jueves, 30 de abril de 2020

La teoría de la anaciclosis en el siglo XXI


En esta nueva entrada del blog vamos a hablar de Polibio y de su teoría de la anaciclosis. Es cierto que esa teoría la desarrolló el escritor greco-romano Polibio con el fin de intentar explicar las diferentes formas de gobierno en la antigüedad. Pero también es cierto que, en sus formas más generalistas, es una teoría que se puede llevar a la práctica en otros periodos de la historia, hasta el punto de que, incluso hoy en día, tal y como veremos, muchos países de nuestro entorno se pueden ver reflejados por esta vieja teoría del escritor.

          
 Polibio nació en Megalópolis, una ciudad griega del Peloponeso, en el año 200 a.C., y está considerado como uno de los padres de la historia, por haber sido el primero en realizar algo parecido a lo que podría ser una historia universal. Sus motivaciones, eso sí, eran bastante claras: intentar explicar el dominio de Roma sobre toda la cuenca del Mediterráneo, y especialmente también sobre su patria, Grecia, más fuerte culturalmente que la todavía opaca Roma. De esta forma, sus apreciaciones políticas, y sobre todo esta teoría de la anaciclosis, siguen siendo en la actualidad materia de estudio tanto en lo que respecta a la propia historia como materia científica, como a otras especialidades, ciencias políticas y relaciones internacionales entre ellas.


La teoría de la anaciclosis se basa en que existen seis formas diferentes de gobierno, tres de ellas principales y otras tres que podrían llamarse secundarias, surgidas, cada una de ellas, de la degeneración de cada una de las formas principales. Así, esas tres formas de gobierno primarias serían la monarquía (el gobierno de uno sólo), la aristocracia (el gobierno de unos pocos) y la democracia (el gobierno de muchos). Y cada una de ellas, ya lo hemos dicho, suele degenerar en una forma de gobierno secundaria. Así, la monarquía puede degenerar en tiranía, la aristocracia puede degenerar en oligarquía, y la democracia, aunque no lo parezca, también puede degenerar, cuando ésta se corrompe, y de hecho suele hacerlo, en otra forma de gobierno que recibe el nombre de oclocracia. Quedémonos con esta palabra, que etimológicamente podemos definir como el gobierno de la muchedumbre, y que es el más desconocido de los seis sistemas de gobierno reconocidos por Polibio. La oclocracia se reconoce sobre todo porque los gobernantes se mueven más por acciones puramente demagógicas que por los intereses reales de la mayoría. Para Polibio, todas estas formas de gobierno se retroalimentan unas a otras, en una especie de ciclo político sin fin, desde la monarquía hasta la propia oclocracia, de manera que, cuando ésta última entra también en crisis, es cuando entra de nuevo en juego otra vez la monarquía -léase, también, dictadura-, para iniciar de nuevo el ciclo en una nueva regeneración política.

La teoría, con sus lógicas diferencias, puede transliterarse a otros periodos de la historia, y no nos sería demasiado difícil intentar identificar cada uno de los sistemas de gobierno descritos por el historiador griego, también a los últimos siglos de nuestra historia. Así, el siglo XVIII podría ser considerado como uno de los momentos cumbre de la democracia en la historia reciente: la independencia de los Estados Unidos y su declaración universal de los derechos del hombre no son ajenas a ello. Sin embargo, la teoría de la anaciclosis se puede llevar también a etapas más cortas de la historia, de forma que un mismo proceso como la Revolución Francesa, participa sucesivamente de varias de esas formas de gobierno. En efecto, la corrupción de la democracia, que podría haber significado el estallido de la revolución, dejó pasó, en los meses siguientes, a la oclocracia, como se encargó de demostrar el importante abuso de la guillotina, también entre los propios revolucionarios.

La última aparición de la oclocracia, ya en el siglo XX, está representada, sin duda alguna, por el importante crecimiento de los fascismos en toda Europa, pero también por el crecimiento del comunismo de estado. El nacismo de Adolf Hitler y el comunismo de Stalin beben de las mismas fuentes oclocráticas: “Desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos y no de la población en general, pudiendo tratarse ésta, en última instancia, de una «voluntad de todos», o «voluntad de la mayoría», pero no de una voluntad general”. Y es que la oclocracia es, en resumidas cuentas, el peor de todos los sistemas políticos, porque, al contrario que la tiranía, se esconde detrás de un supuesto poder de las masas que no es real.

Los movimientos oclocráticos se caracterizan, ya lo hemos dicho, por una acción demagógica sobre las masas, a las que sin ningún rubor se les asegura que ellos son la única solución posible a la crisis de la democracia. Y también, porque sus cabecillas no dudan en mentir a la población con tal de obtener cuanto antes su propio beneficio ¿Nos suena esto de algo? Muchos países europeos, y no sólo europeos, están inmersos en la actualidad en una de esas etapas oclocráticas. Hay movimientos oclocráticos de izquierdas y de derechas, pero todos tienen una cosa en común: ambos defienden postulados extremistas, que en ocasiones se confunden con una verdadera intención de regenerar el gobierno.


Dicho esto, no cabe ninguna duda de que en la actualidad nos encontramos en una nueva etapa oclocrática, algo a lo que muy pocos países en el mundo pueden escapar en estos momentos. En muchos países estamos viendo un importante incremento de poder de los partidos de extrema derecha, y la cultura neonazi vuelve a tener su lugar en algunas sociedades en las que creíamos que había desaparecido. En otros países, como España, es la oclocracia de izquierdas, la que está representada por Podemos e incluso también por el ala más extremista del Partido Socialista, la que se está abriendo camino últimamente, hasta el punto de haberse aliado entre ellos, a pesar de sus muchas diferencias, para constituir un gobierno plenamente oclócrata. ¡Y qué decir también del importante avance en nuestro país de los nacionalismos más extremistas, esos nacionalismos que, por su intransigencia y su populismo, conforman también otra manera de oclocracia! Y en el lado contrario está Vox, y sus mensajes no menos demagógicos.

Pero España no es un caso único. Italia tiene en Mateo Salvini y su Liga Norte su oclocracia, esta vez de carácter derechista. En países como Francia, Países Bajos y Austria, los partidos de extrema derecha también han logrado sentar en sus respectivos parlamentos un número importante de diputados. Incluso países como el Reino Unido y Estados Unidos, la oclocracia de derechas también ha podido hacerse con el poder. Porque, ¿no representan tanto Donald Trump como Boris Johnson ese movimiento populista de derecha, cabeza de puente de una oclocracia moderna que sigue abriéndose paso en la civilización actual? Bernie Sanders, demócrata pero de honda raíz socialista en un país en el que casi no existe el socialismo, el que podría haber llegado a convertirse en rival de Trump en las próximas elecciones norteamericanas, no es menos populista ni oclócrata que Trump porque, ya lo hemos dicho, la oclocracia puede ser de izquierdas o de derechas. Así pues, en las próximas elecciones a la Casa Blanca, podrían haberse enfrentado directamente dos formas distintas, pero a la vez muy similares, de manifestar la crisis del espíritu democrático, dos oclocracias opuestas pero similares. Sin embargo, parece ser que Sanders ya se ha bajado del autobús que podría haberle llevado a la presidencia, retirándose de las primarias y dando su apoyo a su antiguo rival, Joe Biden, el antiguo presidente de Barak Obama.

España tampoco es un caso único como gobierno oclócrata de izquierdas. Grecia lo fue durante un tiempo, durante el gobierno de Alexis Tsipras y su partido populista, SYRIZA, pero la crisis galopante a la que llevo al país obligó a la intervención de Europa y a su caída del poder. Y muchos países del subcontinente latinoamericano, con Venezuela, Bolivia y Cuba a la cabeza, continúan sumidos en un gobierno oclócrata de izquierdas.

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