Sobre la Semana Santa de Cuenca se ha escrito ya tanto, que
a menudo se dice que resulta tremendamente complicado ser original en este
tema. De la misma manera, la Semana Santa ha sido tantas veces fotografiada,
tantas veces ha sido ella escenario y marco de nuevas tomas fotográficas, que
también resulta difícil poder ser original cuando se trata de captar el
instante, retener el color, la luz y las formas, los procesos, las vivencias,
que cobran sentido en cada desfile procesional o en cada momento compartido
alrededor de estos. Y más ahora, cuando ya ni siquiera hace falta -o eso
parece- cargar con el peso de un buen equipo fotográfico, cuando todos los
espectadores nos convertimos -o eso creemos- en fotógrafos, y creemos que somos
capaces de recoger la esencia pura de la Semana Santa en nuestros teléfonos y
smartphones de último modelo. ¡Vanidad de vanidades!
Sin
embargo, la experiencia nos demuestra que uno todavía puede ser original
cuando, lápiz en mano, intentar aportar palabras a los sentimientos, y de la
misma manera los fotógrafos, los fotógrafos de verdad, los que todavía conocen
los secretos que se esconden detrás de un enmarque irrepetible o junto a un
excepcional juego de luces, también pueden ser originales cuando, a su modo,
“hablan” de la Semana Santa de Cuenca. Enrique Martínez Gil sabe mucho de ello,
y nos lo demuestra cada vez que hace pública alguna de sus fotografías. Nos lo
demuestra sobre todo ahora, en esta nueva exposición, que estará abierta hasta
el próximo día 28 de abril, en la sala de exposiciones temporales del Museo de
la Semana Santa. Una nueva colección que está compuesta por cerca de cuarenta
fotografías, todas ellas en blanco y negro, que nos acercan, una vez más, a la
visión que el genial fotógrafo conquense tiene de nuestra Semana Santa.
“Cuenca.
Hay otra Semana Santa”, éste es el título de esta nueva exposición de Enrique
Martínez, que se celebra ahora, cuando acaban de hacer los diez años de su
anterior libro de fotografías sobre la Semana Santa de Cuenca, su “Pasión por
Cuenca”. Y es que en realidad, como dice el autor de las fotografías, hay otra
Semana Santa de Cuenca, u otra manera diferente de ver nuestra Semana Santa.
Una Semana Santa en la que prácticamente no existen los pasos procesionales.
Una Semana Santa que está compuesta sobre todo de miradas, de esas miradas
asombradas por todo lo que está pasando, y de miradas cansadas, después de cada
procesión; del silencio de la espera, antes de cada desfile, y del desgarrado y
atronador zumbido de la turba; de las manos que atan con paciencia los cordones
de los estandartes, y de las manos, fuertes y poderosas, que soportan el peso
de la madera, sea esta madera la del banzo, la de la cruz, o incluso la de las
propias tallas, en cada puesta en andas.
En esta
nueva exposición, Enrique Martínez Gil juega con los planos para obtener, y
entregar al espectador de su obra, un nuevo expresionismo, una nueva imagen de
nuestra Semana Santa, original, personal, propia, otra Semana Santa diferente.
Juega con las líneas, horizontales y verticales, también diagonales, que
dividen todo el campo fotográfico de una manera personal y creativa. Juega con
los planos, picados y contrapicados, cruzados a su vez por otros planos
diagonales, que prestan un volumen diferente al objeto fotografiado. Juega, en
fin, con ese plano cenital de las turbas, cuando está a punto de ser encerrado
el Jesús Nazareno. Juega también con las luces y con las sombras, de manera que
la falta de color no es un problema, sino todo lo contrario, en el resultado
final de la obra expuesta. Y juega con los espacios, de manera que sus imágenes
son, en sí mismas, un compendio de lo que pasa dentro del desfile procesional,
pero también de lo que pasa fuera de él, algo que le permite el uso del gran
angular y, sobre todo, de su manera personal e íntima de contemplar la
celebración.
En
definitiva, el fotógrafo conquense nos invita a contemplar su propia Semana
Santa, esa otra Semana Santa que a menudo permanece escondida más allá de los
pasos procesionales, y que sólo sale a la luz a través de las cámaras de los
fotógrafos, de los buenos fotógrafos como él. Nos invita, en fin, a visitar la
exposición, su exposición, y a guardarla para siempre en la retina, aunque sea
con la ayuda, si cabe, de ese libro que con tal motivo también ha editado, un
libro en el que no sólo se recogen las cerca de cuarenta imágenes que forman
parte de la exposición, sino también de algunas más, otras imágenes, otros
detalles de su particular Semana Santa, que no ha podido colgar por falta de
espacio, pero que son tan impactantes como las otras.