No descubrimos nada nuevo si decimos que los siglos XVI y XVII fueron, por lo que a la literatura española se refiere, los de mayor apogeo creativo de todos los tiempos; no por casualidad, a este periodo se le ha llamado el Siglo de Oro de la literatura española, y mucho de ello tuvo también que ver con la situación política que ese momento vivía nuestro país, sumido en un imperio gigantesco en extensión, por encima de sus posibilidades reales de mantenimiento, lo que abundó en sus frecuentes crisis económicas y financieras. Poetas como Garcilaso de la Vega o Juan Boscán, o nuestro querido fray Luis de León, o los grandes místicos de nuestra literatura, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz; o novelistas como el anónimo, ya no tan anónimo, autor del “Lazarillo de Tormes” -a este respecto, quiero remitirme a otras entradas anteriores de este blog: “El origen de la Semana Santa de Cuenca y el autor del Lazarillo”, 17 de febrero de 2018; “El convento de Nuestra Señora de la Contemplación y la familia Valdés”, 18 de junio de 2020- o el inmortal Miguel de Cervantes, el creador del gran mito de la literatura universal, Don Quijote de la Mancha, se concatenan a lo largo de todo el siglo XVI para hacer que ello sea así. Y el siglo XVII, más allá del inclasificable Francisco de Quevedo, fue el siglo de los grandes dramaturgos españoles: Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina -conocido entre sus compañeros de claustro como fray Gabriel Téllez, quien, como tal fraile mercedario, ocupó durante varios años las celdas del convento que su orden tenía en la capital conquense-,… Y entre todos esos nombres gloriosos de nuestra literatura, no desmerece tampoco la figura de Juan Ruiz de Alarcón.
No
queremos aquí glosar los méritos de este escritor, quizá menos conocido que los
citados anteriormente, pero de la misma forma que ellos, miembro de ese Parnaso
literario que es nuestro Siglo de Oro. Ruiz de Alarcón nació en el continente
americano, en la colonia de Nueva España, hacia los años 1580 o 1581, aunque
sus biógrafos no se ponen de acuerdo si fue en la capital de la colonia o en la
cercana ciudad de Taxco, en el actual estado de Guerrero. Y es que el escritor
mantuvo en vida un casi absoluto silencio sobre los primeros años de su vida,
así como sobre sus orígenes familiares, algo que los historiadores y los
biógrafos han tenido que reconstruir, y de los que hablaremos más tarde, pues
es éste el verdadero interés que me ha movido a escribir esta entrada. Si
sabemos mejor que sus primeros estudios universitarios los realizó entre 1596 y
1598, en la Real y Pontificia Universidad de México, y que pasó posteriormente
a la península, con el fin de continuar sus estudios de Derecho en la Universidad
de Salamanca, periodo de su vida que abarcó los seis primeros años del siglo
XVII. Allí, en la ciudad del Tormes, fue donde escribió sus primeras obras
dramáticas, y también algunos ensayos.
Especialista
ya en derecho civil y en derecho eclesiástico,
en 1606 se trasladó a Sevilla, donde empezó a ejercer como abogado, y
donde llegó a conocer a Miguel de Cervantes, quien influiría en su carrera literaria
posterior. Y de regreso en Nueva España, donde obtuvo finalmente el título de
licenciado, a la vera del propio virrey, Luis de Velasco, pudo ascender en la
burocracia del virreinato, hasta llegar a ocupar el cargo de teniente de
virrey. Con él regresó a España en 1611, y establecido en Madrid, empezó a
desarrollar en la nueva capital de España la etapa más floreciente de su
carrera literaria. A este periodo de su vida corresponde su enfrentamiento y
enemistad con otros grandes autores de nuestra literatura, como Lope de Vega o
el propio Quevedo, pero también su amistad con Ramiro Núñez de Guzmán, quien
era yerno del propio Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares,
valido del rey Felipe IV, una amistad que le serviría de gran ayuda para su
promoción literaria, en un periodo en el que el teatro había alcanzado una
elevada importancia social entre todos habitantes de la villa, pero también en
la propia corte real.
A partir de 1625 sirvió
diversos cargos en el Consejo de Indias, llegando a renunciar, dos años
después, a una prebenda eclesiástica en el continente americano, al que ya no
volvería nunca más. Fue en esta época cuando reconoció su paternidad sobre una
hija, Lorenza de Alarcón, que había tenido ocho años antes, en 1620, con Ana de
Cervantes. Y falleció en Madrid el 4 de agosto de 1639, fruto de su mal estado
de salud, que se había agravado desde los primeros meses de ese año, y que le
había impedido asistir a las reuniones del Consejo de Indias.
Juan Ruiz de Alarcón es
autor de un largo e importante catálogo de obras teatrales, si bien no tan
extenso, aunque sí igual de importante, que el de otros dramaturgos de su
generación, como Calderón de la Barca o el propio Lope de Vega. Entre esas
obras destacan, de su primera época, “Las paredes oyen” y “La cueva de
Salamanca”, y de su etapa más fructífera, las tituladas “La amistad castigada”,
“Como amigos”, y “El tejedor de Segovia”. Y por encima de todas, obras tan
reconocidas por la crítica literaria como “Quien mal anda mal acaba”, “No hay
mal que por bien no venga” y “La verdad sospechosa”. Sobre el conjunto de esa
obra universal, podemos leer en la Wikipedia, la enciclopedia libre de
internet, esta largo resumen:
“Su producción
literaria se adscribe al género de la comedia de carácter. Forjó un estilo
construido a partir de personajes con identidades muy bien definidas, profundas
y difíciles de entender en una primera lectura. Dominó el juego de palabras y
las asociaciones ingeniosas entre estas y las ideas dieron como resultado un
lenguaje lleno de refranes, capaz de expresar una gran riqueza de significados.
El pensamiento de Alarcón es moralizante, como corresponde al período barroco.
El mundo es un espacio hostil y engañoso donde prevalecen las apariencias
frente a la virtud y la verdad. Ataca a las costumbres y vicios sociales de la
época, aspecto que lo distinguió notablemente del teatro de Lope de Vega, con
el que no llegó a simpatizar. Es el más psicólogo y cortés de los dramaturgos
barrocos y sus obras se mueven siempre en ámbitos urbanos, como en “Las paredes
oyen” y “Los pechos privilegiados”. Su producción, escasa en cantidad si se
compara con la de otros dramaturgos contemporáneos, posee una gran calidad y
unidad de conjunto y fue muy influyente e imitada en el teatro extranjero,
particularmente en el francés. Todo ello le ha valido a Alarcón ser considerado
un influyente dramaturgo del barroco español. No fue bien valorado por sus
contemporáneos y su obra permaneció en el olvido hasta bien entrado el siglo XIX,
cuando fue rescatada por Juan Eugenio Hartzenbusch.”
Es ahora cuando queremos
resaltar la relación familiar que el gran dramaturgo tuvo con la provincia de
Cuenca, y que pocas veces ha sido tenida en cuenta entre sus biógrafos, y menos
todavía entre los propios conquenses, especialmente los de las últimas
generaciones. Y es que, ya durante la vida del propio Juan Ruiz de Alarcón,
alguno de sus opositores, con el fin de desprestigiarle, llegaron a afirmar que
el escritor tenía sangre judía, heredada de su abuela materno, lo cual quizá
fuera posible, y que era hijo de un sacerdote que había nacido en la provincia
conquense, en Buenache de Alarcón, quien se había visto obligado a huir al
nuevo continente por algún motivo desconocido.
Pero ¿qué hay de cierto en todo ello? La verdad es que Juan Ruiz de
Alarcón era miembro de una familia acomodada, y que su padre, Pedro Ruiz de
Alarcón y Valencia, al igual que la familia de su madre, mantenía ciertos
intereses económicos en los ingenios de minas establecidos en la ciudad de
Taxco.
En efecto, hoy podemos
afirmar que Juan Ruiz de Alarcón era hijo de Pedro Ruiz de Alarcón y Valencia,
y de Leonor de Mendoza. El padre, quien había nacido en 1542 en el pueblo
conquense de Albaladejo del Cuende, era hijo, a su vez, de Garci Ruiz de
Alarcón y Carrillo, segundo señor de Albaladejo, fruto quizá de una relación
extramatrimonial que mantuvo con la madre de nuestro protagonista, María de
Valencia. Éste, que había nacido en ese mismo pueblo alrededor del año 1473,
estaba oficialmente casado con Guiomar Girón de Valencia, quien era, a su vez,
la tercera señora de Piqueras del Castillo. Del seno del matrimonio nacieron otros ocho
hijos de Garci Ruiz de Alarcón, y hermanos de padre, por lo tanto, de nuestro
protagonista; y entre ellos el primogénito, Alfonso Ruiz Girón de Alarcón,
quien heredaría a la muerte de sus progenitores los señoríos de Albaladejo del
Cuende y de Piqueras del Castillo. Pertenecía por lo tanto nuestro
protagonista, por línea paterna, a uno de los linajes más ilustres que estaban
asentados en la importante nobleza manchega de la época, que a lo largo de toda
la Edad Media había extendido sus redes familiares y clientelares por las
tierras de Alarcón, algunos de los cuales, incluso, llegarían a formar parte de
la alta nobleza titulada.
No se conocen todavía los
motivos que llevaron a Pedro Ruiz de Alarcón a tomar un barco, atravesar el
océano Atlántico y asentarse en Nueva España, a donde debió llegar en algún momento del año
1570, aproximadamente, pero lo cierto es que, tal y como hemos podido ver,
siguió manteniendo en la colonia una cierta posición económica de privilegio.
Privilegio que se haría más patente a partir de su casamiento, en 1572, en la
propia catedral de México, con Leonor de Mendoza, quien a su vez era hija de
Hernando Hernández de Cazalla y de María de Mendoza; el matrimonio, muy
probablemente, se había establecido ya en la capital de la colonia hacia la
década de los años cuarenta de ese siglo. De lejano origen hidalgo andaluz, la
familia había llegado a alcanzar una próspera situación económica en el nuevo
continente, gracias precisamente a la explotación de las minas de plata de
Taxco, en las que el propio Pedro Ruiz de Alarcón, ya lo hemos dicho, también
tenía ciertos intereses. Establecidos en un primer momento en la propia ciudad
minera, a ciento veinte kilómetros de la capital de la colonia, donde nacieron
los dos primeros hijos del matrimonio, Pedro y Gaspar Ruiz de Alarcón, fue
entre los años 1580 y 1581 cuando la familia se trasladó a la capital mexicana
-precisamente en esos mismos años en los que nació su tercer hijo, nuestro
protagonista, y es ahí donde reside el debate existente todavía respecto al
lugar exacto de su nacimiento-, ciudad en la que nacieron, eso sí se sabe con seguridad,
sus dos hermanos más pequeños, Hernando y Garci Ruiz de Alarcón y Mendoza.
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