martes, 30 de julio de 2024

UN ESTUDIO SOBRE EL TRIBUNAL DE LA INQUISICIÓN EN CUENCA EN SU ÚLTIMA ETAPA DE VIDA

 

Si bien es cierto que el tribunal de la Santa Inquisición es uno de los temas que de forma más continuada han sido tratados por los historiadores especializados en el estudio de las instituciones del Antiguo Régimen, también lo es que, en muchos de sus aspectos, es uno de los más desconocidos, al menos por la opinión pública generalista. Por una parte, es una de las instituciones que han sido más vilipendiadas a lo largo de los siglos por ese cáncer de nuestro pasado que es la “leyenda negra”; una leyenda negra que, si bien nació a partir de los textos de algunos tratadistas extranjeros, ingleses y holandeses sobre todo, también ha sido aceptada sin la más leve muestra de crítica, y eso es lo más lamentable, entre algunos españoles. Sobre la leyenda negra habría mucho que hablar -y en este sentido invito a repasar algunos de los vídeos y de los artículos que presento en la página de “Noticias históricas” de este blog-, pero ciñéndonos al tema que nos ocupa, el de la Inquisición, éste no es un invento moderno, ni tampoco es un invento propiamente español. Mucho tiempo antes de una Inquisición española, creada durante el reinado de los Reyes Católicos, existía ya, desde la Edad Media, una Inquisición papal, y de su terrible dureza, tanto o más que la española, son una imagen muy clarificadora las últimas escenas de la inolvidable película “El nombre de la rosa”, de Jean-Jacques Annaud, versión cinematográfica de la no menos conocida novela de Umberto Eco, que al mismo tiempo, refleja de una manera bastante fiel el ambiente, entre religioso y político, que se desarrolló en la Francia del siglo XIII con el asunto de los cátaros. Por otra parte, además, persecuciones religiosas ha habido siempre, en todas las civilizaciones, y aún las sigue habiendo en la actualidad, sobre todo, en algunas regiones del planeta.

En este sentido, también debemos tener en cuenta la escasez de estudios que tratan el tribunal  en su última etapa, la que abarca desde los últimos años del siglo XVIII y los primeros de la centuria siguiente, hasta la desaparición del propio tribunal durante el Trienio Constitucional. Y es que, aunque en ocasiones demasiado latente en medio de un debate intenso entre quienes estaban a favor del tribunal y quienes estaban en contra, la maquinaria propia de la institución siguió funcionando durante ese periodo, generando una abundante documentación que, por lo que se refiere al tribunal conquense -cuya jurisdicción abarcaba, como es sabido, además del propio obispado de Cuenca, el de Sigüenza y el priorato santiaguista de Uclés-, y como sucede también con otras etapas de su existencia, forma parte, todavía, de los fondos del Archivo Diocesano de Cuenca -en otros tribunales, esa documentación fue trasladada al Archivo Histórico Nacional-. Y es ésta, precisamente, la documentación que ha estudiado al detalle el profesor Dionisio A. Perona Tomás, profesor titular de Historia del Derecho en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Castilla-La Mancha, en su campus conquense. Fruto de esos estudios es el libro que ha sido publicado por la editorial Dykinson en dos volúmenes: “El ocaso de la Inquisición en Cuenca: evolución y personal” y “Procedimiento y procesos de la Inquisición de Cuenca en sus últimos años”.

El primer volumen de la serie, como ya se indica desde el subtítulo, está conformado a su vez por dos partes claramente diferenciadas. Por una parte, se estudia la evolución del tribunal desde las últimas décadas del siglo de la Ilustración, pasando por las diferentes vicisitudes a las que el tribunal se vio obligado a enfrentarse durante el primer liberalismo, el de las Cortes de Cádiz y la primera Constitución española, hasta su desaparición definitiva, durante el Trienio Constitucional. Se analiza esa evolución de manera cronológica, tanto en sus aspectos más generalistas como en lo que esos aspectos pudieron afectar al propio tribunal conquense. Y en segundo lugar, se analiza pormenorizadamente el organigrama propio del tribunal, es decir, quiénes eran los profesionales que formaban parte de éste, desde los propios inquisidores hasta los últimos escalones de la pirámide, como los médicos y los cirujanos, sin olvidar, tampoco, a aquellos que, sin depender orgánicamente de éste, colaboraban con la gran maquinaria inquisitorial: consultores, calificadores, comisarios, familiares y revisores.

Hay que destacar, en primer lugar y como no podía ser de otra forma, a los propios inquisidores. En el tribunal de Cuenca, normalmente, había dos o tres inquisidores, que se distribuían los procesos. Los inquisidores eran, por supuesto, miembros del sector eclesiástico, y usualmente eran miembros, además del cabildo o de la curia diocesana. En algunos casos compatibilizaban su cargo con el de provisor diocesano; es decir, eran quienes dirigían, también, el tribunal del obispo, y sustituían a éste en situación de sede vacante. Y junto a los inquisidores, los fiscales ejercían la labor de acusación a los reos. Al igual que los inquisidores, los fiscales eran también religiosos.

Pero existían también otros profesionales destacados, como los secretarios, que los había de distintos tipos, dependiendo de su categoría y de la labor que debían ejercer dentro del tribunal. Los secretarios podían ser religiosos o seglares; sólo era necesario que supieran de leyes. En algunas ocasiones, al mismo tiempo ejercían libremente de notarios, y muchas veces lo hacían también para el tribunal diocesano. Algunos de ellos formaban parte de las élites políticas y sociales de la ciudad, y en este sentido cabe destacar las figuras de Santiago Antelo y Coronel, y de Juan Ignacio Rodríguez de Fonseca. Ambos fueron regidores de Cuenca, y ocuparon cargos de importancia en diversas instituciones locales, antes y después de la instauración del régimen constitucional. Santiago Antelo, además, fue durante mucho tiempo uno de los cuatro notarios de la Audiencia Episcopal,  y su notaría sería traspasada después a otros miembros de la familia. Rodríguez de Fonseca, por su parte, fue  el primer presidente de la Diputación Provincial, una vez constituida ésta por el régimen liberal; durante la Guerra de la Independencia había sido hecho prisionero por los franceses y trasladado a una cárcel de Madrid, con el fin de intentar garantizar que la ciudad no se levantara en armas contra el invasor. Otra figura a destacar en el tribunal, en este sentido, fue Tomás Antonio Saiz, que compatibilizaba su cargo en la Inquisición con el de fiscal del tribunal diocesano.

Había también otros profesionales que, en todos los casos, eran seglares. Un ejemplo de ello era el de alcaide, quien, con la ayuda de un teniente, como persona a cuyo cargo estaba el propio edificio de la Inquisición, era el encargado de garantizar la seguridad de los presos; también era el encargado de su manutención, pero siempre a cargo de los propios presos, a partir de los bienes que anteriormente se les habían confiscado, y de lo cual había dejado constancia por escrito uno de los secretarios -estos secretarios no eran los mismos que redactaban las actas de los procesos-. También, entre los profesionales procedentes del mundo seglar, estaban los médicos y los cirujanos, encargados de atender tanto a los presos como a los propios miembros del tribunal, siempre que fuera necesaria su asistencia.

El segundo tomo del trabajo está dedicado al estudio de los procesos propiamente dichos. Estos procesos no se diferencian demasiado de los procesos incoados en otros periodos de existencia del tribunal, aunque la lógica de la cronología hiciera que algunos de esos tipos, que fueron característicos en sus primeras etapas, como los relacionados con el judaísmo, ya apenas tuvieran importancia. Otros sí eran los mismos: solicitación, proposiciones, blasfemia, tenencia de libros prohibidos… Y también surgieron algunos procesos nuevos, como los relacionados con el liberalismo y la masonería.

Finalmente, quiero hacer constar que este trabajo, de alguna manera, complementa mi tesis doctoral, que dediqué al otro tribunal eclesiástico de la diócesis, el Tribunal de Curia Diocesana, aproximadamente en este mismo periodo: el primer tercio del siglo XIX. Precisamente, hay que hacer constar que este libro ha sido dedicado por su autor al profesor José Antonio Escudero López, uno de los principales estudiosos españoles de Historia del Derecho y de las instituciones, y especialista, entre otros temas de investigación, en el estudio de la Inquisición. Él fue, precisamente, el presidente del tribunal que aprobó, con sobresaliente cum laude, la mencionada tesis doctoral. Por uno y otro motivo, tengo que reconocer que la lectura del texto me ha parecido apasionante, más allá del verdadero interés que el tema tienen para todos aquellos que puedan estar interesados en la historia de la Inquisición, o en la historia de Cuenca en general.


viernes, 19 de julio de 2024

DOS LIBROS DE ALMUDENA SERRANO SOBRE LA HISTORIA DEL ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE CUENCA Y SOBRE LA REAL CASA DE SANTIAGO DE UCLÉS

 No es ésta la primera vez que utilizo este blog para comentar un libro de reciente publicación sobre algún aspecto relacionado con la historia de Cuenca, pero sí puede ser la primera vez que esas novedades editoriales vienen por duplicado, sobre todo sí, como es el caso, se trata de dos libros escritos por la misma autora, de enorme interés ambos. Se trata de dos estudios de María de la Almudena Serrano Mota, quien, a su formación académica como licenciada en Geografía e Historia, especialidad en Historia Moderna, se le une su amplia experiencia profesional como técnica de archivos, desde hace ya más de treinta y cinco años, especialmente desde su larga trayectoria como directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, labor que lleva desempeñando desde 1997. Precisamente a su lugar de trabajo, el edificio que desde hace ya algunos años es sede de este archivo, le dedica la primera de sus monografías, bajo el título siguiente: “Archivo Histórico de Cuenca. Mil años de Historia: castillo, inquisición, cuartel y cárcel”. Y este libro es claramente definitorio de cuál es uno de los principales focos de interés en las investigaciones de la autora; el segundo, “La desamortización de la Real Casa de Santiago de Uclés (Cuenca)”, no lo es menos. Y los dos textos tienen, además, otra cosa en común: la editorial que ha prestado el sello para su publicación, la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, lo cual es también muestra del rigor histórico y científico, y del interés histórico con el que cuentan ambos textos.

Respecto al primero de los textos citados, la autora analiza pormenorizadamente los diferentes usos que el edificio ha tenido a lo largo de los siglos; o del solar en el que el edificio se encuentra, puesto que, en realidad, el castillo árabe y medieval desapareció casi por completo durante el reinado de los Reyes Católicos, hasta el punto de que tuvo que ser construido prácticamente de nueva planta en las últimas décadas del siglo XVI, cuando Felipe II hizo donación de él para construir la sede del tribunal conquense de la Inquisición. No obstante, de su prehistoria como castillo árabe quedan todavía algunos elementos, empotrados sobre todo en los lienzos cercanos de la muralla. También, de su etapa como castillo cristiano quedan algunas marcas de cantero. Pese a todo, en el siglo XVI, cuando el pintor flamenco Anton van den Wyngaerde pintó su famosa vista de Cuenca, del castillo sólo quedaban unos pocos lienzos.

Así, el lugar que ocupaba el castillo medieval era sólo un solar cuando Felipe II, su virtual propietario, decidió donarlo para construir sobre él la nueva sede del tribunal de la Inquisición que, con un ámbito de actuación correspondiente a los obispados de Sigüenza y Cuenca y el priorato santiaguista de Uclés, se había instalado en la ciudad cien años antes. Debía sustituir, por tanto, a la antigua sede, instalada en las dependencias del palacio episcopal que le habían prestado los exentos prelados de finales del siglo XV y principios de la centuria siguiente. Fue, como todos sabemos, la etapa más larga del edificio, que llegó hasta la desaparición del propio tribunal, ya en el siglo XIX. Los últimos años del tribunal en la ciudad del Júcar fueron, también, para el edificio, bastante trágicos, al haber sido nuevamente destruido en buena parte de su perímetro por las tropas francesas, que lo volvieron a dinamitar cuando éstas se vieron obligadas a abandonar la ciudad, en los últimos meses de la guerra. Esas mismas tropas napoleónicas habían transformado el edificio en cuartel, donde alojar una parte del ejército invasor.

Desaparecida la Inquisición, había que buscar nuevo destino al edificio, un destino que tardaría aún varias décadas en llegar: a finales del siglo XIX se trasladaría a este lugar la nueva cárcel provincial, que en Cuenca, como en otras provincias, debía sustituir a las viejas cárceles de distrito. La autora nos describe todas las vicisitudes a las que tuvieron que hacer frente las autoridades de la época, a la hora de sustituir la vieja cárcel de partido conquense, en la Casa del Corregidor, en una más “moderna” cárcel provincial, más en consonancia con lo que la política penitenciaria del momento requería. En este sentido, es de especial interés los estudios previos que, hacia el año 1881, se llevaron a cabo para construir una cárcel de nueva planta en la zona de la Ventilla, “en los terrenos que ocupa la manzana de casas al este de la Glorieta. La zona a la que el escrito hace referencia, hay que recordarlo, se encontraba en la zona lógica de crecimiento de la ciudad, en dirección a la carretera de Valencia, como así se hizo, y además, muy cerca de la única área de esparcimiento de los conquenses de finales del siglo XIX, lo que había sido hasta muy poco tiempo antes el Campo de San Francisco, y que por esas mismas fechas se iba a convertir en los jardines propios de la Diputación Provincial, cuyo uso, en aquella época, estaba abierta a todos los habitantes de la ciudad. Sirvan estas líneas, por lo tanto, para reflexionar en lo que hubiera significado para Cuenca que el proyecto se hubiera convertido en realidad.

Con toda razón, la decisión de instalar aquí el nuevo centro penitenciario nunca llegó a ser una realidad, aunque no por ello se pueda decir que fuera más positiva la decisión, que sí se llevó a cabo, de instalar la nueva cárcel en el viejo edificio de la Inquisición. El caso es que, desde los últimos años del siglo XIX, y hasta la década de los años sesenta del siglo pasado, fueron decenas los conquenses que, privados de libertad por un asunto u otro, pasaron a residir por un tiempo en este viejo edificio, al que se le incorporó la vieja garita que todavía puede verse en algunas viejas fotografías, y que fue eliminada una vez cerrada la cárcel.

Y pasado ese tiempo, y edificado un nuevo centro penitenciario, mucho más moderno, a las afueras de la ciudad, en la carretera de Madrid, el edificio volvería a ser abandonado durante algún tiempo. Varios fueron los proyectos que se realizaron entonces para el aprovechamiento del mismo, sobre todo la creación de un parador nacional, que sería instalado en el viejo convento de San Pablo, al otro lado de la hoz del Huécar. Finalmente, se decidiría instalar aquí el Archivo Histórico Provincial de Cuenca, que había sido creado, como sus hermanos del resto de las provincial del país, a partir del viejo Archivo de Hacienda, y de otros diferentes archivos de la administración periférica del Estado, junto a la abundante documentación notarial, que todavía no tenía una sede oficial. Se terminaba así una etapa difícil, en la que el Archivo Provincial había tenido que compartir tanto su sede como parte de sus profesionales, con la Casa de Cultura de Cuenca, hoy Biblioteca Pública Fermín Caballero.

 

El segundo libro de Almudena Serrano, ya lo hemos dicho, está dedicado a la Real Casa de Santiago de Uclés. No se trata, en realidad, de una historia de la orden de Santiago, que aquí tenía su sede; ni siquiera es, como el otro texto, una historia del edificio propiamente dicho. Un edificio que fuera sede principal de esta orden de caballería, desde poco tiempo después de la fundación de la orden, allá por el lejano siglo XII -desde que fuera donado, en 1174, por el rey Alfonso VIII a la orden, para convertirlo en caput ordinis, cabeza de la orden-. Se trata, en realidad, de un acercamiento a las vicisitudes a las que tanto la orden como el propio edificio, y también el resto de propiedades de los caballeros santiaguistas, tuvieron que enfrentarse debido  a las políticas desamortizadoras de los gobiernos liberales del siglo XIX.

El libro, así, se divide en tres partes principales. En la primera se estudia el conjunto de la legislación desamortizadora de los diferentes gobiernos liberales, una legislación a la que, en realidad, se da inicio ya, tímidamente, durante el reinado de Carlos IV, si bien sería a partir de 1836 cuando la desamortización terminaría por convertirse en un fenómeno ya irreversible. Es importante, sobre todo, los diferentes inventarios de bienes que fueron realizados en ésta época, de cara a su posterior venta y subasta, y cierto conflicto de jurisdicción generada entre las intendencias de Cuenca y Ocaña, un conflicto que generó una importante correspondencia que nos ayuda a comprender mejor este periodo.

Los siguientes capítulos del libro se dedican a estudiar, respectivamente, las vicisitudes por las que pasaron el riquísimo archivo y biblioteca que existían en el convento, y que en parte fueron a aumentar los fondos del Seminario Conciliar de San Julián, fondos que en los siglos anteriores habían atraído la atención de algunos de los más ilustres bibliófilos, como Ambrosio de Morales o el abate conquense Lorenzo Hervás y Panduro, y la venta y subasta de algunos de los bienes más importantes de que disponían los caballeros y frailes santiaguistas, tanto en Uclés como en los pueblos cercanos. Finalmente, otros capítulos, bastante menos extensos, se dedican a realizar un acercamiento a otros aspectos, como los relativos a los religiosos exclaustrados, o a las vicisitudes por las que a partir de este momento tuvo que pasar el propio edificio a partir de este momento. También realiza la autora un análisis de lo que supuso para el amplio territorio que ocupaba la jurisdicción de la orden, y que se extendía desde el sur de esa parte de la provincia de Cuenca hasta algunos pueblos de las provincias de Toledo y Ciudad Real -también, de manera indirecta, a otras provincias más lejanas-. La aplicación del concordato de 1851, y la creación del nuevo obispado de las órdenes, con sede en Ciudad Real, que debería acoger los territorios de las antiguas órdenes suprimidas.

Un libro bastante interesante, también, para comprender mejor como se llevó a cabo la desamortización en el edificio y la orden, que cuenta, además, con un amplio apéndice, en el que se transcribe el inventario de los documentos con los que contaba el archivo del convento, realizado en 1821, y que da idea de su ya comentada riqueza.

viernes, 5 de julio de 2024

LOS CAMINOS DE CERVANTES Y LA RUTA DEL QUIJOTE, SEGÚN LA VERSIÓN DE JESÚS FUERO ESPEJO

 Hace ya algo más de dos años, fruto de una inolvidable visita que, durante todo un fin de semana, realizamos a la institucional y oficial Ruta de Don Quijote que la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha trazó, con mayor o menor acierto en lo histórico pero sin duda con un completo éxito en el aspecto puramente publicitario, yo mismo escribí una entrada en este mismo blog (ver “Un lugar, o dos, del que Cervantes no quiso acordarse… y algunas cosas más”, 6 de mayo de 2022). Sin embargo, basta con leer el último libro de uno de los más recientes especialistas en la vida y la obra de Miguel de Cervantes, y sobre todo en su obra más conocida, la historia de Don Quijote de la Mancha y de su fiel escudero, Sancho Panza, para darse uno cuenta de hasta qué punto las cosas no tienen por qué ser como parecen, sobre todo cuando hay por medio determinados intereses políticos -la figura de Don Quijote, no conviene olvidarlo, tiene un claro interés turístico, como ha sido puesto de manifiesto a partir de la ruta turística mencionada, una ruta que, por otra parte, cuenta con abundantes errores de concepto, junto a, también hay que decirlo, algunos aciertos. Por otra parte, tampoco debe dejarse de lado, una vez más, la situación de subordinación que Cuenca sigue manteniendo en lo que respecta al conjunto de intereses regionales, tal y como ha sido puesto de manifiesto en la eliminación total de nuestra provincia a la hora de trazar dichas rutas turísticas.

Desde luego, no es ésta la primera incursión de este joven investigador en el tema de Cervantes y el Quijote, pero sí su trabajo más elaborado, al tiempo que más polémico. En efecto, en sus dos libros anteriores “De Cervantes desde Astrana” (2014) y “De la familia de Cervantes y sus amantes” (2015), ya nos adelantaba algunas de sus afirmaciones más controvertidas, aunque es en este último texto, “Los caminos de Cervantes, don Quijote y Sancho en su tercera salida: con los lugares que recorrieron por el norte de la provincia de Cuenca”, tal y como se afirma ya desde el mismo título, donde pone las cartas sobre la mesa, y desarrolla toda su teoría, según la cual es la provincia de Cuenca, y sobre todo el noreste de la provincia, allí donde tienden a confluir los paisajes serranos y alcarreños, donde se desarrolla prácticamente la totalidad de la segunda parte del Quijote.

A este respecto, recojo las palabras del propio autor, extraídas del prólogo, que vienen a decir los motivos que le indujo a escribir este texto: “Mi encuentro con Cervantes ha sido fortuito, pues cuando me encontré con él me hallaba investigando otros asuntos de la tierra de Cuenca, en concreto de la parte norte de la provincia. Supe enseguida de la importancia del hecho, y de lo poco que se sabía sobre su estancia en esta tierra, y casi sin darme cuenta me embarqué en una nueva aventura que ya dura más de veinte años, y que es continuación de otras investigaciones anteriores que, aunque he dejado de lado momentáneamente, han sido necesarias para situar a Cervantes y los personajes de la tercera salida en un entorno que me era conocido. Si no juzgara sinceramente que puedo aportar algo novedoso, créanme que no hubiera seguido, pero creo que las cosas que se me han ido revelando merecen ser compartidas, y no sólo eso, difundidas. Éste es el tercer libro en solitario que dedico a Cervantes, y el más importante, siendo quizás el único que deseaba escribir cuando, sin darme cuenta, inicié mis investigaciones.”  

El libro de Jesús Fuero, como el propio libro de Miguel de Cervantes, consta de dos partes, dos tomos bien estructurados, a través de los cuales el autor, a través de un formato bastante interesante y original, el de pregunta-respuesta, intenta encontrar una solución lógica a los muchos interrogantes y enigmas que el tradicional lector de la inmortal novela ha podido hacerse a través de los tiempos. Son preguntas que tienen que ver con algunos temas que son claves para comprender mejor la historia del genial hidalgo, “el más genial caballero que han dado los siglos”, y que se refieren, sobre todo, a la tercera de sus salidas, la que le va a llevar desde su aldea natal, de la que luego hablaremos, hasta Barcelona, y de regreso, otra vez, a “ese lugar de la Mancha” del que el escritor de Alcalá de Henares nunca quiso acordarse. Porque, aunque en algunas ocasiones también se adentra en la geografía de sus dos primeras salidas, a Jesús le interesa, principalmente, aquella geografía alcarreña, y sobre todo serrana, que tanto tiene que ver con sus propias raíces -Jesús, no lo olvidemos, es de Cañizares-, y que tanto fue olvidada por las instituciones conquenses y regionales durante los fastos con los que se celebraron los últimos centenarios.

A este respect0, tal y como señala el autor, para comprender mejor el espacio geográfico en el que se mueve el protagonista de la inmortal novela, hay que intentar comprender a qué Mancha es a la que se refería realmente Cervantes. En este sentido, y tal como Fuero demuestra, la Mancha del siglo XVI no es, o no lo es sólo esa, la actual comarca -tan difícil de delimitar, por otra parte-, que actualmente conocemos. Y de la misma forma, también, intentar delimitar qué hay de ficción y que hay de realidad en la obra de Cervantes, qué aspectos de la vida del genial escritor -llamarlo simplemente novelista, a pesar de la definición del Quijote como la primera novela moderna, sería un ejercicio de simplismo: de todos es conocido sus geniales poemas, algunos de ellos insertados en el propio Quijote, o sus obras de teatro, comedias y, sobre todo, entremeses-. En este sentido, y a pesar de lo que una vez escribí en la citada entrada del blog, llevado de la mano de un apasionante recorrido por la ruta oficial del Quijote, quizá no tan próxima a la realidad como algunos quisieran, quizá tenga razón Jesús Fuero cuando afirma que el famoso lugar del que Cervantes no quiso acordarse no hubiera existido nunca, que quizá sólo fuera un recurso genial del escritor alcalaíno; aunque, tal vez, como él mismo también afirma, ese lugar fuera el pueblo actual de Mota del Cuervo, tan céntrico en el camino entre Cuenca y las provincias de Toledo y Ciudad Real, o Tarancón, de donde era originario, recordémoslo, Francisco Suarez Gasco, la misma persona que denunció al propio Cervantes, y por cuyo motivo el autor fue encerrado en la cárcel de Sevilla, lugar en el que, por otra parte, empezó a escribir la primera parte del Quijote. ¿Qué mejor motivo podría tener el de Alcalá de Henares, para olvidar el nombre de la patria chica del caballero, que ser el mismo del que era originario quién fue el causante de su desgracia? Desde luego, tanto Mota como Tarancón tienen más motivos para pensar que son la verdadera patria de Cervantes que Argamasilla de Alba.

No se trata aquí de destripar la totalidad de las aportaciones que, en este sentido, realiza nuestro investigador, aportaciones que, si bien pueden sorprender al lector que sólo sabe de Cervantes y de su obra más importante aquello que, de manera oficial u oficiosa, le han contado, no está exenta de una cierta lógica; y sobre todo si tenemos en cuenta que el camino natural para ir desde un lugar a otro sea el más corto, más allá de algún rodeo que se deba dar a la hora de intentar salvar algunos obstáculos de cierta dificultad. No sería lógico, desde luego, si queremos llegar desde el centro de la península hasta la septentrional Barcelona, sería dar un enorme rodeo por tierras de la alta Andalucía, sobre todo si para entonces ya existe un camino real entre esta última ciudad y la villa y corte, un camino que, desde tierras madrileñas, se adentraba, a través de Tarancón, por la sierra de Cuenca, desde donde, a través de Guadalajara, se adentraba por los caminos de Aragón y Cataluña. Además, tal y como afirma Jesús, los paisajes que se describen en esta segunda parte no son puramente manchegos; no hay ya bastas llanuras, sino agrestes valles llenos de riachuelos cristalinos.

Dicho esto, sí quiero mencionar algunos de los aspectos más destacados en este sentido, a los cuales dedica el autor sendos capítulos. En la entrada citada mencionaba la existencia de cierta casa en Villanueva de los Infantes que la publicística turística menciona como la casa del Caballero del Verde Gabán; sin embargo, las casualidades, que en historia no suelen existir me inducen a pensar que Jesús puede tener razón, y que el verdadero Diego de Miranda, el histórico personaje que se esconde detrás de la ficción, no sea otro que el noveno conde de Priego, Pedro Carrillo de Mendoza, quien, además de ser amigo personal del propio Cervantes, era hijo y hermano, respectivamente, del séptimo y octavo conde, Fernando y Luis Carrillo de Mendoza, quienes, por otra parte, habían combatido con el escritor en la batalla de Lepanto. De esta forma, la famosa casa que aparece en la genial novela no es otra que el propio palacio de los condes, un hermoso palacio renacentista que, aunque en parte amputado como el propio escritor alcalaíno, es en la actualidad el ayuntamiento de Priego.

No es éste el único caso que debemos citar. De la misma manera, la propia ínsula Barataria, que particularmente ha sido identificada con diversas islas en el curso del río Ebro, debe ser identificado con un lugar que tanto Jesús como el propio Cervantes conocen bien: la Herrería de Santa Cristina. Se trata éste de una pequeña población o casi despoblado, que el escritor visitó en varias ocasiones al final de su vida por el hecho de que Luis de Molina, el amante de su hija Isabel, había arrendado. Fue éste, precisamente, el motivo por el que Cervantes conocía muy bien toda la comarca serrana, llegando incluso a vivir durante algún tiempo, muy probablemente, en la vecina Cañizares, precisamente en aquellos años en los que el autor está escribiendo la segunda parte de su inmortal obra. En ella, por ejemplo, se sitúa quizá la aventura famosa de las bodas de Camacho, y hasta cita Jesús Fuero cierta anécdota histórica, de la que existe además cierta evidencia documental, en la que el autor pudo inspirarse. Muy cerca de Cañizares, entre Vadillos y Beteta, en la real Cueva de la Sierpe, sitúa el autor la fantástica cueva de Montesinos, que no podía ser la que, cerca de las lagunas de Ruidera, recibe actualmente este nombre, y que no es más que una sima de muy estrecha abertura, muy contraria a lo que Cervantes describe en la novela. Y también en Beteta y en la misma Carrascosa de la Sierra, en  cuyo término municipal se encuentra la citada herrería de Luis de Molina, sitúa Jesús Fuero los pueblos enfrentados en la también famosa aventura del rebuzno.

Se podrían citar otros muchos paralelismos entre la comarca serrana y los paisajes cervantinos, sobre todo en esta tercera salida, paralelismos que invito al lector de esta entrada a seguir descubriendo por sí mismo a lo largo de la lectura de la obra de Fuero. Sí quiero dejar constancia, para ir terminando, de cuál es la verdadera personalidad del ignoto Alonso Fernández de Avellaneda, el autor del llamado Quijote apócrifo, que muchos cervantistas, esta vez con razón, tienden a identificar con un antiguo compañero de armas de Miguel de Cervantes en la batalla de Lepanto, el aragonés Jerónimo de Pasamonte. Recojo, a continuación, lo que a este respecto ya escribía en la entrada del blog citada: “Mucho es lo que se ha escrito sobre el personaje real que se encuentra detrás de éste Avellaneda, que sólo es un seudónimo, y entre ellos cierto Jerónimo de Pasamonte, un soldado aragonés que había combatido con Cervantes en la batalla de Lepanto, y que fue autor de un manuscrito biográfico en el que se atribuía algunas acciones de guerra que en realidad correspondían al propio Cervantes. El escritor de Alcalá de Henares se vengaría de éste, convirtiéndolo en uno de los personajes más absurdos de su novela, el galeote Ginés de Pasamonte, y éste, a su vez, se vengaría más tarde de Cervantes, robándole su personaje, y escribiendo una segunda parte apócrifa de la obra, una segunda parte que, por cierto, y como todos sabemos, nunca fue del gusto de Cervantes. Según algunos autores, éste conoció ya ese texto apócrifo incluso antes de que hubiera sido publicado, a través de una versión manuscrita, pues una lectura detallada de su propia segunda parte parece indicar que los primeros capítulos ya habían sido escritos antes de que el texto de Avellaneda hubiera aparecido en prensa.” Es también por este motivo, dice de nuevo Fuero, por lo que Don Quijote decide obviar la ciudad de Zaragoza en su camino hacia Barcelona.

Para finalizar, quiero invitar a las autoridades de estos pueblos de la sierra conquense (Priego, cañizares, Carrascosa,…) , así como también a las autoridades provinciales y regionales, para que, sin más dilación, incorporen estos parajes a las rutas quijotescas, de las cuales, ya no cabe dudar de ello, también forman parte. Esta incorporación sería un buen punto de partida para fomentar el desarrollo turístico de toda la comarca, tan afectada por todo esto a lo que ha venido a llamarse la España vaciada, y para comprender hasta qué punto el hecho puede ser importante, sólo hay que tener en cuenta lo que la ruta manchega, con mayor o menor razón, como se ha dicho, ha supuesto ya para todos los pueblos involucrados en ella.