efectivos que estaban encargados de la defensa de esa parte de la ciudad.
Los disparos se mantuvieron hasta la noche siguiente, 3 de mayo. Mientras tanto,
según siempre dicho informe una parte de las tropas de Bessieres se afanaba en Carretería
en la fabricación de un cañón de madera, “destinado
para destruir una de las puertas de la muralla, y abrir de esta forma de camino
para traspasarla e irrumpir en el recinto amurallado”.
Todo parecía indicar que la mañana
del día siguiente, los invasores iban a desencadenar el ataque definitivo
contra la ciudad. Sin embargo, sorprendentemente, el fuego cesó, consecuencia
quizá del cansancio y de la heroica defensa de la capital por parte de sus
habitantes, o más seguramente, de que Bessieres había recibido la noticia de que,
en ese momento, el teniente coronel Víctor Serra se aproximaba Cuenca, al mando
del escuadrón de caballería Alcántara, y de una compañía de infantería que se
había organizado en Madrid con aquel motivo. Bessieres huyo atropelladamente de
Cuenca antes de que las tropas que venían a liberar la ciudad, hubieran llegado
hasta sus murallas, dejando atrás a un oficial malherido, que falleció algunos
días más tarde en el Hospital de Santiago, el hospital militar de la ciudad, a
consecuencia de las heridas sufridas en el ataque. El peligro, de momento,
había pasado. Por parte de los liberales, el combate se saldó, únicamente, con
la muerte de un soldado, miembro del destacamento de Calatrava, y de dos
mujeres heridas por sendas balas perdidas, “cuando
se encontraban en las ventanas de sus respectivas viviendas”.
Poco tiempo después, Bessieres intentó
infructuosamente conquistar la propia capital madrileña, el 20 de mayo de ese
año, llegando a apoderarse incluso del Retiro y de la Puerta de Valencia. Sin
embargo, expulsado de la capital por el general José Pascual de Zayas, quien
estaba al mando del regimiento de Guadalajara, no tuvo más remedio que regresar
a las tierras alcarreñas, que él tan bien conocía. A este respecto, el ya
citado Román Garrido defiende que la actuación de Bessieres sobre la capital se
hizo, en todo momento, en estrecha colaboración con el ejército francés de
Angulema, los Cien Mil Hijos de San Luis, y para ello se basa en diversas
cartas dirigidas por Bessieres a varios militares que estaban integrados en dicho
ejército, entre ellos al propio Arman Charles Gilleminot, jefe del Estado Mayor
del duque de Angulema. También, en un texto escrito por el propio protagonista,
el Manifiesto que hace a la Nación
Española el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos D. Jorge Bessieres, en
junio de 1823. En dicho documento, publicado el 6 de junio, según las
palabras de Garrido, Bessieres “se
defiende de las acusaciones que sobre su postura política y sus acciones
respecto a la defensa de participar expresamente en las filas realistas para su
propio beneficio, o de indecibles vicios y carencia de virtudes que pudiera
tener”.
La
regencia, instalada ya en la capital madrileña después de la liberación de la
ciudad por las tropas de Angulema, le entregó toda una división, encomendándole
el mando de sus tropas en el centro del país. Y después de diversos
enfrentamientos con las tropas liberales del regimiento de Calatrava, en
Cañizares, Huete y otra vez en Albalate de las Nogueras, Bessieres tomó por fin
Cuenca al principio del verano, cuando los Cien Mil Hijos de San Luis avanzaban
ya por el centro de la meseta, acuciando al gobierno, que había iniciado su
particular huida hacia Andalucía. Bessieres tomó la ciudad al frente de tres
mil hombres. Después de haber ordenado destruir la placa dedicada a la
Constitución que se hallaba en la Plaza Mayor, el aventurero francés mandó
instalar una horca en el Campo de San Francisco, con el fin de ejecutar en ella
a todos los liberales que sus tropas habían hecho prisioneros durante la toma
de la ciudad; horca que, sin embargo, fue inmediatamente desmantelada por las
presiones ejercidas en este sentido por el propio obispo de la diócesis, Ramón
Falcón y Salcedo. Haciéndose eco de Muñoz y Soliva, comenta lo siguiente el ya
citado Antonio Rodríguez:
“El canónigo Trifón Muñoz y
Soliva cuenta, y es más creíble que en otros episodios porque los vivió […],
que Jorge Bessieres fue huésped del obispo, y gracias a su mediación se quitó
la horca que había ordenado colocar en el Campo de San Francisco, arrabal de
Cuenca dónde está la Iglesia de San Esteban […]. La Inquisición (hoy Archivo
Histórico Provincial) y convento de carmelitas (actualmente Fundación Antonio
Pérez) fueron convertidos en cárceles que estaban llenas de liberales.
Solamente se reseña tres muertes de facciosos: dos fusilados por Bessieres por
delitos de violación en el campo de San Francisco, y un calatravo.”
En
efecto, una vez reestablecida la paz en la ciudad, el propio Bessieres pudo
descubrir, escondidos en la sacristía de la capilla de Caballeros, en el
edificio catedralicio, la documentación de la sociedad secreta de los
comuneros, documentación que demostraba hasta qué punto el liberalismo más
progresista había enraízado en la ciudad, incluso entre algunos miembros de la
jerarquía eclesiástica. Se inició entonces un proceso conta los liberales
conquenses, los que pertenecían a dicha sociedad secreta y los que sólo estaban
acusados de defender esa ideología, sin mayor relación con dicha sociedad
secreta. Entre los miembros de la comunería figuraban tres religiosos, además
de los cerca de veinte que fueron acusados solamente de liberales. Muchos de
ellos pasaron algunos meses encerrados en estos presidios circunstanciales,
hasta ser juzgados por el tribunal de la diócesis[3].
Instaurado por fin en España el
régimen absolutista, tras un largo proceso bien conocido por los historiadores,
que había llevado al propio monarca, rehén ahora de los liberales, hasta
tierras andaluzas, no por ello Jorge Bessieres dejó de conspirar nuevamente
contra el Gobierno. Ya desde principios de 1823 se le había visto recorrer
también algunos pueblos de la Mancha, en donde se enfrentó a las tropas del
Regimiento
Provincial de Cuenca, mandadas por el comandante José
Albornoz y el teniente Luis Piñango. Y al año siguiente, firmó en Tarancón un
pacto con otros guerrilleros absolutistas, con el fin de presionar a Fernando
VII hacia un ultraconservadurismo exaltado.
Nuevamente en la Alcarria,
región que tan bien conocía, intentó el 15 de agosto de 1825 la conquista de Guadalajara
para los ultraconservadores, levantando a su paso partidarios realistas, con la
noticia falsa de que el rey había caído nuevamente en manos de los liberales.
Fracasó entonces en el intento de ocupar la ciudad de Sigüenza, por lo que se
vio obligado a esconderse de nuevo en la serranía de Cuenca. Allí, en el pueblo
de Zafrilla, fue hecho prisionero por una patrulla que estaba al mando de
Saturnino Albuin, más conocido como “el Manco”, que estaba integrado en el
ejército que, al mando del Conde de España, había sido enviado por el monarca
para capturarle. Fue entonces conducido hasta Molina de Aragón, lugar en el que
el conde decretó su fusilamiento, sin juicio previo y sin esperar a que llegaran
las órdenes oportunas desde Madrid. Así mismo, ordenó que fueran quemados los
papeles privados del francés, que habían sido encontrados en su equipaje.
Algunos autores afirman la implicación
del propio monarca en el plan, quien, por otra parte, deseaba una insurrección
que justificara ante Francia la represión que a pesar de todo seguía
ejerciéndose desde el gobierno. Garrido afirma que había sido la sociedad
secreta El ángel exterminador”, de
ideología ultraconservadora, la que había puesto en relación a Bessieres con
personajes de la extrema derecha, como el padre Cirilo y el propio Calomarde. “Estos y Fernando VII -sigue diciendo
Garrido- aconsejaron al revoltoso francés
que se sublevara contra el predominio de los masones en el Gobierno. La
sublevación no tuvo éxito. Fernando VII, al saber su fracaso, envió como a un
perro de presa al conde de España contra Bressieres. Un francés contra otro
francés”.
Carlos de Cominges, conde de España, había
nacido en el país vecino en 1775, en el seno de una familia aristocrática y pocos
años más tarde huyó del terror revolucionario, instalándose en 1793 en Palma de
Mallorca, poco después de haber ingresado en el ejército español. Durante la
Guerra de la Independencia combatió contra sus compatriotas, en el bando
nacional, destacando en las batallas de Bailén y Arapiles. Una vez terminada la
guerra, Fernando VII recompensó sus servicios con los títulos de conde de
España y vizconde de Couserans, y le nombró capitán general de Cataluña.
Durante la Primera Guerra Carlista se puso al servicio del pretendiente, Carlos
María Isidro, pasando a combatir en el banco carlista. Fue asesinado por su
propia escolta en 1839, en Orgaña.
Y volviendo a Bessieres, su
figura ha sido considerada como un advenedizo, pero también como un héroe del
absolutismo, “un aventurero sin escrúpulos” para los liberales y “una leyenda”
para los absolutistas. Fue caballero de la Real y Militar Orden de San
Hermenegildo, y condecorado varias veces por acciones de guerra, llegando a
alcanzar en los ejércitos realistas el empleo de mariscal de campo. De su
matrimonio con la ya citada Juana Portas tuvo un hijo, Luis Bessieres y Portas,
que también siguió la carrera militar, llegando a mandar a lo largo de su vida
varios regimientos de caballería y fue gobernador militar de Málaga, Lérida y
Jaén, y diputado por la ciudad andaluza de Guadix.
[1] Ramón Garrido Yerobi, La
leyenda negra del primer carlista: el general carlista Jorge Bessieres y el 20
de mayo de 1823. https://www.rutasconhistoria.es/articulos/la-leyenda-negra-del-primer-carlista.
Consultado el 22 de diciembre den 2018.
[2] http://cuencaenelrecuerdo.es/algrito.php.
Cuenca en el recuerdo. Blog personal de Antonio Rodríguez Saiz. Junio de 2018
consultado el 21 de diciembre de 2018.
[3] A este respecto, quien
desee tener información puede consular mi artículo “La catedral de Cuenca, el
liberalismo, y la sociedad patriótica de los comuneros”, publicado en el número
3 de este misma revista, correspondiente al año 2017, y las páginas
correspondientes a los delitos ideológicos en mi libro: La actuación del tribunal diocesano de Cuenca en la crisis del Antiguo
Régimen (1808-1833), Cuenca, Universidad de Castilla-Las Mancha, 2011.pp.
149-200.