“Soñé la noche verde es el último poemario de la escritora
cubana, pero afincada en Cuenca desde hace ya muchos años, tanto que parece ya
una conquense más a pesar de ese acento melifluo y caribeño que saca a relucir
cada vez que recita alguno de sus poemas; estoy hablando de Grisel Parera. Una
Grisel que se apasiona en todo lo que hace, y sobre todo, que se apasiona en su
amor a Cuenca, un amor que parece incluso superior al amor que podemos sentir
nosotros, los que sí hemos nacido en esta ciudad hermosa de las dos hoces. Recordamos
las palabras que en este sentido ha escrito sobre ella Miguel Romero en el
epílogo del libro, resumiendo una parte de sus versos: “Así es Grisel
Parera, la musa de escultores, la diosa del relámpago, la cubana que enristró
el alba cuando la noche oscura llenaba las hoces de una Cuenca fugitiva; ahora,
como Viajera del Tiempo inventado, nos inunda de versos limpios, recordando su
Habana, Estocolmo, París y el halo profético de esa Cuenca que tanto ama. La
Noche de Hiádes, ese aire de los ciegos, ha traído esta Tierra a tu halda, como
delfín inmortal, cuando ese sonido verde arrulla tu sueño y vuelves fuera del
útero planetario para cantar la Cuenca de todos.”+ Esta nueva colección de poemas cuenta con tres partes claramente
diferenciadas. En la primera, titulada “Continentes y ciudades”, la autora hace
un repaso geográfico, pero sobre todo personal y espiritual, por todos esos
lugares que han significado algo, o mucho, a lo largo de su vida. No se olvida
en esta parte Grisel de la ciudad que le vio crecer, la ciudad de la que se
tuvo que marchar por culpa de los designios políticos, por culpa de una
política que, en demasiadas ocasiones, puede convertir el paraíso en un
auténtico infierno. No se olvida de esa Habana colonial y caribeña:
¡Oh, mi Habana!.
Abre tus brazos
cuando mi lágrima
viva
en tu mar muere
deshecha
y acuno en mi
pecho tu azul.
La brisa ligera
que a tabaco huele
sobre los Orishas
derrama ron,
y con conchas de
nácar, trenzan mi pelo
para que una tarde
cualquiera
en el mítico
Malecón
pueda escuchar la
agridulce voz del cantor.
Y después
de viajar por otras ciudades inolvidables, como Estocolmo, donde se reencontró
con su hermano Juan, tan apasionado en sus proyectos como ella misma, o como
París, a donde llegó en una cigüeña negra para asomarse en el Sena y en las
cúpulas góticas de Notre Dame, en esas mismas cúpulas hoy trágicamente
hundidas, desaparecidas bajo las llamas de un incendio en el que se quemó una
parte de la historia de Europa. Pero es Cuenca, la ciudad de las dos hoces, la
que dio a la poetisa una nueva vida, la que pervive a través de sus poemas, que
conforman una parte importante de esta nueva colección de versos. A ella, a su
ciudad de adopción, le dedica la autora hasta seis, de los once que forman esta
parte del libro:
Cuenca,
caprichoso nombre
de mujer
donde tu reloj sin
tiempo
funde pasado y
futuro
en presente.
Como pez soluble
me disuelvo
para llegar a tus
raíces,
y luego, abrazando
tu altura,
poseerte.
La autora
desnuda su alma por completo en la segunda parte del libro, titulada “De los
sentimientos y la vida”. Una segunda parte en la que Grisel ofrece a sus
lectores esos temas que siempre le han interesado: el Eros y el Tánatos, como
dice su prologuista, Juan Clemente Gómez. Un escritor emigrante, como ella
misma, pero que hizo el camino de la vida en sentido contrario al de la autora
del libro, un camino que le llevó desde Cuenca hasta el mar, un mar muy
diferente a ese Caribe de Grisel, pero que a la vez es el mismo mar, el
Mediterráneo. Y es que la poesía de Grisel, de alguna forma, sigue siendo la
poesía de una emigrante, condenada siempre a buscarse a través de sí misma, tal
y como se refleja en uno de los poemas más breves de la colección, el titulado
“¿A dónde van mis pasos?”:
El camino se
levanta como ola,
para caer a la
sima;
angosto, cierra
luz y eternidad.
Precipicios lo
cortan
y el declive, al
valle llama.
¿A dónde van mis
pasos?
¡Es el principio y
el fin cada huella,
para no quemar la distancia
por el tedio del
ayer
o la angustia del
mañana!
Y en la
última parte regresa la autora al continente americano, a ese mismo continente
que tanto ama y añora desde su adorado exilio conquense. Es un viaje hasta la
Guaya francesa, entre la Amazonía y el propio Caribe, que tan bien conoce
porque es el lugar en el que reside su hija desde hace algún tiempo. Una tierra
de selva verde y de azul océano, “donde el tucán detiene el tiempo, y los
versos germinan entre laberintos de hojas y golpes de tambores”, como ha
escrito tan acertadamente el ya citado Juan Clemente: Así lo ha escrito Grisel
en su poema homónimo:
Ensueño de
salitre, sol y selva.
Canto misterioso
de la lluvia
Y eco en el
horizonte
Del mítico Dorado,
verde.