jueves, 28 de diciembre de 2017

¡Ande, ande, ande,… la Marimorena!


El glorioso imperio que España habla llegado a ser durante los reinados de Carlos I y de Felipe II, comenzó a decaer cuando el hijo de este último, Felipe III, accedió al trono. Las razones de ello hay que buscarlas en la política interior y exterior de España. Los reinados de Felipe IV y de Carlos II, tanto como el del propio Felipe III, fueron un verdadero caos a nivel gubernamental. El poder no estaba en manos de los reyes, sino de los validos, políticos incapaces muchas veces de gobernar, que sólo buscaban su propio beneficio. La corrupción de la aristocracia y de la alta nobleza llegó también al pueblo, y en todas las ciudades, los regidores se veían incapaces de controlar el desorden en el que el país entero había caído.

A la muerte de Carlos II, sin descendencia, la nación se quedó sin rey. La degeneración de todas las clases sociales en la España de aquella época ayudó a que fuera la guerra la que decidiera los destinos de España, una guerra en la que las potencias europeas se jugaron el futuro del trono de los Austrias. Con la victoria de Luis Felipe de Anjou, futuro rey Felipe V, el primero de los Borbones españoles, nuestro país se abrió a Europa, principalmente a Francia, aún más corrupta que España, y la degeneración de las costumbres llegó a sus más altas consecuencias.

En el año 1703, en plena Guerra de la Sucesión, era regidor en Cuenca el conde de Cervera. Él fue el encargado, el día de Nochebuena de aquel año, de mantener el orden en toda la ciudad. Su labor era muy difícil, porque en todas las calles había muchos grupos de personas que, armadas de zambombas, tambores, rabeles y otros instrumentos humildes, no paraban de alborotar y de armar todo el ruido posible, llegando incluso a invadir las iglesias.

Estando el conde de Cervera haciendo la ronda en la zona de la Catedral, recibió un aviso de que en el convento de San Francisco, que se hallaba en las cercanías de lo que ahora son el palacio de la Diputación y la iglesia de San Esteban, un grupo de personas impedía la celebración de la Misa del Gallo. No tardó mucho el conde en bajar a esta parte de la ciudad para enfrentarse con el grupo de alborotadores, imponiendo el respeto necesario para que ésta pudiera celebrarse.

El regidor ordenó la detención de todos aquellos que habían intervenido con mayor fuerza en aquel desorden, y entre ellas detuvo a una tal María Moreno. El castigo que la Justicia le impuso consistió en cien azotes, la prohibición de beber vino u otras bebidas alcohólicas en todo el año siguiente, y la obligación, todas las semanas, de asistir a Los Oficios en el convento de los dominicos. Finalmente, el propio conde rebajo la pena de los azotes a treinta.

Al año siguiente, cuando llegó otra vez la Navidad, el pueblo volvió a sacar a la calle sus humildes instrumentos; zambombas y rabeles, panderos y tambores, volvieron a sonar por las calles de la ciudad. Pero entonces, un nuevo villancico surgió de los labios de los conquenses, y desde Cuenca se extendió a todo el país. Muchos son los que lo han cantado, y lo siguen cantando, pero pocos son los que conocen su origen, que está en nuestra tierra y en nuestras costumbres. Porque la Marimorena del estribillo es la misma que María Moreno, natural de Alcantud y residente en Cuenca, en el barrio del Castillo.

¿Qué hay de verdad en esta historia? Los datos han sido recogidos del libro Guía histórico-legendaria de Cuenca, que fue publicado en 1972 por la Caja Provincial de Ahorros de Cuenca y Ciudad Real, un libro en el que se recogen, junto a abundantes datos sobre la historia de la capital conquense, un número abundante de leyendas, algunas de ellas hoy olvidadas por la gran mayoría de sus habitantes. Algunas de esas leyendas tienen una base real, es cierto, pero siempre hay que ser conscientes de dónde termina la historia y dónde empieza la leyenda. Si bien es verdad que el condado de Cervera, que hace referencia al pueblo conquense de Cervera del Llano, fue ocupado históricamente por el linaje Álvarez de Toledo, y que miembros de esta familia ocuparon asiduamente una de las regidurías del Ayuntamiento conquense, en el momento en que surgió esta historia, ni siquiera existía aún este título nobiliario, que fue concedido por el rey Carlos IV el 10 de marzo de1790 a Juan Nicolás Álvarez de Toledo y Borja, decimotercero señor de Cervera, además de ser señor también del pueblo vecino de Parra de las Vegas. Como regidor perpetuo decano del ayuntamiento de Cuenca, le correspondió por sorteo la representación de la ciudad en las Cortes que se celebraron en Madrid en 1789, celebradas con el fin primordial de jurar como Príncipe de Asturias al futuro Fernando VII. Por este motivo fue por lo que el monarca le concedió al año siguiente la gracia de concederle el título de conde de Cervera.

Dicho esto, ¿quién es ese supuesto conde de Cervera que en aquellos momentos, a caballo entre los siglos XVII y XVIII, se encontraba al frente del Ayuntamiento conquense? Consta que en el año 1702 era corregidor de Cuenca Juan Francisco Marañón, caballero de la orden de Santiago y consejero real, y que tres años después le había ya sustituido, Gómez de Aguilera y Guevara. El hecho de que el primero fuera además capitán de guerra, y la situación en la que en ese momento se encontraba el país, sumido en plena Guerra de la Sucesión entre los defensores de los Habsburgo y los de la nueva dinastía  Borbón, nos permite suponer que en el momento en que sucedió la supuesta correría de la protagonista, fuera corregidor interino uno de los regidores de la ciudad, supuestamente el más antiguo de ellos. Consta, por otra parte, que en 1726, el padre del primer futuro conde de Cervera, Juan Manuel Álvarez de Toledo Milán de Aragón, duodécimo señor de Cervera, además de las villas de Parra de las Vegas, Villanueva del Palomar, Valdeloso y Cañada del Manzano, sustituyó como regidor de Cuenca a su abuelo, Cristóbal Álvarez de Toledo. En este sentido, no es difícil suponer que, tratándose de una persona mayor como era, fuera precisamente a este Cristóbal Álvarez de Toledo al que hace referencia la tradición aludida.

Por otra parte, el origen del villancico se lo disputan a Cuenca otros lugares, principalmente la propia capital madrileña. Así pues, según otra tradición, que tiene aspectos en común con la conquense, el villancico nació en 1702, fecha en la que un grupo de alborotadores armados con instrumentos musicales, proveniente de una taberna del barrio de la Cava Baja, interrumpió una ceremonia religiosa que se estaba llevando a cabo en el convento de San Francisco el Grande. Entre los manifestantes se encontraba una mujer que tenía el mismo nombre y apellido que la conquense, una famosa tabernera madrileña que era llamada así por el color negro de sus cabellos; probablemente se tratara de la mujer que regentaba aquella taberna de la Cava. Este sería el origen, no sólo del villancico, sino también de la popular expresión “armarse la marimorena”. Otra tradición, con menos rasgos de verosimilitud, alude a una supuesta Virgen Negra (Moreneta, María Moreno).

Como vemos, son muchos los puntos en común entre las dos tradiciones, la madrileña y la conquense. La historia es prácticamente la misma, como también lo es el año en el que se produjo la supuesta irrupción popular. Sea Madrid o Cuenca el lugar en el que se produjo esta musicada intervención del pueblo, y en nombre del pueblo, de la supuesta María Moreno, no cabe duda de que detrás de la leyenda hay algo de historia.

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