Cuando
Julián entró por primera vez en Cuenca, lo hizo en el más absoluto silencio de
la noche, cuando la ciudad entera dormía, acunada por el agua de sus dos ríos.
Con este acto, el segundo obispo de la ciudad recién conquistada (hacia menos
de veinte años que el joven rey Alfonso VIII había penetrado en Cuenca),e
demostró, coma aún sin él quererlo, la humildad de su carácter, la misma
humildad que ya había demostrado cuando don Martín, arzobispo de Toledo, le
anunció su nombramiento.
Aunque en un primer momento renunció
al cargo nuevo que se le ofrecía, por creer que no era merecedor del mismo, la
insistencia del arzobispo y del propio rey Alfonso, el cual, según algunos
estudiosos, había sido alumno suyo, le obligó a aceptarlo. Aquél que al nacer
ya había dado muestras de sus futuras virtudes, aquél que a la hora del
bautismo fue recibido por un coro de ángeles, los mismos ángeles que según la
tradición le impusieron el nombre, los mismos quizá que treinta años después
llevaron a otro sacerdote conquense, Ginés Pérez Chirinos, a Caravaca la Cruz
que necesitaba para realizar el servicio de la misa, se hubiera conformado con
seguir predicando la religión cristiana entre los no creyentes.
Aquella fue la misma humildad que
más tarde seguiría manteniendo a lo largo de toda su vida. Donó todas sus
rentas propias a los pobres de la ciudad, acosados por el hambre y por la peste,
y él se valía para combatir todas sus necesidades, mientras tanto, con lo poco
que sacaba de la venta de sencillas cestas de mimbre, humildes como él, que él
mismo hacía con sus propias manos en un lugar retirado de la ciudad.
Cuando la noche ya se cernía sobre
la ciudad en penumbras, ambos volvían al palacio, y se disponían para el
descanso necesario para que al día siguiente sus cuerpos pudieran seguir
velando por la ciudad que ya les había aceptado como suyos. Cuando San Julián
llegó a Cuenca, la ciudad era muy pequeña, aunque su situación estratégica, en
lo alto del cerro escarpado, con la dificultad para conquistarla que le
conferían los hechos de ambos ríos, que lo cerraban en sus partes más
accesibles, y muy cercana a la frontera con los árabes, le daba una cierta
importancia
Sin embargo, su población estaba
formada por los tres pueblos en los que aquella España de conflictos religiosos,
de guerras santas, de paces a medias respetadas, estaba dividida. La población
musulmana estaba formada principalmente por artesanos (tejedores, zapateros,
tintoreros, herreros, orfebres, alfareros, …) ,y por los trabajadores de la
tierra. Los hebreos se instalaron primeramente en todo el barrio del Alcázar, y
después, ya en el siglo XV, se bajaron hacia los Tiradores, dejando sin embargo
el barrio anterior habitado por los nuevos conversos, como herederos de la
tradición que representaba su antigua religión. Por ello, durante aquellos años
difíciles, el trabajo de un obispo como Julián, siempre preocupado por todos
los miembros de su diócesis, debía ser demasiado importante como para
permitirle abandonar tan asiduamente la ciudad que entonces comenzaba a crecer.
Pero aquella tradición, que a pesar
de todo debió tener una gran parte de historia, nos ilustra muy bien cuál debió
ser la personalidad de este Santo, patrón de humildad.