La Virgen del Amparo
La segunda
de las tallas conquenses que han sido atribuidas a José Rabasa, porque a Rabasa
fueron adquiridas, es la Virgen del Amparo, qué procesiona en la mañana del Domingo
de Resurrección. A esta talla dediqué ya un capítulo de mi monografía sobre la
hermandad de Jesús Resucitado, a la cual pertenece, en la que desmontaba algunas
atribuciones erróneas que algunos cronistas han venido haciendo lo largo del
tiempo, como la del conquense Leonardo Martínez Bueno, o la un desconocido
Antonio Bello, quien no figura en ninguna relación de imagineros, y que en
realidad podría tratarse de un error de transcripción, y hacer referencia al ya
citado Antonio Rollo, socio y cuñado, como ya he dicho de José Rabasa, y el
único de los dos que de alguna manera estaba relacionado con la imaginería. En
aquel momento cargué demasiado las tintas conscientemente en Enrique Galarza, aún
sabiendo que no existía documento alguno que lo avalara, con el único de fin de
intentar demostrar la no autoría por parte del propio Rabasa.
Cómo digo, mi única pretensión en
aquel momento, cuando en Cuenca nadie hablaba de la impostura de Rabasa como
autor de las obras que vendía por todo el país, era intentar demostrar a los conquenses
este hecho. Sin embargo, sobre el verdadero autor de la talla mariana conquense
poco es lo que puede decirse, más allá de que se halla enclavada en la
tradición iconográfica murciana, que arranca del siglo XVIII con la figura de Francisco
Salzillo, pero que se extiende por toda la provincia del Segura, y también por
la vecina provincia de Alicante, a lo largo de las dos centurias siguientes. En
efecto, no hay más que comparar la expresión del rostro de la Virgen y la
posición de sus manos, con todas las Dolorosas que, siguiendo a Salzillo en
casi todos sus detalles, pueblan las procesiones de Semana Santa de Murcia y su
comarca.
La imagen había sido adquirida en
los primeros años de la década de los cincuenta por la hermandad de San Juan Evangelista,
que era la encargada por aquel entonces de organizar la procesión del Domingo
de Resurrección, inexistente todavía la hermandad del Resucitado, que no sería
creada hasta la década de los setenta, proporcionando por fin la estabilidad
deseada a una procesión que hasta entonces había vivido años bastante complicados.
En sus archivos no existen más datos a este respecto que el contrato que la
hermandad firmó con el Taller de Arte Religioso Rollo Rabasa, así como la
correspondencia entre la hermandad y la Junta de Cofradías, solicitando en la
aprobación de una nueva talla para la procesión, y con diversos escultores
conquenses (Luis Marco Pérez y Leonardo Martínez Bueno), en los que también se
pensó en un principio para realizarla.
Sin embargo, la obra se
encargaría finalmente al taller de Rabasa, después de haberle obligado a hacer
algunas modificaciones sobre el boceto del paso, relativas sobre todo la
posición de las manos, y la expresividad del rostro. Un primer presupuesto,
tanto para la talla completa como parar una imagen de vestir, está fechado el
10 de octubre de 1952: “Hoy y por correo aparte,
y en paquete certificado, re remito dibujo de la imagen completa, con las telas
que he dibujado se entiende corren por cuenta de Vdes., ya que nosotros haríamos
la imagen por dentro sin estudio pero de madera, pues hoy no se permite otra
cosa. Por tanto el vestido que tenga que llevar la Virgen es a gusto de la casa
de les confeccione. No obstante, viendo lo caro que les costará el vestirla les
daré en esta misma carta presupuesta [sic] de la Imagen talladas sus telas a mano y ricamente policromada,
imitando ricos tisús cuál si estuvieran bordados con finos adornos del más
vistoso efecto.”
De todo ello se desprende que, en
el estado actual de los conocimientos, no es posible decir nada más sobre la
verdadera autoría de esta talla. Sólo el análisis de la obra, y su comparación
con otras imágenes que pudieran haber sido realizadas por los autores que por
aquellas fechas trabajaban para el taller de Rabasa, podría dar más luz en este
sentido. Sería importante averiguar si alguno de esos autores presentaba influencias
salzillescas, si bien también también es posible que estas influencias vinieran
dadas por los deseos de la propia hermandad comitente que, como ya se ha dicho,
obligó a realizar algunas modificaciones en el boceto original, modificaciones
que afectaban precisamente a las características más propias de este destacado escultor
murciano: la posición de las manos, y la expresividad del rostro. Por otra
parte, hay que recordar aquí la influencia salzillesca que presentan también
algunas de las esculturas que conforman el paso de la Santa Faz de la Semana
Santa de Alcira (Valencia): los verdugos que acompañan a las dos tallas
principales del paso, la de Jesús caído y la Verónica, que fueron entregados
también en 1953, sólo unos meses más tarde que la talla conquense de la Virgen
del Amparo. Sobre este pasó hablaremos más detenidamente en el apartado
siguiente.
María Magdalena
Por su
parte, la imagen de María Magdalena fue adquirida en el taller valenciano de
José Rabasa por la hermandad del Cristo de la Luz (más conocido popularmente como
del Cristo de los Espejos), con el fin de incorporarla a la nueva procesión del
Martes Santo. Hay que decir que la hermandad es la única de la Semana Santa de
Cuenca que cuenta con tres pasos diferentes, dos de los cuales participan en la
procesión de la mañana del Viernes Santo, y éste, María Magdalena, que toma
parte en la procesión del Martes Santo. Las otras dos tallas son la titular,
una obra de Luis Marco Pérez en la que se representa a Cristo en la cruz,
muerto ya (Cristo de la Luz, o de los Espejos) y La Lanzada, realizada a
principios de los años cincuenta por el también conquense Leonardo Martínez Bueno.
Precisamente
esta última, La Lanzada, está directamente relacionada con el encargo de la talla
de María Magdalena al taller de Rabasa. En efecto, había sido el encargo de esta
imagen el escultor conquense, en contraposición con los deseos de uno de los
hermanos más activos de la cofradía, Emilio Saiz Díaz, lo que desencadenaría
finalmente el encargo de esta tercera talla de la cofradía. Y es que el propio
taller valenciano de Rabasa también había presentado un boceto para la
elaboración de esa otra imagen, boceto que era más del gusto del citado Emilio que
el presentado por el conquense, por lo que éste decidido encargar por su cuenta
a Rabasa otra imagen, que pudiera engrandecer la procesión del Martes Santo,
que por entonces estaba organizando la Junta de Cofradías. Según consta las actas
de la hermandad, éste decía representar en la donación a una hermana anónima,
aunque siempre se sospechó en el seno de la hermandad que esa hermana nunca
existió, sino que la iniciativa había partido del propio don Emilio. Éste, por
otra parte, se encargaría de realizar durante
toda su vida diferentes vestidos para la imagen de María Magdalena.
Aunque el
contacto entre Emilio y la propia hermanad se hizo, como no podía ser de otra
forma, con el taller de Rabasa, en el libro de actas de la cofradía existe una
pequeña referencia sobre la verdadera personalidad del autor que pudo haber
realizado la talla. Y es que en una de las actas se menciona la visita que un
grupo de hermanos realizaron al taller de éste, apellidado Navarro, con el fin
de ver cómo iba avanzando la escultura. ¿De qué autor podría tratarse en
realidad? Desde luego, no era Rabasa, tal y como hemos podido vera a lo largo
de todo este texto.
Es
difícil saber cuál es el nombre de este escultor de apellido Navarro, pero
sería presuponer demasiado, como otros lo han hecho, que pudiera tratarse del
escultor conquense José Navarro Gabaldón, natural de Motilla del Palancar,
autor entre otras obras de la escultura de San Pedro de Alcántara que se
encuentra en el pueblo abulense de Arenas de San Pedro. No creemos que pueda
ser el mismo artista, pues hay que tener en cuenta que este escultor, en los
años cincuenta, había establecido su taller en Madrid, y que Rabasa, cómo se
sabe, ejercía su influencia en la zona levantina.
Otra
posibilidad es que pueda tratarse del alicantino Antonio Navarro Santafé, autor
de la escultura del oso y el madroño, símbolos de Madrid, que se encuentra en
la actualidad en la Puerta del Sol de la capital madrileña, a la entrada de la
calle de Alcalá, además de diversos monumentos urbanos que se pueden admirar en
su pueblo natal, Villena, y entre los que destaca el dedicado al músico Ruperto
Chapí. Aunque se sabe que en los años treinta permanecía en Valencia, como
miembro de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, su obra religiosa, aunque
existente, es menos conocida. Entre éstas figuran diferentes tallas marianas y
de santos, tanto en madera cómo en mármol, entre las que destaca la imagen de
la Virgen de las Virtudes, patrona de Villena, que fue entregada el mes de
septiembre de 1939 para sustituir a la que había sido destruida durante la Guerra
Civil. Aunque en los años cuarenta el escultor permanecía en Valencia, como
alumno de dibujo y modelado en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, poco
tiempo después de trasladaría a Madrid, como profesor de su escuela de cerámica
primero, y más tarde como profesor de dibujo en la Escuela de San Ildefonso.
Nos
quedaría el valenciano Vicente Navarro Romero (1888-1978), quien fue también
académico por la valenciana Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, además
de la Real Academia Catalana de Bellas Artes de San Jorge, de Barcelona, y de
la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid. Es autor de
numerosos monumentos públicos, principalmente en la ciudad de Barcelona, en la
que vivió durante gran parte de su biografía, entre las que destacan diversas
esculturas en la plaza de Cataluña y en el parque de la Ciudadela, además de
diversos murales pictóricos y grabados.
Sin
embargo, tampoco se conocen demasiadas obras de imaginería de este escultor,
que terminó sus días en Barcelona. No obstante, por su paralelismo estilístico
y cronológico con la talla conquense de María Magdalena, e incluso, podríamos
decir, también, con la Virgen del Amparo, hay que destacar aquí el ya citado
paso de la Verónica, perteneciente a la hermandad de la Santa Faz de Alcira,
que algunos autores han relacionado con el propio Vicente Navarro. Fundada en
1949, a partir del año siguiente la hermandad iría incorporando las imágenes de
su paso, adquiridas todas ellas al taller de José Rabasa y Antonio Royo:
primero, en 1950, la de la Verónica, con ciertas concomitancias estilísticas
con nuestra María Magdalena; después el Cristo, agarrado a la Cruz en una de
sus caídas; finalmente, en 1953, los dos verdugos, realizados también a
imitación de los salzillescos sayones de algunos de los pasos que pertenecen a
la hermandad de Jesús Nazareno de Murcia. También tiene una cierta relación con
la talla homónima de Salzillo, la propia imagen titular de la Verónica, aunque
en este caso sólo por lo que respecta a sus ropajes y tocado.
La talla
conquense representa a María Magdalena en actitud de avanzar, con el pelo
suelto sobre los hombros, tallados en la propia madera, y sujetando con la mano
derecha el tarro de las esencias de nardo que, según la tradición cristiana,
estaba destinado a ungir el cuerpo de Cristo. Así la describe Miguel Ángel
Arias Buenache, quien por otra parte, una vez más, se equivoca en la autoría
real de la talla: “Es realmente bella
esta imagen de María Magdalena, que aparece ante Cuenca como una joven dulce,
hermosísima, y con un gesto compungido que parece anunciar la inminencia de su
desconsolado llanto. Merece la pena observar también el delicado gesto de su
mano izquierda, con la que el artista pretende esbozar un conato de acto de contrición
por parte de la Santa en esta noche de Perdón, que la Magdalena de Rabasa [sic]
simboliza en estado puro. En cuanto a su
atuendo, compuesto por una túnica y un manto, no sería, evidentemente, tan pomposo
como el de las Vírgenes, pero le cabe el honor de ser la imagen con más amplio
vestuario de nuestra Semana Santa, debido a la aportación del hermano D. Emilio
Saiz.”[1]
En contra
de la atribución de Vicente Navarro figura, sin embargo, la elevada edad con la
que para entonces ya contaba el escultor valenciano, y su estancia por aquellas
fechas ya en la capital catalana. En su favor cabe decir que otros autores,
como Antonio Bonet Salamanca, han relacionado también el grupo de la Verónica
de Alcira con este escultor valenciano; se puede aducir, además, esa relación
que presenta la talla de Alcira con la obra del célebre escultor murciano, que
puede estar relacionada también con la influencia ya aducida del mismo autor
sobre la talla conquense del Domingo de Resurrección. Este hecho, unido a que
las dos imágenes conquenses, María Magdalena y la Virgen del Amparo, fueron
prácticamente coetáneas en el tiempo, incide en la posibilidad de que ambas
fueran talladas por una misma mano, fuera éste la del propio Vicente Navarro, o
la de cualquier otro escultor.
[1] Arias Buenache, M.A.,
“Imágenes de la Pasión. Pasos y esculturas en la Semana Santa de Cuenca”, en El Día de Cuenca, 24 de marzo de 2002.
Número extraordinario de Semana Santa.