martes, 18 de agosto de 2020

Una historia institucional de la Diputación Provincial de Cuenca


No son demasiados los libros que tratan directamente de la historia de nuestras instituciones conquenses. Un ejemplo hasta ahora prácticamente único es la desconocida “Historia de la Caja de Ahorros de Cuenca y Ciudad Real (1944-1992)” que, escrita por Manuel Titos Fernández y José López Yepes, especialistas ambos en historia económica, y auspiciada por el que fuera su último presidente, Raúl Molina, publicó en el año 2004 la Caja Castilla la Mancha, heredera directa de dicha institución bancaria. Recientemente, y directamente relacionado de alguna manera con dicha institución, pues es sabido que la caja de ahorros citada había sido fundada a mediados del siglo pasado por la propia diputación conquense, es esta “Historia de la Diputación Provincial de Cuenca”, que, escrita por José Luis Muñoz, ha podido salir a la luz gracias al servicio de publicaciones de la propia institución estudiada. Un libro que ha venido a llenar así un hueco importante, que abarca los dos últimos siglos de nuestra historia provincial. Y es que es sabido también que las diputaciones provinciales son instituciones netamente liberales, que nacieron del sistema político y gubernativo que vio la luz en las Cortes de Cádiz; que, como todos los hijos de las Cortes de Cádiz, tuvieron unos inicios realmente intermitentes; y que a lo largo de todo el siglo XIX se fueron consolidando en nuestro sistema de valores.
              
La obra en su conjunto está formada por dos tomos, claramente diferenciados en su concepto y en su presentación. Así, el primeros de los volúmenes está presentado de manera cronológica, desde los años iniciales de la institución, allá por la época de las Cortes de Cádiz hasta la actualidad, estableciendo como límite final del estudio la etapa de su anterior presidente, el popular Benjamín Prieto. Cuenta también, antes de empezar con el estudio cronológico de la institución, con dos capítulos introductorios, uno dedicado a estudiar el papel desempeñado por las diputaciones en el marco de la estructura general del estado moderno, y el segundo dedicado a la provincia de Cuenca como espacio geográfico, dedicando además, en lo que a este último aspecto se refiere, una especial importancia a la segregación del partido judicial de Requena, que a mediados del siglo XIX pasó, como sabemos, a la provincia vecina de Valencia. Y a partir de ahí, los seis capítulos restantes se dedican, como hemos dicho, a examinar el desarrollo de la institución en otros tantos periodos históricos: los inicios convulsos de la misma, hasta su definitivo asentamiento en el sistema político en 1875; la restauración alfonsina del último cuarto del siglo XIX; el reinado de Alfonso XIII; la Segunda República; la etapa de la dictadura franquista; y el advenimiento de la democracia, desde la transición hasta los tiempos actuales.
               Por lo que respecta al segundo volumen, se nos presenta de una manera eminentemente temática, de acuerdo con una serie de temas o parcelas que son, casi por definición, el espacio propio de trabajo de las diputaciones provinciales. Por un lado, ya desde sus inicios, tanto la cuestión de la beneficencia como la de la educación, que durante el Antiguo Régimen eran actividades propias de la Iglesia, fueron traspasadas por el liberalismo, y a consecuencia de las diferentes desamortizaciones realizadas contra los bienes de la propia Iglesia, a las nacientes diputaciones provinciales. Éste es el motivo real que provocó en su momento que la principal institución benéfica conquense, la Casa de Beneficencia popularmente conocida como la “Bene”, dependiera de la Diputación desde un primer momento. Y éste es también el motivo de que la propia Diputación, durante todo el siglo XIX, haya participado en la fundación de diferentes entidades de enseñanza a todos los niveles, desde la enseñanza primaria  hasta los estudios universitarios (la Escuela de Magisterio), un tipo de actividad que se vería prolongado a lo largo de la centuria siguiente, con la creación de la Escuela de Artes y Oficios primero, y después  con la creación del Patronato de Estudios Profesionales y Humanísticos y del Conservatorio Profesional de Música, propiciando finalmente, durante el último cuarto del siglo pasado, la creación en nuestra ciudad de una sede de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, y de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
               Otro capítulo importante es el que se dedica también a la cuestión sanitaria, con la creación fallida del Hospital Provincial, cuya sede llegó a ser construida aunque no llegaría a ver cumplida nunca la misión para la que se creó: es la actual sede de la citada UNED, y que en su parte posterior alberga los legajos del propio archivo de la Diputación; más tarde se acometería la creación, también fallida, de un hospital psiquiátrico. También es de destacar el capítulo dedicado a las infraestructuras provinciales, destacando en este sentido su participación en la creación de la línea férrea Aranjuez-Cuenca, y en los diferentes planes provinciales de obras y servicios, con un aumento destacable, como no podía ser de otra forma, de los kilómetros de carreteras construidos, con el fin de comunicar los diferentes pueblos de la provincia; el fomento de la actividad económica, desde la fundación, ya mencionada, de la Caja Provincial de Ahorros, hasta el fomento del turismo rural y los diferentes planes llevados a cabo para el fomento de las actividades en lo que recientemente se ha venido a llamar la “España vaciada”; o de la cultura, en el más amplio sentido de la palabra, desde el fomento del deporte hasta el patronazgo de grupos culturales o su participación en el Real Patronato Ciudad de Cuenca, o la gestión del parque arqueológico de Segóbriga. Todo ello sin olvidar tampoco, como no podía ser de otra manera, los aspectos relacionados con la gestión económica, que ha hecho posible en estos dos últimos siglos toda esa frenética actividad institucional, a la que dedica el primer capítulo del volumen, o la construcción del propio palacio provincial el espacio físico y urbano desde el que se ha gestionado dicha actividad desde ellos años finales del siglo XIX.
               Para llevar a cabo esta obra el autor ha utilizado principalmente, como es lógico suponer, los propios fondos documentales que posee la Diputación, complementados también con otro tipo de fuentes, principalmente las hemerográficas. En este sentido, hemos de tener en cuenta, y lo advierte también el propio autor del libro, la pérdida lamentable de la mayor parte de esos fondos correspondientes al periodo que va desde su creación, en las Cortes gaditanas, como ya se ha dicho, hasta la trágica conquista de la ciudad por las tropas carlistas del príncipe Alfonso de Borbón, en hermano del propio Carlos VII, a quien los tradicionalistas habían jurado como rey algunos años antes, y de su esposa, María de las Nieves de Braganza, la popularmente conocida como “Doña Blanca”. En efecto, las tropas carlistas que entraron en la capital conquense el 15 de julio de 1874, además de una serie de asesinatos cometidos contra los defensores liberales, destruyeron los fondos documentales de la institución provincial, que en ese momento se encontraba en el antiguo convento de el Carmen. De no haberse producido esta pérdida en el fondo documental conquense, este libro habría sido en parte diferente; no muy diferente quizá, es cierto, pero desde luego algo más podríamos llegar a conocer de la institución en esos periodos iniciales de la misma.
               Finalmente, quiero aprovechar estas breves líneas sobre la historia de la Diputación conquense para realizar un pequeño homenaje personal a quien fue su primer presidente: Ignacio Rodríguez de Fonseca. Uno de esos primeros liberales conquenses; uno de esos ilustres olvidados que lucharon por un mundo mejor, diferente del que les ofrecía el Antiguo Régimen. Uno de esos destacados renovadores que cambiaron la historia. Nacido en Villar de Cañas durante el último cuarto del siglo XVIII, en los años iniciales del siglo XIX era uno de los regidores perpetuos del Ayuntamiento conquense, llegando a formar parte de la primera junta provincial de la ciudad, creada a consecuencia de la invasión napoleónica en 1808. Y nombrado en los años siguientes intendente general de la provincia, como tal llegó a presidir la primera Diputación provincial cuando ésta se fundó, el 13 de abril de 1813 (hay que decir, en este sentido, que los primeros presidentes provinciales, hasta muy avanzado el siglo XIX fueron primero los intendentes generales de la provincia, y más tarde, a partir de su creación a mediados de la centuria, los gobernadores provinciales). Por este motivo, fue tomado como rehén por las tropas napoleónicas del mariscal Víctor y más tarde, también, fue hecho prisionero en agosto de 1814 por los españoles absolutistas de Fernando VII, una vez el monarca hubiera regresado a la península, terminada la Guerra de la Independencia.
               Por otra parte, también quiero lanzar un reto a los actuales gestores provinciales de la entidad: que permitan que de alguna manera se pueda rendir un adecuado tributo, más allá de las ideologías, a cuantos alguna vez dieron su vida en servicio de la provincia. Es sabido que en algún momento, durante el franquismo, de alguna de las paredes del palacio provincial colgó una lápida con los nombres de aquellos diputados que, en los años iniciales de la Guerra Civil, fueron asesinados por los dirigentes republicanos, y de la misma forma conocemos también los nombres de aquellos otros diputados que gestionaron el organismo durante los tres años de la guerra, y que después, derrotada la República, fueron así mismo asesinados, en este caso por los vencedores nacionales; sus nombres se relacionan también, junto al de otros muchos que corrieron también la misma suerte, en una lápida del cementerio municipal. La propuesta sería la de elaborar también una lápida única, con el nombre de todos los diputados asesinados por uno y otro bando, que debería colgar de nuevo en un lugar de privilegio del propio palacio. Sólo de esta forma, equiparando a las víctimas de uno y otro bando, podría llegar a ser entendible de verdad, fuera ya de toda demagogia política, lo que se esconde de verdad detrás de esa Ley de Memoria Histórica, que en algunos casos es, en realidad, de desmemoria. Sólo de esta forma podremos, al menos en lo que a este aspecto se refiere, cerrar las páginas dolorosas de la Guerra Civil y avanzar de verdad hacia el futuro.


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