Muchas veces he intentado
definir en este blog qué es y qué no es, a mi juicio, una novela histórica, y
la lectura de “Antica Madre”, la última novela del escritor, historiador y
arqueólogo Valerio Massino Manfredi, me da otra vez la oportunidad de seguir
reflexionando en este asunto. Varios son los conceptos con los que se puede
jugar cuando hablamos de este género, de actualidad otra vez en los últimos
tiempos, y podemos hacer una graduación en este sentido, desde los relatos que
podemos clasificar como historias noveladas, más fieles a la realidad histórica
que las consideradas estrictamente como novelas históricas, aunque normalmente
mucho menos interesantes como novelas en sí mismas, pasando por éstas últimas,
y terminando en eso que se ha venido a llamar ficción histórica, es decir,
relatos que han sido inventados completamente por el autor, pero que cuentan
también con un marco histórico plenamente definido. En este último grupo, el de
la ficción histórica, es en el que algunos lectores han incluido esta última obra
del profesor italiano, en contraposición a su novela anterior, “Teotoburgo”, relato
que ya se ha comentado en otra entrada anterior de este blog, en el que se
narraba una de las principales derrotas militares que tuvo el imperio romano en
toda su historia.
Muchas son las diferencias existentes entre un relato y otro. Si en la novela anterior se trataba de una historia real, con unos personajes históricos definidos y unos hechos que fueron contados también por casi muchos autores clásicos, hechos y personajes a los que el autor es fiel a pesar de algunas licencias (toda novela histórica, por más fiel que quiera ser a los hechos históricos, cuenta siempre con algunas licencias literarias que, más que alejarse de ellos, les proporciona un mayor valor literario), y el propio campo de batalla ha sido estudiado científicamente los últimos años tanto por los historiadores como por los arqueólogos, en ésta última obra casi todos los personajes (todos a excepción de Séneca y el propio emperador) han sido inventados por el autor, y el relato en sí mismo forma parte más de la ficción que de la historia real.
Sin embargo, tratándose
de un escritor como Manfredi, que antes de triunfar como novelista escribió sesudos
ensayos historiográficos, dio clases en la universidad, e incluso dirigió, en
Italia y fuera de Italia, importantes excavaciones arqueológicas, hay que ser
muy meticuloso cuando hablamos de ficción histórica. Porque el profesor de
Módena es, antes que novelista, un historiador escrupuloso con la verdad
histórica, como no podía ser de otra manera si tenemos en cuenta su formación
científica, siempre anterior, como decimos, a ese espectacular éxito como
narrador de ficción; e incluso, diríamos, plenamente consciente de cuáles han
sido las razones de ese éxito: su profundo conocimiento de la antigüedad
clásica, griega y romana, y una forma de escribir directa y sencilla, fácil de
leer para cualquier tipo de lectores, sea cual sea el nivel de conocimientos
que tengan sobre el pasado romano. En efecto, muchos son los que, ignorantes
del pasado romano, se adentran por primera vez en esta parte de la historia a
través de los libros de Manfredi, y encuentran en ellos una puerta abierta para
otras lecturas más profundas.
Pero antes de continuar,
es conveniente hacer un breve resumen de la novela. Estamos en el año 62 de
nuestra era, durante el gobierno del emperador Nerón. Un pequeño grupo de
legionarios regresa a Roma desde la lejana Numidia, en el norte de África,
donde han estado cazando algunas bestias salvajes que sarán destinadas a los
espectáculos en el anfiteatro. Además de esas hermosos animales salvajes, traen
consigo también a una extraña mujer negra, una hermosa mujer que tiene poderes
especiales y una fuerza inesperada: Varea, la última personificación de la
“Antica Madre”, la Madre Antigua que reina en el corazón de África y que
representa un mundo diferente y desconocido. Pero eso los soldados romanos
todavía no lo saben; para ellos es sólo una bella mujer de ébano, una joven que
tiene un color de piel diferente, lo que la hace todavía más hermosa y deseada.
Ese grupo de legionarios está dirigido por Furio Voreno, un antiguo héroe de
las campañas contra los germanos, quien poco a poco, a través del viaje de
regreso, se va enamorando de ella. Pero nada más llegar a Roma, él se va a ver obligado
a entregársela al emperador, que la ha conocido a través de un retrato
realizado por un anónimo pintor de paisajes (el arte muchas veces, y sobre todo
en la antigüedad, es un trabajo realizado por autores anónimos) que también ha participado
en la expedición. Pero Varea rechaza al emperador, y como castigo por ese
rechazo se ve obligada a enfrentarse, en la arena del anfiteatro, a esas mismas
bestias salvajes que los romanos habían traído consigo en la caravana, y
también a otros gladiadores, más fuertes que ella. Sin embargo, a instancias de
Séneca, Nerón desea organizar una expedición cienfífica con el fin de intentar
encontrar las fuentes del río Nilo, y envía al propio Voreno para comandarla. Y
Varea, como no podía ser de otra forma, le acompaña en la misión.
¿Qué deseos innombrables se ocultan detrás de la decisión del emperador? ¿Se trata realmente de una exp0loración de carácter científico, cuyo único deseo es el de llegar a conocer mejor los secretos que mueven las crecidas del río, y poder mejorar así las cosechas del cereal, tan importantes para abastecer todos los graneros de Roma, o se trata, más bien, de apoderarse de todas las riquezas, y el oro, que supuestamente podrían ofrecer los nuevos territorios descubiertos? ¿Se trata, como también reconoce alguno de los personajes de la historia, de incorporar una nueva provincia virgen, la nueva Aethiopía, al enorme imperio romano? Conforme el pequeño destacamento de soldados va remontando el río, en dirección a las grandes cataratas que desaguan directamente en el gran río, las dudas van enraizando en el corazón del centurión romano. Se puede decir que el viaje a África es para él un viaje iniciático, en el más puro sentido de la palabra, y al mismo tiempo que las dudas en cuáles son las verdaderas intenciones del emperador, también ese paisaje hermoso del continente africano, completamente virgen todavía, poblado de animales desconocidos y de selvas intrincadas, va transformando al viejo soldado, convirtiéndole en un hombre nuevo.
Así, cuando las tropas
regresan por fin a Roma, Voreno es alguien distinto, como también va a ser muy
diferente la vieja ciudad que él había abandonado al partir hacia el sur,
sumida ahora en un mar de fuego y de cenizas. Porque los hombres de Voreno
regresan a Roma cuando ésta se encuentra sumida en un infierno de llamas. ¿Ha
sido el propio Nerón quién ha causado el gigantesco incendio, con el fin de
transformar la urbe a su antojo, o han sido los temidos y odiados cristianos, a
los que él se apresura a culpabilizar? El debate sobre el incendio de Roma es
uno de los temas laterales que también se tratan en el relato, como también lo
es el debate que surge de la planeada conjura contra el emperador, y que es reflejo
de un debate más importante todavía: ¿República o Imperio? Una conjura a la que
el protagonista se suma casi desde el mismo momento en que se le ofrece, antes
incluso de culminar el regreso de su nueva aventura africana. Temas laterales,
sí, pero que no dejan de tener importancia para comprender esta etapa de la
historia de Roma, una etapa en la que urbi et orbe, la ciudad y el mundo,
estuvieron regidos por un emperador histriónico, cruel, uno de los muchos
emperadores de este estilo que rigieron una civilización enorme, capaz de haber
dejado, a pesar de sus emperadores, importantes muestras de su cultura en tres
continentes diferentes, todo el mundo, o casi todo, que era conocido en aquel
momento; muestras tan hermosas como el acueducto de Segovia, los hermosos
templos de Palmira, hoy arrasados por la guerra de Siria, o los bellos
edificios que un día adornaron por sus cuatro lados el foro de Severo, hoy
reconocibles todavía por la arqueología, a pesar de la destrucción que provoca
el paso del tiempo, en la hermosa ciudad de Leptis Magna, cerca de Trípoli.
Pero, ¿qué hay de
historia verdadera detrás del relato de Manfredi? Es cierto que los personajes
han sido inventados por el autor, pero la historia de la expedición fue real.
De ella hablan autores como el propio Séneca o Polibio. El primero, en su libro
titulado “Naturalis Quaestiones”, escribió un capítulo entero dedicado a
relatar la expedición a Nubia, y lo hizo a partir de las fuentes primarias: los
propios legionarios que habían participado en la expedición y que lograron
regresar vivos de África. Algunos especialistas han identificado los paisajes
relatados por esos soldados, y también por el filósofo estoico, con las
llamadas cascadas Murchison, o cascadas Kalabega, en Uganda, el lugar en el que
las aguas caudalosas del lago Victoria desaguan, y dan origen, al Nilo Blanco.
Y basándose en el relato de Plinio, el historiador y divulgador irlandés Raoul
McLaughlin escribe lo siguiente respecto a aquella expedición:
“Desde Meroe, el
grupo romano viajó seiscientas millas por el Nilo Blanco, hasta llegar al Sudd,
que parece un pantano, en lo que ahora es el sur de Sudán, un humedal fétido
lleno de helechos, juncos de papiro y espesas esteras de vegetación podrida, un
área más grande que Inglaterra, con un vasto pantano húmedo repleto de
mosquitos y otros insectos. Los únicos animales grandes en el Sudd eran los
cocodrilos e hipopótamos, que ocupaban las charcas fangosas dentro de su vasta
expansión. Aquellos que entraron en esta región tuvieron que soportar un calor
severo y correr el riesgo de enfermedades y hambre. Se descubrió que Sudd era
demasiado profundo para cruzarlo con seguridad a pie, pero sus aguas también
eran demasiado poco profundas para seguir explorando en bote, un área donde el
pantano sólo podía soportar un pequeño bote que contenía una persona. En este
punto, el grupo se desesperó de encontrar alguna vez una fuente definitiva para
el Nilo y se volvió de mala gana para informar de sus hallazgos al emperador de
Roma. Probablemente habían alcanzado una posición a casi mil quinientas millas
al sur de la frontera entre Roma y Egipto.”
Manfredi escribe al final
de la novela unas pequeñas reflexiones, y en ellas afirma que es le parece
completamente lógico encargar una empresa científica de esas dimensiones a los
militares, porque los militares, acostumbrados a las difíciles condiciones de
la vida en periodos de guerra, acostumbrados al coraje y a la resistencia a la
fatiga, son los más indicados para llevar a la práctica este tipo de empresas.
Es cierto. Casi todas las expediciones científicas imposibles como ésta, han
sido siempre encomendadas a los militares, desde aquellas lejanas expediciones americanas
del siglo XVI, aunque éstas también tenían mucho de deseo de conquista. También
tenían un componente militar, desde luego, esas otras exploraciones que fueron llevadas
a cabo por los científicos españoles en el siglo XVIII, como la de Celestino
Mutis, o también la que, ya en 1803, llevó a cabo Francisco Javier Balmis, con
el fin de llevar al continente americano la vacuna contra la viruela, puesta
otra vez recientemente en valor por culpa de la crisis que ha motivado en todo
el mundo la pandemia de covid, que incluso ha hecho reconocible para el gran
público una figura tan injustamente olvidada como la enfermera gallega Isabel
Zendal. Incluso en la actualidad sucede todavía algo parecido con otras
campañas, y la base científica española Juan Carlos I en la isla Livingstone,
en el archipiélago de las Shetland del Sur, sería del todo imposible sin el
apoyo logístico del ejército, especialmente de la Armada española, y sus buques
de investigación oceanográfica, como el Hespérides.
Si “Teotoburgo”, la
anterior novela de Valerio Massimo Manfredi, era una novela “de frontera”, como
puse claramente de manifiesto cuando escribí sobre ella, mucho más lo es ésta,
“Antica Madre”. Aquella hablaba de la frontera norte del imperio, que separaba
el mundo romano de los bárbaros germanos. Ésta habla de un territorio ignoto y
desconocido que está mucho más allá de la frontera del imperio, una frontera
que separa, ahora más que nunca, el mundo conocido y “civilizado”, de ese otro
mundo virginal, cercano al Paraíso del Antiguo Testamento, que fue, hasta la
llegada del hombre blanco, el corazón de África.
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