miércoles, 5 de enero de 2022

“Svaniti”, una original novela de Ignacio Márquez

 

El libro que vamos a comentar esta semana, después de habernos mantenido unos días en silencio, aprovechando las vacaciones de Navidad, no es un ensayo historiográfico; ni siquiera se trata de una novela histórica, hablando con exactitud, más allá de ese acercamiento que el autor nos hace hacia el ocultismo, la cábala y la alquimia, temas que son propios de la Edad Media. No obstante, considero realmente propia la excepción que supone ese acercamiento a la literatura, y a una literatura sólo en parte ajena a la historia, más propia del contenido de este blog, puesto que el libro en cuestión se trata de una original novela de un escritor manchego, de Ciudad Real, que además es amigo: Ignacio Márquez Cañizares. Una novela que viene a complementar una bibliografía curiosa, formada por media docena de relatos, en los que el misterio, el arcano más oculto, casi siempre se encuentra presente: “Susurros de luz” (con el que el autor ganó el premio Ónuba de novela, , correspondiente al año 2014), “El alma sabe a cerezas”, “El Tetrasoma”, “El tercer ángel”, “El pecado de Atropos” y “El virus lunar”, y que se verá ampliada próximamente con la octava entrega de su original bibliografía, “La piel de las cosas”. Todos ellos, por cierto, han sido publicados por una pequeña editorial, también de Ciudad Real: Casa Ruiz Morote.

            Este nuevo libro de Márquez Cañizares no responde a ninguna clasificación temática clara, una clasificación temática tradicional que, muchas veces, es sólo una forma de hablar. ¿Novela histórica? ¿Novela negra? ¿Novela de misterio? Si y no. Cualquiera de las tres definiciones le podría venir bien al texto que estamos comentando, al menos en parte, aunque sería mejor hablar, quizá, de una novela diferente, imposible de clasificar en un tema concreto. Y es que el libro cuenta con tres partes claramente diferenciadas, como si se tratara realmente de tres novelas distintas, sin aparente conexión entre ellas -sólo aparente, como veremos-, que únicamente al final terminan por identificarse. Sin embargo, lejos de esa aparente falta de uniformidad en el texto, la historia que nos cuenta el narrador manchego mantiene la unidad desde la primera página hasta el final, desde el momento en el que el desconocido alquimista -el hecho de que tenga un nombre propio no resta un ápice para ese anonimato- hasta la final creación de un ángel en la persona del hijo del protagonista.

            ¿Es posible capturar el alma de una persona que acaba de morir? ¿Es posible crear un ángel humano, a partir de la conjunción de dos almas en un mismo cuerpo? Ésta es la pregunta que el autor se plantea en la primera parte de la novela, una primera parte a la que podríamos considerar como una novela histórica, porque el relato está ambientado a lo largo del siglo XI, esa Edad Media en la que la alquimia y la cábala siempre estuvieron presentes. La definición más usual de alquimia está vinculada con la transmutación de la materia, y por ello, con la creación de oro a partir de la conversión de cualquier otra materia, se trate de otro metal o de una simple piedra.  Pero, ¿que pasaría si al final alguien pudiera descubrir que el alma humana no es sólo espíritu, que es también materia? ¿Podría trasladarse esa materia a un cuerpo diferente, extraño, y por lo tanto, hacerla inmortal, trasladar la misma alma de un cuerpo a otro, hasta el final de los tiempos? Esa es, en esencia, la creencia del Cristianismo, y sin embargo, el autor va todavía más lejos: ¿Podría ser un alma inmortal sin tener que escapar de este mundo mortal en el que nos ha tocado vivir? Intentando responder a estas preguntas, el autor nos lleva a un hermoso viaje, desde la Bagdad de los abasidas hasta la Constantinopla bizantina, y desde allí, también al occidente cristiano. Pero la propuesta que nos hace es tan angustiosa, tan rompedora con todo el conocimiento de los hombres, y también con toda su fe, que debe ser escondida en lo más profundo y oscuro de una biblioteca ignota y hermética.

La novela histórica se convierte, en la segunda parte del texto, en una novela negra, policiaca, con todos los lugares comunes que muestran este tipo de novelas. Un buen policía, inteligente y sagaz, pero que no se encuentra en uno de sus mejores momentos por culpa de ciertos problemas familiares -el cáncer mortal de su única hija-, lo que le ha llevado a sumergirse en un mundo de alcohol y de drogas, se ve incurso en la investigación de unos extraños asesinatos, sin aparente relación entre las víctimas, más allá de que todas ellas mantuvieron, durante su vida profesional, una cierta relación con el servicio de salud. El hilo conductor de todos estos asesinatos es uno de los libros más herméticos y enigmáticos de la historia de la literatura: el Apocalipsis, escrito según la tradición por el apóstol y evangelista San Juan a finales de la primera centuria.

Sin embargo, la resolución de esos crímenes no es un destino en sí mismo, sino el medio que tanto el policía como su principal colaborador, un supuesto sacerdote católico de raza negra, tienen para poder llegar al verdadero objeto de su investigación. Y es que el asesino, que según todas las sospechas se va a inmolar a sí mismo en el momento en que cometa el último de sus crímenes, tiene una información de primera mano que afecta al verdadero interés de los investigadores: la desaparición de dos niños en Namibia, una desaparición que está enmarcada en un marco mucho más profundo, relacionado con extraños raptos de niños en el continente africano, y que parece afectar al propio Vaticano. Éste es el hecho que marca el nexo de unión de ambas historias, la historia medieval, hermética, relacionada con la captura de un alma y la creación de seres angélicos, y la historia actual, no menos hermética, de la desaparición de los niños.

Para terminar, y alejándome del peligro que supone para mí el hecho de poder castigar al lector de este blog, que no de la novela, con la comisión de un spoiler -palabra que no me gusta nada, pero que en algunas ocasiones, como ésta, no tengo más remedio que utilizar-, quisiera terminar esta entrada trasladándole el final de la novela, un final que, a mi modo de ver, sirve de brillante colofón de tan singular relato:

“Usó esta palabra [el autor se refiere a la palabra ángel] para referirse a ella sin pensar, pero de inmediato vino a él toda la historia, y que una vez existió la creencia de que aquellas criaturas quedaban convertidas en ángeles. Y vino a él, igualmente, la voz cálida de Luca y unas palabras en las que entonces no reparó: <<Piensa en lo que puedes despertar, más allá de la restauración de la carne, y lo más aterrador, en lo que ya no podrás volver a hacer dormir jamás>>. ¿Y si la vida a cualquier precio fuese cuestionable? ¿Estaba él preparado para corregir aquel error? La decisión por tomar se le antojó espeluznante. Vio la vida por venir con terror y se estremeció. Y una lágrima escapó de sus ojos atormentados.  Años de sufrimiento, del horror de ver apagarse la vida de su hija, y nunca había llorado, pero ahora lo removió un pensamiento corrosivo, el de creer que había envuelto a su niña con un sudario peor que la misma muerte, para la que había sido destinada.”

 


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