jueves, 30 de abril de 2020

La teoría de la anaciclosis en el siglo XXI


En esta nueva entrada del blog vamos a hablar de Polibio y de su teoría de la anaciclosis. Es cierto que esa teoría la desarrolló el escritor greco-romano Polibio con el fin de intentar explicar las diferentes formas de gobierno en la antigüedad. Pero también es cierto que, en sus formas más generalistas, es una teoría que se puede llevar a la práctica en otros periodos de la historia, hasta el punto de que, incluso hoy en día, tal y como veremos, muchos países de nuestro entorno se pueden ver reflejados por esta vieja teoría del escritor.

          
 Polibio nació en Megalópolis, una ciudad griega del Peloponeso, en el año 200 a.C., y está considerado como uno de los padres de la historia, por haber sido el primero en realizar algo parecido a lo que podría ser una historia universal. Sus motivaciones, eso sí, eran bastante claras: intentar explicar el dominio de Roma sobre toda la cuenca del Mediterráneo, y especialmente también sobre su patria, Grecia, más fuerte culturalmente que la todavía opaca Roma. De esta forma, sus apreciaciones políticas, y sobre todo esta teoría de la anaciclosis, siguen siendo en la actualidad materia de estudio tanto en lo que respecta a la propia historia como materia científica, como a otras especialidades, ciencias políticas y relaciones internacionales entre ellas.


La teoría de la anaciclosis se basa en que existen seis formas diferentes de gobierno, tres de ellas principales y otras tres que podrían llamarse secundarias, surgidas, cada una de ellas, de la degeneración de cada una de las formas principales. Así, esas tres formas de gobierno primarias serían la monarquía (el gobierno de uno sólo), la aristocracia (el gobierno de unos pocos) y la democracia (el gobierno de muchos). Y cada una de ellas, ya lo hemos dicho, suele degenerar en una forma de gobierno secundaria. Así, la monarquía puede degenerar en tiranía, la aristocracia puede degenerar en oligarquía, y la democracia, aunque no lo parezca, también puede degenerar, cuando ésta se corrompe, y de hecho suele hacerlo, en otra forma de gobierno que recibe el nombre de oclocracia. Quedémonos con esta palabra, que etimológicamente podemos definir como el gobierno de la muchedumbre, y que es el más desconocido de los seis sistemas de gobierno reconocidos por Polibio. La oclocracia se reconoce sobre todo porque los gobernantes se mueven más por acciones puramente demagógicas que por los intereses reales de la mayoría. Para Polibio, todas estas formas de gobierno se retroalimentan unas a otras, en una especie de ciclo político sin fin, desde la monarquía hasta la propia oclocracia, de manera que, cuando ésta última entra también en crisis, es cuando entra de nuevo en juego otra vez la monarquía -léase, también, dictadura-, para iniciar de nuevo el ciclo en una nueva regeneración política.

La teoría, con sus lógicas diferencias, puede transliterarse a otros periodos de la historia, y no nos sería demasiado difícil intentar identificar cada uno de los sistemas de gobierno descritos por el historiador griego, también a los últimos siglos de nuestra historia. Así, el siglo XVIII podría ser considerado como uno de los momentos cumbre de la democracia en la historia reciente: la independencia de los Estados Unidos y su declaración universal de los derechos del hombre no son ajenas a ello. Sin embargo, la teoría de la anaciclosis se puede llevar también a etapas más cortas de la historia, de forma que un mismo proceso como la Revolución Francesa, participa sucesivamente de varias de esas formas de gobierno. En efecto, la corrupción de la democracia, que podría haber significado el estallido de la revolución, dejó pasó, en los meses siguientes, a la oclocracia, como se encargó de demostrar el importante abuso de la guillotina, también entre los propios revolucionarios.

La última aparición de la oclocracia, ya en el siglo XX, está representada, sin duda alguna, por el importante crecimiento de los fascismos en toda Europa, pero también por el crecimiento del comunismo de estado. El nacismo de Adolf Hitler y el comunismo de Stalin beben de las mismas fuentes oclocráticas: “Desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en general, pudiendo tratarse ésta, en última instancia, de una «voluntad de todos», o «voluntad de la mayoría», pero no de una voluntad general”. Y es que la oclocracia es, en resumidas cuentas, el peor de todos los sistemas políticos, porque, al contrario que la tiranía, se esconde detrás de un supuesto poder de las masas que no es real.

Los movimientos oclocráticos se caracterizan, ya lo hemos dicho, por una acción demagógica sobre las masas, a las que sin ningún rubor se les asegura que ellos son la única solución posible a la crisis de la democracia. Y también, porque sus cabecillas no dudan en mentir a la población con tal de obtener cuanto antes su propio beneficio ¿Nos suena esto de algo? Muchos países europeos, y no sólo europeos, están inmersos en la actualidad en una de esas etapas oclocráticas. Hay movimientos oclocráticos de izquierdas y de derechas, pero todos tienen una cosa en común: ambos defienden postulados extremistas, que en ocasiones se confunden con una verdadera intención de regenerar el gobierno.


Dicho esto, no cabe ninguna duda de que en la actualidad nos encontramos en una nueva etapa oclocrática, algo a lo que muy pocos países en el mundo pueden escapar en estos momentos. En muchos países estamos viendo un importante incremento de poder de los partidos de extrema derecha, y la cultura neonazi vuelve a tener su lugar en algunas sociedades en las que creíamos que había desaparecido. En otros países, como España, es la oclocracia de izquierdas, la que está representada por Podemos e incluso también por el ala más extremista del Partido Socialista, la que se está abriendo camino últimamente, hasta el punto de haberse aliado entre ellos, a pesar de sus muchas diferencias, para constituir un gobierno plenamente oclócrata. ¡Y qué decir también del importante avance en nuestro país de los nacionalismos más extremistas, esos nacionalismos que, por su intransigencia y su populismo, conforman también otra manera de oclocracia! Y en el lado contrario está Vox, y sus mensajes no menos demagógicos.

Pero España no es un caso único. Italia tiene en Mateo Salvini y su Liga Norte su oclocracia, esta vez de carácter derechista. En países como Francia, Países Bajos y Austria, los partidos de extrema derecha también han logrado sentar en sus respectivos parlamentos un número importante de diputados. Incluso países como el Reino Unido y Estados Unidos, la oclocracia de derechas también ha podido hacerse con el poder. Porque, ¿no representan tanto Donald Trump como Boris Johnson ese movimiento populista de derecha, cabeza de puente de una oclocracia moderna que sigue abriéndose paso en la civilización actual? Bernie Sanders, demócrata pero de honda raíz socialista en un país en el que casi no existe el socialismo, el que podría haber llegado a convertirse en rival de Trump en las próximas elecciones norteamericanas, no es menos populista ni oclócrata que Trump porque, ya lo hemos dicho, la oclocracia puede ser de izquierdas o de derechas. Así pues, en las próximas elecciones a la Casa Blanca, podrían haberse enfrentado directamente dos formas distintas, pero a la vez muy similares, de manifestar la crisis del espíritu democrático, dos oclocracias opuestas pero similares. Sin embargo, parece ser que Sanders ya se ha bajado del autobús que podría haberle llevado a la presidencia, retirándose de las primarias y dando su apoyo a su antiguo rival, Joe Biden, el antiguo presidente de Barak Obama.

España tampoco es un caso único como gobierno oclócrata de izquierdas. Grecia lo fue durante un tiempo, durante el gobierno de Alexis Tsipras y su partido populista, SYRIZA, pero la crisis galopante a la que llevo al país obligó a la intervención de Europa y a su caída del poder. Y muchos países del subcontinente latinoamericano, con Venezuela, Bolivia y Cuba a la cabeza, continúan sumidos en un gobierno oclócrata de izquierdas.

jueves, 23 de abril de 2020

Un libro sobre la masacre de Katyn (Polonia) durante la Segunda Guerra Mundial


A caballo entre los años 1942 y 1943, fueron descubiertos en la región de Smolarensk, una pequeña ciudad rusa situada a orillas del río Dnieper, no lejos de la frontera con la actual Bielorrusia, y a poco menos de unos cuatrocientos kilómetros al suroeste de Moscú, unos restos humanos que, por su magnitud, cambiarían sin duda el transcurso de la historia. En efecto, a finales del primero de los años citados, un campesino de la zona alertó a los dirigentes de Todt, una organización que dependía del Ministerio de Armamento de la Alemania nazi que se dedicaba a la construcción de infraestructuras civiles y militares en las zonas ocupadas, que en esos momentos estaban realizando obras de mejora en la carretera para facilitar el paso de las tropas nazis, sobre la existencia de unas tumbas comunes en un bosque cercano. Desde algún tiempo antes, y de manera paulatina, los lobos y la lluvia habían ido desenterrando algunos restos que a primera vista parecían humanos. Conducidos hasta el bosque de Katyn, cercano a la ciudad, por aquel campesino, un grupo de soldados, que estaban al mando de Rudolf-Christoph von Gersdorff, un capitán de la Wehrmacht que después intentaría asesinar al propio Hitler, encontraron allí una gran cruz de abedul, colocada allí por los habitantes de la zona algún tiempo antes, en vista de los restos encontrados, y decenas de huesos que todavía asomaban a ras del suelo, huesos que, efectivamente,fueron identificados, como restos humanos. Y una vez excavada la zona, al menos en parte, se pudo identificar una gran fosa común, en la que habían sido enterrados centenares, o miles, de cuerpos humanos.
¿Quiénes eran las personas que habían sido enterradas en aquel enorme túmulo? ¿Quién o quiénes los habían asesinado, porque sin duda se trataba de un crimen de enormes dimensiones, y los habían enterrado después en aquel lugar oculto? Enseguida se inició una investigación, en la que intervino la Cruz Roja internacional, que determinó dos cosas importantes: que los restos encontrados pertenecían en su inmensa mayoría a varones (con el tiempo se demostraría que entre los cuerpos sólo había una mujer, Janina Lewandowska, una joven aviadora del ejército polaco, y que los autores de la masacre habían sido los miembros del NKVD, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, una especie de policía secreta rusa, que durante toda la Segunda Guerra Mundial manejó todo el espionaje del Politburó soviético, tanto externo como interno. Así lo indicó tanto el gobierno nazi como la propia comisión internacional de expertos que había sido invitada a analizar los restos encontrados.
Sin embargo, aquella comisión de expertos contaba con un serio problema: estaba fuertemente politizada en favor de la ideología nazi, bien de manera voluntaria o, e algunos casos, a la fuerza. Y junto a ese problema interno, existía también otro problema de origen externo: los soviéticos, por aquel entonces, eran ya aliados de guerra de los ingreses y de los norteamericanos. El descubrimiento de las fosas comunes, porque la de Katyn fue sólo el principio, ya había provocado la ruptura de relaciones entre la Unión Soviética y el gobierno polaco en el exilio que, liderado por Wladislaw Rackiewicz, se encontraba en Londres (una de las primeras cosas que pudieron constatar los desenterradores era que los cadáveres correspondían a militares y ciudadanos polacos), y podría provocar la ruptura también de las relaciones en el bloque militar aliado. Por ese motivo, al gobierno de Stalin no le costó demasiado trabajo convencer a los aliados de su versión: los verdaderos culpables de la tragedia de Katyn, y también de las de Jarkov y Katinin, otros lugares cercanos donde también se fueron encontrado fosas similares, habían sido los propios nazis, en su avance hacia Stalingrado y el occidente ruso, en el curso de la Operación Barbarroja.
La versión soviética no se sostenía. Los cuerpos habían aparecido vestidos con abrigos, lo que demostraba que la masacre se había producido durante el inverno o la primavera de 1941 y los alemanes no pasaron por la zona hasta el verano de 1941, en el marco de la Operación Barbarroja. Por otra parte, los abrigos de los fallecidos mostraban un estado de conservación bastante bueno, lo que demostraba, por su parte, que aquellos hombres no podían haber permanecido como prisioneros durante varios meses, tal y como pretendían demostrar los soviéticos, lo que además estaba en consonancia con la versión que retrotraía el crimen a los primeros meses del conflicto bélico, es decir, a los momentos de la invasión rusa obre Polonia. Por otra parte, según los primeros informes, los fallecidos habían sido asesinados con un tiro en la nuca, y algunos de los cuerpos presentaban puñaladas que habían sido realizadas con bayonetas cuadradas, un tipo de bayonetas que sólo disponía el ejército ruso y el NKVD.
No obstante, la guerra seguía su curso, y con la guerra bélica, también una guerra de propaganda entre los nazis y los soviéticos a cargo del asunto Katyn. Para el conjunto de los aliados, era conveniente creer en la versión de la culpabilidad nazi, porque de esta manera se evitaba que pudieran romperse las relaciones con sus aliados orientales. Por ello, en los juicios que se celebraron en la ciudad alemana de Nuremberg una vez acabada la guerra se determinó la culpabilidad de los alemanes, parece ser que apoyada esta teoría incluso en la presión ejercida desde la Casa Blanca, con el propio presidente Fanklin D. Roosevelt a la cabeza. Por su parte, la KGB soviética, heredera de la antigua NKVD, ya había empezado entonces a silenciar de alguna manera, a los posibles testigos que pudieran dar fe de la culpabilidad comunista en la masacre, incluyendo a veces el asesinato. Muchos años después, llegando incluso hasta los años ochenta, seguirían tomando represalias también contra algunos de los miembros de la comisión de expertos que habían analizado los cuerpos poco tiempo después de su descubrimiento.
Las cosas empezaron a cambiar a partir de los años cincuenta, a raíz sobre todo del nuevo curso que estaba tomando la guerra fría entre soviéticos y norteamericanos, y también a raíz de la escalada de tensión que había provocado tanto la guerra civil china como la guerra de Corea. A partir de este momento, Estados Unidos ya no tenía necesidad de mantener la versión soviética sobre la masacre de Katyn; dejaron así de blanquear los crímenes que los comunistas habían cometido durante la Segunda Guerra Mundial, no sólo estos de Katyn,y la teoría de la culpabilidad rusa cobró muchos enteros en todo el mundo. Por su parte, desde la Unión Soviética no se quedaron callados: se inició entonces, otra vez, una nueva ofensiva en defensa de la teoría de la culpabilidad alemana, con el fin de contrarrestar las presiones que en sentido contrario se estaban dando desde el otro lado del telón de acero. Y mientras tanto en Polonia, principalmente durante los años ochenta, existió una fuerte tensión respecto a este asunto, entre los defensores de las dos versiones. Mientras que el gobierno comunista de Wojciech Jaruzelski, como no podía ser de otra forma, defendía la teoría de la culpabilidad alemana, la oposición, representada sobre todo por el sindicato Solidarnosc (Solidaridad) de Lech Walesa, y en parte también por el propio papa Juan Pablo II, nacido polaco, como es sabido, con el nombre de Karol Wojtyla, defendía la culpabilidad del estado soviético en la matanza.
Así, durante las últimas décadas del siglo pasado, mientras en occidente todo el mundo estaba ya convencido de que los asesinos habían sido los comunistas soviéticos, la ofensiva del gobierno de Mijail Gorbachov, seguía apuntando en la dirección opuesta; reconocer la culpabilidad en el crimen del gobierno de Stalin, y del propio Stalin, del cual el político ruso era directo heredero, era como reconocer en parte su propia culpabilidad. Todo cambió a partir del acceso al poder de su sucesor, Boris Yeltsin, quien haría más visible la “perestroika”, la apertura que había iniciado ya el propio Gorbachov. Él pudo acceder también a la documentación que demostraba la culpabilidad del gobierno de Stalin que se encontraba bien custodiada en Moscú (sus antecesores también habían accedido a ella, pero lo habían callado), y no sólo eso: también hizo público el contenido de una parte de esa documentación, y reconoció, también públicamente, la culpabilidad de su país en la matanza, pidiendo además perdón en nombre de su país al gobierno polaco de Aleksander Kwaśniewski. La suerte estaba echada ya para Katyn y para las otras fosas comunes de militares polacos en Rusia, por más que el gobierno neocomunista de Vladímir Putin pretenda reinvertir otra vez la historia: los verdaderos culpables del crimen  fueron los dirigentes del NKVD en la zona, pero también los altos dirigentes del gobierno soviético, con Iosif Stalin y Lavrenti Beria a la cabeza, quienes, si no ordenaron directamente los asesinatos, que es casi seguro que sí lo hicieron, al menos los conocían, y no hicieron nada para impedirlos.
La masacre de militares y civiles polacos en los bosques cercanos a Smolarensk fue de dimensiones enormes. En Katyn fueron desenterrados más de cuatro mil cuerpos humanos, entre militares y otros miembros de la élite intelectual polaca; en Jarkov fueron alrededor también de cuatro mil los muertos; en Katinin, más se seis mil. Sin embargo, los historiadores han demostrado que los asesinatos en la región de Smolarensk era sólo la punta de iceberg, una parte de los miles de prisioneros de guerra  y prisioneros comunes, que fueron asesinados por el NKVD, por orden directa del propio Beria, entre los meses de abril y mayo de 1940, procedentes de los campos de Ostashkov, Kozielsk, Starobielsk, y otros lugares situados actualmente en los países de Bielorrusia y Ucrania; una matanza a la que apenas pudieron escapar menos de cuatrocientos de esos prisioneros, que se encontraban en aquellos momentos en dichos campos de concentración. Desde allí fueron conducidos por ferrocarril a Katyn y a los otros lugares en los que después serían hallados, asesinados con un tiro en la nuca y enterrados bajo una fina capa de tierra. No serían los únicos crímenes soviéticos en la zona. Algún tiempo antes, entre 1936 y 1938, el régimen estalinista había mandado asesinar allí también a unos diez mil funcionarios soviéticos disidentes. El crimen de Katyn contra los polacos se había producido poco tiempo después de que el ejército ruso invadiera el territorio polaco, como uno de los puntos del pacto Ribbentrop-Mólotov, por el que el país iba a ser repartido por las dos potencias vecinas, la Alemania de Hitler y la Unión Soviética.
Todo esto es lo que cuenta el periodista alemán Thomas Urban en este libro, “La matanza de Katyn”, que ha sido publicado en España bajo el sello La Esfera de los Libros. Miembro de una familia prusiana oriunda de Silesia, que fue exiliada de allí y enviada después de la Segunda Guerra Mundial, como otras muchas familias de origen germano, a la nueva República Democrática Alemana, después de que la provincia hubiera quedado bajo soberanía polaca, sus padres huyeron a la República Federal Alemana cuando él tenía quince años, estableciéndose entonces en Bergheim, no lejos de Colonia. En autor de diferentes obras sobre la Europa del este, ensayos científicos y libros de divulgación, que le han convertido en uno de los máximos especialistas en la historia reciente sobre todo en este tema, y especialmente en el conflicto entre Rusia y Ucrania, una guerra que todavía sigue provocando centenares de muertos incluso en la actualidad.
El libro, como decimos, repasa toda la historia de Katyn y del resto de túmulos colectivos de ciudadanos polacos que se hallan cerca de la ciudad de Smolarensk, aquellas tumbas en las que desapareció buena parte de la élite polaca, militar, política y social, del periodo de entreguerras, desde los propios asesinatos hasta el actual conflicto ruso-polaco, provocado primero por el reconocimiento de la culpabilidad rusa por parte de Yeltsin, y después, sobre todo, por la marcha atrás en este sentido dada por Putin. También repasa, aunque ligeramente, el extraño accidente de aviación del Tupolev TU-154 de las fuerzas aéreas polacas, que se produjo el 10 de abril de 2010 en la base aérea de la propia ciudad de Smolarensk, y que provocó la muerte de todas las personas que se encontraban a bordo., un total de ochenta y nueve pasajeros y siete tripulantes. Entre los fallecidos en el accidente se encontraban el propio presidente de la república polaca, Lech Kaczynski, y su esposa, y el último presidente del gobierno polaco en el exilio, Ryszard Kaczorowski, así como diferentes personalidades políticas, militares y religiosas de Polonia (hasta ocho de los principales generales del ejército polaco, dos obispos, varios diputados del Sejm, el Parlamento, y también del Senado, entre ellos). También, el último de los supervivientes de los campos de concentración que todavía quedaba con vida. Todos ellos se dirigían, precisamente,  a los actos oficiales que se iban a celebrar para conmemorar el setenta aniversario de la masacre. Aunque la investigación oficial determinó que el accidente se había producido por la desobediencia del piloto a la torre de control del aeropuerto militar de Smolensk, que negaba la posibilidad  del aterrizaje por la meteorología adversa en la que en ese momento se encontraba la zona, una espesa niebla que reducía la visibilidad a unos quinientos metros de distancia, durante algún tiempo llegó a pensarse en Polonia que el accidente, quizá, pudiera haber sido provocado.



jueves, 16 de abril de 2020

El capitán Fernández-Castañeda y su colaboración necesaria en la huida de Serrano Suñer durante la Guerra Civil


Durante la Guerra Civil de 1936-1939, la afección de los militares por un bando o por otro fue, en ocasiones, una cuestión puramente geográfica, sobre todo entre aquellos militares de baja graduación, a los que les era complicado pasar de un bando a otro. En otras ocasiones, sin embargo, era UNA cuestión personal. Éste es el caso del capitán conquense Luis Fernández-Castañeda Cánovas, quien, a pesar de haber sido durante los primeros meses de la guerra uno de los principales colaboradores del general republicano José Miaja, hasta el punto de haber llegado a ser el número tres de la Junta de Defensa de Madrid, que éste presidía, decidió abandonar su puesto destacado en el ejército republicano y pasarse a las tropas nacionales en los primeros meses de 1937, en una operación que parece extraída más de una película o de una novela de espionaje que de la vida real, en la que también aparecen figuras tan destacadas como el propio Ramón Serrano Suñer.
Fernández-Castañeda había nacido el 17 de enero de 1898 en Cuenca, donde su padre, Jaime Fernández-Castañeda del Valle, era director del instituto de segunda enseñanza. Inició los estudios militares en la Academia en Infantería, en el mes de julio de 1912, obteniendo su primer despacho de segundo teniente tres años más tarde. Participó en la campaña de África entre diciembre de 1918 y agosto de 1921, y en 1924 ingresó en la Escuela Superior de Guerra, con el fin de continuar sus estudios y graduarse en Estado Mayor, lo que consiguió en 1929. Durante la Segunda República perteneció a la plana mayor de la primera brigada de infantería, hasta la posterior disolución de ésta, nada mnás producirse el golpe de estado de los militares, que desembocó en la Guerra Civil
Aun teniendo incluso ideales conservadores, el ya capitán Fernández-Castañeda se había ganado también cierta fama entre sus compañeros republicanos, pues ya en 1934 había participado, durante la celebración de un consejo de guerra, en la defensa de seis suboficiales que estaban acusados de sedición por haber pertenecido a la Unión de Militares Antifascistas. Al desencadenarse al Guerra Civil, Fernández-Castañeda fue perseguido por grupos anarquistas, que pretendían detenerle por desafecto al régimen republicano, encontrando enseguida la protección de Miaja, con quien, había servicio en los meses anteriores, durante su etapa en la primera brigada de infantería, quien lo ascendió, incluso, a número tres de la Junta de Defensa de Madrid, que estaba presidida por éste, como secretario general de la misma.
Sin embargo, poco tiempo después, el capitán Fernández-Castañeda logró ponerse en contacto con Edgardo Pérez Quesada, máximo responsable de la embajada de Argentina en Madrid, solicitándole su ayuda para poder pasarse a la zona nacional porque “su espíritu y honor militar no le permitían seguir más tiempo en zona republicana”, según se recoge en su hoja de servicios. De esta forma, y manteniendo en secreto durante un tiempo sus planes de fuga mientras no se encontrara la forma de hacerla realidad, tal y como le había recomendado el diplomático argentino, el 5 de febrero de 1937 se hacía público en el Diario Oficial del Ministerio de Guerra del gobierno republicano su ascenso a comandante. Fue en ese momento cuando se interpuso entre los planes del militar conquense un nuevo factor, que terminaría por desencadenar la huida: el deseo de sacar del país al propio cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, proyecto en el que actuaba de intermediario Tomás Le Breton, embajador a su vez de Argentina en París.
De esta forma se tramó un plan con el fin de sacar de España al militar conquense, a la vez que éste también se comprometía a ayudar a escapar al propio Serrano Suñer y al capitán de artillería Eusebio Álvarez Miranda, quien a su vez era yerno de Melquiades Álvarez, quien había sido presidente del Congreso de los Diputados entre marzo de 1922 y abril de 1923, y que había sido asesinado en la Cárcel Modelo el 22 de agosto de 1936. Según este plan de viaje, Fernández-Castañeda debía convencer a Miaja para que éste le autorizara a realizar un viaje en coche hasta Valencia, donde supuestamente debería entrevistarse con el capitán general de la ciudad levantina con el fin de entregarle ciertos documentos. Y mientras todo esto ocurría, el propio Pérez Quesada, con ayuda de unos diplomáticos holandeses, había conseguido rescatar de un hospital penitenciario a Serrano Suñer, en una operación en la que el cuñado de Franco había tenido que disfrazado de mujer.
Así, entre el 8 y el 9 de febrero, después de haber pasado la noche en una casa segura que era propiedad de la embajada argentina, un coche oficial con dos banderas republicanas estaba esperando en una calle cercana al propio Serrano Suñer y al capitán Álvarez Miranda. El coche estaba conducido por el ya comandante Fernández-Castañeda, quien, después de haber adquirido en el mercado negro sendos documentos falsos para sus dos compañeros de fuga, debía trasladarles desde Madrid hasta Alicante. Sin embargo, el viaje no estuvo exento de problemas. Ya en Vallecas tuvo que someterse a un primer control por miembros de la Federación Anarquista Ibérica, y después de haberlo superado sin complicaciones, como también un segundo control en el puente de Arganda, el vehículo se quedó sin gasolina en las inmediaciones de Almansa (Albacete). Después de haber “mendigado” un poco de gasolina, tal y como lo define en sus diarios el propio Serrano Suñer, los viajeros pudieron continuar el viaje hasta Alicante, donde Fernández-Castañeda logró dejar a sus dos compañeros en el consulado de Argentina.
Después, el oficial conquense siguió su viaje hasta Valencia, donde se entrevistó protocolariamente con el capitán general de la región, y desde donde telefoneó a Miaja, tal y como le había prometido, con el fin de no despertar sospechas en el general republicano, pero ocultándole su decisión de no regresar a Madrid. A la mañana siguiente, Fernández-Castañeda viajó en el mismo vehículo hasta Alicante, refugiándose él mismo también en el consulado de Argentina en la ciudad mediterránea. Y mientras en Madrid nuestro militar era buscado desesperadamente, primero al pensarse que podía haber sido hecho prisionero por las tropas nacionales, y más tarde por pensar, acertadamente, que él podría haber desertado libremente, a mediados de febrero de 1937, los tres fugados eran sacados del consulado argentino por un grupo de marineros de ese país, quienes, después de haberles entregado unos uniformes de la marina argentina, les condujeron hasta el bombardero Tucumán, que se hallaba fondeado en el puerto de la ciudad. En el barco permanecieron durante varios días más, a la espera de la llegada de nuevos refugiados, hasta que, en la segunda quincena de febrero, el barco pudo zarpar finalmente con los tres fugados a bordo, los cuales desembarcaron unos días más tarde, ya libres, en el puerto francés de Marsella. Fernández-Castañeda no sería dado de baja del ejército republicano, sin embargo, hasta el 25 de junio de 1938.
No obstante, nuestro militar no tardaría demasiado en regresar a España, con el fin ahora de incorporarse al ejército nacional, tal y como había afirmado que haría al solicitar la ayuda de la embajada argentina. Así, y después de haber colaborado de manera tan activa en la liberación de una persona tan importante para el régimen como era el propio cuñado del Generalísimo, el día 11 de junio de 1937 se determinaba, por el juez instructor, el coronel Enrique Millán Doñate, el sobreseimiento de la causa incoada para depurar su actuación en la zona republicana, de la que salió sin responsabilidad ni sanción alguna, más que el no reconocimiento del empleo de comandante. Por este motivo, nuestro capitán quedaba en situación de disponible, pendiente de destino en la sexta región militar, en el Ejército del Norte, hasta el 1 de agosto de 1938, cuando fue destinado al estado mayor de la primera división de Navarra, que estaba al mando del teniente general Mohamed ben Mizzian.
Presentado por fin en su nuevo destino, en la ciudad castellonense de Onda, se hizo cargo de la segunda y la cuarta secciones, interviniendo en los días siguientes en diversas acciones sobre la sierra del Espadán (Castellón de la Plana), y en la batalla del Ebro. La participación de su unidad en la toma de la sierra de Cavells, en la comarca de Gandesa (Tarragona), una de las que terminaría por declinar la balanza de la guerra en aquella zona a favor de las tropas nacionales, significaría para el conjunto de la unidad, y por lo tanto también para nuestro protagonista, una nueva condecoración, esta vez de carácter colectivo: la Medalla Militar Colectiva. La concesión le había sido concedida telegráficamente a la unidad por el propio Generalísimo, Francisco Franco, y una vez terminada la guerra, el 1 de julio de 1940, le sería reconocido a nuestro oficial el uso de este distintivo encima del uniforme.
Fernández-Castañeda, que, como sabemos, ya había sido ascendido a comandante del ejército republicano en el año anterior, pero que había perdido el ascenso al pasarse al bando nacional, fue reconocido de nuevo con ese mismo empleo en los meses siguientes, en propuesta extraordinaria, con antigüedad de 22 de octubre de 1936. El 13 de diciembre de ese mismo año era destinado en el estado mayor del Cuerpo del Ejército del Maestrazgo, al que se incorporó dos días más tarde, haciéndose cargo inmediatamente de su cuarta sección. En este nuevo destino asistió en los días siguientes a las operaciones de la campaña de Cataluña, y más tarde, también a la ruptura del frente de Toledo, hasta la total terminación de la guerra, el 1 de abril de 1939. Y una vez terminada la guerra, y acordada la disolución del Cuerpo del Ejército del Maestrazgo, el ya comandante Fernández-Castañeda era nombrado jefe de la comisión liquidadora del mismo. Mientras tanto, por los méritos contraídos durante la “campaña de liberación”, esto es, durante la Guerra Civil, era premiado con la Medalla de la Campaña de la Guerra Civil 1936-1939, y con una Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo.
Después de la guerra, el militar conquense siguió perteneciendo al ejército, participando primeramente en la represión del maqui, durante el último trimestre de 1944. Entre los años 1951 y 1952, habiendo sido ascendido ya a coronel, estuvo sirviendo también en la zona del protectorado, en el grupo de fuerzas regulares indígenas, y en los años siguientes realizó también algunos servicios diplomáticos en la embajada de España en Grecia. Ascendido a general de brigada en 1955, y a general de división cuatro años más tarde, en 1959, llegó a ser Director General de Instrucción y Enseñanza del Estado Mayor Central del Ejército, entre el 1 de julio de 1959 y finales de enero de 1962. En la reserva desde el 1 de febrero de 1966, falleció en Madrid el 26 de agosto de 1976.