En
el conjunto de la historiografía conquense, y también en la memoria colectiva
(la propia memoria histórica, término que tan de moda está en la actualidad por
razones ideológicas, con la consiguiente falsificación del significado del
propio término), destacan diferentes momentos traumáticos para el conjunto de
la población, por cuanto significaron. Entre ellos, hay que destacar las
sucesivas conquistas de la ciudad por las tropas napoleónicas, y también,
algunas veces, por las contraofensivas de algunas partidas de patriotas, y,
sobre todo, la toma de la ciudad por los carlistas, en 1874, en el seno de la
tercera (o segunda, según algunas corrientes historiográficas) guerra carlista;
a ambos sucesos ya he dedicado alguna entrada en este mismo blog (ver “La
Guerra de la Independencia en Cuenca, vista desde el lado de la prensa francesa”,
25 de abril de 2021; y “Revolucionarios, conservadores y carlistas”, 9 de junio
de 2018). Sin embargo, otros momentos, no menos trágicos, son menos conocidos
por el conjunto de la población, como la conquista de la ciudad por las tropas
inglesas que estaban al mando del general inglés Hugo de Wyndham, en el seno de
la Guerra de la Sucesión (1700-1714).
Doble excelente de oro de los Reyes Católicos, acuñado en la ceca de Cuenca.
Marca de ceca, C, entre los bustos de los Reyes y a la izquierda del escudo.
La Guerra de Sucesión en Cuenca ha sido
estudiada recientemente por Víctor Alberto García Heras, en una tesis doctoral
que posteriormente fue publicada por la editorial Sílex Universidad, y a la que
dediqué también una entrada en este mismo blog, antes incluso en su publicación
en formato libro (ver “Cuenca durante la Guerra de Sucesión”, 4 de enero de
2020). Este trabajo ha servido para desmitificar algunos aspectos de nuestra
historia, como renovación de las élites familiares conquenses, que la mitología
ha atribuido siempre a la decisión unilateral de las antiguas familias de
trasladarse a vivir a Madrid, cerca de la corte, y que a partir del trabajo de
García Heras sabemos que se debió a un lógico proceso de premios y castigos que
se llevó a cabo al finalizar el conflicto bélico, entre los linajes partidarios
de uno y otro bando. También, en este sentido, También, el verdadero sentido
del título de “Fidelísima y Noble” con el que el rey Felipe V premió a la
ciudad, por su heroica defensa contra los partidarios del bando austracista, en
septiembre de 1710, que sería complementado muchos años más tarde, durante su
segunda etapa en el trono, con el de “Heroica”. En el otro lado de la balanza,
no obstante, hay que situar el cierre, por decisión de ese mismo monarca, de la
Casa de la Moneda, en 1727, poniendo fin, de esta forma, a varios siglos de
fabricación de moneda en la ciudad del Júcar.
Y es que la acuñación de monedas en Cuenca
se remonta ya a tiempos musulmanes; en efecto, se sabe que los descendientes de
aquel antiguo linaje, los Dhi-l-Nun, o Ben Zennun, que desde su gobierno en la
kora de Santaberiya, en la Alcarria conquense, llegaron a ocupar el trono taifa
de Toledo ( ver “Desde el Pacto de Cuenca hasta la batalla de Uclés. Una parte
de nuestra historia medieval”, 15 de julio de 2021; “Los Hawwara, desde las
montañas de Libia hasta los campos de la provincia de Cuenca”, 19 de agosto de
2021; y “Mito y realidad de la princesa Zayda”, 9 de marzo de 2023), llegaron a
acuñar en la entonces llamada madina Kunka
algunos dinares de oro y dírhems de plata, a partir de la lectura de algunas
piezas que han sido halladas en diferentes excavaciones. La más antigua de esas
acuñaciones es un dinar que está fechado en el año 1036, durante el reinado de
Ismail al-Zafir (1018-1043), aunque está acuñada a nombre de su heredero, el
famoso Yahya al-Mamún (1043-1075), y es conocida a partir de un descubrimiento
realizado en la calle Santa Elena, en Valencia. Más regulares serían las
acuñaciones de dinares y de dirhams realizados por su nieto y sucesor, Yahya
al-Qadir (1075-1085). La invasión de la península por parte de los almorávides,
a partir del año 1086, puso fin a estas acuñaciones conquenses de época
musulmana.
Más allá de estas acuñaciones, la
producción en serie de monedas en nuestra ciudad a partir de la conquista de la
ciudad por el rey Alfonso VIII. Se conoce ya la acuñación de dineros por este
monarca, aunque en cantidades todavía pequeñas, aunque no sería hasta el
reinado de Alfonso X (1252-1284), cuando esa producción se regularizó. Así, se
conocen acuñaciones de pepiones y dineros de vellón a nombre de este monarca,
cornados del mismo metal a nombre de Sancho IV (1284-1295), pepiones de
Fernando IV (1295-1312), y cornados de Alfonso XI (1312-1350). La guerra civil
entre Pedro I y su hermanastro, Enrique II, y el apoyo que la ciudad de Cuenca
prestó a éste último, contribuyó, sin duda, a que las acuñaciones conquenses
siguiente aumentando, en producción, durante la nueva dinastía de los
Trastámara. Enrique II (1369-1379) acuñó tanto cornados y novenos de vellón
como las nuevas monedas, cruzados y reales, fabricados todavía en este mismo
metal., y su hijo, Juan I (1379-1390), acuñó también en Cuenca algunos
ejemplares de la característica blanca denominada del Agnus Dei, por la
iconográfica representación del Cordero de Dios en una de sus caras. También
Enrique III (1390-1406) acuñó en Cuenca blancas. Aunque no se conocen
acuñaciones conquenses de la etapa de Juan II (1406-1454), éstas se recuperaron
en tiempos de su sucesor, Enrique IV1454-1474), etapa en la que además de
acuñarse las consabidas monedas de vellón (cuartillos y medios cuartillos, y
blancas), se incorporaron, por primera vez a la ceca de Cuenca las monedas de
plata (real, además de sus divisores, medio y cuarto de real), y hasta de oro
(monedas de castellano y medio castellano). Incluso el príncipe Alfonso de
Ávila, hermano de Enrique IV y de la futura reina Isabel, acuñó también en
Cuenca algunos cuartillos.
Las acuñaciones se regularizaron ya
completamente en tiempos de los Reyes Católicos, etapa que es más conocida para
los historiadores, en lo que a la numismática se refiere, por la publicación de
sendos documentos: la Real Cédula de Sevilla, de 28 de junio de 1475, y la
Pragmática de Medina del Campo (Valladolid), de 13 de junio de 1497. Estos
documentos, por otra parte, marcan la diferenciación de toda la producción de
los Reyes Católicos en dos etapas sucesivas, diferenciadas especialmente por el
escudo que si en las primeras acuñaciones aparece en el reverso de las monedas
de mayor denominación (cuarteles con los símbolos de Castilla y León en una de
sus caras y los de Aragón y Cataluña en la opuesta), en las posteriores
acuñaciones aparece de manera conjunta el escudo completo, al que se ha
incorporado ya la granada en la punta del escudo. De ambos periodos, y junto a
otras emisiones de menor valor (blancas, y dos y cuatro maravedíes) conocemos
la existencia de monedas de plata, de real y de medio real, puesto que las de
valores superiores (dos, cuatro y ocho maravedíes), son acuñaciones
posteriores, realizadas por los reyes Carlos I y Felipe II, aunque lo hicieran
a nombre de sus antepasados. También se hicieron en la ciudad del Júcar algunas
acuñaciones de oro, de ducado y de doble ducado, llamados también excelente y
doble excelente, monedas que son, siempre, difíciles de encontrar.
Durante toda la Edad Media, y como solía ser habitual en muchos casos, la marca de ceca de las monedas que salían de nuestra ciudad era el cuenco, símbolo parlante que también aparecía en el escudo de la ciudad, y que posteriormente se fue alargando en el pie, hasta convertirse en el cáliz actual. Ello no es óbice, sin embargo, para que, en algunos casos, ese cáliz no fuera acompañado, o directamente sustituido, por las letras C o CA, como identificadoras de la casa de moneda conquense, o incluso por alguna estrella; la letra C, en concreto, sería la principal identificadora de las monedas acuñadas en Cuenca a partir del reinado de los Reyes Católicos, y también durante el reinado de Felipe V, el último monarca que, como veremos, acuñará moneda en la ceca conquense.
Otro aspecto a tener en cuenta es la
localización exacta de la ceca conquense. Mucho se ha especulado en este
sentido Tradicionalmente, una parte de la historiografía ha querido situar la
fábrica de la moneda en la calle de la Moneda, en base al nombre que la vía ha
llevado durante mucho tiempo, una terminología que, en todo caso, nunca hizo
referencia a la propia fabricación de monedas, sino a ser éste el lugar en el
que se hacían los negocios, y por lo tanto, donde se encontraban los cambistas;
la localización de la calle, en las proximidades de una de las puertas de la
ciudad de más tránsito, era la más adecuada para ello. Por otra parte, otro de
los lugares reivindicados para esta localización es el barrio del Alcázar, en
las proximidades de la torre de Mangana y del antiguo alcázar árabe, y
concretamente en los terrenos que allí tenían la familia Hurtado de Mendoza,
señores de Cañete, futuros marqueses, alguno de cuyos miembros gozaron, ya en
pleno siglo XV, del cargo de tesorero de la propia casa de la moneda.
Dando
por supuesto que esto es así, ¿quiere ello decir que durante todo ese tiempo la
fábrica de moneda estuvo en ese mismo lugar? Uno de los mejores medievalistas
conquenses, José María Sánchez Benito, y dando por supuesto la localización anterior
en el propio entorno del Alcázar, fecha
la localización de la casa de fabricar moneda en la zona intermedia de la
ciudad, en la plaza de San Andrés, lugar al que se trasladaría a mediados del
siglo XV, como resultado de la condición estipulada por el futuro marqués de
Moya, Andrés de Cabrera, para aceptar el nombramiento como tesorero de la
propia ceca, de que ésta fuera trasladada a una zona baja, por la incomodidad
que suponía la localización anterior. Sin embargo, el traslado contó siempre
con la oposición de las fuerzas vivas de la ciudad, entre ellas el propio
Ayuntamiento. Y sería en torno a los años veinte o treinta del siglo siguiente,
y después de un infructuoso primer intento de trasladar la ceca a las orillas
del río Júcar, con el fin de aprovechar la corriente del río para el movimiento
de las máquinas requeridas para la fabricación, por iniciativa de Alfonso
González de Guadalajara, cuando la fábrica se trasladaría de nuevo a un lugar
próximo a su emplazamiento anterior, “cerca de la plaza principal de la urbe,
pero bajando hacia el Júcar,… en el entorno del barrio llamado del Alcázar, y a
la sombra, que no en el lugar, del palacio de los marqueses de Cañete”.[1]
Así
se hacía costar, por ejemplo, en un escrito posterior de donación de dichos
terrenos a la orden de los mercedarios por una de las descendientes de dicha
familia, doña Nicolasa Manuel Manrique de Lara Velasco Hurtado de Mendoza, para
el traslado del convento que la orden tenía anteriormente en la zona de La
Fuensanta, a la entrada de la ciudad por la carretera de Madrid. La
documentación, fechada en 1685, recogida por el profesor Pedro Miguel Ibáñez,
alude precisamente al destino que el lugar había tenido anteriormente: “Las
casas han servido desde antiguo a la Casa de la Moneda, al poseer los Hurtado
de Mendoza el oficio de tesorero, pero que ya no son útiles en esta función…
por haberse arruinado, se ha mudado a la casa y molino de nuevo yngenio de agua
que de nuevo se fabrica, de orden mía, fuera de la ciudad, en la rivera del Júcar”[2]. El documento alude
directamente a la nueva fábrica, que sería trasladada en la centuria siguiente
a su emplazamiento definitivo, junto al puente de San Antón, y de su lectura se
deduce el mantenimiento del cargo de tesorero en poder de la misma familia.
Así
las cosas, se conoce la nómina de algunos algunas de las personas que
trabajaron en la ceca conquense a lo largo del siglo XV, bien desde su cargo
como tesorero (Alfonso Cota, Álvar García, el ya citado Andrés de Cabrera), o
en otro tipo de labores, entre los que destacaban los ensayadores, como Diego
Álvarez; para este cargo, en algunas ocasiones fueron elegidos algunos plateros
que trabajaban en la ciudad: Alfonso de la Parrilla, Fernando de Medina,
Francisco de Brihuega, Diego Álvarez,… Algunos de esos nombres, recogidos por
Francisco Alarcón, estaban vinculados, como regidores u otros cargos, con el
propio Ayuntamiento conquense[3].
De
esta forma, la ceca conquense siguió acuñando monedas durante el reinado de los
monarcas de la dinastía Habsburgo. Del primer gobierno del futuro emperador
Carlos V, durante su gobierno aún con su madre, Juana, sólo se conocen
acuñaciones de un escudo de oro, una edición de tamaño reducido en la que
aparece, como marca de ensayador, un armiño. Mucho más habituales son las acuñaciones
realizadas su hijo, Felipe II quien acuñó en Cuenca blancas; cuartos y medio
cuartos, así como sus múltiplos, de dos y cuatro cuartos; cuartillos; y monedas
de dos y cuatro reales de plata y de dos escudos de oro. También se conocen
acuñaciones realizadas durante el gobierno de estos dos monarcas, , pero a
nombre de los Reyes Católicos, por valor de medio real, , y uno, dos y cuatro
reales. Este tipo de acuñaciones monetarias, realizadas a nombre de reyes que
llevaban ya algún tiempo fallecido, son más habituales de lo que podría
parecernos, y muchas veces se realizaban como una especie de reivindicación del
monarca, de enseñar a sus súbditos de dónde procedía su poder.
De
esta ápoca se conocen los nombres de algunos ensayadores: Gonzalo de Toledo,
Alonso y Pedro Román, Pedro de Nájera, Alonso del Rincón, y, sobre todo; Pedro
Becerril, sobrino del célebre Francisco Becerril, el mismo platero que,
procedente de Paredes de Nava, abrió taller en la ciudad del Júcar, donde
realizó la famosa custodia que fue destruida por las tropas napoleónicas
durante la Guerra de la Independencia. Los ensayadores eran los oficiales que
estaban encargados certificar la ley de las monedas que se acuñaban y, por lo
tanto, en muchas ocasiones, se elegían a los mejores orfebres para realizar la
tarea; plateros eran también Pedro de Nájera algunos de los otros ensayadores
citados. Por otra parte, ya para entonces, la marca de la ceca conquense había
cambiado, y a la letra C, propia de los reinados anteriores, se había añadido
una segunda letra, la A, bien a continuación de aquélla, y con el mismo tamaño
que la otra, o bien con una A más
pequeña, inserta entre los extremos de la C.
Las
acuñaciones prosiguieron durante el gobierno de los llamados Austrias menores.
Felipe III acuñó monedas de bronce, de uno, dos, cuatro y ocho maravedíes, y
monedas pequeñas de plata, sólo de dos reales. Los mismos valeros, en cuanto al
bronce, acuñó también su hijo, Felipe IV, excepto la de un maravedí, aunque
este rey sí acuñó en Cuenca moneda más grande, de dieciséis maravedíes. Y por
lo que se refiere a las monedas de mayor valor fiduciario, de plata y de oro,
se dejaron de acuñar en la ciudad del Júcar las monedas de dos reales, que
fueron sustituidas por las de ocho reales.
Es
a finales del reinado de Felipe IV, hacia el año 1661, cuando la casa de moneda
de Cuenca se traslada a su emplazamiento definitivo, junto al puente de San
Antón, lugar en el que permanecería durante cien años, hasta su cierre
definitivo en el reinado de Felipe V a finales de la tercera década del siglo
XVIII. Para entonces, hacía ya casi cien años que Felipe II había abierto la
ceca de Segovia, con la nueva tecnología que había permitido sustituir las
viejas maquinarias propias de la acuñación a martillo por las nuevas
acuñaciones a molino, que permitían monedas más hermosas y regulares, además de
un número mayor de ejemplares con mucho menos gasto de tiempo y de trabajo.
Tradicionalmente,
se ha venido atribuyendo la autoría de las trazas de la nueva fábrica de acuñar
monedas al arquitecto conquense Juan Gómez de Mora, y de ser eso cierto, habría
que retrotraer la fecha de dichas trazas -no, desde luego, su construcción
definitiva-, a algunas décadas antes, teniendo en cuenta que éste falleció en
1648. La base de esa atribución habría que buscarla en las características
arquitectónicas del propio edificio, según algún plano del siglo XIX realizado
por Mateo López, que todavía se conserva, y a algunas fotografías posteriores,
que permiten circunscribir el edificio a ese barroco madrileño, que
precisamente había sido desarrollado a lo largo de toda la centuria por el
genial arquitecto conquense. Sin embargo, tal y como ya han afirmado los
mejores especialistas del barroco conquense, con Pedro Miguel Ibáñez a la
cabeza, la paternidad de la obra habría que atribuírsela principalmente al
arquitecto madrileño José Arroyo, uno de los principales seguidores de aquel
estilo, que había llegado poco tiempo antes a Cuenca para trabajar en la
fachada de la catedral.
Se
conoce el nombre del primer ensayador de la ceca conquense en esta nueva etapa:
Andrés de Contreras, quien, por otra parte, había trabajado antes en la ceca de
Segovia, y que marcaba sus monedas con una cruz encima de la letra A. Además de
acuñar monedas, la ceca conquense también participó en las grandes campañas de
resellado de moneda anterior, que este monarca empezó a realizar habitualmente
con el fin de abaratar costes. Sin embargo, falleció el rey, la ceca conquense
empezó una etapa de declive durante el reinado de su hijo, Carlos II, que sólo
acuñó aquí monedas de dos maravedíes.
Las
reacuñaciones se intensificaron de nuevo en 1718 y 1719, durante el reinado de
Felipe V, después de la Guerra de Sucesión, que posibilitó el cambio de
dinastía en el trono español. Se acuñaron, sobre todo, monedas de plata, de
medio, uno y dos reales. Posteriormente, entre 1723 y 1728, se acuñaron se
acuñaron monedas de cuatro y de ocho escudos; de ellas, hay que hacer
referencia a las monedas de cuatro escudos de 1723 y la de ocho escudos de 1725.
Por lo que se refiere a la moneda de cuatro escudos, según parece sólo existen
en la actualidad dos ejemplares, uno de los cuales ha salido recientemente a la
venta en una convención celebrada en Chicago, en la prestigiosa casa americana
Capitol Managment, por un precio de 135.000 dólares americanos. Y por lo que se
refiere a la de ocho escudos, más rara todavía, hasta el punto de que sólo se
conoce un ejemplar, ni siquiera la prestigiosa colección Caballero de las
Indias, una de las más importantes en moneda española de la Edad Moderna. Dicho
ejemplar fue rematado en 2012 por la empresa de subastas suizas Ars Classica,
siendo rematada finalmente en la cantidad de 160.000 francos suizos.
Éste
fue el canto del cisne de la ceca conquense. Ese mismo año, la ceca cerró, y
las máquinas fueron trasladadas seguramente a la ceca de México, que en aquel
momento se encontraba en todo su esplendor. A México se trasladaron también
algunos de sus operarios, principalmente los técnicos, Alonso García Cortés,
Francisco Morillos y Antonio José Peinado Valenzuela, un olvidado ingeniero y
matemático que había nacido en la provincia de Cuenca, en Moya, que llevaba
trabajando en la ceca conquense, igual que había hecho antes en la de Sevilla,
como técnico superior y principal colaborador de su director, Juan de
Antequera, y que después sería nombrado director de la propia ceca americana.
Ya a finales de la centuria, la antigua ceca sería reaprovechada para la
fabricación de tejidos, por iniciativa del entonces arcediano de Cuenca, futuro
obispo, Antonio Palafox. Finalmente, ya a mediados de la centuria pasada, en
1959, el edificio sufrió un voraz incendio, siendo destruido completamente, y
en su solar, más recientemente, fue instalado un negocio de hostelería.
[1]
Sánchez Benito, José María, “La casa de la moneda, el concejo de Cuenca y
algunos aspectos del tráfico de dinero entre la edad media y la moderna”, en
Gozalbes Cravioto, Enrique, Hernández Rubio, Juan Antonio y Almonacid Clavería,
José Antonio, Cuenca: la historia en sus monedas”, Cuenca, Universidad
de Castilla-La Mancha, 2014.
[2]
Ibáñez Martínez, Pedro Miguel, La cumbre urbana, de las carmelitas descalzas
a la casa del corregidor, Cuenca, Consorcio de Cuenca y Universidad de
Castilla-La Mancha, 2021.
[3]
Alarcón García, Francisco, “Un pequeño padrón, el de los monederos de Cuenca
(siglo XVI), en Hidalguía: la revista de genealogía, nobleza y armas, nº.
268-269, 1998, pp. 467-483.
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