miércoles, 23 de mayo de 2018

El primer liberalismo en Cuenca


El siglo XIX se inicia en España con una coyuntura histórica importante: la Guerra de la Independencia. Sin embargo, esa guerra contra el francés no se hubiera producido de no haber existido antes todo un proceso social de cambio que estaba haciéndose tambalear en toda Europa, y también en parte del continente americano, todo el sistema del Antiguo Régimen. Y es que tanto la revolución americana y su declaración de independencia (1776) como también la revolución francesa (1789), crearon una nueva estructura social y política, el liberalismo, que se extendería rápidamente a partir de ese momento, y sobre todo en las primeras décadas de la centuria siguiente por el resto de Europa y de América. Todo ello supondría un fuerte enfrentamiento entre dos mundos opuestos, dos maneras diferentes de enfrentarse con la realidad, dos eras históricas enfrentadas entre sí como dos grandes placas tectónicas. Y el terremoto provocado por ese choque brutal traería como consecuencia el resquebrajamiento definitivo de una de esas dos grandes placas, la más débil de las dos porque para entonces ya estaba desgastada por tres largos siglos de enfrentamientos sociales.

No se puede entender la Guerra de la Independencia si se no se tiene en cuenta este hecho, como no se puede entender tampoco la guerra de la independencia en Cuenca si no se tiene en cuenta el espacio geográfico que ocupa nuestra provincia, como nudo estratégico de vital importancia a caballo entre dos de las ciudades más importantes del país: Madrid, la capital del reino y lugar donde se asienta la corte de José I, y Valencia, uno de los puertos con más posibilidades.  Por eso, la provincia fue en varias ocasiones escenario para algunas de las más importantes batallas, y en ese sentido la batalla de Uclés (1809), en la que perdieron la vida alrededor de mil patriotas y más de seis mil fueron capturados por los franceses, fue paradigmática, asegurando a los franceses su posición de dominio en Castilla La Nueva al tiempo que permitía al rey usurpador su asentamiento en la corte madrileña. Por eso, también la ciudad fue en repetidas ocasiones tomada por las tropas francesas y las españolas, y sufrió de unas y de otras sangrientas represalias. José Luis Muñoz ha estudiado ese momento doloroso de la ciudad del Júcar en uno de sus libros, Crónica de la guerra de la independencia, a partir de los datos proporcionados por los libros de actas del Ayuntamiento conquense.

Sin embargo, aún falta por hacer un estudio más pormenorizado de lo que supuso la tragedia de la guerra en el conjunto de la provincia, como también en los que respecta al punto de vista del nuevo hecho social representado por el liberalismo. Desde el punto de vista de la historia económica, no cabe duda de que la guerra produjo en toda la provincia una grave crisis de subsistencia, que provocó también un declive humano y demográfico, como ha demostrado David Sven Reher en su trabajo Familia, población y sociedad en la provincia de Cuenca, 1700-1970, que fue publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas. Por otra parte, tanto la guerra como el incipiente liberalismo que en aquel momento estaba empezando a nacer también en una pequeña ciudad de provincias como Cuenca, provocó un cambio sustancial en las élites de poder, fácilmente rastreable a través de las personas que formaron parte de la junta provincial de Cuenca y también de aquellos que representaron a nuestra provincia en las Cortes de Cádiz. También, y por lo que a las élites intelectuales se refiere, por las personas que firmaron toda esa cantidad de oraciones, cartas, manifiestas, que fueron impresos en nuestra ciudad durante todo el primer tercio del siglo XIX, a los cuales ya hemos aludido más arriba. Y al contrario de lo que muchas veces se ha escrito, dando demasiadas cosas por supuestas sin haber realizado antes un ejercicio básico de reflexión, crítica y análisis. Tampoco la Iglesia conquense fue en absoluto ajena a esa nueva realidad social que estaba naciendo, al menos por lo que a este primer período se refiere.

Los miembros de la junta provincial que se había creado en Cuenca en los años iniciales de la guerra representaban todavía en una parte a las grandes instituciones heredadas del Antiguo Régimen: la Iglesia, con un prelado a la cabeza, Ramón Falcón y Salcedo, y el canónigo ilustrado Juan Antonio Rodrigálvarez, que había llegado a la ciudad a finales del siglo XVIII de la mano del anterior obispo Antonio Palafox, antes de que éste hubiera llegado a acceder a la cátedra episcopal; el Ayuntamiento, representado por el corregidor, Ramón Gundín de Figueroa, y por uno de sus regidores, Ignacio Rodríguez de Fonseca,  y el intendente Baltasar Fernández, figura característica de la administración borbónica. Junto a ellos, y representando ya a las nuevas élites burguesas e intelectuales, Santiago Antelo y Coronel, que era notario del tribunal eclesiástico de la diócesis, los propietarios Bernabé Grande y Pascual de López, y dos funcionarios de la administración ciudadana, Francisco Escobar y Tomás de Vela.

También en el grupo de los representantes a Cortes se puede apreciar aún esa dicotomía entre Antiguo y Nuevo Régimen. Durante las primeras legislaturas representaron a nuestra provincia algunos miembros del estado noble, como el conde de Buenavista Cerro, Diego Ventura de Mena, y Alfonso Núñez de Haro y también algún miembro del sector eclesiástico, en esta ocasión el canónigo Felipe Miralles, junto a un consejero de estado, Manuel de Rojas, y un catedrático de la universidad de Alcalá, Diego Parada, que a su vez era descendiente de uno de los linajes nobiliarios más arraigados en la ciudad de Huete. Y el propio Ayuntamiento de Cuenca, que también tenía derecho a un representante en Cortes, estaba representado por otro de sus regidores, Policarpo Zorraquín. Por su parte, Manuel de Rojas tuvo que ser sustituido tras su muerte, acaecida al poco tiempo del inicio de la legislatura, por el militar de Zafra de Záncara, Fernando Casado Torres, ingeniero naval que había llegado a ser, en representación del gobierno de Carlos III, asesor de la propia zarina Catalina de Rusia. Y por lo que respecta a las últimas legislaturas, es en este momento cuando se observa un mayor peso del liberalismo, al confluir los cuatro representantes dentro de este sector ideológico a pesar de que entre ellos había también algunos sacerdotes. Estos cuatro representantes fueron Antonio Cuartero, Juan Antonio Domínguez, Andrés Navarro y Nicolás García Page. Sobre éste último hablaremos más detenidamente más tarde, al haber extendido su representación, y también su influencia al conjunto de la sociedad conquense, también al trienio liberal.

El regreso de Fernando VII al trono madrileño supuso temporalmente la victoria del viejo conservadurismo. Un Fernando VII que visitó en varias ocasiones la provincia de Cuenca; un Fernando VII que viajó en 1826 en compañía de su tercera esposa, María Amalia de Sajonia a los ya famosos baños del Real Sitio del Solán de Cabras con el fin de obtener la ansiada paternidad que hubiera contribuido a dar una cierta tranquilidad política al país. Sin embargo, esa victoria del Antiguo Régimen sería sólo un espejismo. En 1820 vuelven a hacerse con el poder los liberales, y aunque esta victoria de los liberales sería en principio muy breve, apenas tres años a los que sucedieron otros diez años aún de reacción, la década ominosa, la suerte estaría echada a favor del liberalismo. La muerte de Fernando VII en 1833 llevaría consigo la derrota del antiguo sistema político y social, y la victoria, ahora sí definitiva, del liberalismo español.

Pero aún faltarían trece años para eso. En 1820 las tensiones, en España y en Cuenca, están todavía en plena ebullición. El trienio liberal en Cuenca ha sido estudiado, principalmente en lo que a los aspectos religiosos se refiere en mi tesis doctoral, que dediqué al tribunal de curia diocesana de Cuenca durante el reinado de Fernando VII, publicada posteriormente en formato de libro bajo el título La actuación del tribunal diocesano de Cuenca en la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), así como en algunos artículos monográficos. Al igual que en todas las ciudades del país, también el Ayuntamiento de Cuenca juró en 1820 la constitución, y a partir de ese momento se hacía con el poder tanto en la capital como en los pueblos más importantes de la provincia los miembros del partido liberal, que estaban formados ya en ese momento por los miembros más destacados de la burguesía, el comercio, y las llamadas profesiones liberales. Surgen en ese momento algunos apellidos importantes, como los Aguirre, que son los mismos que inmediatamente después, durante las primeras desamortizaciones, van a poder enriquecerse con la adquisición de bienes y tierras procedentes de la Iglesia, la nobleza, y el común de algunos pueblos de la provincia.

Y surgen también, en Cuenca como en el resto de España, las llamadas sociedades patrióticas y las sociedades secretas. En la capital de la provincia se había instalado muy pronto una merindad de la sociedad secreta de los comuneros, que había sido incluso fundada por Manuel López Ballesteros, secretario del gobierno constitucional y hermano del propio ministro de la Gobernación, y diversas torres comuneras a lo ancho de toda la provincia: Horcajo de Santiago, Villarrobledo, Tarazona de la Mancha, La Roda, San Clemente, Belmonte, Mota del Cuervo, Almendros, Palomares del Campo, Torrejoncillo del Rey, Saelices, Sisante y Villarejo de Fuentes. A todos estos pueblos hay que añadir también algunos otros que todavía estaban en período de formación en 1823, como Alcocer, Valdeolivas y Valera de Abajo. De todo ello se desprende que el peso del liberalismo en el conjunto de la provincia es muy importante.

Como ya he dicho anteriormente, el peso de la Iglesia en este primer liberalismo conquense es importante. Cuando al aventurero francés Jorge Bessieres, líder de una partida absolutista muy activa por las tierras de Guadalajara y Cuenca, pudo entrar por fin en la ciudad, iniciando una fortísima represión contra los partidarios del liberalismo, pudo descubrir dentro de la catedral, y en concreto escondidos dentro de un armario en la sacristía de la capilla de caballeros, la documentación y los sellos de la merindad conquense de la sociedad secreta de los comuneros. Y estaban allí escondidos precisamente porque a la sociedad pertenecían algunos eclesiásticos destacados de la diócesis: Manuel Molina, capellán de coro de la catedral; Isidro Calonge, religioso mercedario exclaustrado; y Juan José Aguirre, racionero del cabildo diocesano. Estos tres religiosos serían represaliados a partir de 1823 por el tribunal diocesano de Cuenca, como lo serían también algunos otros eclesiásticos que, si bien no hay constancia de que pertenecieran a la sociedad secreta, sí defendieron durante el trienio posturas liberales: Segundo Cayetano García y Juan Nepomuceno Fuero, canónigos de la catedral; Francisco González y Francisco Ayllón, prebendados de ésta; Gabriel José Gil, dignidad de tesorero; José Frías, capellán de coro, y los sacerdotes Prudencio del Olmo, Valentín Collado Recuenco, Nicolás Escolar y Noriega, Manuel Lorenzo de Cañas, Francisco Anguix y Jerónimo Monterde.

Mención especial en este sentido merece, por su irradiación hacia el conjunto del país, la figura del anteriormente mencionado Nicolás García Page, figura que merecería por sí mismo un estudio monográfico, y al que en alguna ocasión nos hemos acercado algunos, tanto en mi tesis doctoral como Manuel Amores, si bien éste lo hizo principalmente sobre su proceso y exilio, sufridos a partir de 1814. Nacido en 1771 en Ribagorda, en la comarca del Campichuelo conquense, párroco de la iglesia de San Andrés de la capital conquense, catedrático a partir de 1799 en el seminario conciliar de San Julián, fue elegido para representar a Cuenca los dos últimos años de las Cortes de Cádiz, donde destacó como uno de los más combativos liberales. Por ello fue uno de los detenidos por Eguía en 1814 y alojado en la madrileña Cárcel de Corte, de donde salió sin juicio previo para su destierro en el convento franciscano de La Salceda (Guadalajara). En 1820, de nuevo en el poder los liberales, fue premiado con una de las canonjías del cabildo conquense y seguidamente elegido nuevamente como representante de la provincia en las cortes del trienio. En 1823 fue capturado por una partida absolutista que estuvo a punto de ajusticiarle, logrando salvar la vida gracias a la actuación de un regimiento del ejército liberal, que había conseguido rescatarle, con la cual, convertido en el capellán de la unidad, huyó a Cádiz durante el repliegue de estos. Exiliado en Inglaterra y sustituido como canónigo de la diócesis por otro sacerdote menos afecto al sistema liberal, regresó a Madrid en 1834, ciudad en la que fallecería apenas dos años más tarde.

Prácticamente desconocida es la figura del militar liberal José Ruiz de Albornoz (Villar de Cañas, 1780 – Requena, Valencia, 1836). Ya en la guerra contra los franceses se había destacado en algunas de las batallas más importantes, como en las de Bailén, Uclés y Ocaña. Subteniente del batallón provincial de Cuenca, combatió en 1823 contra las partidas absolutistas, principalmente la del propio Bessieres. Después, ya en la guerra carlista, y ascendido a coronel, acometió la defensa de Requena, cercada por las tropas de Ramón Cabrera, hecho por el cual fue condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando, la más importante que existe en el ejército español.

Un período éste en el que se transformaron todas las instituciones, y se crearon también algunas instituciones nuevas. Entre estas nuevas instituciones tendría una importancia superlativa la Diputación Provincial, que quedó constituida el 13 de abril de 1813 bajo la presidencia de Ignacio Rodríguez de Fonseca, si bien esa creación no se haría estable hasta algunas décadas más tarde, tras la victoria definitiva del liberalismo. Aunque los orígenes de la Diputación han sido estudiados ya por José Luis Muñoz, también la personalidad de su primer presidente sería merecedora de un estudio monográfico. Oriundo de Villar de Cañas, regidor perpetuo de Cuenca y miembro, como ya se ha visto, de su junta provincial en los años de la usurpación napoleónica, fue tomado como rehén junto a otros ciudadanos conquenses por el mariscal Víctor, el mismo que había ganado la batalla de Uclés, y conducido a pie durante muchos kilómetros. Su fuerte personalidad, puesta de manifiesto tanto en el Ayuntamiento como en la Diputación, le llevaría de nuevo a la cárcel el 27 de agosto de 1814, ahora por una decisión absoluta y despótica del gobierno del monarca absolutista y déspota Fernando VII.

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