jueves, 24 de diciembre de 2020

La Sociedad Minera la Asturiana: una asociación mercantil conquense en el siglo XIX

 

               Hace ya algunos meses, traíamos hasta este blog la fundación, a mediados del siglo XIX, de cierta sociedad comercial que, bajo el nombre de Santa Filomena, se dedicaba a la extracción de mineral de cobre en el término de Garaballa.  Se trataba de una de esas sociedades precapitalistas y burguesas que se fueron estableciendo en todo el país, también en la provincia de Cuenca, al hilo de una incipiente revolución industrial, que en España, y sobre todo en estas provincias del interior, no llego nunca a alcanzar un desarrollo demasiado importante. En esta ocasión, vamos a tratar también de la creación de otra de esas sociedades mineras, la que, bajo el nombre de Sociedad Minera La Asturiana, fue creada también en Cuenca en el último tercio del año 1846, con el fin de explotar, esta vez, el carbón que era extraído en el término municipal de Uña, en la serranía conquense, en el lugar conocido con el nombre de la Fuente del Azabache. La sociedad, en efecto, había sido creada el 2 de octubre por varios vecinos de la capital y de Villalba de la Sierra, y poco tiempo después, el 31 de enero del año siguiente, esos mismos socios acudían a la oficina del escribano Bartolomé Sahuquillo, para que éste pudiera dar fe pública de la constitución de la sociedad. El documento en cuestión, que se conserva, como otros que he venido trayendo a este blog, entre los fondos del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, dice lo siguiente:

               “En la ciudad de Cuenca, a treinta y uno de enero de mil ochocientos cuarenta y siete, ante mí, el escribano, y los testigos que se dirán, comparecieron don José Ferrán, don Ramón Cobo, don Francisco Antonio Moreno, don Antonio Muñoz, don José Laín, don Bartolomé Roig, don Juan López, don Mario Lozano y don Fernando Lozano, los ocho primeros vecinos de esta ciudad y el último del pueblo de Villalba de la Sierra, y dijeron: que habiendo registrado en dos de octubre del año anterior próximo venido, un criadero de carbón de piedra en el término del pueblo de Uña y sitio denominado Fuente del Azabache, trataron en junta que para el efecto celebraron, a seis del citado octubre, constituirse en sociedad, como efectivamente se constituyeron, y acordaron otorgar este instrumento, el cual hasta el día no han podido otorgarlo por la ausencia temporal de algunos socios, y en su consecuencia poniéndolo en ejecución, otorgan que se constituyen en la precitada sociedad, siendo las bases que establecieron y las que se obligan a guardar estrictamente, las que aparecen del reglamento que presentan para su unión a incorporación a este documento, y de aquél unirán otro a la copia o copias que puedan sacar de esta escritura, cuyas bases y artículos que comprenden el prenotado reglamento, se obligan a cumplir estrictamente, y por el cual se han constituido en la sociedad referida, declarando como declaran que las dos acciones gratis que señala el artículo siete del referido reglamento pertenecen por iguales partes a José Rivera, Enrique Carrascosa, José Abarca y Joaquín Lozano, los dos primeros vecinos de Beamud y los dos últimos de Villalba de la Sierra, que en el caso de beneficiar otro criadero de mineral de hierro que tienen registrado en el sitio llamado de la Modorra, cuyo terreno pertenece a los propios de esta ciudad, declarado comprendidas las ventajas que pudieran resultar de dicho mineral a todos los interesados que ay en el día o pueda haber en lo sucesivo, en el primero de que va hecha mención en el principio de esta escritura, sujetándose  en su todo al reglamento establecido y que se hace referencia. Al cumplimiento de cuanto va dicho obligan sus personas y bienes, habidos y por haber, por firme obligación y solemne estipulación, y para que puedan ser compelidos de ello, dan poder cumplido a todos los señores jueces y justicias de S.M., especial y señaladamente al que así fuere de esta ciudad, a cuya fuerza y jurisdicción se someten, renuncian otro que les competa, domicilio y vecindad, y todas las demás leyes, fueros y derechos de su favor. En cuyo testimonio así lo dijeron y otorgaron, siendo testigos Manuel Moreno, don Baltasar Chico y don Enrique María Yuste, vecinos de esta ciudad, a los que, como a los señores otorgantes que firmaron, doy fe conozco.”  [1]

               Al pie del documento aparecen las firmas de los nueve miembros de la sociedad minera, así como la del citado notario que daba fe del documento, Bernabé Sahuquillo, pero no así la de los tres testigos. Y tal y como se decía en la escritura, aparece también, anexa a ella, el reglamento que debía regir la sociedad en cuestión. Escrito en tres folios, no ya manuscritos, sino impresos, está formado por un total de treinta y cinco artículos, bajo el encabezamiento siguiente: “Reglamento para la dirección y gobierno de la sociedad minera titulada La Asturiana, para la esplotación [sic] de carbón de piedra bajo los artículos que se dirán”. Los primeros artículos del reglamento establecen lo que hoy llamamos la razón social de la nueva sociedad, es decir, el lugar en el que ésta quedaba establecida, y los datos del registro, así como los fines a los que estaba encaminada, ya conocidos, y los socios fundadores que la componían, a los cuales, en principio, les estarían reservados los cargos de gobierno y dirección de la sociedad comercial. Pero dejando abierta la posibilidad de que en el futuro se pudieran incorporar nuevos socios. No obstante, por el artículo cuarto se establece que “para el mejor desempeño de las funciones que ejerza la Junta directiva se asociarán otros tres individuos que nombrarán los fundadores de entre los nuevos accionistas que ingresasen en la Sociedad”. Y por el artículo quinto se establece el reparto de las acciones entre los diferentes socios, a razón de cien acciones de pago y dos gratis, “divididas las de pago en iguales partes entre los nueve fundadores”. Pero de esas cincuenta acciones de pago, de momento sólo se harían efectivas la mitad, aplazándose la expedición de las otras cincuenta para el futuro, cuando los socios así lo consideren oportuno. Por su parte, las dos acciones gratuitas serían entregadas a otras personas ajenas a los nueve socios fundadores, en recompensa, así lo especifica el reglamento, “de los servicios prestados a la sociedad”. Son éstas las dos acciones a las que se hace referencia en la escritura notarial, y que serían entregadas a los cuatro vecinos de Villalba de la Sierra y de Beamud, que eran mencionados, como hemos visto, en la escritura notarial.

               El artículo octavo del reglamento estipula la duración de cada junta directiva, que deberá ser nombrada cada año, pero con posibilidad de reelección de sus miembros, siempre por mayoría de votos. Y en el artículo siguiente se regula también el quorum que era necesario para que los acuerdos tomados acuerdos en las juntas pudieran ver válidos, en razón de dos tercios del total de los socios, y el número de votos necesarios para alcanzar esos acuerdos, en este caso la mitad más uno del número de asistentes a la reunión. No considero necesario desarrollar en esta entrada todos y cada uno de los artículos del reglamento, pero sí considero oportuno recalcar algunos de los aspectos señalados en él: la temporalidad de las reuniones de la junta directiva, que sería quincenal; la obligación de celebrar junta general de accionistas cada tres meses; la imposibilidad de poder delegar el voto en otro socio cuando no se pudiera asistir a una junta; el reparto de votos entre los socios asistentes a éstas, de acuerdo a un voto por cada acción, con un máximo de cuatro votos por socio; el importe máximo al que se podía llegar a la hora de hacer el reparto de dividendos entre los accionistas, a razón de veinte reales mensuales por cada acción que se posea; la posibilidad de que los herederos de los socios fallecidos pudieran también pasar a formar parte de la sociedad, con los mismos derechos y deberes, una vez aceptada la nueva titularidad de las acciones, y las obligaciones de cada uno de los miembros de la junta directiva, presidente, secretario, depositario y contador, de acuerdo a lo que es usual en cualquier sociedad de estas características. En este sentido, el artículo 29 dice lo siguiente: “Son atribuciones de la Junta Directiva, la venta de los minerales y las demás gestiones necesarias para conseguir la enajenación, dando a estos actos toda la publicidad posible, procurando a la Sociedad todas las ventajas, y poniendo en poder del Depositario luego que se verifiquen las ventas, las cantidades que resulten para hacer la debida distribución.”

               El lugar en el que se hallaba la mina de la Fuente del Azabache se encuentra, como hemos dicho, muy cerca del pueblo de Uña, debajo de los montes que, cubiertos de pinos, se pueden contemplar incluso desde las mismas casas del pueblo, al otro lado del río Júcar, junto al cementerio municipal. Se puede acceder a este lugar desde el camino que, desde la carretera de acceso al pueblo, se abre a la derecha, inmediatamente antes de cruzar el puente medieval. Todavía, hace algunos años, cuando yo era joven, aún podía verse allí, junto a una de las bocas de la mina, una caseta abandonada, pero relativamente bien conservada, en cuyo interior aún se encontraban algunas de las herramientas y de los útiles que habían sido utilizados quizá para la y explotación de la mina, ya entonces cerrada; algunas de esas herramientas, incluso, las de mayor tamaño, se encontraban fuera de la caseta, haciendo frente a la oxidación y a la herrumbre, ya bastante avanzada, que provocaba en ellas la acción del viento y de la lluvia. No sé qué es lo que quedará aún de todo ello, pues hace ya demasiado tiempo que no he pasado por allí, pero es posible que nada quede ya de aquellos tiempos en los que la sociedad todavía era capaz de sacar del interior de la tierra el carbón mineral que, desde antiguo, había dado nombre a la fuente próxima.



       Y es
 que la cercana Fuente del Azabache ya era conocida así al menos desde los primeros años del siglo XVII, como también era conocida la existencia allí de carbón mineral. El religioso toledano Sebastián de Covarrubias, que fue canónigo de Cuenca, en su famoso “Tesoro de la lengua castellana o española”, publicado en Madrid en 1611, dos años antes de fallecer en la ciudad del Júcar, en la voz “Uña” escribe lo siguiente: “Villa en el obispado de Cuenca, y aunque es pequeña tiene cosas muy notables; entre otras una laguna muy grande, con tanta abundancia de truchas que están perpetuamente saltando sobre el agua. Los pescadores entran a pescar en unos pedaços de troncos de una pieça a manera de artesa y la laguna en hondíssima. Tiene otra particularidad que parece mentira: una isla con yerba que se apacienta en ella ganado, y algunos arbolicos; ésta corre por toda la laguna, siendo llevada de los vientos. Está fundada en cierta manera de piedra esponjosa, que es como tova. Ovidio, lib. 13, Metamorphoseon, por cosa maravillosa, cuenta de las islas Symplegades, que en un tiempo vagaron sobre el mar agitadas del viento. Tiene un valle angosto, que de una parte y de otra están los riscos muy altos y a plomo, y se va a dar a un rincón, a donde estos peñascos se juntan debaxo dellos, salen diferentes arroyos y fuentes, y dellas manan las truchas que van a caer a la dicha laguna. Tiene más una fuente que llaman del Azavache, que verdaderamente no difiere del azavache que se labra, sino es en ser blando; y tengo para mí que quitándole los costrones de encima, se hallaría el azavache fino, pero no se ha intentado por no estragar la fuente, cuya agua dicen ser de muy buen sabor y agradable. Esta villa es de los marqueses de Cañete, y aunque tiene otras de más vecindad y autoridad, ésta, a mi parecer, devrían estimar en mucho.” El tema de la fuente, y el de la isla en medio de la laguna, fue descrito después también por el historiador madrileño Juan Pablo Mártir Rizo, en su “Historia de la Muy Noble y Leal ciudad de Cuenca, publicada en 1629 y dedicada, precisamente, a los marqueses de Cañete.

               Por lo que se refiere a la sociedad propiamente dicha, y a los nueve socios accionistas que dieron lugar a la explotación de la mina, algunos de esos nombres y apellidos son ya reconocidos por la historiografía, como miembros de esa incipiente burguesía conquense del siglo XIX. Apellidos y linajes que en muchos casos están relacionados con el comercio o con algunas profesiones liberales, en algunos casos también con la milicia; apellidos y genealogías que, desde el comercio y desde las profesiones liberales, dieron también el salto a la política, local o nacional, para constituirse, principalmente desde las diferentes ramas del liberalismo, la progresista y la moderada, y en algún caso también desde los partidos conservadores, en los principales impulsores del sistema representativo y parlamentario. Familias como los Cobo o como los Lasso, representadas en esta sociedad comercial por Ramón Cobo y por José Lasso respectivamente; del segundo, José Lasso Mazón, por ejemplo, podemos decir que era oriundo de la comarca del Pas, en la provincia de Santander, y que después de establecerse en la localidad conquense de Valverde de Júcar en la década de los años treinta, en la que nació su hijo, el futuro destacado militar, que llegó a ser gobernador general de Puerto Rico y capitán general de Valencia, José Lasso Pérez, se estableció con su familia en la capital de la provincia, donde se constituyó como uno de los principales comerciantes de la ciudad.

               En la otra sociedad minera, la llamada Santa Filomena, también vimos algo parecido. En ella aparecían otros apellidos que, como estos, también establan ligados al comercio y a las profesiones liberales; nombres y apellidos también conocidos en el campo de la política, como Juan Pablo Piquero o Valentín Pérez Montero, o los Piñango, que llegaron a constituirse en uno de los linajes más poderosos de la ciudad a través de las diversas generaciones que fueron sucediéndose. Miembros todos ellos de la burguesía conquense, apellidos con los que se suelen encontrar los historiadores cuando tratan temas relacionados con la historia social y económica de esta provincia y de este periodo histórico. Apellidos como Catalina o Lledó, que procedentes de Budia, en la provincia de Guadalajara, en el primer caso, o de la también cercana provincia de Valencia, en el segundo caso, se establecieron también en Cuenca a lo largo de la centuria decimonónica, para dedicarse en nuestra ciudad a diferentes actividades profesionales o comerciales; en el caso concreto de estos últimos, con el fin de explotar la todavía abundante riqueza maderera que proporcionaban los montes conquenses. Nombres y apellidos, todos ellos que conformaron una burguesía todavía no bien conocida por los historiadores, y cuyo estudio en todas sus interrelaciones posibles, sociales, económicas y, por supuesto, también políticas, sería de gran ayuda para poder alcanzar un conocimiento más detallado de la historia de Cuenca y su provincia a lo largo de todo ese siglo XIX, poco conocido todavía, pero también, incluso, de una parte de la centuria siguiente.

               En 1878, treinta años después de que la mina de Uña hubiera sido puesta en explotación, José Torres Mena, escribe en sus “Noticias conquenses” lo siguiente sobre la fuente y la mina del Azabache: “La fuente del Azabache” se halla también a poca distancia de Uña e inmediata al Júcar, con un medio caudal de agua excelente para bebida; siendo notable además por haber descubierto sus corrientes unos lechos o capas de lignito, sustancia carbonatada e inflamable, azabachada. Según Mártir Rizo, ya era conocida en su tiempo dicha fuente, creyéndose que aquella sierra estaba formada casi toda de azabache.” Por otra parte, existen también algunas referencias hemerográficas a la mina datadas en los primeros años del siglo XX. Hemos podido encontrar algunas de esas referencias en el blog “Pura Sierra”, dedicado a divulgar diferentes aspectos interesantes y curiosos sobre la serranía de Cuenca, y en este caso, en una entrada sobre la llamada Mina Pepita, otra mina de carbón de lignito que existió muy cerca de la nuestra, en Valdeguérguinas, junto a la cola del embalse de La Toba[2]. Así, en el número correspondiente al día 9 de octubre de 1918 del periódico conquense “El Liberal”, y en el contexto de la gran virulencia que la pandemia de la mal llamada gripe española tuvo sobre algunos de los pueblos de la sierra conquense, puede leerse lo siguiente: “Resultaron ciertas las noticias que en nuestro número anterior publicábamos, referentes a la aparición de la gripe entre los obreros de una de las minas próximas a Uña; como así mismo era cierto que en un mismo día ocurrieron tres defunciones, y que los cadáveres habrían permanecido insepultos.”


               En efecto, la mina de Uña permaneció en funcionamiento hasta las primeras décadas del siglo XX. En el mismo blog, antes citado, encontramos una nueva referencia a ésta, firmada nada menos que por Juan Giménez de Aguilar, uno de los mayores difusores de la cultura conquense, en todos sus campos, antes de la Guerra Civil. Así, en un texto titulado “El yacimiento petrolífero de Cuenca”, publicado en 1928 en el boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural”, el profesor y naturalista conquense escribe lo siguiente: “Recientemente fui consultado para la elección de muestras de unas minas de lignito -más o menos compacto y rico en carbón- que se destinará a la destilación de aceites minerales. Comprende esta demarcación casi todo el término de Uña y parte del de Cuenca, desde La Modorra a Garcieligeros, con un pequeño enclavado, junto a la carretera a la entrada del pueblo de Uña, que llaman de la Fuente del Azabache, el cual ya estuvo en explotación durante la Guerra Mundial. En puntos no muy alejados -en Valdeguérguinas-, se ven calizas bituminosas, y también se explotan los lignitos -muy cargados de pirita, como la mayoría de los carbonas de esta región- para combustibles en diversas industrias que antes se surtían de Peñarroya.”



[1] Archivo Histórico Provincial de Cuenca. Sección Notarial. P-2171/A.

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