viernes, 10 de noviembre de 2023

Una trilogía entre la historia y la fantasía

Hace ya algunos meses llevábamos a este blog una novela que, si bien en ese momento ya calificaba como algo diferente a una novela histórica estrictamente hablando, porque en el texto primaba más la fantasía que la propia historia, contaba también con ese componente histórico que justificaba su presencia aquí (ver “Svaniti, una original novela de Ignacio Márquez”, 5 de enero de 2002). Y en esta ocasión vamos a triplicar la apuesta, porque no se trata de una nueva novela de este autor ciudadrealeño, pero amigo de Cuenca, sino de tres; una auténtica trilogía, en la que, al igual que la novela citada anteriormente, mezcla diferentes dosis de fantasía y de historia, aderezados convenientemente con sus abundantes conocimientos de la ciencia y de la cábala -porque, de alguna manera, ambas cosas no son tan diferentes entre sí-, con el único fin de entretener al lector. Se trata de esa trilogía que está compuesta por sus novelas “El Virus Lunar”, “El Tetrasoma” y “El Tercer Ángel”.

            En su momento, el autor ya definía su obra, en unas declaraciones realizadas en agosto de 2012 a la Tribuna de Ciudad Real, en el marco de la presentación conjunta de las dos últimas novelas de la colección, como de una obra difícil de clasificar: No me parece que esta historia, finalmente presentada en tres volúmenes a través de casi mil seiscientas páginas, se ajuste perfectamente al perfil de literatura fantástica. Alberga diferentes líneas argumentales, variados momentos históricos, distintos estilos narrativos, aunque seguramente sea cierto que son preponderantes en ella las características de la novela fantástica. En la fantasía uno siente la libertad de crear e imaginar más allá de lo racional, de lo tangible, de la lógica y la ciencia, el mundo se vuelve menos inmutable, más dócil al cambio y al progreso. La imaginación, cuando está dotada de libertad sin límites, se convierte en un matraz en el que uno puede mezclar hechos y personajes para construir una historia apasionante.” Y después de citar algunos de los hechos históricos que sí aparecen en el texto, como la Guerra de los Cien Años, la guerra civil navarra entre el príncipe de Viana y su padre, o el cerca de Belgrado por parte de los turcos, continúa: “El virus lunar era una novela que quedaba muy redonda, con apariencia de conclusión, aunque dejando sin resolver algunas líneas argumentales; es decir, podía presentarse como una obra concluida en sí misma. Sin embargo, El Tetrasoma finaliza la historia de cuatro personajes que quedan abocados a cumplir una misión, la que se relata en El Tercer Ángel; queda por lo tanto fracturada, y nos pareció más apropiado entregar al lector la trilogía completa.”

En efecto, no se puede hablar, en puridad, de tres novelas históricas, o una historia completa narrada a lo largo de tres relatos complementarios; pero sí de una historia que está enmarcada en un hecho, o en varios, de un pasado real, el propio de los años intermedios del siglo XV; una etapa, por otra parte, marcada por el cambio, un periodo en el que una manera de vivir se está muriendo, y otra nueva está empezado a nacer. Una época en la que la Edad Media, con su pensamiento teocéntrico y guerrero, propio de los libros de caballerías, está empezado a dar paso al Renacimiento, en la que el hombre                 a ser la medida de todas las cosas.

Y una historia en la que también, y no podía ser de otra forma, también está presente esa España del siglo, la España de la emigración y del éxodo rural. Por eso, no está fuera de lugar las palabras de Juan Sisinio Pérez Garzón, profesor de historia contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, y autor del prólogo a la primera de las partes en las que se divide la trilogía: “En todo caso, los registros de esta novela son variados, y se encuentran trabados por una argumentación muy vinculada a la historia de nuestra sociedad española. El autor aborda estadios distintos de la historia, y en todos ellos se advierte la escritura como explicación del tiempo. Se enraíza en una larga tradición de mundos paralelos. No quiero descubrirlos al lector. No es una tarea de quien prologa para incitar a la lectura de esta novela. Sólo me cabe, pienso, sugerir o esbozar las cualidades sin desvelar los contenidos.  Por eso, de los diversos elementos que se encuentran en los sucesivos capítulos, del ambiente que se respira, ya sea la España de la emigración, a través del padre ya la sociedad medieval, o las relaciones familiares, o más aún, la historia de amor con la prima Águeda, el esfuerzo narrativo y simbólico logra asentar la idea de lo permanente y lo discontinuo, esa esencia de lo humano que sobrevive a los individuos, a las dinastías, a los modos económicos y a las culturas. La cadena que se entreteje entre la edad media y el presente, recordado como inmediato pasado de un anciano actual, es una inteligente historia personal en las que se cruzan el campo y la ciudad, la edad media y la edad del pop, el castillo medieval y el videoclip, con sesgos autobiográficos casi seguros.”

Desde el primer momento de su lectura, el lector le acomete una pregunta crucial: ¿Qué es ese virus lunar del que se habla desde el título de la primera entrega de la trilogía? La respuesta del autor aparece ya en las primeras páginas de la novela:  “Una sustancia pura, que no existe en la tierra Su contacto tiene la capacidad de deshacer las obras humanas, buenas o malas. Guarda dentro de sí la naturaleza del tiempo, juega con miles de años en un segundo. Nadie sabe muy bien, cómo puede actuar. Podría cambiar un a catedral de lugar desvanecerla o llenarla de oro. Según quien sea quien invoque su poder, es sumiso y obedece, o díscolo y castiga haciendo todo lo contrario de lo que se pide. Puede modificar todo lo que ha ocurrido en el tiempo, el espacio, los hechos, los sentimientos, los recuerdos,… Pero es muy sensible a la vida, en cualquiera de sus formas. Siempre es complaciente para levantar un árbol talado, para revivir a un animal muerto por la crueldad de los hombres, incluso se dice que es el responsable del amor.”

Sin embargo, la solución a la intriga no resta ni un ápice a la curiosidad del lector, a la necesidad de conocer más sobre ese virus lunar y la relación que éste tiene con la historia, con la alquimia, con ese conocimiento esotérico que, de un tiempo a esta parte, tanto se ha puesto de moda en la literatura nacional e internacional. Se trata de un registro que el autor maneja bastante bien, como lo demuestra en cada uno de los títulos de la trilogía, y también de los demás relatos que han salido de su pluma en los últimos años.

Pero junto a ese registro fantástico y misterioso, ya lo hemos dicho, también se encuentra la propia historia real, la que aparece en los libros especializados. Por eso, en “El Virus Lunar” tiene tanta importancia la Historia. Por eso tiene tanta importancia la Navarra medieval, los grandes escenarios del reino, como el castillo de Olite o el monasterio de Leyre, las relaciones familiares entre los miembros de la dinastía real de Navarra y otras dinastías europeas, o la guerra civil entre el príncipe Carlos de Viana y su padre, el rey Juan II de Aragón, usurpador de una corona que no le correspondía más que como consorte de la verdadera reina, Blanca I de Navarra.

Y si es al principio de la primera novela dónde el lector se da cuenta de qué es ese extraño objeto que da título a la novela, en la segunda éste tiene que leer prácticamente todo el libro para conocer cuál es realmente el significado del nuevo misterio, ese conjunto de cuatro cuerpos diferentes. En esta segunda parte, la alquimia cobra todo su sentido, en la búsqueda de esa piedra filosofal, capaz de otorgar el don de la inmortalidad. Porque, ¿qué es realmente el Tetrasoma? Para entenderlo, hay que comprender con exactitud las cuatro partes que estructuran la novela, y que reflejan el transcurso vital de cuatro de los protagonistas secundarios de “El Virus Lunar”. Crestes, Silvestre Gofredo y Auriol, los cuatro amigos de Lucas, son ese Tetrasoma del que habla la alquimia, porque ellos son los encargados de guardar, a través de los tiempos, hasta que llegue el día definitivo en el que ha de venir el tercer ángel, el verdadero Tetrasoma capaz de convertir la materia en algo divino, convertir lo mortal en inmortal. Son ellos, en realidad, los encargados de conservar, hasta que llegue ese día, los cuatro metales que conforman ese Tetrasoma: el plomo, el estaño, el cobre y el hierro.

Sí, en la segunda entrega de la trilogía hay fantasía, pero también hay historia. Y es que esa historia interna, que afecta sólo al reino de Navarra, se transforma en un interesante acercamiento a la historia de Europa y de todo el mundo conocido en aquel lejano siglo XIV: la Guerra de los Cien Años, entre Inglaterra y Francia; la llamada Guerra de los Trece Años, que enfrentó al doble reino de Polonia y Lituania con los caballeros teutónicos; el cerco de Belgrado por parte de los turcos; las Cruzadas, que asolaron Jerusalén,…  Una historia, eso sí, trasmutada con la magia, representada en esa fantasmagórica batalla que los caballeros e los dos ejércitos enfrentados, los soldados de Polonia y los llegados desde los diferentes territorios germanos, sostienen contra los golos, esa especie de vampiros que aparecen en la noche nevada.  Y siempre, como fondo, la Iglesia, la Iglesia romana, capaz al mismo tiempo de trasladar a los hombres el mensaje de amor de Jesús y de mantener la Inquisición, ese brutal tribunal que envía a los hombres a la hoguera.

Porque también hay espacio en la trilogía para ofrecernos una reinterpretación e la verdad de Jesús, transmutado, como se verá posteriormente, en el Primer Ángel enviado por Dios; y, sobre todo, sobre el verdadero sentido que el autor da al destino de Judas Iscariote. A través de su diario, hallado tras un oscuro altar en una ermita de una pequeña aldea holandesa, se nos muestra a un Judas diferente, huraño en un principio, ajeno al mensaje del Maestro, pero que poco a poco se va dando cuenta de que va a ser un personaje importante en la historia de la salvación. Que su destino, en efecto, está junto al de Jesús, y se somete a él, aunque para ello tenga que pagar con la vida o, lo que es peor, con la clara conciencia de su traición.

    La segunda parte de la novela da respuestas a muchas de las preguntas que el lector se va haciendo a lo largo de todo el libro, pero también se deja algunas otras sin responder. ¿Cuáles son, en realidad, las últimas palabras que el apóstol escribe en su diario, y que después arranca y esconde dentro del buril metálico que el había dado el hijo del carpintero? Otras, sin embargo, empiezan a vislumbrarse nada más empezar la lectura de la tercera entrega. ¿Quién es ese Tercer Ángel que da título a esa tercera entrega? ¿Será, quizá, aquél extraño primer protagonista que aparece en las primeras páginas de “El Virus Lunar”, contemporáneo al lector, y que, sorprendentemente, desaparece por completo para dar voz a esa historia, real y fantástica, de Navarra, de Europa y del Próximo Oriente? Parece claro que ello es así, y el título que enmarca la primera parte de esa tercera entrega de la trilogía así parece indicárnoslo. Sin embargo, en la alquimia, como en la vida misma, no es posible desentrañar todos todos los enigmas, todas las preguntas, de una sola vez; para disfrutar del verdadero conocimiento que ésta nos proporciona debemos dejar que el misterio se vaya desvaneciendo por sí mismo, envolviéndonos poco a poco en la luz pura que, como la de un ángel, siempre aparece detrás de sus sombras aparentes.

Y en la literatura, en la le tura de unas novelas tan originales como éstas, también sucede lo mismo. Baste decir, de momento, que es fácil encontrar en la obra de Ignacio Márquez Cañizares algunos elementos que son propios también de la buena literatura; especialmente, de los cuentos de Jorge Luis Borges, especialmente de aquellos cuentos que conforman uno de sus libros más característicos, “El Aleph”. 


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