Este texto fue publicado por primera vez en el periódico
Nuevo Diario del Júcar el día 23 de septiembre de 1990. Ahora, casi treinta
años más tarde, he dedicado recuperarlo para el blog, aún consciente de hay
algunas afirmaciones que no corresponden con la realidad histórica. Por
supuesto, el campamento del rey Alfonso no pudo estar establecido en el lugar
en el que dice la tradición, lo que después sería llamado la Cruz del
Humilladero o el Campo de San Francisco; el lugar estaba demasiado cercano a la
ciudad y desprotegido contra las incursiones musulmanas. ¿Y qué decir, si no,
de la tradicional interpretación de nuestros símbolos heráldicos, el cáliz, la
estrella y el campo de gules? No creo necesario insistir más en la verdadera
significación de estos símbolos, teoría (y no sólo teoría) que fuera defendida
por primera vez por el ya fallecido Heliodoro Cordente hace ya muchos años. De
la misma forma, gracias a las investigaciones más recientes, sobre todo las
realizadas por el medievalista José Antonio Almonacid Clavería, sabemos que uno
de los máximos actores de la reconquista según la leyenda, Pedro Ruiz de
Azagra, señor de Albarracín, ni siquiera pudo estar allí, debido a que en ese
momento se encontraba exiliado de Castilla. Se podría decir entonces que uno de
los protagonistas de la representación teatral de la conquista, que
afortunadamente se ha asentado entre las celebraciones previas a los días de
San Mateo, sobra en dicha escenografía. Sin embargo, considero que también la
leyenda y el mito forma parte de nosotros como conquenses, y que lo importante
es saber diferenciar dónde acaba la leyenda y dónde empieza la historia.
Eliminar a Azagra de la representación obligaría a eliminar también a
personajes tan nuestros como el pastor Martín Alhaja, que en realidad no es más
que el reflejo local de algunas crónicas medievales sobre un hecho posterior,
protagonizado también por el rey Alfonso: la batalla de las Navas de Tolosa. Más
allá de esas diferencias reales entre la historia y la leyenda, el sentido real
del texto, el de incidir en la necesidad de que las peñas participen más de la
tradición, más allá de la zurra, los cubatas y los bocadillos, no ha perdido
vigencia, tal y como se pudo demostrar este año en la representación de Cuenca
Histórica, a la que faltaron más de la mitad de las peñas, como faltaron
también, incluso, en el desfile inaugural de la propia fiesta.
Otra
vez, como ocurre siempre que el otoño abre sus puertas, la Plaza Mayor, ese
atípico laberinto de callejuelas derruidas y convertidas en la más amplia
explanada urbana de la Cuenca antigua, se convierte en plaza de toros para
saludar el día de San Mateo, apóstol, evangelista y, con anterioridad a ello,
cobrador de impuestos para la Roma imperial. La ciudad del cáliz y la estrella celebra
en este día la conquista de sus muros por el noble rey Alfonso.
Eran las seis de la mañana del 21 de
septiembre de 1177 cuando el caíd de la ciudad musulmana, Abu Bakr, entregaba
al rey Alfonso, el quinto de la dinastía Borgoña en España, las llaves de la
ciudad. El sol no había aparecido aún tras el Cerro del Socorro, y el campo de
San Francisco, allí donde se hallaba el campamento cristiano, en hallaba aún en
penumbra. Cuatrocientos años más tarde, aproximadamente, comenzó la costumbre
de correr vacas enmaromadas por la Cuenca antigua.
Más tarde, surgió un intento de
explicación formal para esta fiesta. La vaca, astifina, con sus cuernos en
forma de media luna, representaría al enemigo musulmán dominado. La maroma
sería la representación del dominio cristiano sobre los defensores de la
religión de Mahoma. Este tema es algo realmente sin importancia, sobre todo si
tenemos en cuenta del primer documento del que se tiene constancia y que haba
de esa costumbre, está fechado a finales del siglo XVI, cuatrocientos años
después de que la ciudad fuera conquistada. Desde un tiempo a esta parte, el
ritmo vivo de las peñas ha venido a añadirse al colorido de la fiesta. Estas
peñas deben ser conscientes de que hoy son parte importante de la misma. No
deben limitarse, como hacen la mayor parte de ellas, a ser un grupo de amigos
que estos días se ponen la misma camiseta y meriendan juntos. Deben tomar parte
más activa en todos los actos que se celebren, festivos o culturales. Dejarse
ver más en los sitios de mayor tradición, y sobre todo, participar ellos
también en el doble traslado del pendón del rey Alfonso.
Porque, aunque lo más conocido, y
quizá también lo más destacado, de la fiesta de San Mateo, sea la vaca, esto no
lo es todo. Muchos conquenses ni siquiera saben que en la catedral se conserva
la bandera (realmente es un duplicado de ésta), con la que el joven rey entró
en Cuenca. La misma bandera que cada 20 de septiembre es trasladada por el pleno
del Ayuntamiento a la casa consistorial, para que duerma allí esa noche. Al día
siguiente, con la misma solemnidad, es devuelta a la catedral.
Recuerdo
cuando era un niño, los primeros años que me dejaban subir sólo a la vaca, las
innecesarias carreras que me daba, desde la curva del Palacio Episcopal hasta
la barrera de Alfonso VIII todo de un tirón, o casi, cuando la vaca aún debía
estar junto al pilón. Recuerdo que me gustaba refugiarme en el portal de la
casa donde nació Lucas Aguirre , y recuerdo cómo una vez la metieron allí, y la
mayor parte de los que estábamos rodamos escaleras abajo. Recuerdo que me
gustaba subirme a las ventanas que hay frente a la catedral, y desde allí hacer
el quite de la reja, como señalara en su pregón José Vicente Ávila. Recuerdo mi
primer susto, con el pitón de una vaca inquieta muy cerca de mi pierna.
Con
el paso de los años se corre de una manera distinta, más cerca de la vaca, y
sin tantos alardes de valor mal entendido.[1] Se intenta siempre
adivinar hacia dónde va a ir el animal, si es que va a ir a algún sitio, porque
algunas veces parece un milagro que la vaca pueda continuar en pie, rodeada de
tanta gente, sin espacio apenas para respirar. Cuesta ya trabajo acercarse a la
vaca, sobre todo si ésta se para, si no tiene recorrido. Antes se podía
esquivar al animal. Ahora no; ahora tienes que ir siempre a donde la multitud te
lleve, y un cambio en la dirección te puede proporcionar una caída no deseada,
y después, ser pisoteado por los que vienen detrás. Hoy hay más peligro en la
gente que en los cuernos del animal, sobre todo desde que algunos jóvenes, y no
tan jóvenes, se arriesgan a salir a la plaza sólo después de haber quemado sus
miedos después de una cantidad excesiva de zurra o de vino. No son muchos los
que así salen, pero es un peligro constante allí donde el animal está cerca.
A
mí, como conquense, me gusta San Mateo. Amo cualquier fiesta en la que el toro
o la vaca sea el principal protagonista. Pero también sufro cuando veo que la
vaca apenas puede tenerse en pie, que se cae una y otra vez, a causa de que apenas
le queda fuerza para mantenerse sobre el resbaladizo empedrado de la Plaza
Mayor. Y sufro sobre todo cuando vez a algunos, jóvenes y no tan jóvenes, que
seguramente aman la fiesta como yo, pero que castigan al animal excesivamente.
Mañana,
la fiesta se habrá acabado. Mañana comienza en Cuenca la segunda parte del año
festivo, esa que va desde San Mateo al Domingo de Ramos. Y cuando, a la manera
de los sanfermines, cantemos hoy el “pobre de mí”, otra vez nos sorprenderemos
de haber terminado un año más sin haber sufrido la temida cornada.
[1] Hoy, pasados, como digo,
treinta años de aquel artículo, y como tantos otros de mi generación. me tengo
que conformar con quedarme en la Plaza Mayor, y hacer el “quite de los bares”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario