viernes, 5 de abril de 2019

LA HERMANDAD DE LA VERA CRUZ DE CUENCA, ANTECEDENTE DIRECTO DE LA ARCHICOFRADÍA DE PAZ Y CARIDAD


Mucho se ha escrito y se ha hablado sobre el origen de la Semana Santa de Cuenca, y mucho, sobre todo, es lo que se ha investigado en los últimos años. Gracias a ello, se ha podido afianzar nuestro conocimiento sobre la procesión del Jueves Santo, hasta el punto de que podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que se trata de la más antigua de cuantas conforman la Semana Santa conquense. En realidad, el hecho no en nuevo: así ha sido en todas las ciudades y pueblos de Castilla, incluso podríamos decir de toda España, salvando algunas excepciones, que podría haberlas. Es conocido el papel que en este sentido jugó en todos los lugares la hermandad de la Vera Cruz, y Cuenca, ciudad en la que también existió una hermandad de estas características, no podía ser una de esas excepciones. Sin embargo, todavía puede leerse en algunas publicaciones aseveraciones que beben aún en una época en la que primaban las leyendas y los mitos más que la propia investigación historiográfica, por lo que sigue siendo necesario insistir en un hecho suficientemente contrastado: el origen de la procesión del Jueves Santo conquense ya durante la primera mitad del siglo XVI. Éste es el motivo de este texto, a modo de introducción a un tema que será tratado más pormenorizadamente en las próximas semanas.

Si bien, como todos sabemos, en Cuenca existe una hermandad de la Vera Cruz moderna, que desfila en la procesión del Lunes Santo y nació para cubrir un hueco procesional hace algunos años, hay también otra hermandad histórica, clásica, que aunque actualmente ya no se llama de esta forma, porque cambió a mediados del siglo pasado su advocación titular por la de Archicofradía de Paz y Caridad, se corresponde con el antiguo cabildo de la Vera Cruz, Sangre de Cristo y Misericordia. Mantiene, además, casi todas las características comunes de la mayor parte de estas cofradías religiosas: nació en el siglo XVI, al amparo del convento de religiosos franciscanos, para convertirse en la primera cofradía penitencial de la ciudad; organizó la procesión del Jueves Santo, presumiblemente formada por hermanos de luz y de sangre, aunque sobre este particular no se ha encontrado aún constatación documental definitiva,...

            La historia de la hermandad, si bien aún no bajo la titularidad de la Vera Cruz, se remonta al año 1521, cuando algunos regidores del ayuntamiento solicitaron del rey Carlos I autorización para fundar una hermandad que, bajo la advocación de la Misericordia se encargara de enterrar a los ajusticiados, hermandad que fue instalada en la ermita de San Roque, muy cercana al convento de franciscanos observantes. A mediados de la centuria, la hermandad de había enriquecido, pues se la ve firmando en los años cuarenta y setenta de aquella centuria, sendos contratos con diversos oficiales de la ciudad para arreglar la capilla que la hermandad tenía en la ermita. En el segundo de estos contratos se menciona la realización en la parte alta de la capilla de una sala de reuniones y un almacén y, lo que es más importante, se menciona por primera vez la advocación de la Vera Cruz unida a la más antigua de la Misericordia. No se sabe con seguridad las razones de este cambio de denominación, pero una posibilidad factible es que en algún momento entre esas dos restauraciones o modificaciones estructurales de su capilla, la advocación a la Vera Cruz, hubiera crecido en el seno de la hermandad por la influencia de los religiosos franciscanos. Pero también es bastante posible que en ese momento, lo que de verdad pudiera haber pasado, es que  que se hubiera producido una fusión entre dos hermandades diferentes: la de la Misericordia, asentada, como es sabido, en la ermita de San Roque, y la de la Vera Cruz, asentada quizá en un primer momento en el cercano convento de San Francisco, como era usual en esta época en casi todas las ciudades, y trasladada después a la ermita de San Roque as causa de la unificación.

            El primer documento en el que se habla de la procesión del Jueves Santo data de 1610, aunque las propias características de cualquier hermandad de la Vera Cruz, puramente penitencial, nos permite pensar que esta procesión existiera desde el mismo momento del nacimiento de la cofradía. Una prueba más en este sentido es el contrato que el escultor Giraldo de Flugo, flamenco afincado entonces en Cuenca, firma en 1580 con la hermandad de la Vera Cruz de Zaorejas, pueblo que en la actualidad se encuentra en la provincia de Guadalajara, pero que pertenecía entonces al obispado de Cuenca, por el que se comprometía a hacer una imagen de Jesús Nazareno para la que se debería utilizar como modelo la que pertenecía al cabildo de la Vera Cruz de Cuenca. Por diferentes aspectos que aparecen mencionados en el documento, se aprecia claramente que la escultura, como debía suceder también con el modelo utilizado, tenía una motivación de para ser portada en procesión; así lo demuestra el hecho de que su cuerpo debía ser vaciado por dentro, con el fin de aligerar en lo posible el peso de la talla. Un encargo de similares características para el pueblo cercano de Alcocer se firmaría también pocos años más tarde, en 1588, teniendo además como uno de sus protagonistas al propio Giraldo de Flugo; el otro protagonista de la hechura de la talla de Jesús Nazareno, junto a otra de Jesús amarrado a la columna, sería el pintor italiano, afincado en la ciudad, Bartolomé de Matarana, encargado de la policromía.

            En el siglo XVII, del seno del cabildo de la Vera Cruz nacieron, como sucediera también con otras cofradías de esta misma advocación tanto en Castilla como en Andalucía, algunas hermandades satélites, creadas con el fin de organizar la procesión de una imagen concreta dentro del cortejo general de la cofradía. De la cofradía conquense nacieron cuatro hermandades, las más antiguas de cuantas conforman aún en la actualidad la Semana Santa conquense: Paso del Huerto (antes de 1644), Jesús Nazareno (antes de 1645), Paso de la Caña (antes de 1671) y Nuestra Señora de la Soledad (antes de 1736), Estas cuatro hermandades fueron alcanzando paulatinamente una mayor preponderancia dentro de la estructuración general de la cofradía, proceso del todo paralelo a la propia crisis sufrida por la cofradía matriz en esa misma centuria (en 1676, según testifican los documentos conservados, apenas quedaban algunos hermanos en su seno), hasta el punto de que ya en el siglo XVIII eran precisamente estas hermandades satélites las encargadas de organizar por sí mismas todo el desfile procesional.

            A principios de aquella centuria, los soldados ingleses que defendían los derechos al trono del pretendiente Carlos de Habsburgo durante la Guerra de la Sucesión, habían destruido una parte del patrimonio de estas cofradías. Los datos nos lo ofrece, en base a un documento hasta ahora inédito, García Heras, y de él se ha hecho eco este mismo año Israel José Pérez Calleja en los Cuadernos de Semana Santa: “En la ciudad de Cuenca, entraron dichos soldados, y en la Hermita de San Roque, ultrajaron con la mayor indecencia todas las Efigies que avía en ella, y en especial la de Jesús Nazareno, que la arrojaron al suelo, y despojaron de sus vestiduras, dividieron en tres partes su Sacatrissina Cabeza, y quitaron un dedo de sus manos. También despojaron a Nuestra Señora de la Soledad, y con grande irrisión y escarnio, la pusieron en el Púlpito de la dicha Hermita, y a correspondencia el passo del Ecce-Homo. También despojaron el paso de la Oración del Huerto, y se llevaron todos los Frontales, y demás Ornamentos de dicha Hermita…  En dicha ciudad, los referidos Soldados vendieron púbica y generalmente, los Ornamentos y Vasos Sagrados que avían saqueado, aviendo comprado a uno, un platero,  una Paterna muy asquerosa, como de aver comido en ella; y a otro un pie de Cáliz, que lo sacó de las partes impúdicas, y otro Soldado llevaba en un pollino puesto por ataharre una estola morada; y otro, por cabezada de su caballo, el Cordón con que estaba ceñida la Efigie de Jesús Nazareno, que hizieron pedazos en la Hermita de San Roque.”

El siglo XIX marca un nuevo hito en la historia de la cofradía, que había estado a punto de desaparecer en 1810, invadida la ciudad por las tropas francesas, quienes incendiaron la ermita y saquearon los bienes de la propia hermandad. Ya antes de ello, unos meses antes de iniciarse la guerra, algunos de los miembros del viejo cabildo encabezados por su hermano más antiguo, Antonio Lorenzo Urbán, se juntaban con el fin de defender sus intereses contra los de las ya poderosas hermandades satélites, que pretendían que el cabildo hiciera entrega de todos sus papeles al tribunal diocesano. Estas hermandades, que durante la centuria anterior habían sido creadas en el seno del cabildo de la Vera cruz, pretendían ahora organizar por sí misma la procesión del Jueves Santo, y querían además algo que hasta entonces había sido prerrogativa únicamente del cabildo matriz: el entierro de los ajusticiados. Junto al propio Antonio Urbán, miembro del cabildo catedralicio, se encontraban otros personajes que pertenecían también a la oligarquía conquense, como José Julián Mayordomo, Vicente Antonio de Villena o incluso Francisco de Paula Álvarez de Toledo, señor de Hortizuela y regidor perpetuo y decano del ayuntamiento conquense. En aquella reunión, y con el fin de anticiparse a cualquier tipo de litigio,  los asistentes decidieron otorgar sendos poderes a diferentes procuradores de la audiencia de Cuenca, de la Real Chancillería de Granada y del Consejo de Castilla.

Dos años más tarde, en 1810, los franceses incendiaron la ermita de San Roque, y la hermandad llegó incluso a ser suprimida temporalmente por el tribunal diocesano. Aunque el cabildo reconoció en ese momento la supresión de la hermandad, e incluso ordenó el reparto la escasa cera de la que aún disponía la hermandad entre los escasos miembros con los que aún contaba, se trataba en realidad de un hecho puramente coyuntural. En efecto, una vez terminada la guerra el cabildo volvió a cobrar vida, aunque siempre, esos sí, bajo el amparo de las antiguar hermandades filiales. No cabe duda de que se trata de una misma cofradía, a pesar de que hay quien afirma, intencionadamente, que se trata de dos hermandades diferentes. Se trata con ello de defender una sucesión histórica entre esta cofradía antigua y la nueva, que en la actualidad desfila en la procesión del Lunes Santo, pretendiendo una antigüedad que ya era una pretensión en el momento de su fundación, hace quince años, y que en realidad, no le corresponde.

Para entonces, las imágenes de estas hermandades habían sido trasladadas ya a la iglesia de la Virgen de la Luz, recuperada para el culto a instancias del propio Ayuntamiento de la ciudad, traslado que se llevó a efecto, después de haber sido solicitado por el propio Ayuntamiento, a finales de la década de los años veinte de aquella centuria. Sin embargo, y otra vez gracias al trabajo de lo que habían sido hermandades filiales, que mientras tanto habían seguido organizando el desfile del Jueves Santo, el cabildo de la Vera Cruz pudo renacer de sus cenizas. La documentación que aún conserva la hermandad de Jesús con la Caña es clara en este sentido: en esos años se creó entre las diversas hermandades, y en el seno de la propia hermandad de la Vera Cruz, una Junta de Caridad, antecedente claro de lo que más tarde sería la Archicofradía de Paz y Caridad. Por otra parte, aunque sigue costando en esa documentación la cofradía de la Vera Cruz, en realidad, ésta ya no tenía ninguna función como tal, por dicha junta de Caridad la siguen formando los miembros de las otrora hermandades satélites, las cuales, además, se repartían entre ellas, a partes iguales, todos los gastos ocasionados por la procesión del Jueves Santo.

Poco tiempo después, en la década de los treinta, la hermandad del Ecce-Homo, que en la centuria anterior había organizado durante algún tiempo la procesión del Miércoles Santo, se incorporó a la todavía hermandad de la Vera Cruz, y veinte años más tarde sería una hermandad de nueva creación, la del Amarrado, la que completaría el desfile, y terminaría por dar un nuevo impulso a la Semana Santa del periodo. Fue entonces, hacia los años intermedios del siglo XIX, cuando se terminó de consolidad esa unión relativa de las hermandades que habían formado desde mucho tiempo antes antes el cabildo de la Vera Cruz, con la creación finalmente de la Archicofradía de Paz y Caridad, que aún subsiste. Este hecho terminó de dar consistencia definitiva a la procesión del Jueves Santo, tal y como hoy la conocemos. En 1865, fueron confirmadas por el provisor general de la diócesis las constituciones de la nueva institución, que heredaba todas las prerrogativas anteriores del cabildo de la Vera Cruz, incluida también la de enterrar a los ajusticiados, que aún mantenía desde que fuera fundada en el siglo XVI. Y ya durante la segunda mitad del siglo XX, la archicofradía se terminaría de constituir, con una nueva hermandad, la de Jesus Caído y la Verónica, y un segundo paso dentro de la hermandad de Jesús Nazareno, el del Auxilio.

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