martes, 3 de noviembre de 2020

Hernando de Alarcón, héroe y carcelero real en Granada, en Pavía y en Roma

  

               Hace unos días, algún periódico nos sorprendía con una noticia un tanto curiosa: uno de los vicepresidentes del actual gobierno de España, el podemita Pablo Iglesias, además de esos antecedentes familiares de todos conocidos, relacionados con una política de izquierdas de carácter extremo, desciende también, de manera más o menos directa, de cierto héroe conquense del siglo XV, cierto Martín de Alarcón, quien a su vez era tío del glorioso maestre de campo de las tropas españolas en Italia, Hernando de Alarcón. No sabemos en qué puede basarse el autor de este texto, que había sido publicado el 25 de octubre en el periódico digital “El Español”, Jaime Susanna, autor de dicho texto, para realizar esta afirmación, más allá de cierta página web de carácter genealógico, MyHeritage, que él mismo cita. Dejando aparte el nulo interés que podemos sentir por los orígenes genealógicos de este político comunista y antimonárquico, enemigo de la historia, o por lo menos, de toda historia que no sirva para favorecer sus verdaderos intereses populistas, me gustaría aprovechar la oportunidad que el dato nos ofrece para recordar en esta entrada la figura de un héroe de la historia de España, nacido en la villa de Palomares en la segunda mitad del siglo XV, y al mismo tiempo, recordar un poco la historia de este linaje, los Alarcón, un apellido de honda raíz conquense, que brilló durante muchas generaciones, principalmente en los campos de batalla, primero de España y más tarde también del resto de Europa.

En efecto, el origen del linaje hay que remontarlo a los años finales del siglo XII, cuando Fernán Martínez de Caballos, uno de los mejores capitanes que habían acompañado al rey Alfonso VIII en la conquista de la ciudad de Cuenca, fue enviado por éste, al frente de una parte de sus tropas, con el fin de intentar la conquista de la fortaleza de Alarcón, un impresionante castillo musulmán y una ciudad entonces de relativa importancia que se encontraba unas pocas leguas al sur de la propia capital conquense, coronando un meandro que el río Júcar dibujaba en su camino hacia el Mediterráneo. El lugar era de muy difícil conquista, por la escarpada roca sobre la que el castillo había sido construido y por el foso natural que el propio río formaba a los pies del propio castillo. Sin embargo, Martínez de Ceballos tomó la decisión, nueve meses después de haberse iniciado el cerco, el mismo tiempo que había durado el sitio de la ciudad de Cuenca, de escalar él mismo los muros del castillo con la única ayuda de dos dagas, que iba clavando conforme ascendía, entre los intersticios que formaban las piedras que constituían su torre del homenaje. Así, después de haber dado muerte a algunos de los defensores del castillo, que le esperaban en lo alto de la torre, y de haber abierto de par en par sus puertas para que pudieran entrar el resto de las tropas, Alarcón pudo ser conquistada. A partir de este momento, el héroe modificó su apellido Ceballos, sustituyéndolo por el de Alarcón, y el rey premió su acción con la alcaidía del lugar que él había conquistado. Por otra parte, y en recuerdo del día que se produjo la conquista de la ciudad, modificó también su propio escudo heráldico, tres fajas negras sobre campo de plata ribeteado todo el campo por una primera orla con escaques de oro, con una segunda orla exterior, formada por ocho aspas o cruces de San Andrés, de oro, sobre campo de azur. Más tarde, a raíz de su participación en 1212 en la batalla de Las Navas de Tolosa, que abriría definitivamente las puertas de Andalucía a las tropas castellanas, este escudo se completaría con una cruz de Calatrava superpuesta a las fajas del campo, y sobre ella, una segunda cruz de fuego fileteada de oro, tal y como hicieron también otros muchos guerreros que se habían destacado en aquella batalla.

El título de alcaide de Alarcón, que Fernán Martínez de Ceballos había obtenido por su conquista de la villa homónima, fue pasado a su muerte a sus descendientes sucesivos, hasta que el rey Fernando IV entregó el lugar al infante don Juan Manuel, en recompensa por la pérdida de Mula, que el rey de Aragón, a su vez, le había quitado. Así, le sucedieron en la tenencia de la alcaidía su hijo, Ruy Fernández de Alarcón, a quien el rey Fernando III premió con el señorío de Talayuelas, y posteriormente su nieto, Martín Ruiz de Alarcón, y su bisnieto, Fernán Martínez Ruiz de Alarcón, primer señor de Valverde, por erección del concejo de Alarcón en 1325. A este último le sucedería después en el señorío de Valverde su hijo, Martín Ruiz de Alarcón, y más tarde su nieto, Fernán Ruiz de Alarcón, quien participó en la batalla de Aljubarrota contra los portugueses, en 1385. Y más tarde, el hijo de éste, un nuevo Martín Ruiz de Alarcón; cuarto señor de Valverde y sexto señor de Talayuelas, había nacido según algunos autores también en Valverde de Júcar y según otros en la propia Alarcón.

A este Martín Ruiz de Alarcón le sucedió su hijo, Lope de Alarcón, quien nació, como otros miembros de la familia en el mismo pueblo de Valverde de Júcar, donde la familia disponía, ya lo hemos visto, del señorío que la familia desde algunas generaciones antes. Este Lope de Alarcón, o Lope Ruiz de Alarcón, era hijo del ya citado Martín Ruiz de Alarcón y Ruiz de Castilblanque, y de su esposa, María Alfonso Carrillo, quien a su vez descendía también de otra importante rama nobiliaria que contaba con intereses en la provincia de Cuenca (era hija de Gómez Carrillo, señor de Ocentejo, y de Urraca Álvarez de Albornoz, y descendía por línea directa, por lo tanto, del cardenal Gil de Albornoz). Fue desde su adolescencia doncel del rey Juan II, quien le envío, en 1422, como embajador a la corte del rey de Aragón, Alfonso V el Magnánimo; más tarde, en 1449, realizaría también nuevas misiones diplomáticas en la ciudad de Valencia.  Luchó contra los moros en las guerras de Granada, y también contra los cristianos del reino de Navarra, que habían cercado la ciudad de Cuenca en ese mismo año 1449, cuando regresaba de la capital del Turia, hecho que le significó la amistad del obispo de la diócesis, Lope de Barrientos, así como el nombramiento como regidor de la ciudad del Júcar. Eran años convulsos en Castilla, donde la guerra civil, cuando no se hallaba presente, era una amenaza constante, lo que le obligó a firmar un acuerdo con su antiguo enemigo, el rey de Navarra, y con otros nobles castellanos, entre los que destacaban, además de Juan Hurtado de Mendoza, señor de Cañete, Rodrigo Manrique, conde de Paredes, maestre de la orden de Santiago, y padre además del famoso poeta de las coplas, Jorge Manrique.

Hijos de este Lope de Alarcón fueron Pedro Ruiz de Alarcón, sexto señor de Valverde y comendador de Membrilla, que murió en la toma de la ciudad malagueña de Coín en 1485; Juan Carrillo de Alarcón, quien sería el destinado después a sucederle como séptimo señor de Valverde; y ese Martín de Alarcón, en realidad Martín Ruiz de Alarcón, el ya citado antepasado de Pablo Iglesias que se menciona en el artículo citado. Poco es lo que se conoce de la vida de este Martín Ruiz de Alarcón, más allá de que compartió armas con Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en la guerra de Granada, y del dato confundido de que fue carcelero del propio Boabdil, cuando todavía era príncipe, en cuyas manos permaneció durante nueve años, hasta que el rey Fernando el Católico hizo con él un trato para que le ayudara a derrocar a su padre.  Se trata de un dato en principio erróneo, que parte de una cita de Antonio Suárez de Alarcón, quien mandó imprimir en 1656 la historia a este respecto de los marqueses de Trocifal y condes de Torres Vedras, a cuya casa él mismo pertenecía. decía lo siguiente respecto a este Martín de Alarcón: “Fue Martín de Alarcón uno de los insignes capitanes que se hallaron en las guerras y conquista del Reino de Granada […]  que tuvo en custodia al Rey Moro de Granada. Y al Infante su hijo, y fue nombrado juntamente con el Gran Capitán Conçalo Fernández de Córdoba para las capitulaciones y entrega de aquella ciudad, como todo lo escriben muchos historiadores, de cuyo crédito valdré luego.” Sobre este asunto, volveremos más tarde, cuando hablemos de Hernando de Alarcón, pues fue éste en realidad quien se encargaría de la custodia del rey moro.

De los Alarcón conquenses descienden también diferentes líneas nobiliarias destacadas, tanto en Portugal como en España, entre ellas, tal y como se ha afirmado líneas atrás, los marqueses de Trocifal y los marqueses de Torres Vedras, los Suárez de Alarcón. Pero también, los duques de Peñaranda, los marqueses de Castel-Rodrigo, y los marqueses de la Valle Siciliana. Y dentro todavía de la provincia de Cuenca, otras líneas secundarias del linaje primitivo de los Alarcón obtuvieron también los señoríos de Valera de Arriba y de Buenache de Alarcón. Así, el señorío de Buenache se remonta a la figura de Garci Ruiz de Alarcón, quien era hijo de Fernán Ruz de Alarcón, el primero de los citados de este nombre, tercer señor de Valverde, y de su esposa, Elvira Ruiz de Castilblanque, a quien el rey Enrique III le concedió este señorío en 1345. Como su padre, también participó en la batalla de Aljubarrota, en la que, cuentan los cronistas, se distinguió por su valor, y más tarde en la batalla de Benavente, que supuso la confirmación en el trono del monarca Juan I de Castilla. Y a este Garci Ruiz de Alarcón le sucederían al frente del señorío de Buenache los siguientes señores: Pedro Ruiz de Alarcón, guarda mayor del rey Juan II, Diego Ruiz de Alarcón, doncel de Enrique IV; Pedro Ruiz de Alarcón, caballero de la orden de Santiago y alcaide de la fortaleza de Bes, en el reino de Valencia, que mostró siempre su fidelidad a los Reyes Católicos, primero en la guerra civil que asoló el reino de Castilla a mediados del siglo XV, y más tarde en las guerras de Granada: otro Diego Ruiz de Alarcón, quien sustituyó a su padre al frente de la fortaleza de Bes; Juan Ruiz de Alarcón, maestre de campo en tiempos de Felipe II, quien combatió en Flandes a las órdenes directas de Juan de Austria; un nuevo Diego Ruiz de Alarcón, capitán de infantería en la lucha contra los moriscos; otro Juan Ruiz de Alarcón, caballero de Alcántara; y un último Diego Ruiz de Alarcón, quien ya en el siglo XVII fue menino de la reina Isabel de Borbón, la esposa del rey Felipe IV. Por lo que respecta al señorío de Valera, por su parte, y aunque no existiría como tal hasta bien entrado el siglo XVI,  debemos remontarnos a Fernán Ruiz de Alarcón, quien era hijo de uno de los citados Martín Ruiz de Alarcón, cuarto señor de Valverde

 

Resulta demasiado complicado intentar seguir la nómina de los sucesivos señores de Valverde, Valera y Buenache, tal y como nos los describen los cronistas, y en concreto al sacerdote Juan Pablo Mártir Rizo, en su “Historia de la Muy Noble y Leal ciudad de Cuenca”, que fue impresa en Madrid en 1629, autor al que estamos siguiendo principalmente en la secuencia de los sucesivos señores . Los nombres se van sucediendo, y repitiendo, uno a otro, a través de las diferentes generaciones y ramas del linaje. De entre todos ellos hay que destacar a Hernando de Alarcón de Llanes y Santoyo, carcelero de príncipes y de reyes, también del papa de Roma, castellano de Nápoles, en Italia, compañero de armas, como algunos de sus tíos, del Gran Capitán, y marqués de Valle Siciliana. Era hijo, ya lo hemos dicho, de Diego Ruiz de Alarcón, cuarto señor de Valera, y de Isabel de Llanes y Santoyo.

Nacido en el pueblo conquense de Palomares del Campo en 1466, desde muy joven había sido destinado por sus padres a seguir la carrera de las armas, por lo que fue enviado cuando apenas había cumplido los dieciséis años, a su tío, Pedro Ruiz de Alarcón, sexto señor de Valverde, y más tarde, después del fallecimiento de éste, junto al hermano de éste, así mismo militar como él, el también citado Martín de Alarcón, o Martín Ruiz de Alarcón. Al lado de ambos destacó durante los años que duró la guerra de Granada, hasta el punto de que, cuentan los cronistas, fue el encargado de la custodia de Boabdil una vez éste había sido derrotado. Y en este punto existe una cierta dicotomía entre los que opinan que, tal y como se ha dicho, esta situación se produjo ya antes de la conquista del reino musulmán, mientras el moro aún era príncipe de Granada, y los que defienden que se produjo más tarde, una vez tomada la ciudad de la Alhambra, mientras se firmaban las capitulaciones que obligarían a su entrega al reino de Castilla, y la salida del país del propio rey musulmán. En ese caso, podría existir la posibilidad de que ambos guerreros, el tío y el sobrino, pudieran haberse encargado sucesivamente de la custodia del rey de Granada, en ocasiones diferentes: el tío, Martín, una vez que fue hecho prisionero por los castellanos en 1486, después de la conquista de Loja; el sobrino, Hernando, tras la toma definitiva del reino musulmán, en 1492.


En aquel momento, Hernando de Alarcón ya se había destacado como capitán de jinetes, en una de las compañías que estaban a las órdenes de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. Algunos años más tarde, en 1500, participó también a las órdenes de este mismo militar en el asedio a la ciudad de Cefalonia contra las tropas otomanas, al mando de cien hombres de caballería, y en las batallas de Saminara y Garellano, contra los franceses, a las órdenes de Antonio de Leyva, príncipe de. Italia se encontraba en este momento partida por el enfrentamiento directo entre las dos potencias militares del momento, Francia y España, y los diferentes territorios que lo componían se habían convertido en un campo de batalla casi eterno con un espectador de excepción, el propio papa de Roma. Y en este contexto, Hernando de Alarcón fue nombrado durante un tiempo gobernador de la ciudad de Tarento, en la región de la Apulia.

En 1508, al firmarse la liga de Cambray, el militar conquense regresó a la península italiana, para combatir otra vez al lado de Fabrizio Colonna, siendo herido y hecho prisionero en la batalla de Rávena, y una vez liberado, logró la reconciliación entre el papa Julio II y el condotiero romano. Participó después en las batallas de Bugía y Trípoli, en el norte de África, contra los turcos, y una vez de regreso en Italia, fue nombrado gobernador de Calabria. Combatió más tarde en Lombardía, cuya capital, Milán, había sido atacada de nuevo por las tropas francesas, lo que provocó una nueva sucesión de victorias españolas en las que nuestro paisano volvió a destacar por su participación activa. Las rivalidades entre franceses y españoles, tan activa durante todo el siglo XVI, estaba ahora representada por los dos monarcas más poderosos del momento, Francisco I de Francia y Carlos I de España, y este capítulo de la guerra entre las dos potencias se cerró, al menos de momento, en 1525, después de la batalla de Pavía, que supuso una nueva victoria española, y en la que los tercios españoles lograron, incluso, hacer prisionero al rey de Francia.

De esta forma, Hernando de Alarcón volvió a convertirse de nuevo en carcelero real, al haber sido encargado por sus superiores de conducir al monarca hasta Madrid, donde fue retenido durante un tiempo, hasta obligarle a firmar las capitulaciones con el rey de España; éste fue el motivo por el que el ya emperador Carlos v le recompensó con el título de marqués de la Valle Siciliana. Y una vez de regreso en Italia, donde nuestro protagonista siguió ocupando puestos militares y de gobierno de cierta importancia, y entre ellas la gobernación de Nápoles, en 1527 participó en el llamado Saco de Roma, en el que las tropas españolas, y sobre todo los mercenarios alemanes e italianos que combatían a su lado, pudieron saquear durante varios la “ciudad eterna”, en represalia por la alianza que el papa, Clemente VII, había firmado con los enemigos franceses del emperador. El prelado, que había conseguido huir a su residencia del Castillo de Sant’Angelo antes de la llegada de las tropas españolas, fue retenido allí por los españoles, y otra vez Hernando de Alarcón sería el encargado de su custodia durante todo ese tiempo.

En los años siguientes, el conquense volvería a tomar parte activa en nuevas campañas militares, como la llamada Jornada de Túnez, en 1535, en la que las tropas españolas, al mando de Álvaro de Bazán, lograron tomar la plaza africana, que en ese momento estaba al mando de almirante otomano Barbarroja. Y cinco años más tarde, en 1540, una vez retirado de la vida de las armas por su edad elevada, falleció en su palacio de Nápoles. A su muerte, el marquesado de la Valle Siciliana fue heredado por su única hija legítima, Isabel de Alarcón, que había tenido con sus esposa, Constanza de Lisón; y a raíz del matrimonio de ésta con Pedro González de Mendoza, el señorío pasaría después a este linaje, a partir del hijo primogénito de ambos, Pedro de Mendoza y Alarcón. Sin embargo, el glorioso militar conquense tuvo también dos hijos más fuera del matrimonio, esta vez con la infanta Juana de Nápoles, viuda del rey Fernando II, hija, a su vez de Fernando I y de la reina, Juana de Aragón, a los que no pudo reconocer “por haber cerrado la puerta al matrimonio la desigualdad de personas y estados”, tal y como se describe en algún documento: Alfonso, que había fallecido cuando aún era un niño, y otro Hernando de Alarcón, castellano de Mellazzo, en el reino de Sicilia, a quien le sería entregado, finalmente, el señorío de Valera, el cual, por otra parte, sería enterrado a su muerte en la iglesia de Nuestra Señora de la Sey, en Valeria.



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