Ahora que se acerca la
celebración de la Semana Santa, debemos decir que ésta es una de las
celebraciones más importantes del cristianismo, porque conmemora, como todos
sabemos, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo. La imagen actual
de la Semana Santa, tal y como la vemos ahora, sobre todo en España y en
algunos países mediterráneos y americanos, surgió en las primeras décadas del
siglo XVI, aunque su estructura actual se consolidó con el tiempo, sobre todo a
partir del Barroco y su concepción teatralizadora, para lo que fue muy
importante la celebración del concilio Vaticano II. Sin embargo, ya en los
primeros siglos del cristianismo, y a lo largo de toda la Edad Media, se
desarrollaron diversas formas de celebración que, con el tiempo, sentaron las
bases de las tradiciones actuales. Uno de los elementos más antiguos de la
Semana Santa es la Vigilia Pascual, que ya en el siglo II
tenía un carácter central en la celebración. Durante esta vigilia, los
catecúmenos (futuros cristianos) eran bautizados, y se leía la historia de la
salvación a través de textos del Antiguo y el Nuevo Testamento. La Resurrección
de Cristo era el eje fundamental de la celebración.
En efecto, ya las primeras
comunidades cristianas, cuando aún estaban siendo perseguidas por el Imperio
Romano, celebraban la Semana Santa de manera muy discreta, centrando sus actos
en la oración interior, el ayuno y la lectura de las Sagradas Escrituras. No
obstante, las primeras referencias a estas celebraciones se encuentran en los
escritos de los Padres de la Iglesia, como Orígenes y San Ireneo de Lyon. El
primero, nacido en Alejandría, aproximadamente en el año 184, y fallecido en 253,
fue uno de los teólogos y pensadores más influyentes de los primeros siglos del
cristianismo. En su obra más influyente, "De Principiis" (“Sobre los
Principios”), Orígenes reflexiona sobre la muerte de Cristo como un acto de
amor divino que busca la salvación de la humanidad. En este contexto, el
sufrimiento de Cristo, no solo es un evento histórico, sino que tiene un
profundo significado espiritual para todos los creyentes que, tal y como Jesús
hizo al entregarse a su propia muerte, deben renunciar a los placeres mundanos
y luchar contra el pecado.
A finales del siglo IV, con la
oficialización del cristianismo en el Imperio Romano tras el Edicto de Milán,
decretado por el emperador Constantino en el año 313, las celebraciones en las
que se conmemoraba la muerte y la resurrección de Cristo se hicieron más
públicas y estructuradas. Por otra parte, el conocimiento que tenemos de la
celebración de la Semana Santa primitiva debe mucho al libro de Egeria, una
mujer de origen gallego que vivió en el siglo IV, quien, como parte de una
peregrinación religiosa, viajó desde su tierra natal hasta Jerusalén y a otras
partes del Medio Oriente durante los días de la Semana Santa y la celebración
de la Pascua. Aunque no se sabe mucho de su vida personal, el relato de su peregrinación
es uno de los primeros testimonios sobre cómo se celebraban las festividades
cristianas en Tierra Santa, específicamente en Jerusalén, en aquella época. Así,
Egeria nos narra una serie de ritos litúrgicos muy marcados. Uno de los
elementos más destacados es la procesión del Domingo de Ramos, en la que los
fieles se reunían a las puertas de la ciudad para conmemorar la entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén, y después recorrían las calles de de la ciudad,
en una procesión solemne, portando palmas y cantando himnos, evocando la
entrada de Jesús en la ciudad antes de su pasión.
El Viernes Santo, según el
relato de Egeria , era un día de gran recogimiento y solemnidad. Los cristianos
de la ciudad se reunían para rememorar la Pasión de Cristo,
siguiendo un rito litúrgico que incluía lecturas bíblicas, oraciones, y una reflexión sobre el sacrificio de Jesús. En particular, Egeria describe las
visitas a lugares clave, como era el Gólgota, donde se
cree que Jesús fue crucificado, y el sepulcro vacío. Estas
visitas a los lugares santos en Jerusalén fueron parte de las prácticas
litúrgicas de la Semana Santa. Finalmente, en la noche del Sábado Santo ya se
celebraba también la liturgia de la Resurrección. Egeria cuenta cómo, en la
noche de Pascua, se celebraba una vigilia en la que los cristianos se reunían
para orar, cantar himnos, y meditar sobre la resurrección de Jesucristo. Esta
celebración incluía el bautismo de los nuevos conversos, y se culminaba con la
alegría de la resurrección al amanecer del domingo. Así pues, la Vigilia
Pascual ya era una ceremonia central en la Semana Santa cristiana, llena de
símbolos de luz y resurrección.
Avanzando ya en el tiempo,
durante la Edad Media, la celebración de la Semana Santa adquirió un carácter
mucho más solemne y teatralizado. Sin embargo, la Iglesia siguió estructurando
todas las celebraciones en función de aquellos tres días que ya venían
asimilando la mayor parte de las celebraciones desde los primeros tiempos del
cristianismo, aquello que ha venido a llamarse el Triduo Pascual (Jueves Santo,
Viernes Santo y Sábado Santo), con liturgias que incluían cantos gregorianos,
representaciones dramáticas y procesiones. Uno de los elementos más
característicos de esta época fue el drama litúrgico, que consistía en
representaciones teatrales dentro de las iglesias o en plazas públicas. Estas
obras escenificaban la Pasión de Cristo con diálogos tomados de los Evangelios
y fueron el origen de las actuales procesiones y pasos de Semana Santa. Y
dentro de ese drama litúrgico, otro elemento fundamental de la Semana Santa
medieval fue el Oficio de Tinieblas, una serie de rezos y cánticos realizados
en la oscuridad, donde se apagaban progresivamente las velas de un candelabro
llamado "tenebrario" hasta dejar la iglesia en completa penumbra,
simbolizando así la muerte de Cristo. Éste es el origen de algunos ritos que,
en algunos lugares, se han mantenido a través de los tiempos, como la llamada
ceremonia del desenclavo y entierro de Cristo.
Es en este marco teatral en el
que las celebraciones empiezan a salir fuera de las iglesias, dando origen a
las primeras procesiones, ya en los últimos tiempos de Edad Media,
especialmente en España, Francia e Italia. Aquí, hermandades y cofradías se
encargaban de organizar desfiles en los que se portaban reliquias, imágenes de
Cristo crucificado y de la Virgen María, al tiempo que los fieles realizaban
actos de penitencia, como el uso de cilicios o el caminar descalzos. En efecto,
sabemos que, hasta muy avanzado el siglo XVIII, existieron en muchos lugares
los llamados hermanos de sangre, llamados así porque, durante la procesión,
iban por la calle disciplinándose. Fue el rey Carlos III, con su mentalidad
ilustrada, la que prohibió este tipo de procesiones, aunque en algunas
poblaciones, como en San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), estas
celebraciones han llegado hasta este siglo XXI.
Y cuando hablamos de la Semana
Santa, uno de los aspectos que tampoco pueden dejarse de lado es cómo ha ido
cambiando la imagen de Jesús a través de los tiempos, y como ha influido, en
ese cambio de imagen, la historia que hay detrás de una reliquia tan importante
para los cristianos, pese a toda la polémica que se ha suscitado a su alrededor,
y de la que sería necesario hablar más detenidamente, como es la Sábana Santa,
que se venera en la catedral italiana de Turín. En, este sentido, en los
primeros siglos, los cristianos recurrieron a símbolos y figuras alegóricas
para representar a Cristo sin ser identificados fácilmente por los
perseguidores romanos. Así, una de las imágenes más comunes era la del Buen
Pastor, un joven imberbe con túnica corta que carga una oveja sobre sus
hombros. Esta representación, inspirada en la iconografía pagana de Hermes
Criophoros, transmitía la idea de Cristo como guía y protector de su rebaño.
Otras representaciones tempranas incluyen la imagen de Cristo como un maestro
filosófico, vestido con una toga y con aspecto juvenil, siguiendo el modelo de
los pensadores griegos. Este tipo de representaciones sería, en esencia, la
transliteración de la imagen de los antiguos dioses paganos a ese nuevo dios,
creador de la nueva religión. En las catacumbas de Roma se encuentran frescos
en los que aparece realizando milagros o enseñando a sus discípulos, sin rasgos
distintivos que lo diferencien de otros personajes del mundo greco-romano; y
por supuesto, siempre sin barba.
A partir del siglo IV, con el
Edicto de Milán y el creciente apoyo imperial al cristianismo, la iconografía
cristiana evolucionó hacia formas más solemnes y reconocibles. Es en este
contexto cuando, poco tiempo después, aparece una de las imágenes más
influyentes de Cristo: la imagen de Edesa (también conocida como el Mandilion),
una tela en la que, según la tradición, quedó impreso milagrosamente el rostro
de Jesús. Hay que tener en cuenta de que la imagen tradicional de Jesucristo,
tal y como hoy la conocemos, como un hombre más o menos joven, barbado, empezó
a desarrollarse en Europa oriental, en el mundo bizantino, y que desde allí
sería extendido por todo el mundo conocido, también en Europa occidental, a
través del arte románico y gótico, llegando a ser muy importante para su
difusión, como veremos a continuación, las cruzadas a Tierra Santa.
El Mandilion es una imagen de
Cristo que, según la tradición cristiana, fue impresa milagrosamente sobre un
paño o lienzo. Esta imagen es especialmente famosa por su asociación con la
ciudad de Edesa (actualmente en Turquía), donde, según la leyenda, se
encontraba un paño con la cara de Cristo que habría sido transferido
milagrosamente a un lienzo. La leyenda cuenta que el Mandilion fue enviado al
rey de Edesa, Abgar V, quien sufría de una enfermedad grave. El rey Abgar, en
su desesperación, solicitó a Cristo que viniera a sanarlo, pero Cristo
respondió que no podría ir a Edesa en persona. Sin embargo, según la tradición,
Cristo envió una imagen de sí mismo que se habría impreso en un lienzo por un
acto milagroso, cuando Cristo habría limpiado su rostro con un paño (el Mandilion)
y luego lo envió a Edesa.
Algunas teorías identifican el Mandilion,
cuya historicidad, más allá de las leyendas que nos hablan del objeto, está
bien atestiguada a través de múltiples textos, con la propia Sábana Santa, que
actualmente se venera en la catedral de Turín. Los que defienden la teoría han
podido seguir los pasos de esta reliquia, desde la ciudad turca hasta el norte
de Italia, pasando por varias ciudades europeas. Así, en el siglo VII, en un
contexto de conflictos con el imperio persa, los cristianos de Edesa temieron
que la ciudad fuera tomada por las tropas de Cosroes I, pero la llegada de los
árabes a la ciudad turca llegó, incluso, a salvar a la reliquia sagrada de los
propios cristianos iconoclastas. Y algún tiempo después, en agosto del año 944,
en tiempos del emperador bizantino Constantino VII Porfirogénito (905 – 959), y
en el marco de las luchas entre los bizantinos y los musulmanes, el Mandilion
fue trasladado a la capital bizantina, Constantinopla, donde empezó a ser
venerada en la iglesia de Santa María de las Blanquernas donde era veneraba
como una reliquia sagrada, y era centro de una procesión anual, en la que el
lienzo era mostrado al pueblo.
El evento clave que marca el
siguiente capítulo en la historia del Mandilion es la caída de Constantinopla, en
el marco de la cuarta Cruzada, en el año 1204. Con la toma de la capital
bizantina por parte de los propios cruzados cristianos, muchas reliquias fueron
saqueadas o trasladadas. Hay documentos históricos que afirman el saqueo de la
ciudad por parte de los venecianos y de los franceses, y se cree que el Mandilion
fue robado. En este sentido, existe una carta de un familiar del emperador
bizantino al papa, solicitando que le fueran devueltas las reliquias robadas, y
especialmente, el lienzo sagrado. En ese documento se afirma que la reliquia
había sido robada por un francés, y que se había llevado hasta Atenas. Según
algunos estudiosos, la persona que había robado el Mandilion no podía ser otro
que Otón de la Roche, un noble francés de origen borgoñón que participó en la
cuarta cruzada, en la que fue nombrado duque de Atenas y señor de Argos y de
Nauplia. Hay que tener en cuenta que la primera vez que aparece la Síndone, es
decir, la Sábana Santa, en Europa, ya en el siglo XIV, lo hace en manos de
Godofredo de Charny, hijo de Jean de Charny, señor de Lirey, también en
Borgoña, quien, por otra parte, estaba casado con Jeanne de Vergy, quien era
tataranieta del propio Otón de la Roche. Así lo demuestra, además, una placa de
la Ostensión de la Síndone, fechada en 1355, en la que aparecen los escudos
heráldicos de las dos familias, los Cherny y los Vergy, lo que demuestra que la
posesión del objeto por parte de la familia era debida al patrimonio personal
de la mujer.
Un siglo más tarde, en 1453, la
última descendiente de la dinastía Charny, que había quedado empobrecida al
haber quedado viuda, regaló la Síndone a Ana de Lusignano, esposa del duque
Luis de Saboya, a cambio de unas tierras que habían pertenecido al ducado, para
que ella pudiera vivir cómodamente, siendo venerada, a partir de ese momento,
en la que entonces era la capital del ducado, la actual ciudad francesa de
Chambery, muy cerca de las fronteras con Italia y Suiza. Allí, en Chambery,
sufrió un pavoroso incendio que fundió parcialmente el arca de plata que la
protegía (por este hecho es por lo que no es concluyente las pruebas de carbono
14 que se han hecho sobre la reliquia). Y el papa Julio II, a principios del
siglo XVI, aprobó la celebración de una misa propia para la Sábana Santa,
iniciándose, de manera oficial, el culto público de la reliquia. Finalmente, la
Sábana Santa sería llevada a la nueva capital del ducado, Turín, en 1578, por
orden del duque Manuel Filiberto, en el contexto de la nueva situación
geopolítica provocada por el tratado de Cateau-Cambrésis, que había otorgado la
posesión de la parte francesa del ducado al rey de Francia.
Este rostro, con barba y
cabello largo, influiría profundamente en las representaciones posteriores de
Cristo. A partir del siglo V, la tradición bizantina consolidó en sus iconos una
imagen más estandarizada de Jesús: un hombre con barba, cabello largo,
semblante serio y majestuoso, vestido con túnicas largas. Del arte bizantino
pasaría, primero, al arte románico, en el que el rostro de Jesús se fue
identificando con el Pantocrátor, el Dios todopoderoso y creador, de las
iglesias medievales, y después, a todo el arte cristiano.
De acuerdo con la leyenda, el rey Abgar recibió el Mandilion de JudasTadeo, un discípulo de Jesús.
El podcast de Clio: LA IMAGEN DE JESUCRISTO EN LOS PRIMEROS AÑOS Y LA CELEBRACIÓN DE LA SEMANA SANTA EN LA EDAD MEDIA
Para profundizar en cómo ha influido el Mandilion y la sábana Santa en la imagen de Jesucristo, ver el siguiente video:
JORGE MANUEL RODRÍGUEZ ALMENAR. LA SÁBANA SANTA Y SUS IMPLICACIONES HISTÓRICO-ARTÍSTICAS
Para profundizar en cómo era la Semana Santa durante la Edad Media, ver el siguiente video:
BITE. SEMANA SANTA, ¿CÓMO NACIÓ ESTA CELEBRACIÓN?
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