Mucho es lo que se ha
escrito sobre la personalidad de los primeros conquistadores de América:
eternos segundones, condenados por la ley del mayorazgo a no poder nunca
heredar los bienes de sus padres; aventureros en busca del oro y la gloria;
condenados por diversos delitos, que buscaban en las nuevas tierras
descubiertas la redención de sus condenas; y también, por supuesto, nobles
caballeros que sólo pretendían los intereses de la corona de España.
No debieron los
conquenses de entonces, que muy pronto comenzaron ya a llegar a las tierras
americanas, ser muy diferentes a estos tipos característicos de colonizadores.
Es más, si profundizamos un poco en las cualidades de cada uno de nuestros
ilustres conquistadores, encontraremos seguramente en su forma de ser,
entremezclados, varios de estos tipos: el noble junto al aventurero; el
avaricioso buscador de minas de oro junto al enemigo declarado de la esclavitud
de los indígenas... Nadie es perfecto por definición, y todos somos buenos y
malos, dependiendo del momento y de la situación en la que nos encontremos.
Ya hemos comentado antes
que nuestros paisanos de los siglos XV y XVI, comenzaron a llegar al nuevo
continente desde los primeros años del descubrimiento, y fueron muchos los que
llegaron a formar parte de la historia de la conquista por méritos propios. De
todos ellos, el primero fue Gabriel de Barahona, natural de Belmonte, que fue
uno de los que formaron parte del primer viaje del almirante Colón, el del
descubrimiento.
El historiador mexicano
Francisco A. de Icaza, en su libro “Conquistadores y Pobladores de Nueva España”,
menciona, entre los que primeramente llegaron a las tierras descubiertas, a
varios hijos de la provincia de Cuenca: Melitón Álvarez, Juan de Beteta, Pedro
de Cañamares, Diego de Caraballo, Juan López de Fuentes, Pedro de Pantoja y
Alonso Verdejo.
Otro conquense ilustre
fue Amador de Cabrera, nacido en la capital de la provincia, de familia noble,
pariente del marqués de Moya. Llegó a América en 1557, formando parte de la
escolta del segundo marqués de Cañete, Andrés Hurtado de Mendoza, que había
sido nombrado virrey de Perú. Descubrió en Huencavélica una importante mina de
mercurio.
Los hermanos Francisco,
Julián y Lope de Cañizares, después de haber adquirido una importante experiencia
militar en Europa, marcharon también al Perú con el otro virrey de la misma
familia, García Hurtado de Mendoza, en donde combatieron contra los araucanos y
su famoso caudillo Caupolicán, cantado por Rubén Darío. De todos ellos, el que
más se destacó en tierras americanas fue el primero, llegando a general de la
Armada y corregidor de varias provincias.
Juan de Carvallón, de
Castillo de Garcimuñoz, fue uno de los conquistadores de Costa Rica, donde
también se destacó Juan Ortiz Barriga, natural de Belinchón. Fundó allí una
ciudad, a la que le dio el nombre de su pueblo natal, aunque después se
transformó en la actual Cartago. Tuvo el cargo de oidor de la audiencia de
Nueva España, donde murió.
Leonel de Cervantes, de
Tarancón, recorrió las tierras de América del Norte y la ribera del río
Misisipi, a las órdenes de Pánfilo de Narváez; fue nombrado gobernador. Por
aquel tiempo también se destacaba ya entre los aventureros Andrés de Contreras
y Carranza, de Cañada del Hoyo.
También se destacó más
arriba del río Grande, en el actual estado de California, Alonso García Remón,
de Cuenca. Fundó la factoría de Monterrey, fundación en la que también
intervino otro conquense, ya nombrado, Pedro López, natural de Fuentes. Esta
factoría se convirtió con el paso del tiempo en la ciudad de Los Ángeles, y
García Remón, habiendo ya regresado otra vez al cono sur, fue nombrado
gobernador de Chile.
Cuando Andrés Hurtado de
Mendoza, virrey de Perú, organiza por el río Marañón, o Amazonas, la expedición
en busca de la mítica ciudad de El Dorado, que según se decía estaba toda ella
fabricada de oro, también figuraba entre los expedicionarios otro conquense de
la capital, Pedro López de Ayala. Fue uno de los que se rebelaron contra el
gobernador Pedro de Ursúa, y fue nombrado por el usurpador Lope de Aguirre
pagador del nuevo reino independiente que el tirano había fundado en el cauce
del río, y que se mantenía entre sus hombres a base del terror. Ésta fue la
expedición más tristemente famosa de cuantas tuvieron como meta la búsqueda de
los tesoros inexistentes de Amagua y El Dorado.
A Juan Morales Abad,
también de Cuenca, lo cita Ricardo Palma es su libro “Tradiciones peruanas”.
Estuvo con Pizarro en la Entrada, gesta por la cual el emperador inca Atahualpa
fue capturado por los españoles, por lo cual en algunos documentos figura con
el nombre de Juan Morales de la Entrada. Luchó contra Femando de Carbajal,
cabecilla de la revuelta que su hermano Gonzalo encabezó a la muerte de
Francisco Pizarro. Siendo derrotado por aquél en Pocona, fue mandado ejecutar,
aunque logró salvar la vida.
De todos los conquenses
que se destacaron en la conquista de América, el de mayor importancia histórica
es sin duda Alonso de Ojeda, vencedor en el Caribe sobre las huestes del
cacique Caonabo, y descubridor de Venezuela. Torrejoncillo del Rey se disputa
con la capital de la provincia ser la cuna de este ilustre paisano, aunque
parece que esta última es la más defendida por los historiadores.
Pedro de Ojeda era
sobrino del anterior y, como él, nacido probablemente en Cuenca. Mandaba una de
las cuatro carabelas que formaron parte de la expedición que en 1.502 organizó
su tío, y que le llevó de nuevo a las tierras de América.
Finalmente, en las
crónicas antiguas figura un capitán de navío de apellido Valenzuela, cuyo
nombre de pila se ignora, y que había nacido en Cuenca. En 1557 participó en la
conquista de Chile. Ignoramos si es el mismo que participó en alguna de las
expediciones de Alonso de Ojeda, y que fue uno de los que permanecieron en el fuerte
de San Sebastián esperando inútilmente su regreso.
Estos son algunos de los
que, habiendo nacido en los límites actuales de la provincia de Cuenca,
cruzaron el Atlántico y a su modo influyeron en la cultura actual de América.
Otros muchos llegaron hasta allí, portando entre sus brazos poderosos, no sólo
la espada, sino también la cruz o el libro de leyes. Incluir a todos ellos en
este artículo hubiera sido empresa demasiado costosa y aburrida para el lector.
Baste de momento estos ejemplos, y quede lo que resta para trabajos posteriores
que desde aquí prometo cumplir.
Nuevo
Diario, 28 de octubre de 1991