Los
orígenes de la catedral de Cuenca. Cronología y desarrollo
El 13 de abril de 1902, a primera hora de la mañana,
nada más haber finalizado la misa de ese día, se caía la Torre del Giraldo, la
más elevada de la catedral de Cuenca, del siglo XVII, causando la muerte de
algunos de los niños que en ese momento se encontraban allí, entre ellos la
hija del campanero. Esa torre formaba parte de la fachada barroca, que había
sido realizada a mediados de aquella centuria con el fin de sustituir a la
antigua fachada gótica, en la cual se apoyaba y utilizaba buena parte de sus
elementos más característicos, por el arquitecto José Arroyo, aunque se hallaba
retranqueada respecto a ésta, apoyada realmente sobre una de las esquinas del
claustro. Pero lo que había sido en un primer momento un importante castigo
para nuestro templo mayor, la destrucción de una parte importante del edificio,
se convirtió al poco tiempo en una especie de premio, cuando el 23 de agosto de
ese mismo año, previo sendos informes de la Real Academia de la Historia y de
la Real Academia de San Fernando, el edificio era declarado monumento nacional,
y se iniciaban las obras para su restauración. Este hecho significó que, por
fin, y después de muchos años, la catedral conquense pudiera salir del olvido
en el que había permanecido, tanto entre el público en general, como también
entre los estudiosos de la arquitectura gótica.
La restauración del edificio se le encomendó desde el
primer momento al arquitecto y restaurador madrileño Vicente Lampérez, quien en
ese momento era uno de los principales seguidores del arquitecto francés Eugene
Viollet-le-Duc, y de sus tesis neogóticas. Hay que decir, en este sentido, que
al contrario de lo que muchas personas creen, el hundimiento de la torre de las
campanas no afectó demasiado a la propia fachada catedralicia, porque en
realidad ésta se desmoronó sobre el claustro y sobre el contiguo Arco de
Jamete. Por el contrario, la demolición de la fachada fue una decisión personal
de su restaurador, que quiso aprovechar la ocasión que se le ofrecía para
trazar su propia fachada, dentro de ese nuevo estilo neogótico que su maestro
había iniciado en el país vecino, y cuya más clara referencia era el famoso
chapitel de la catedral de París, trágicamente desaparecido esta Semana Santa
de 2019. En Burgos, donde Lampérez había permanecido como arquitecto
restaurador en las últimas décadas del siglo XIX, el arquitecto madrileño
también había destruido el palacio episcopal, que se alzaba delante de la
catedral, con el fin de despejar de edificios la vista del templo. Y en León
habíaa sucedido ya algo parecido algunos años antes, esta vez a manos de Demetrio
de los Ríos, quien, por cierto, era suegro del propio Lampérez. Ambos
arquitectos, Lampérez y de los Ríos, son, como se ha dicho, los dos máximos
difusores en España de la llamada restauración es estilo, defendida por
Viollet,-le-Duc, que propugnaba la restauración de los edificios históricos, no
como habían sido en origen, sino como, a juicio del restaurador deberían haber
sido.
Fue Vicente Lampérez también quien, ya desde sus
primeros informes realizados para documentar los trabajos de restauración del
templo, acuñó para la catedral de Cuenca un supuesto encuadramiento dentro de
lo que él llamó estilo gótico anglonormando, tomando como base para ello su
parecido con la catedral inglesa de Lincoln, así como con otros templos del
gótico propio de las islas. Desde entonces, esta supuesta atribución ha sido
aceptada por diferentes especialistas, y por el público en general, sin llevar
a cabo una mínima crítica científica. Sólo Elie Lambert, primero, y más tarde
Torres Balbás, entre los expertos foráneos, se atrevieron a contradecir al
restaurador. El primero defendió su encuadramiento en el gótico
franco-borgoñón, partiendo del evidente parecido de la catedral conquense con
diferentes templos levantados en el siglo XII en la llamada Ile-de France, la
región que rodea a la propia capital parisina: Notre Dame de Dijon, Saint Yved
de Brain,… Por su parte, Torres Balbás fue el primero en insistir en la
originalidad del templo conquense, dentro de la arquitectura peninsular en el
momento de su construcción, dándole, de esta forma, un puesto de primacía en el
gótico castellano, por delante de otros edificios similares que, más que
modelos y referentes de nuestro edificio, pasaban a ser readaptaciones
ligeramente posteriores de ese primer templo conquense.
Así pues, el propósito de este trabajo no es otro que
el de incidir, una vez más, y aprovechando este foro sobre patrimonio, historia
y arte, en esa teoría sobre la importancia de la catedral de Cuenca como
verdadera cuna del gótico castellano, por delante de otros templos a los que,
usualmente, se les atribuyen esa categoría: catedrales de Ávila, Sigüenza,
Burgo de Osma, o incluso León, Santa María de Huerta, monasterio de las
Huelgas,… En algunas ocasiones, como sucede en las sedes episcopales
mencionadas, si bien la respectiva construcción del edificio se había iniciado
en fechas anteriores a la nuestra, ésta se había realizado en sus respectivas
canterías románicas, o en todo caso, en ese estilo cisterciense de transición,
que todavía no había llegado a ser propiamente gótico, realizándose la obra
nueva en fechas posteriores a la catedral de Cuenca. María del Carmen Muñoz
Párraga, que ha estudiado la catedral de Sigüenza, da para la obra gótica del
templo una cronología entre los años 1198 y 1221, cuando el templo conquense se
hallaba ya muy avanzado en su construcción, y algo parecido sucede respecto a
la catedral de Ávila. La catedral gótica de Burgos, que en realidad fue la
tercera (está levantada sobre una catedral románica que, a su vez, sustituyó a
otra prerrománica, mandada levantar después del año 916 por el rey Ordoño II),
sólo se inició en 1205, aunque diferentes problemas constructivos en sus
cimientos obligaron a paralizar las obras, que no se reanudarían hasta
cincuenta años más tarde. Y la de Burgo de Osma, por su parte, no sería
iniciada realmente hasta1232, sobre la anterior, también románica.
Y respecto a los monasterios citados, también sucede lo
mismo con estos: o son posteriores en su construcción a la catedral de Cuenca,
o bien responden a ese otro estilo cisterciense, intermedio entre el románico y
el gótico. Esto sucede con el monasterio soriano de Santa María de Huerta,
cuyas obras se habían ya iniciado a mediados del siglo XII en ese estilo
cisterciense, con el fin de dar cobijo a una comunidad de la orden que había
llegado al reino castellano, procedente de la Gascuña francesa. Y respecto al
monasterio de Santa María la Real de Huelgas, donde el propio rey Alfonso VIII
y su esposa, Leonor Plantagenet decidieron construir su propio panteón real, y
el cercano Hospital del Rey, ambos en las inmediaciones de Burgos, su primera
construcción fue ligeramente posterior a la de la catedral de Cuenca. En
efecto, la bula de construcción del edificio burgalés, firmada por el Papa
Clemente III, está fechada el 2 de enero de 1187, y el 1 de junio de ese mismo
año está fechada la carta fundacional del propio monasterio por el monarca,
bajo la regla cisterciense. Además, la parte más antigua del edificio, las
llamadas Claustrillas (el claustro primitivo), es todavía románico.
La catedral de Cuenca, por su parte, y aunque Torres
Balbás estableció para su construcción un arco cronológico entre 1199 y 1211,
en base a unas supuestas donaciones de Alfonso VIII en favor de la fábrica
catedralicia, que según él no se iniciaron hasta el primero de los años
citados, Jesús Bermejo pudo adelantar la fecha de inicio de la construcción al
año 1182, en base a la documentación conservada entre los fondos del Archivo
Catedralicio. Recordamos las palabras del propio Jesús Bermejo:
Es afirmación que hubiera podido tener ciertos
visos de probabilidad, de haber sido cierta la supuesta pobreza de la primitiva
iglesia conquense y la carencia de donaciones reales y otras ayudas -las de su
propio primer Obispo incluidas- hasta esas fechas del 1199 a 1211, que señalan
los señores Torres Balbás y Chueca. Pero resulta que ni hay base suficiente
para pensar en tal primitiva pobreza, ni puede decirse que las donaciones de
Alfonso VIII a la Catedral empezaran en 1199. Los Libros de Privilegios que se
conservan en el Archivo Capitular de esta Santa Iglesia, nos dan a saber que,
si bien en los años citados por dichos autores se hacen donaciones diversas -en
general, importantes- a la Iglesia y al Cabildo de Cuenca por el rey Alfonso,
los privilegios y donaciones de mayor consideración, tanto por su cantidad como
por su calidad, se corresponden con los años que van del 1182 al 1189, que son
los años entre los que ha de situarse la iniciación de las obras de esta
Catedral, a la que el rey hace partícipe de casi todas sus concesiones,
juntamente con el Cabildo de Canónigos y con el Obispo.[1]
Una vez hechas estas necesarias aclaraciones,
estamos en condiciones de afirmar, sin duda, que el gótico castellano nació en
la cabecera de la catedral de Cuenca, iniciada hacia 1182 por arquitectos
procedentes del dominio real francés, y muy posiblemente, pertenecientes a la
Orden Cisterciense. Tanto los que conocieron su proceso constructivo, como los
que asistieron a su Consagración, hacia 1208, quedaron admirados de su
originalidad y de su magnífica imagen. Por ello, a su regreso, adoptaron su
estilo lo mismo en la terminación de las construcciones románicas, que en las
de nueva planta. Así se puede comprobar que ocurrió en muchas iglesias
románicas de Burgos y de Santander, en las que sus últimos tramos se cubrieron
con bóvedas octopartitas y sexpartitas, como es el caso de la colegiata de
Santillana del Mar, o también, en la cubrición del presbiterio de la catedral
de Ávila.[2]
Me sumo a todas estas consideraciones, realizadas por
verdaderos especialistas en la Historia del Arte, y principalmente en la
arquitectura gótica. Mi aportación, como he dicho antes, en un foro de estas
características, viene más del lado de la historia, propiamente dicha, que de
la historia del arte, que desde luego no es mi especialidad. Intentaré, para
ahondar más en el tema, profundizar en unos hechos históricos que van a marcar,
a caballo entre los siglos XII y XIII, justo en el mismo momento en el que se
está construyendo la catedral de Cuenca, el devenir cultural e ideológico no
sólo de España, sino también el de gran parte de Europa.
Es bien conocido que la arquitectura gótica nació en el
norte de Francia, y en concreto en esa región que conforma la llamada Ile-de
France, la región que rodea la ciudad de París, y que conformaba, en pleno
siglo XII, el eje principal del reino francés de la dinastía Capeto. Se viene
repitiendo por los especialistas, y no vamos a contradecir la teoría,
suficientemente contrastada, que el primer templo gótico fue la abadía de Saint
Denis, en las inmediaciones de la propia ciudad de París, una iglesia que fue
iniciada entre los años 1140 y 1143. Se trataba en realidad de una abadía
cisterciense, pero la estructura de su nueva cabecera, levantada por estas
fechas con el fin de sustituir al antiguo edificio, responde ya a un nuevo
estilo, diferente al de otras iglesias de la orden. No es éste, por falta de
espacio, el lugar más indicado para intentar definir cuáles son los elementos
diferenciados de la arquitectura gótica, respecto de todo lo que se había
construido anteriormente, y además, es un asunto que se puede encontrar en
cualquier manual que hable de este estilo. No obstante, a modo de resumen, se
puede destacar por encima de todas las cosas, el empleo de una avanzada bóveda
de crucería, que aunque había sido inventada ya en los edificios cistercienses,
terminó convirtiéndose, ya en el gótico, en la característica bóveda
sexpartita:
En el plano arquitectónico, lo que en líneas
generales distingue la construcción gótica de la románica, es el uso en un caso
de las bóvedas de crucería, y su desconocimiento en el otro. A pesar de que la
escuela anglonormanda utilizó este sistema de cubrición desde finales del siglo
XI (Durham, Saint-Paul de Rouen) se trata de una particularidad local… Este
discurrir afectó igualmente a otras partes y elementos del edificio. Ya se ha
hablado de lo novedoso de la cabecera de Saint-Denis, pero en las fábricas de
las que hablaremos inmediatamente, se detectan transformaciones en la planta,
en la organización del muro, en los soportes, en el muro extremo de los brazos
del transepto o de los pies.[3]
Debemos realizar algunas consideraciones a las palabras
de Francesca Español. Por un lado, la referencia a la escuela anglonormanda del
siglo XI, que quizá fue lo que pudo influir en los primeros estudiosos del
templo conquense, como Lampérez, para encuadrar nuestro edificio en ese misma
escuela, aunque en realidad la autora está hablando todavía de edificios
claramente pregóticos. Por otro lado, el empleo de esas bóvedas derivadas de
las de crucería, cuatripartitas y sexpartitas, que ya se observa en toda la
catedral conquense, antes que en ningún otro edificio peninsular.
Después de la abadía de Saint Denis, el nuevo estilo
constructivo se iría extendiendo por otras iglesias y catedrales que se iban
levantando por ese territorio cercano a París: catedral de Noyon, hacia el año
1150; Notre Dame de París, hacia el año 1160, catedral de Laon, por esas mismas
fechas,... Y algún tiempo después, también a otras edificaciones radicadas en
el territorio circundante a la Ile-de-France, territorios feudales que, sin
haber perdido parte de su independencia, estaban en aquella época vinculados al
trono de los Capeto, Borgoña y Champaña principalmente: la catedral de
Bourgues, una ciudad relacionada de manera importante con la corona, la primera
de ellas fuera de la isla, en 1172; Chartres, tan importante en sí misma como
por su relación con la catedral conquense, no sería iniciada su fábrica gótica
hasta 1195, después del incendio que había destruido gran parte de las
construcciones románicas; la catedral de Reims lo fue en 1211; siete años
después la catedral de Amiens; por su parte, la de Beauvais no lo sería hasta
1225, demasiado avanzada ya la centuria siguiente;…
Y de forma paralela a lo que sucedía en estos
territorios, también al resto del país vecino, principalmente a los territorios
del centro y del norte, como Aquitania, Bretaña y Normandía, precisamente esos
mismos feudos que, como es sabido, pertenecían a los padres de la reina de
Castilla, la ya citada Leonor de Aquitania. La fábrica gótica de la catedral de
Ruan sería iniciada hacia el año 1200, después de haber sido también arrasada
por el fuego su fábrica primitiva. La catedral de Le Mans, aunque había sido
consagrada en 1158, responde en ese momento, todavía, a ese estilo de
transición cercano al cisterciense, y su obra plenamente gótica no se iniciaría
hasta finales de la segunda década de la centuria siguiente. Por lo que se
refiere a Poitiers, capital en aquella época del ducado aquitano, el gótico
había llegado allí antes que a otras ciudades francesas: su catedral basílica
de San Pedro se había iniciado ya a mediados de siglo, en 1155. Y hay que
resaltar, además, la participación activa que en su construcción, ideando y
financiando la obra, habían tenido los suegros de Alfonso VIII, Leonor de
Aquitania y Enrique II Plantagenet. A partir de ese momento, el gótico, llamado
ahora gótico angevino o gótico Plantagenet, se iría extendiendo después a otras
provincias del ducado, con unas características propias entre las que destacan
el empleo de tres portadas en su fachada principal, como en el caso de Cuenca.
El gótico se extendió también a tierras inglesas, de
manos, otra vez, de los regios esposos Plantagenet. Hay que tener en cuenta,
para comprender mejor el proceso, el contexto histórico en el que se desarrolla
el reino de Inglaterra en aquel periodo confuso, con extensos territorios a un
lado y otro del Canal de la Mancha. La catedral de Lincoln, con la que ha sido
tantas veces emparentado el principal templo conquense, sobre todo a la hora de
insistir en un supuesto encuadramiento del edificio en el estilo anglonormando,
no fue iniciado hasta el año 1185, después de que el templo primitivo fuera
sometido también a una violenta destrucción, en tiempos del obispo San Hugo de
Lincoln, quien en realidad era originario de la ciudad de Avalon, en tierras
francesas. Otro incendio destruyó la catedral primitiva de Canterbury en 1174,
iniciándose algún tiempo después la construcción del nuevo edificio, ya en el
nuevo estilo gótico. El resto de las catedrales inglesas se iniciarían ya en
las primeras décadas de la centuria siguiente: Salisbury, a partir de 1220; la
nueva fábrica de la catedral de Durham, a partir de 1228;…
En algunas ocasiones, principalmente desde la
historiografía catalana, se ha intentado anteponer el papel que pudo jugar el
reino de Aragón, respecto al reino vecino de Castilla, en la extensión de la
arquitectura gótica a la península ibérica. Así hubiera sido lo lógico, en el
caso de que esa extensión se hubiera llevado a cabo en unos parámetros
puramente geográficos, de que el traslado de los conocimientos del nuevo estilo
entre los artífices y los canteros de las grandes catedrales hubiera sido
producto sólo de copiarse unos a otros por pura proximidad territorial. Sin
embargo, se obvia el papel jugado en el proceso por los monarcas castellanos,
Leonor y Alfonso, un papel en el que el templo conquense fue partícipe, uno de
los partícipes más importantes del mismo. También en este caso, las fechas son
concluyentes: el románico persistió en tierras catalanas y aragonesas hasta
bien entrado el siglo XIII, lo que provocó en aquellas tierras construcciones
de transición todavía en tiempos muy tardíos.
A este estilo de transición responden los primeros templos góticos del
reino vecino, como las catedrales de Tarragona y de LLeida, cuyas fábricas, en
ese estilo mixto todavía, no serían iniciadas hasta 1195 y 1203
respectivamente. Y por lo que se refiere a la catedral de Barcelona, su obra
gótica no se iniciaría hasta mucho tiempo después, en 1298.
Más tarde, el gótico se extendería también al resto de
Europa. En Alemania, uno de los principales edificios góticos sería la catedral
de Magdeburgo, que fue iniciada en 1209. Las de Tréveris y Colonia, dos de las
más conocidas, se iniciaron respectivamente en 1230 y 1248. Y aunque es menos
conocido, también llegó el gótico a las regiones escandinavas, principalmente
por las relaciones que estos reinos mantuvieron siempre con Inglaterra,
relaciones comerciales y dinásticas que deben remontarse incluso a los tiempos
de los vikingos. En Noruega, la catedral de Nidaros, la actual ciudad de
Trondheim, se había iniciado ya en tiempos muy recientes, construida para cobijar
el cuerpo de San Olaf (Olaf II, primer rey cristiano de Noruega), se inició en
edad muy temprana, a finales del siglo XII, aunque el edificio actual es
ciertamente posterior, y la catedral de Stavanger se empezó a construir a
partir de 1275. También es del siglo XIII la catedral de Roskilde, el edificio
gótico más importante de Dinamarca. Por su parte, en la actual Suecia, la
catedral de Uppsala se empezó a construir también en esa misma centuria.
En Italia, y tras un breve periodo de transición relacionado
también, como en toda la Europa occidental, con la arquitectura del Císter, ese
proceso es coetáneo con lo que sucedió en Alemania: catedral de Siena (1215),
basílica de Santo Domingo de Bolonia (1228), basílica de San Francisco de Asís
(1228), basílica de San Antonio de Padua (1232), Santa María Novella de
Florencia (1279),… Pero en Italia, los primeros edificios góticos responden más
a las influencias de ese gótico normando, precisamente por las diferentes
dinastías que se sucedieron en el trono de Nápoles y Sicilia durante los siglos
XII y XIII: Altavilla (1130-1194), Plantagenet (entre 1253 y 1263, en rivalidad
con los reyes de la dinastía Hohenstaufen) y Anjou (entre 1265 y 1285, con el
rey Carlos I). En este sentido es de especial importancia la catedral de
Monreale, muy cerca de Palermo, iniciada en 1172 por el rey Guillermo II
Altavilla.
Dicho esto, es fácil comprender la importancia y la
prelacía de la catedral de Cuenca en el contexto del gótico internacional. Creo
conveniente recordar las palabras de Martin Aurell, para el que es necesario
que la investigación en la historia del arte vaya siempre de la mano de la
propia investigación histórica, porque sólo de esta forma se puede tener una
visión completa del fenómeno creador:
Los asertos que preceden quizá desentonen hoy
en el panorama metodológico de la Historia del Arte, al igual que en el de la
crítica literaria o el de la filosofía. En efecto, desde finales de los años
1980, estas disciplinas dejan de lado demasiado a menudo el contexto
sociohistórico de la creación artística, poética e intelectual. Conceden una
ontología propia a la obra y una personalidad casi sobrehumana al artista, al
escritor o al pensador, como si no estuviera de ningún modo condicionado por el
mundo en el que trabaja. ¿Se trata de una regresión epistemológica? Seguramente
no tenemos todavía la perspectiva necesaria para juzgarlo, pero es preciso
constatar que analizar la creación artística fuera de su medio disminuye el
diálogo entre las ciencias académicas, impide demasiado a menudo la
interdisciplinariedad al historiador del arte. Evita que el historiador de la
sociedad, de la cultura y de la política use la imagen o el monumento como una
fuente que, con el mismo título que la carta, la crónica o el registro contable,
le ayuda a comprender mejor el período de su predilección.[4]
Es momento éste de estudiar, desde el punto de vista
histórico, el papel desempeñado por los monarcas en este proceso. Y es que la
monarquía de Alfonso VIII, el rey que conquistó a los árabes la ciudad de
Cuenca, el rey que fundó su obispado y que, irremediablemente, tanto participó
en la construcción de su catedral, al menos desde su faceta como donante de
innumerables beneficios económicos para sufragar la construcción (probablemente
también, tanto él como su esposa, Leonor Plantagenet, en lo que se refiere a la
elección de maestros y canteros), va a marcar un hito en la historia de los
reinos medievales occidentales, que no ha sido convenientemente asimilado por
los habitantes actuales de la ciudad del Júcar. Por un lado, su matrimonio con
Leonor, la hija de Enrique II de Inglaterra y de la duquesa Leonor de
Aquitania, colocó a Castilla en lo más alto del panorama cultural europeo. Por
otro lado, y respecto a su faceta como rey guerrero, adalid de la cristiandad,
que llevó a sus últimas consecuencias en 1212, poco antes de su muerte. En
efecto, su victoria en Las Navas de Tolosa alejó definitivamente el peligro que
para la península suponían los almohades, la secta integrista que, procedente
del norte de África, había llevado la yihad desde 1145 tanto contra los
cristianos contra los propios musulmanes de la provincia, y abriendo para
Castilla las puertas de toda Andalucía.
La figura de Leonor
de Aquitania, suegra de Alfonso VIII, sí ha sido convenientemente ponderada por
los historiadores. Ella había nacido en Poitiers, entre las regiones de
Aquitania y Normandía, en 1122, y se convirtió precisamente en duquesa de
Aquitania a la muerte de su padre, Guillermo X. Fue sucesivamente reina de Francia
(entre 1137 y 1152, por su matrimonio con Luis VII) y de Inglaterra (entre 1152
y 1189, por su matrimonio con Enrique
II), pero más allá de estos dos matrimonios de conveniencia, fue una mujer
excepcional, una de las mujeres más influyentes en la Europa de su época, por
su propia personalidad, y por la enorme actividad cultural e intelectual
desarrollada en cada una de sus cortes (París, Londres y, sobre todo, en su
propia corte de Poitiers, a donde acudían con asiduidad trovadores y artistas).
No dudó en enfrentarse abiertamente a cada uno de sus esposos, y especialmente
en el caso de Enrique, se atrajo el favor de sus hijos, Ricardo I “Corazón de
León” y Juan I “Sin Tierra”, que antes de enfrentarse mutuamente entre ellos
por el trono de Inglaterra, se habían enfrentado los dos contra su propio
padre. No cabe duda de que su hija Leonor, la futura reina de Castilla, heredó
algunas de las dotes principales de su madre. Ésta era hija de Enrique II, y
nació en 1160 en el palacio normando de Domfront. Apenas había cumplido los
diez años cuando se celebraron sus esponsales, en 1170, con el también joven
rey Alfonso VIII de Castilla, con la que siempre se mostró muy cercana, y a
quien apenas pudo sobrevivir unos pocos días, pues ambos reyes murieron en los
meses de septiembre y octubre de 1214.
Y este matrimonio, como se ha dicho repetidas veces,
sería de gran importancia para la extensión por toda la Europa occidental del
nuevo estilo gótico, que desde la abadía de Saint Denis, a través de Borgoña,
había llegado a las tierras de Aquitania y Normandía, que eran administradas,
como es sabido, por la dinastía Plantagenet. El siguiente paso en esa
extensión, a través ya del propio Alfonso VIII y de su esposa, sería el propio
reino de Castilla, antes que otros territorios peninsulares, como Cataluña, y
después, en parte a través también de las diferentes bodas reales de las hijas
de estos, a otros territorios europeos, como Alemania y el norte de Italia.
Así pues, no se puede obviar la importancia que los
reyes de Castilla tuvieron en el contexto histórico y artístico en el que se
produjeron todas esas innovaciones técnicas y ornamentales que provocaron la
extensión de la arquitectura gótica por todo el reino, como también la habían
tenido antes los propios padres de la reina, Leonor de Aquitania y Enrique II
Plantagenet. Javier Martínez de Aguirre ha escrito lo siguiente sobre el papel
jugado por la reina de Castilla en la construcción del monasterio burgalés de
Santa María la Real de Huelgas, y su conversión en panteón de la familia real,
como espejo posible de la abadía de Fontevrault, en Anjou, en la que sus padres
habían mandado enterrarse en los años anteriores. Y aunque el autor incide en
que las diferencias entre ambos espacios funerarios eran importantes, ello no
es óbice, sin embargo, para que la participación del matrimonio regio
castellano en la extensión por el reino de Castilla de ese nuevo estilo fuera
realmente importante, ya no sólo en el monasterio, su principal fundación, sino
también en otros edificios. Así lo ha indicado Marta Poza:
Observación que nos conduce directamente al
segundo aspecto, importante para el contenido de las páginas siguientes. Bien
el rey, bien la reina, cada uno en solitario, o muy frecuentemente ambos en
comunión, es la actuación protagonista de la pareja la que está detrás de no
pocas iniciativas, cruciales para el desarrollo artístico del momento. En
ocasiones fundando, en otras dotando o protegiendo ámbitos ya consolidados o,
simplemente, donando obras a tesoros de monasterios, colegiatas o catedrales,
tal es el caso que nos ocupa… Más claras pueden resultarnos, en otros casos,
las causas o motivaciones de Alfonso y Leonor en su faceta de productores de
las artes, puesto que estas quedan expresadas de forma explícita en un contado
número de documentos de época suscritos por la pareja... porque lo que se
desprende de su lectura es que, más allá de las fórmulas convencionales
consignadas por la cancillería regia, la comunión de ambos a la hora de decidir
su intervención en materia artística fue precisamente absoluta. Así lo reflejan
las fórmulas más habituales como la recurrente una cum uxore mea o la más simplificada ego et uxor mea, incorporándose, incluso, expresiones que,
precisamente por ello, llaman la atención.[5]
Y más adelante, la autora se refiere concretamente a la
catedral de Cuenca, extrañándose de la no existencia de documentos que
demuestran la participación de los soberanos en la construcción de su catedral,
pero declarándose favorable al papel desempeñado por ésta en la génesis de las
grandes canterías góticas castellanas:
El conflicto se presenta con Cuenca. Alfonso
VIII toma la ciudad en 1177 y le otorga fuero. Lo habitual en estos casos, y
más dentro de la política de promoción de edificios religiosos llevada a cabo
por el monarca, era que hubiese asumido bajo su tutela el inicio de las obras
de la nueva catedral sobre el solar de la antigua mezquita. Y, sin embargo, el
silencio documental es absoluto. Especialmente llamativo, si se quiere, si
atendemos al relato que hace Jiménez de Rada, quien se detiene en la mención de
los trabajos de embellecimiento y acondicionamiento de la ciudad por voluntad
del rey (un baluarte, un palacio y murallas, entre otros), pero que, aunque
menciona la restauración de la dignidad episcopal, guarda silencio absoluto
sobre su posible intervención en el Templo Mayor… A pesar de lo anterior, lo
que es innegable es el papel pionero de Cuenca en la génesis de las grandes
canterías catedralicias góticas hispanas, protagonismo afortunadamente
reivindicado en la monografía de la Prof. Gema Palomo y su más que estrecha
relación arquitectónica tanto con la cabecera de Las Huelgas, como con alguno
de los espacios del monasterio de Huerta, como su refectorio, ámbitos detrás de
los que acabamos de ver como la promoción regia queda fuera de toda duda.[6]
Desde luego, el hecho de que la autora no haya
encontrado pruebas de ese papel pionero no significa que esas pruebas no
existan, como ya demostró en su momento Jesús Bermejo. Está claro, pues, que el
matrimonio influyó de manera determinante en la construcción de la catedral de
Cuenca, la primera ciudad importante conquistada por el monarca a las hordas
musulmanas, a la que concedió, además del obispado, un importante territorio en
la serranía que rodeaba la ciudad, y un fuero, que fue referencia de otros
fueros posteriores, y en la que nació el príncipe Fernando, aquel que estaba
destinado a heredar el reino pero que falleció antes que sus padres,
modificando el destino de Castilla. Así lo demuestran también las múltiples
donaciones y beneficios otorgados por el rey para sufragar los importantes
gastos que conllevaba la construcción del edificio.
[1] Bermejo Díez, Jesús, La
catedral de Cuenca, Cuenca, Caja Provincial de Ahorros de Cuenca, 1977.
[2] Luz Lamarca, Rodrigo de,
Las órdenes menores y la catedral de Cuenca, Cuenca, edición del autor, 1980.
[3] Español, Francesca, El Arte Gótico I), vol. 19 de la
colección Historia del Arte, Madrid, Historia 16, 1989, p. 28.
[4] Aurell, M., “Alfonso VIII,
cultura e imagen de un reinado”, en Poza Yagüe, M. y Olivares Martínez, D.
(eds.), Alfonso VIII y Leonor de
Inglaterra: confluencias artísticas en el entorno de 1200, Madrid,
Ediciones Complutense, 2017, pp. 19-68.
[5] Poza Yagüe, Marta, “UNA
CUM UXORE MEA: la dimensión artística de un reinado. Entre las certezas
documentales y las especulaciones iconográficas”, en Poza Yagüe, Marta; y
Olivares Martínez, Diana (eds), Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra:
confluencias artísticas en el entorno de 1200, Madrid, Ediciones Complutenses,
2017, pp. 74-75.
[6] Poza Yagüe, Marta, o.c.
pp. 81-82.
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