martes, 20 de octubre de 2020

La plaza de toros de Alfonso Lledó, el primer coso taurino de la ciudad de Cuenca

  

               Entre los fondos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, hemos podido encontrar cierto convenio de colaboración entre Alfonso Lledó y Aurelio Cabañas, para construir la que iba a ser la primera plaza de toros de estructura fija en la capital conquense. Se trata de un documento que está fechado el 11 de mayo de 1848, cuando la plaza se hallaba aún en vías de construcción, que viene a poner luz sobre los orígenes de la tauromaquia conquense, en el sentido más moderno de la palabra. Algunas cosas ya se sabían sobre la construcción de esta plaza, a partir de ciertas informaciones proporcionadas principalmente por los cronistas José Vicente Ávila, “Chicuelito”, y Helidoro Cordente, “Dorito”. Por ello, antes de pasar a exponer el documento en sí, vamos a resumir un poco lo que ya conocíamos de la plaza de toros de Lledó.

               Así, consta en las actas del Archivo Municipal de Cuenca, de las que se hace eco el ya citado Heliodoro Cordente en su libro “Historia de la Tauromaquia Conquense, 1500 a 2000”, que publicó en 2002 la Diputación Provincial de Cuenca, que fue en 1846 cuando Alfonso Lledó solicitaba el oportuno permiso del Ayuntamiento de Cuenca para construir a sus expensas una plaza de toros “a espaldas de la Ventilla”, según se cita literalmente en el documento, es decir, un espacio que en ese momento se encontraba fuera de los límites de la ciudad, en el camino de entrada por la carretera de Valencia, en un terreno que entonces era propiedad de la Casa de la Beneficencia, y que había sido tasado en trescientos reales. El lugar era aproximadamente lo que más tarde sería el cine Xúcar, en la falda exterior del cerro de San Roque. El solicitante, Alfonso Lledó, era un comerciante que estaba afincado en la ciudad de Cuenca; consta, según los datos proporcionados por el historiador Félix González Marzo, que ha investigado los procesos desamortizadores que se llevaron a cabo en la provincia de Cuenca, tanto los de Mendizábal como de Madoz, entre 1855 y 1866, que Alfonso Lledó había adquirido un total de tres casas contiguas en la ciudad de Cuenca, además de una posada y una carnicería en el pueblo de Almodóvar del Pinar, para lo que había tenido que desembolsar una cantidad superior a los treinta mil reales de vellón. Otros dos miembros de su misma familia, Máximo y Cipriano Lledó, éste último fabricante de yeso, también hicieron algunas adquisiciones en el mismo proceso desamortizador de Madoz, tanto en la capital como en algunos pueblos de la provincia, especialmente el primero.


Plaza de toros Perdigana, de la familia Lledó. Interior del coso

               Autorizada la construcción de la plaza, a finales de ese año debieron empezar ya las obras de construcción del nuevo edificio. Así se desprende del hecho de que, con fecha 3 de octubre, Raimundo Noheda licitaba con el fin de hacerse cargo de la construcción de la nueva plaza, según los planos que habían sido realizados con anterioridad por el arquitecto Rafael Felipe Mateo. Sin embargo, y después de haberse celebrado la obligatoria subasta de adjudicación, la obra fue realizada finalmente por José Tórtola, según se desprende de una información que fue publicada en el diario “Ofensiva” en 1955: “El coso taurino se construyó entre 1847 y 1848 por los señores Don Alfonso Lledó y don Eustaquio Cabañas, en el terreno comprendido entre el actual cine Xúcar y el cerrillo de San Roque, llamado barrio del Argelillo. El coste de la plaza fue de más de cuarenta mil pesetas y su director de obra José Tórtola “Pepico”. Los materiales empleados en ella fueron zócalo de piedra y el resto de madera. Sus localidades, todas cubiertas en caso de lluvia, eran de tabloncillo, teniendo grada, y su capacidad en lleno de siete mil quinientas personas. Disponía para el servicio de tres puertas, ocho toriles y tres corredores”.

               El documento encontrado en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca confirma que en mayo de 1848, la plaza, que era llamada popularmente la “Perdigana”, según parece, porque de esta manera llamaban los conquenses a la esposa del propio Alfonso Lledó, aún no había sido terminada, aunque no debía faltar ya mucho para hacerlo. Además, da alguna información auxiliar, como el hecho de que junto a la plaza, y probablemente como un servicio auxiliar de la misma, también se estaba construyendo una cafetería, algo novedoso sin duda en aquella época en la ciudad, y corrige un error en cuanto al nombre del otro comitente del edificio, que no se trataba en realidad de Eustaquio Cabañas, sino Eusebio Cabañas. Dice así el documento en cuestión: “En Cuenca, a once días de Mayo de mil ochocientos cuarenta y ocho, ante mí, el escriviente [sic] escribano, y testigos que al final se nominaran, parecieron Alfonso Lledó y Eusebio Cabañas, vecinos de esta ciudad, y dijeron: que con el objeto de emplear sus respectivos capitales, trataron y están construyendo por su cuenta una plaza de toros sita en esta población, entre Argelillo y la Ventilla, y que para que conste en lo sucesivo la parte y derechos que en ella tiene cada uno de los comparecientes, han deliberado en declarar comprometerse y obligarse a lo siguiente:

               La plaza de toros y solar de su circunferencia es propiedad de ambos en la parte que se dirá, como igualmente la casa café inmediata que se está haciendo, pero no el pajar que queda en las casas de Argelillo, que sólo y exclusivamente pertenece al Lledó.

Todos los gastos que se han hecho y hagan en adelante en dicha plaza y accesorio, que sean para su construcción o para comprar reses vacunas [sic] que se corran en ella, y para criar, como igualmente los pastos que para éstas se necesitan, será de cuenta de ambos, y vajo [sic] la vase [sic]  expresada de que Lledó lleva dos terceras partes, y una el Cabañas; entendiéndose lo mismo para poner el capital que se ha de emplear en el costo de todo, como también para las pérdidas o ganancias que hubiere, y se repartirán de la propia manera.

Hasta la primera función de toros, no reclamará cosa alguna por su trabajo e industria el Cabañas, ni tampoco podrá hacerlo el Lledó el empleado por sí, sus criados y caballerías.

Con cuyas cualidades y condiciones formalizarán este contrato que han convenido y están conformes, para llevar a efecto el pensamiento que tienen acordado, comprometiéndose a observarlas y cumplirlas exacta y estrictamente, vajo [sic]  la pena de no ser oídos judicial ni extrajudicialmente, si se opusieran o reclamaran lo aquí establecido, siendo nulo y de ningún valor otro trato que cualquiera de ellos hicieran relativo a éste, y sin la mutua y recíproca intervención, avenencia y consentimiento de los que hablan. Pues a ello se obligan con sus bienes de todas clases, sujetándose a los señores jueces competentes, y renuncia de leyes en forma. En cuyo testimonio así lo dijeron, otorgaron y firmaron, siendo testigos don José María de Arcos, Juan Gómez y Lorenzo Granero, de este domicilio, y a todos doy fe y conozco. Alfonso Lledó [rúbrica]. Eusebio Cabañas [rúbrica]. Ante mí, Isidoro de Escobar [rúbrica][1].


Así pues, el contrato, firmado, como hemos visto, ante el notario Isidoro de Escobar, marcaba claramente el porcentaje que cada uno de los socios mantenía en principio sobre la plaza de toros: dos terceras partes para Alfonso Lledó y una tercera para Eusebio Cabañas. Sin embargo, algo había cambiado ya en agosto de ese mismo año, cuando, después de haberse celebrado en el Ayuntamiento para celebrar un juicio de conciliación entre ambos, vuelven a acudir al mismo notario, Isidoro de Escobar, con el fin de hacer constar la desvinculación total del segundo en el negocio de la plaza de toros. Así se hace constar en el margen de la primera escritura:  “Que en el día de la fecha de esta nota, ante mí y testigos, han comparecido los señores otorgantes de esta escritura, y manifestado que en el juicio de conciliación celebrado hoy ante el teniente alcalde Don Lorenzo Martínez, han concertado y convenido de consuno, con todos los hombres buenos, en que toda la plaza de toros con sus accesorios quede como de la pertenencia exclusiva  del Lledó, y fuera de todo dominio y derecho el Cabañas, a quien ha satisfecho aquél en cuanto tenía suplido, y devengado por todos conceptos, en tres toros, en la deuda a favor de Perea, y en la madera sobrante, en virtud de lo cual queda candelada, nula y sin ningún valor total esta obligación, sin perjuicio de formalizar éste manifestación y carta de pago por otra escritura, a voluntad de Lledó. Y firmaron siendo testigos Don Enrique María de Yuste, Don José María de Arcas y Don Manuel Carrasco, de este domicilio. En Cuenca, a dos días de agosto de mil ochocientos cuarenta y ocho. Eusebio Cabañas [rúbrica]. Alfonso Lledó [rúbrica]. Escobar [rúbrica].

Esta plaza de toros, de Lledó o la Perdigana, se mantuvo en pie durante poco más de sesenta años, y estuvo regentada siempre por algún miembro de la familia Lledó. Y es que en los primeros años de la segunda década de la siguiente centuria, la situación en la que se encontraba la plaza era poco menos que ruinosa, a juzgar por algunas crónicas periodísticas y también por algún que otro documento de archivo. En efecto, en 1911 no pudo llegar a celebrarse aquí la novillada benéfica que había sido anunciada para el Domingo de Resurrección, debido al mal estado del coso taurino y al alto coste de su reparación, cercana a las dos mil pesetas de la época, según el presupuesto que para ello había realizado el arquitecto municipal. Así, y a pesar de que la dueña de la plaza, que en ese momento era doña Anselma Lledó, se había ofrecido cederla de manera gratuita debido al carácter benéfico del festejo, que debía ser organizado por el Ayuntamiento, éste decidió suspenderlo para evitar accidentes por el peligro que existía para los espectadores. Así lo exponen las actas municipales, y así lo recoge también Helidoro Cordente en su historia de la tauromaquia conquense.

Sin embargo, la plaza debió ser restaurada en los meses siguientes, al menos en lo que respecta a sus problemas más acuciantes, porque consta que en las fiestas de San Julián de ese año volvieron a celebrarse los tradicionales festejos taurinos. Sin embargo, la historia de la Perdigana ya estaba llegando a su fin, pues, aunque al año siguiente volvieron a celebrarse festejos taurinos en esta plaza, la situación en la que se encontraba seguía siendo lamentable. Así lo recogía el 4 de septiembre de 1912 el periódico conquense “El Liberal”: “Obra de romanos es la organización de una mediana fiesta de toros, teniendo como local único para celebrarla una cosa que fue plaza en los años de la revolución y que hoy solo sirve en conciencia para almacén de maderas ennegrecidas y semipulverizadas por los agentes atmosféricos”. Ese año se celebraron en la plaza de toros de la familia Lledó dos novilladas, el 5 y el 6 de septiembre; debemos recordar que hasta muy entrado el siglo XX, las fiestas de San Julián se celebraban durante la primera semana de septiembre. En ambos festejos participaron los mismos novilleros, quienes se encontraban en esos momentos ocupando algunos de los puestos más altos del escalafón de plata: el sevillano José Gárate “Limeño” y el mexicano Carlos Lombardini, quien sustituía al también sevillano José Gómez Ortega, quien en ese momento se hacía llamar aún “Gallito III” y que más tarde, una vez hubiera tomado la alternativa, se convertiría en el gran “Joselito”, que unos días antes había sufrido una peligrosa cogida en la plaza de Bilbao que le había impedido torear en Cuenca en la que sería la última corrida de toros celebrada en la plaza de los Lledó.

En efecto, fueron estos los dos últimos festejos celebrados en la Perdigana, que en ese momento estaba regentada por Constantino Lledó, según información ahora de José Vicente Ávila. Para entonces ya se había organizado una comisión, formada por el Ayuntamiento, la Diputación Provincial y la Cámara de Comercio, con el fin de construir una nueva plaza. Sin embargo, el nuevo coso taurino se debió otra vez, finalmente, a la iniciativa privada. Fue Manuel Caballer, otro empresario de origen valenciano que había venido a Cuenca algunos años antes, el mismo que mandó construir también en una extremo de Carretería, haciendo esquina con la calle Doctor Chirino y con la actual plaza de la Hispanidad, la casa que todavía lleva su nombre, quien, ya el 11 de diciembre de 1911, solicitaba ante el Ayuntamiento autorización para construir una nueva plaza de toros. A esa primera solicitud se añadió otras dos, del 7 de febrero de 1913, enviadas ahora a la Dirección Técnica de Ferrocarriles y a la Jefatura de Obras Públicas, debido al lugar que debía ocupar a nueva plaza: en unos terrenos que, aunque de propiedad del interesado, se encontraban colindantes con la carretera Cuenca-Alcázar de San Juan y con la línea férrea Aranjuez-Cuenca, es decir, entre la actual Avenida de Castilla-La Mancha y Escultor Martínez Bueno, muy cerca del lugar que ocupaba la antigua Resinera. Esta nueva plaza pudo ser ya inaugurada durante las fiestas de San Julián de 1913, con dos corridas de toros que se celebraron los días 5 y 6 de septiembre.

Catorce años más tarde, en 1927, sería finalmente inaugurada la plaza actual, la tercera de piedra en nuestra ciudad, situada, como es sabido, no demasiado lejos de la de Caballer. Mientras tanto, la vieja plaza Perdigana de los Lledó adolecía cerrada, ruinosa, en su antiguo emplazamiento a la entrada de la carretera de Valencia. En los años anteriores, en su ruedo no sólo se habían celebrado festejos taurinos, sino también espectáculos de diverso tipo, como una función de gala nocturna, una especie de circo en realidad, en honor de Su Alteza Real Serenísima, la infanta doña Isabel, a cargo de una compañía ecuestre, gimnástica y cómica, que estaba bajo la dirección de Casimiro Wolsi. Del espectáculo, que se celebró el 16 de julio de 1907, han llegado hasta nosotros algunos programas, que también fueron publicados en su historia por Heliodoro Cordente.

 



[1] Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Sección Notarial. P-2168/1. Ff. 150

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