En un mundo donde empezaban a
desarrollarse las ideologías de cariz izquierdista, como el socialismo y el
anarquismo, que buscaban las mejores sociales entre los trabajadores y el
pueblo en general, el asociacionismo católico fue impulsado por la doctrina
social de la Iglesia, desarrollada en diferentes documentos papales ya desde la
segunda mitad del siglo XIX. Entre estos textos, habría que destacar la
encíclica “Rerum Novarum “, en la que, ya en 1891, el papa León XIII sentó las
bases de la doctrina social de la Iglesia, defendiendo el derecho de los
trabajadores para organizarse profesional y socialmente. Más tarde, en 1931, Pío
XI profundizó en la doctrina social, y abordó el peligro de los totalitarismos
en la encíclica titulada “Quadragesimo Anno”. Ya más tardíamente, en
1961, Juan XXIII, el mismo papa que promulgaría el concilio Vaticano I, aunque su
fallecimiento le impidió llegar a verlo convertido en una realidad, reafirmó la
importancia de las asociaciones católicas en la justicia social, en la
encíclica “Mater et Magistra”.
Dicho esto, Bélgica fue uno de los
centros clave del asociacionismo católico en este periodo de entresiglos, y
sobre todo durante toda la primera mitad del siglo XX. A comienzos de dicha
centuria, el religioso belga Monseñor Joseph Cardjin (1882-1967), firmemente
comprometido con el compromiso social de la Iglesia católica, en un mundo cada
vez más proletarizado, fundó en 1920 la Acción Católica, y cinco años más
tarde, en 1925, la Juventud Obrera Católica (JOC), que tuvo una enorme
influencia en la formación de los jóvenes trabajadores dentro de la fe católica
y la acción social. El religioso belga promovió la metodología del "Ver,
Juzgar, Actuar", que se convirtió en un principio fundamental de la
doctrina social de la Iglesia. Monseñor Cardjin estuvo al frente, como
consiliario general de su asociación, hasta 1965, fecha en la que dimitió
debido a su avanzada edad. Ese mismo año, en el mes de febrero, y sólo una
semana después de haber sido consagrado obispo, el papa Pablo VI, sucesor de
Juan XXIII, le recompensó con la púrpura cardenalicia, con el título de
cardenal diácono de San Miguel Arcángel. Ese mismo año, también, en el mes de
diciembre, el mismo pontífice declararía clausurado el concilio Vaticano II.
Dos años más tarde, el 24 de julio de 1967, el fundador de las JOC fallecía en
un hospital de Lovaina, siendo enterrado
en la iglesia de Nuestra Señora de Laeken, una iglesia que fue mandada
construir por el rey Leopoldo I para convertirla en panteón real de su
dinastía. Su labor llegó a ser tan importante, que influyó en la redacción de algunas
de las encíclicas papales, como ”Quadragesimo Anno”, firmada en 1931 por Pío XI,
y también fue considerable su influencia en otros países europeos,
principalmente en los dos países ibéricos, España y Portugal.
De esta forma, el nuevo catolicismo belga influyó de forma importante en el asociacionismo católico tanto en España como en Portugal, y esto es, precisamente, lo que ha venido a estudiar Ángel Luis López Villaverde, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha en su campus conquense, en su último libro: “En Cristo obrero. La conexión con el catolicismo social portugués y español durante las dictaduras salazarista y franquista”. El mismo autor ha explicado la importancia que la jerarquía católica quiso dar al asociacionismo de tipo católico en este momento:
“En una Europa marcada por un
avanzado proceso de secularización, la respuesta católica al retroceso de la
sociedad de cristiandad, pasó de la reacción contrarrevolucionaria de Pío IX
(1846-1878), del rechazo al liberalismo y a los errores modernos, a la
estrategia posibilista de León XIII (1878-1903), que se dispuso a poner freno a
la descristianización de las masas trabajadoras y a prevenir la amenaza
socialista, compitiendo con la movilización obrerista desde sus propios
parámetros. Su encíclica Inmortale Dei (1881), sobre la constitución cristiana
del Estado y el compromiso social y político ciudadano, desbrozó el camino.
Aunque el paradigma lo fijaría otra encíclioca, Rerum Novarum (15 de mayo de
1991), dedicada a la situación de los obreros. Con este texto, antiliberal y
antimarxista, dedicado a restaurar la cristiandad y a servir de contrapeso a la
política anticlerical, nació la doctrina social de la Iglesia, el cristianismo
social. Supuso también el fin de la
nostalgia precapitalista y de la utopía romántica del catolicismo social de
década anteriores, para situarlo, con realismo, en un terreno equivalente y
herramientas similares al del socialismo. La doctrina de León XIII aceptaba los
valores seculares y liberales como mal menor, incluida la propiedad privada, y
proponía la doctrina social de la Iglesia como campo de batalla. Una
restauración social que implicaba la movilización, organizada, de los laicos,
como soldados de la recristianización, y bajo el control de la jerarquía, lo
que se conoció, indistintamente, como movimiento católico y como acción
católica”.
Y más adelante continúa: “Su
propuesta situaba a los seglares al frente de una suerte de ejército misionero
que integrara los diversos movimientos católicos existentes e interviniera en
su medio social. Para ello, la nueva AC [Acción Católica] debía contar con una
estructura jerárquica, coordinada por ramas especializadas (por sexo, edad y
medio social), con autonomía de pensamiento y acción. A partir de ahí, sus
objetivos se concretaban a dos niveles, una formación integral de sus miembros
a la vez que una acción con incidencia social, tanto en el plano familiar como
en la vida pública, Con esta línea de apostolado, la organización se fue
institucionalizando en los países de tradición católica (1923 en Italia; 1925
en Polonia; 1926 en España; 1927 en Yugoslavia
y Checoeslovaquia; 1928 en Austria; 1933 en Portugal) Y encontró expresión
simbólica en la fiesta de Cristo Rey, instituida en 1925, para significar la
realeza de Cristo, según el ideal de una nueva cristiandad, teorizado por
Jacques Maritain, como renovada necesidad del primado de lo espiritual sobre lo
temporal. En paralelo a ese proyecto
pastoral, se fijó una concepción teológica de la AC como participación de los laicos en el apostolado jerárquico de
la Iglesia, pues sólo ellos podían llegar a zonas donde los clérigos no lo
hacían. En definitiva, la experiencia de la Acción Católica contribuía al reconocimiento del pleno valor de
apostolado de los laicos, que no se limitaba a una acción temporal, al expresar
una espiritualidad y representar una conquista interior y exterior. Siempre
bajo la dependencia del clero. Una reconquista cristiana que continuó con Pío
XII. En su visión utópica y casi mesiánica se sobreentiende que el principal
adversario ideológico era el comunismo. De modo que el anticomunismo se
convirtió en el principal foco movilizador social y religioso hasta los años
sesenta.”
Después de la Segunda Guerra Mundial, y en el contexto de la Guerra Fría, también debe ser tenido en cuenta el papel jugado tanto por la Acción Católica como por las Juventudes Obreras Católicas, en la lucha contra el comunismo: “En 1951, monseñor Cardjin viajó a Estados Unidos. Fundaciones como la Ford, la Carnegie, y, sobre todo, la Rockefeller, eran consideradas las mejores formas de financiación encubiertas, pues suponían buenas tapaderas para encubrir fondos gubernamentales con los que financiar actividades anticomunista. Se esperaba de los individuos e instituciones subvencionadas por la CIA, que actuasen como parte de la campaña de persuasión y propaganda de la guerra fría cultural.” En aquel contexto, en la década de los años cincuenta, en el seno del Primer Congreso Mundial de la JOC y del Manifiesto de Roma, firmado en 1957, nacía oficialmente la JOCI (Juventud Obrera Católica Internacional).
Sin embargo, la celebración del
concilio Vaticano II en la década siguiente, significaron una etapa de crisis
para la JOCI: “Los años postconciliares fueron tiempos difíciles para la JOC
como organización internacional. La JOCI entró en crisis, planteándose en su
seno el proyecto de una secularización radical como alternativa al movimiento
obrero, lo que provocó tensiones que estallaron en 1986, con el nacimiento de
la CIJOC (Coordinadora Internacional de las JOC), que pretendía restablecer los
objetivos originales, desde Una perspectiva evangelizadora y sin pretender ser
alternativa al sindicato.”
El catolicismo en España y en Portugal tuvo algunos aspectos
en común, pero también muchos aspectos diferentes. En Portugal, el
catolicismo tenía un peso muy importante, representado por las figuras de
Antonio Oliveira Salazar, en lo político, y de Manuel Gonçalves Cerejeira, en
lo religioso. El primero ya había ocupado alguna cartera ministerial en la
etapa de la Dictadura Nacional, y en 1933 se convertiría en el líder del
llamado Estado Novo. Por su parte, el segundo sería patriarca de Lisboa durante
casi cincuenta años, entre 1929 y 1977. Amigos ambos en su juventud desde sus tiempos
de estudiantes en la Universidad de Coimbra, las relaciones entre la Iglesia y
el Estado en el país vecino durante el Estado Novo fueron estrechas. La Iglesia
desempeñó un papel importante en la legitimación del régimen. Por su parte, el
régimen utilizó a la religión como herramienta de propaganda y de control
social, fomentando la moral católica y la educación religiosa en las escuelas.
No obstante también hubo tensiones, como el asunto del exilio forzado del
obispo de Oporto, Antonio Ferreira, considerado el más liberal de todos los
obispos portugueses. En este contexto, ya desde los últimos años de la década
de los años sesenta y, sobre todo, durante la década siguiente, algunos grupos
de católicos progresistas colaboraron activamente en la caída del régimen, que
culminó en 1974 con la Revolución de los Claveles.
Así las cosas, la influencia del asociacionismo católico de
carácter laico en el conjunto de la sociedad portuguesa vino dada por varias
organizaciones, entre las que cabe destacar la Acçao Catolica Portuguesa (ACP).
Aunque su nacimiento oficial no se produciría hasta finales 1933, su origen
puede remontarse hasta el mes de abril del año anterior, por influencia directa
del asociacionismo católico belga: “Sus grandes animadores -afirma el doctor
López Villaverde- fueron el padre Buenaventura Alves de Almeida y unos jóvenes
curas portugueses que estudiaban en la
Escuela de Ciencias Político-Sociales de la Universidad de Lovaina en el curso
1930-31, los llamados padres de Lovaina, que desarrollaron fuertes
preocupaciones y admiración de la experiencia obrera católica belga. Se trata
de los sacerdotes Manuel Rocha y Abel Varzim, que enviaban desde Bélgica
artículos a medios católicos portugueses… mostrando su admiración por la vasta
obra realizada en favor de la clase obrera belga por la CSC, la LNTC/ACW y la
JOC/KAJ, y el contraste con la acción social católica en Portugal”.
Y más tarde, el autor del libro profundiza más en la
cuestión: “Oliveira -se refiere a Erneto Serra de Oliveira, arzobispo de
Mitilene, verdadero impulsor de la ACP- se había ido reuniendo con diferentes
sensibilidades eclesiásticas. Especial interés mostraron los padres de Lovaina,
Manuel Rocha y Abel Varzim, a quienes invitó a que elaboraran un proyecto de
Acción católica en Portugal. Estos pusieron su mirada en el país en el que se
habían formado académicamente. La experiencia belga resultaría decisiva en el
lanzamiento de la ACP, con la presencia de Joseph Cardjin en los trabajos
preparativos de la nueva organización de apostolado.”
Por lo que se refiere a España, el enfrentamiento entre
liberales y absolutistas, que caracterizó a todo el siglo XIX, había colocado a
muchos eclesiásticos cerca de los postulados carlistas, si bien también es
cierto que otros muchos religiosos, sin embargo, se colocaron dentro del régimen liberal. La
llegada de la Restauración, que puso fin al llamado Sexenio Revolucionario y a
la Tercera Guerra Carlista, dividió a los católicos en diferentes grupos de
opinión, desde los propios carlistas hasta los conservadores liberales, más
partidarios de la separación entre Iglesia y Estado. Paralelamente a ello, los
anticlericales, que hundían sus raíces en el liberalismo decimonónico más
exaltado, representados sobre todo por los socialistas y los anarquistas, si
bien, todavía, seguían siendo minoritarios en el conjunto de la sociedad,
llegaron a alcanzar, a caballo entre los siglos XIX y XX, una fuerte
implantación, sobre todo en la sociedad urbana. Y como no podía ser de otra
forma, durante la crisis de la Restauración, que supuso la llegada al poder de
Miguel Primo de Rivera, los católicos se pusieron masivamente de parte del
dictador. Así las cosas, la crisis y el enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado
llegó a alcanzar cotas elevadas durante la Segunda República, iniciándose los
ataques contra la primera desde el mismo momento de instaurarse la República,
tal y como lo demuestran los repetidos incendios de templos que se dieron en
algunas ciudades andaluzas. Sin embargo, ni durante la República, ni en los
tiempos de la dictadura franquista, la Iglesia fue tan monolítica como se ha
querido ver en muchas ocasiones. Por el contrario, no fueron escasos los laicos
y los eclesiásticos, incluso algunos obispos entre ellos, que no dudaron en
enfrentarse al gobierno, especialmente a partir de los años sesenta.
En España, por su parte, el asociacionismo sindicalista de
carácter católico también se encontraba dividido, lo que provocó una crisis,
que se dejó notar entre la comunidad de los creyentes principalmente a partir
de los años sesenta: “La crisis de la ACE [Acción Católica Española] tuvo
especial incidencia en los movimientos especializados obreros. El 22 y 23 de
abril de 1967, tanto la JOC [Juventud Obrera Católica] como la HOAC [Hermandad
Obrera de Acción Católica] enviaron sendos comunicados a la CEE [Conferencia
Episcopal Española] revalorizando sus aportaciones a la evangelización de los
jóvenes y adultos obreros, así como los resultados de su acción, pidiendo, en
el caso de la JOC. Comprensión a su
misión, y mostrando explícitamente la HOAC su decepción ante unos momentos
<<tan trágicos para nosotros>>. Unos días después, del 4 al 7 de
mayo, en la celebración del I Congreso Nacional del Apostolado Seglar, no
asistió ningún representante de los movimientos obreros ni de juventud, por su
disconformidad con la organización y la mentalidad conservadora de los
asistentes, la mayoría eclesiásticos. La correspondencia mantenida entre el
presidente nacional de la JOC, Enrique del Río, y el presidente de la CEE,
reiteraba la tensión entre una organización que pedía mayor autonomía para
realizar su fin apostólico dentro de la juventud trabajadora, y los reproches
de la jerarquía para que mantuviera su obediencia y evitar la ruptura. Dos
meses después, el 23 de julio de 1967, Cadjin murió. En junio de 1968, la JOC
internacional pidió al presidente de la CEE un estatuto propio, aprobado en el
Consejo Nacional de Segovia, y apoyado por la JOCI [Jeunesse Ouvriere
Catholique Internationale]. En febrero de 1970 llegó la resolución: la CEAS [Comisión
Episcopal del Apostolado Seglar] dispensaba temporalmente a la HOAC masculina y
a la HOC y JOCF de su vinculación estatutaria a los órganos centrales de la
ACE, aunque mantenían su vinculación jerárquica directa con la CEAS.”
A modo de conclusión, es difícil
entender la historia de la Iglesia a lo largo del siglo XX, sin tener en cuenta
las tensiones que se dieron entre los creyentes y los agnósticos, por un lado,
y ya entre los primeros, entre los eclesiásticos y los seglares, que
caracterizaron el proceso de secularización del conjunto de la sociedad,
incluso en los países más católicos de Europa. En ese proceso, y al contrario
de lo que sucedió en etapas anteriores, el papel de los laicos ha sido
sustancial, tal y como entendieron todos los pontífices del siglo XX. Por lo
tanto, el asociacionismo católico ha sido clave en la defensa de los derechos
de los trabajadores y en la formación de los laicos en la vida pública. En
Bélgica, España y Portugal, sus manifestaciones fueron diversas, pero
compartieron una misma misión: la integración de la fe con el compromiso
social. Durante el pontificado de Pío XI (1922-1939), la
doctrina social de la Iglesia se consolidó con una visión más estructurada del
papel del asociacionismo en la defensa de los trabajadores y la moral cristiana
frente al comunismo y el liberalismo extremo. Y esa consolidación vino marcada
por una creciente implantación de la Acción Católica, y de otras asociaciones
de carácter proselitista, en el seno de la Iglesia Católica, en aquellos países
en los que esta Iglesia seguía siendo mayoritaria en el conjunto de la
sociedad.