viernes, 14 de mayo de 2021

Pedro de Bobadilla, hijo de los marqueses de Moya, pirata, ladrón y capitán de las galeras imperiales

             En algunas ocasiones, cuando repasamos las páginas de nuestro pasado, nos encontramos con algún personaje curioso que, desafiando las convenciones de la sociedad en la que les había tocado vivir, luchan a contracorriente contra esa misma sociedad, convirtiéndose en una especia de versos sueltos de ella, páginas caídas del gran libro de la historia. Personajes que parecen estar sacados de una novela de aventuras o de una película de cine, pícaros o negreros, personas que se hicieron pasar por lo que no eran con el fin de hacerse con un tesoro o con un cargo de gobierno. Uno de esos personajes curiosos fue Gabriel de Villalobos, quien, como el Rodrigo Mendoza de “La Misión”, esa gran película rodada por Roland Joffe en 1986, se convirtió en el siglo XVII en un peligroso traficante de esclavos, viviendo una vida muy diferente de la que, en otras circunstancias, hubiera vivido en su pueblo natal: Almendros; a este personaje, ya lo dediqué en este mismo blog, hace tres años, una parte de la entrada en la que pretendía comparar a los personajes de la famosa película con dos conquenses, muy distintos entre sí, pero complementarios en esa aventura singular que fue la evangelización del continente americano (ver: https://julianrecuenco.blogspot.com/2018/01/las-dos-caras-de-una-misma-moneda.html). Otro de esos personajes singulares fue el pirata y aventurero Pedro Fernández de Bobadilla, el malquisto benjamín, como lo define en su biografía Régulo Algarra, de los marqueses de Moya,

            En efecto, nuestro protagonista era hijo, parece ser que el menor de todos, de los marqueses de Moya; al menos, tal y como veremos, de la marquesa, Beatriz de Bobadilla. Por este motivo, y para enmarcarlo en el conjunto de la sociedad a la que pertenecía, creo conveniente trazar algunos rasgos de su familia. El futuro marqués, su padre, Andrés de Cabrera, había nacido en Cuenca en 1430, como hijo de Pedro López de Madrid, miembro de la caballería villana de la ciudad del Júcar y, a pesar de su origen judeoconverso, alcalde de ella, y quien muy pronto entraría al servicio de la corte, donde desempeñó cargos como los de doncel del futuro rey Enrique IV y camarero mayor, y después de ello alcanzaría también  a desempeñar puestos de mayor enjundia, como los de mayordomo, consejero, tesorero real (también fue tesorero de Cuenca y de Segovia) y alcalde mayor de esta última ciudad castellana. Su madre, Beatriz de Bobadilla, había nacido en Medina del Campo (Valladolid) diez años más tarde que su marido, y era hija de Pedro de Bobadilla y Corral, quien había sido también camarero mayor de Enrique III, a quien sirvió militarmente en la guerra contra Portugal; y también, al primer Trastámara de Aragón, Fernando I de Antequera. Los Reyes Católicos premiarían después la fidelidad de los esposos durante la guerra civil contra las huestes de Juana la Beltraneja, con el título de marqueses de Moya.

            La mayor parte de sus biógrafos coinciden al enumerar el total de los hijos que tuvo el matrimonio, entre los cuales, por cierto, no consta el nombre de nuestro protagonista. Ese número de hijos plenamente reconocidos en la historiografía fue de nueve, cinco varones (Juan Pérez de Cabrera y Bobadilla (sucesor de su padre como segundo marqués de Moya; Fernando de Cabrera y Bobadilla, primer conde de Chinchón; Francisco de Cabrera y Bobadilla, obispo de Ciudad Rodrigo y Salamanca; Diego de Cabrera y Bobadilla, caballero de la orden de Calatrava, y comendador de Villarrubia y Zurita; y Pedro de Cabrera y Bobadilla (caballero de Santiago, y después, religioso mercedario y militar) y cuatro mujeres (María de Cabrera y Bobadilla, esposa de Pedro Fernández Manrique, segundo conde de Osorno), Juana de Cabrera y Bobadilla (esposa de García Fernández Manrique, hijo de éste, y tercer conde de Osorno), Isabel de Cabrera y Bobadilla (esposa de Diego Hurtado de Mendoza, primer marqués de Cañete) y Beatriz de Cabrera y Bobadilla (esposa de Bernardino de Lazcano, tercer señor de esta localidad de la provincia de Guipúzcoa). Como se puede ver, la condición social y familiar en la que creció nuestro personaje fue la de la más alta nobleza castellana.

            Y una vez dicho esto, ¿por qué entre las genealogías más completas no figura este malquisto hijo de los marqueses, benjamín de la familia, del que sí hablan, sin embargo, algunos cronistas de la época, y entre ellos, varios de los que le conocieron en vida? Podría haber sido por esa peripecia vital, de la que muy pronto hablaremos, aunque en realidad el personaje, antes de morir había sido ya perdonado tanto por el papa como por el emperador, Carlos V, y desempeñando, él también, como otros miembros de la familia, cargos de importancia, incluso superiores en algunos casos a los de alguno de sus hermanos. Pudiera haber sido también, quizá, tal y como afirma Régulo Algarra, haciéndose eco de alguno de aquellos cronistas del siglo XVI, porque Pedro de Bobadilla pudo no ser hijo legítimo de los marqueses, sino de una relación ilegítima de la marquesa con el famoso cardenal Mendoza, Pedro González de Mendoza, quien fue arzobispo de Toledo y patriarca de Alejandría, y una de las personas más poderosas de su época. Desde luego, la condición de sacerdote de éste no fue obstáculo para ello, ni tampoco el hecho era algo demasiado extraño en el siglo XVI. En este sentido, se conocen al menos tres hijos de Mendoza, a los que la propia reina Isabel, que tanto le apreció durante su vida, les llamaba “los lindos pecados del cardenal”: Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, futuro marqués de Cenete, y Diego Hurtado de Mendoza y Lemos, futuro conde de Mélito, ambos con la portuguesa Mencía de Lemos, dama de la reina Isabel, y Juan Hurtado de Mendoza y Tovar, que tuvo con Inés de Tovar, ya algunos años más tarde, aproximadamente por los mismos años en los que nació Pedro de Bobadilla.

            Sea cierto o no lo sea, lo que sí está fuera de toda duda, es que en su juventud, Pedro de Babadilla fue criado en la casa de los marqueses, y que fue precisamente Andrés de Cabrera quien ordenó su encierro cuando, aún joven, pudo escapar del convento en el que había sido ingresado, iniciando de esta forma una vida de aventuras, a lo largo y a lo ancho del mar Mediterráneo. Pero antes de adentrarnos en esa peripecia vital, en la que no faltó incluso una etapa en la que estuvo relacionado con la piratería, creo importante intentar desentrañar también algunos asuntos interesantes tocantes, sobre todo, con la fecha y el lugar de su nacimiento. Sobre la fecha, la mayor parte de los estudiosos afirman que fue en 1486, aunque Vicenta María Márquez de la Plata asegura que debió haber nacido tres años más tarde, y así debió ser si tenemos en cuenta las palabras de uno de esos cronistas, Gonzalo Fernández de Oviedo: “E don Pedro se ahogó el año de 1522, por manera que él murió de edad de treinta y tres años, poco más o menos.”. Sabido es lo difícil que resultaba averiguar en esta época la edad de las personas, sin poder tener a mano la partida de nacimiento respectiva.

            El otro interrogante, el de su lugar de nacimiento, es aún más difícil de averiguar. Ni siquiera en el caso de sus nueve hermanos, los hijos reconocidos de los marqueses, se conoce, en la mayoría de los casos, el lugar donde nacieron, a lo que contribuye, además, la elevada posición de los padres, en una corte que en ese momento era todavía itinerante, y las diversas casas y palacios que ellos mantuvieron abiertas a lo largo de su vida. En efecto, los marqueses tuvieron dos residencias principales: en Segovia, en la que el padre, como ya se ha dicho, era tesorero y alcalde mayor, y en Chinchón, en la provincia de Madrid, con cuyo señorío también había sido premiado por los mismos Reyes Católicos que le habían otorgado el marquesado. Respecto a las tierras que formaban parte del título, en la sierra baja de Cuenca, la capital, Moya, debería ser rechazada, pues los marqueses ni siquiera llegaron a vivir allí, debido a la mala relación que sus habitantes mantuvieron siempre con los marqueses, contrarios aquellos, desde un primer momento, a aceptar el señorío; incluso cuando estos tuvieron que buscar un lugar en el que pudieran reposar definitivamente sus huesos después de la muerte, no lo hicieron en Moya, sino en el convento de dominicos que ellos mismos habían fundado en Carboneras de Guadazaón. Sí tenían palacio en otros lugares del marquesado, como en Cardenete, e incluso mantuvieron relación directa con Garaballa, en cuyo santuario de Nuestra Señora de Tejeda, regido entonces por los trinitarios, fue enterrado también alguno de los miembros de la familia. Sin embargo,  resulta bastante improbable que nuestro personaje hubiera nacido en alguno de esos lugares. Alguno de sus biógrafos llegan, incluso, a dar como lugar de nacimiento la ciudad de Jaén, en la que los marqueses, es cierto, se encontraban en ese año 1489, en el marco de las Guerras de Granada.

            Éste es el espacio y el tiempo vital en el que se inscribe la infancia y la juventud de Pedro de Bobadilla. Respecto a su vida pública y aventurera, ésta se inició a finales de la primera década del siglo XVI, cuando rondaba ya los veinte años de edad. Antes, en 1495, había recibido el hábito de Santiago, cuando apenas contaba con cinco o seis años, y fue algún tiempo más tarde cuando fue ingresado en un convento de religiosos dominicos, obligado a seguir una carrera religiosa que él no sentía, y del que escapó para marchar a Madrid. Puesto entonces al cuidado de su padre, o padrastro, el marqués, pudo escapar del lugar en el que había sido encerrado, quizá la ya citada localidad de Cardenete, llegando hasta el puerto de Alicante, ciudad en la que se embarcó en la compañía de un grupo de personas, y dedicándose a partir de ese momento, durante algún tiempo, a lo que en aquel momento se llamaba el “corso”, es decir, la piratería, a lo largo y a lo ancho del Mediterráneo; de los cristianos sobre las costas berberiscas, y de los moros sobre las costas europeas. El motivo y la posibilidad de haber actuado de esta forma, parece ser, está relacionado con el robo de una joya valiosa que era propiedad de uno sus hermanos.

            Los años siguientes los pasó Fernández de Bobadilla embarcado, asolando las costas del norte de África en busca de esclavos, y manteniendo una relación bastante cordial con los caballeros de Malta, a los que sirvió bajo la enseña de la cruz roja blanca sobre fondo rojo; muchos años antes, los caballeros se habían visto obligados a abandonar la isla de Rodas, frente a la costa turca y buscar refugio en aquella otra isla, a medio camino entre los continentes europeo y africano. Parece ser, incluso, que la enfermedad en la que en ese momento se hallaba sumido el Gran Maestre de la orden, Guy de Rochefort, estuvo a punto de convertir a nuestro protagonista en el nuevo maestre. Desde luego, las galeras que estaban a su cargo eran muy importantes para la actividad comercial y lucrativa de la orden, pero no sabemos hasta qué punto podrían resultar tan decisivas.

            En una de aquellas correrías, Bobadilla logró capturar a un personaje bastante importante: Al-Hassan ibn Muhammed al-Wazzan al-Fasi, más conocido en la historiografía con el nombre que tomó después de su obligado, y provisional bautizo al cristianismo: León el Africano. Éste había nacido en Granada, ciudad que se había visto obligado a abandonar en 1492, después de la conquista del reino nazarí por los Reyes Católicos, para establecerse en Fez (Marruecos). En el curso de uno de sus numerosos viajes por el Mediterráneo, al-Fasí fue sorprendido por los barcos de Pedro de Bobadilla, quien, habiéndose dado cuenta de la importancia que podría tener el personaje en cuestión, decidió llevarlo a Roma, para entregarlo al papa León X. En aquel momento, uno de sus hermanos, Francisco, el obispo, se encontraba en la ciudad eterna, al servicio del sumo pontífice, y Pedro encontró pronto la colaboración de Francisco en la nueva etapa de su vida, que entonces se iniciaba.

            El regalo que Pedro de le hizo al papa, y como decimos, también la ayuda de su hermano, más quizá ésta que aquél, supuso para Pedro de Bobadilla el perdón de todos los pecados que había cometido en su juventud, y también, el nombramiento como capitán de las galeras de la Santa Sede. Aquello había sucedido en 1518, apenas diez años más tarde del inicio de su vida de aventuras. Poco tiempo más tarde sería nombrado, también, capitán de las galeras imperiales, entrando inmediatamente al servicio de Carlos V. Sin embargo, co contribución activa a los ejércitos españoles, y en concreto a la Armada, no pudo ya alargarse demasiado en el tempo: en 1522, nuestro protagonista se encontraba al frente de una escuadra que había partido de los puertos españoles del Cantábrico, y que marchaba hacia Calais para combatir a las naves del rey Francisco I de Francia, fue sorprendido por una gran tormenta. El barco en el que viajaba, y también alguno más, se hundió, llevándose con él a nuestro personaje. Allí, frente a las costas francesas, murió ahogado Pedro de Bobadilla, probablemente el marino más experimentado, y más arriesgado, del emperador Carlos V, el benjamín malquisto de los marqueses de Moya, cuando apenas contaba, aproximadamente, treinta y tres años de edad.



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