domingo, 6 de diciembre de 2020

La historia de D’Artagnan, ¿novela histórica o simple novela de aventuras?

 

               En la entrada del blog correspondiente a esta semana vamos a dar una vuelta de tuerca más al concepto de novela histórica. En otras semanas anteriores ya habíamos dicho que toda novela histórica tiene que narrar hechos que han sucedido en el pasado, tal y como los cuenta el novelista, o, en todo caso, cuando los historiadores no tienen datos suficientes sobre esos hechos, o se tienen diferentes puntos de vista, sucesos que podrían haber pasado de una manera factible. En este sentido, ¿son las novelas de Alejandro Dumas del ciclo sobre el mosquetero D’Artagnan (“Los tres mosqueteros”, “Veinte años después” y “El vizconde de Bragelonne”) novelas históricas propiamente dichas? A primera vista, la respuesta debería ser que no, que al menos en un sentido estricto son hermosas novelas de aventuras ambientadas en un pasado más o menos remoto, como lo pueden ser también otras novelas de este tipo, como las de Walter Scott (“Ivanhoé”), Charles Dickens (“Historia de dos ciudades”), Mark Twain (“El príncipe y el mendigo”) o James Fenimore Cooper (“El último mohicano”), o los múltiples relatos del ciclo sobre Robin Hood, entre las que se incluyen también las novelas del propio Dumas.

               Sin embargo, ¿quiere ello decir que de este tipo de relatos no se pueden extraer alguna enseñanza histórica asumible por el lector interesado en el pasado? Considero que la respuesta debe ser también negativa, desde el punto de vista de que en el fondo, de todos estos relatos trascienden unos hechos, o al menos unos ambientes, que pueden ser históricos. Las investigaciones realizadas por el historiador decimonónico inglés Joseph Hunter, demostraron la existencia de cierto personaje real, apellidado Hood, que vivió a caballo entre los siglos XIII y XIV, algún tiempo después del famoso bandido, y que podría haber originado la leyenda posterior de Robin Hood. Por otra parte, algunas de las novelas citadas anteriormente han sido citadas por los críticos como novelas históricas, y, como mínimo, se puede decir que se encuentran en el límite entre un género y otro, enetre la novela histórica, strictu sensu, y entre la simple novela de aventuras con un trasfondo histórico. Y en esta misma situación se puede encontrar también las novelas de Dumas sobre el famoso mosquetero gascón.            

   Porque el personaje que se esconde en la figura del mosquetero D’Artagnan, ese noble gascón que viaja a París para servir en la compañía de mosqueteros del rey de Francia, compañero inseparable de sus tres mosqueteros aliados, Athos, Porthos y Aramis, como otros personajes inmortales de la literatura universal, tiene también una base histórica, de la que arrancan después sus respectivas leyendas literarias; leyendas a las que se puede acudir a través de lo que podríamos definir como una labor de verdadera arqueología histórico-literaria. Don Juan Tenorio no arranca, o no sólo, de la imaginación de José Zorrilla; el escritor vallisoletano se basó para crear su personaje en la comedia “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, de Tirso de Molina, seudónimo que responde a la verdadera personalidad del fraile mercedario madrileño fray Gabriel Téllez, quien a su vez se inspiró para escribirla, según algunos historiadores, en la figura real de Miguel de Mañara, cierto caballero sevillano que vivió en el siglo XVII, y que terminó abandonando sus años de pecado después de una profunda crisis personal provocada por la muerte de su esposa, crisis que le llevaría a dedicarse al cuidado de los enfermos y a fundar en hospital de la Caridad en la ciudad del Guadalquivir. El conde Drácula, noble vampiro que vive eternamente gracias a la sangre de sus víctimas, no nació, o no sólo, en la mente del novelista irlandés Bram Stoker; éste responde también a un personaje histórico, Vlad Tepes o Vlad el Empalador, el príncipe Vlad III de Valaquia, uno de esos pequeños principados que en la Edad Media existían en la actual Romanía, famoso por la crueldad que manifestaba contra sus enemigos. De ahí el apodo con el que es conocido, y que originó una terrible leyenda ya incluso antes de su muerte, en 1476 o 1477. Por cierto, el padre de éste y anterior príncipe de Valaquia es conocido en la historiografía como Vlad II Dracul, o Vlad el Dragón.

               También sobre la figura del caballero D’Artagnan, ya lo hemos dicho, podemos rastrear una historia literaria anterior, hasta llegar a un cierto origen histórico. No hace falta hablar demasiado sobre el personaje literario creado por Alejandro Dumas, pues es suficientemente conocido. Se trata de un joven gascón, procedente de una familia de origen noble pero venida a menos, que al cumplir los dieciocho años viaja desde su pueblo, en el sur del país vecino, muy cerca de la frontera con España, hasta París, con el fin de entrar en el cuerpo de élite de los mosqueteros del rey. Allí conoce a los otros tres protagonistas de la historia, ya miembros de ese cuerpo militar, de los que se hará amigo inseparable, y que le ayudarán a entrar al servicio del monarca. Juntos crearán el lema que a partir de ese momento será su divisa: “Todos para uno y uno para todos”, y juntos vivirán algunas aventuras durante el reinado del monarca Luis XIII y el gobierno de su temido consejero, el cardenal Richelieu. La historia, como hemos dicho, se extiende a lo largo de tres de las mejores novelas del escritor francés.

               Sin embargo, existe también un D’Artagnan literario anterior al de Alejandro Dumas, en el cual, por supuesto, el famoso novelista francés se basó a la hora de escribir sus relatos. Se trata de la novela “Las memorias de M. D’Artagnan”, unas supuestas memorias noveladas que fueron escritas en 1700 por el escritor Gatien de Coutilz, señor de Sandras. Éste, menos conocido que Dumas, tiene sin embargo el aliciente de haber sido  también mosquetero, como el personaje literario creado por él, y de haber incluso conocido, parece ser, al D’Artagnan histórico. Nacido en la ciudad de Montarguis, en el departamento de Loiret, en el centro-norte de Francia, en 1644, una vez retirado del servicio de las armas decidió dedicarse al periodismo y a la literatura, y es autor de una abundante producción, entre la que destacan una gran cantidad de cuentos y también algunas novelas, escritas algunas de ellas en forma de supuestas memorias; a esta temática responden las supuestas memorias del famoso mosquetero. A lo largo de su vida fue encarcelado varias veces en el castillo de La Bastilla, en París, prisión de la que era alcaide cierto Besmaux, antiguo compañero también del D’Artagnan histórico, y entre lo que éste le pudo contar sobre el personaje y lo que él pudo averiguar por su cuenta, Gatien de Courtilz pudo extraer los datos para escribir sus memorias ficticias, las cuales utilizaría Dumas más tarde para escribir sus tres novelas de aventuras. Gatien de Courtilz fallecería en París en 1712.

               Y es aquí donde entra en escena, por fin, la figura histórica: Charles de Batz-Castelmore, supuesto conde de Artagnan, a pesar de que en realidad este condado nunca existió. Artagnan es en realidad una pequeña población francesa que actualmente cuenta con poco más de quinientos habitantes, del departamento de los Altos Pirineos, pero era también uno de los apellidos de su madre, con el que él se hizo llamar entre sus compañeros de armas. De origen gascón, como el personaje literario, Castelmore había nacido en Lupiac, en el condado de Fezensac, en 1611, en el seno de una familia burguesa ennoblecida en la centuria anterior gracias al comercio. Y también, como el personaje literario, en 1630, cuando aún no había cumplido los veinte años, se trasladó a París con el fin de dedicarse al oficio de las armas. Allí logró entrar en el Regimiento de Guardias Franceses, participando en los años siguientes en diferentes operaciones militares: Arras, Bapaume, Colliure y Perpignan. Y sería a partir de 1644 cuando, bajo la protección del cardenal Mazarino, principal consejero del monarca, cuando logró entrar en la compañía de mosqueteros. Trabajó después directamente para el rey, como espía, participando de forma activa en el arresto de Nicolas Fouquet, superintendente de finanzas, que había sido acusado de malversación. En 1667 fue nombrado capitán de la compañía de mosqueteros, reestablecida después de haber sido temporalmente suprimida, y gobernador de la ciudad de Lille, muy cerca de la frontera con los Países Bajos. Finalmente, fallecería en el marco de la guerra franco-neerlandesa, durante el sitio a la ciudad de Maastricht, el 25 de junio de 1673, cuando una bala de mosquete le desgarró la garganta. Según el historiador francés Odile Bordaz, Castelmore-D’Artagnan fue enterrado en el iglesia de San Pedro y San Pablo de la localidad de Wolder, muy cerca de la propia Maastricht.

               En este sentido, ¿qué hay de historia real en las novelas de Alejandro Duma? Hemos visto que bastante más de lo que nos puede parecer a primera vista, aunque desde mi punto de vista, las coincidencias siguen siendo insuficientes como para poder calificar el relato dentro de lo que suele llamarse una novela histórica, algo que, en todo caso, sí podrían ser las ficticias memorias del personaje, escritas, como hemos dicho, por Gatien de Courtilz. Y es que la mayor parte del argumento de Dumas, más allá de algunos de sus personajes, fueron inventados por el escritor francés, quien, además, llegó incluso a transformar el marco general histórico en el que se desarrolla el relato, alargándolo en el tiempo, hasta unas décadas antes de la época en la que realmente vivió nuestro personaje histórico. En efecto, hay que tener en cuenta que, si bien el D’Artagnan histórico vivió en la época de Luis XIV y del cardenal Mazarino, el de Dumas lo va a hacer en el reinado inmediatamente anterior, el de Luis XIII, y durante la etapa en la que al frente del gobierno francés estaba su antecesoren el cargo, Armand Jean du Plessis, más conocido como el cardenal-duque de Richelieu.

               De la novela de Dumas, la figura de D’Artagnan pasaría más tarde a la mitología literaria, de manera que hoy se puede decir que se trata de uno de los mitos más universales de toda la historia de la literatura. A afianzar el mito ha contribuido también, a lo largo de todo el siglo XX, como es usual, el cine, desde que en 1916, Charles Swickard rodara la primera versión conocida de la historia. Desde entonces, han sido decenas las versiones cinematográficas rodadas sobre el tema, en diferentes idiomas y en muy distinto tono, de las que podríamos destacar las de Fred Niblo (“La máscara de hierro”, 1929, protagonizada por Douglas Fairbanks), George Sydney (“Los tres mosqueteros”, 1948, interpretada esta vez por Gene Kelly), Richard Lester (“Los diamantes de la reina”, 1973; esta vez D’Artagnan tiene el rostro de Michael York) y Randal Wallace (“El hombre de la máscara de hierro”, 1998, con Gabriel Byrne interpretando al famoso mosquetero). La cadena continuaría bien entrado ya el siglo XXI, con versiones cinematográficas, como la de Paul W. S. Anderson, rodada en el año 2011, y televisivas, como la que bajo el título de “Los mosqueteros” estrenó la cadena inglesa BBC en 2014, y cuenta incluso con productos considerados “menores”, como la serie española de dibujos animados “Dartacán y los tres mosqueperros”, de 1981.

               Y a raíz de esta reflexión cinematográfica del mito, quisiera hacerme una última pregunta: ¿por qué en casi todas estas películas sobre el mosquetero francés son muy escasas las escenas, en algunas de ellas incluso inexistentes, en las que aparecen esas armas de fuego, los mosquetes, que dieron nombre a esa compañía de soldados a la que pertenecía D’Artagnan? En algunos momentos llega incluso a parecer que éste, como sus tres inseparables compañeros, sea más bien un espadachín más, cuando en realidad los cuatro formaban parte de una unidad de élite, cuyos miembros habían sido adiestrados sobre todo en el uso de las armas de fuego, que entonces, en pleno siglo XVII, ya existían, aunque eran todavía toscas y con escasa capacidad de fuego. Hay que tener en cuenta que el mosquete, arma desconocida para algunos espectadores de las películas del ciclo, puede ser considerado como uno de los antepasados de nuestros modernos rifles y escopetas, y que, como evolución del viejo arcabuz, era utilizado por todos los ejércitos europeos entre los siglos XVI y XIX.

               Es verdad que también en las diferentes novelas del ciclo de los mosqueteros abundan más, mucho más, los enfrentamientos a punta de espada que los encuentros con este tipo de armas de fuego, pero éste puede ser un hecho que influye también en la falta de historicidad que presenta el relato de Alejandro Dumas. En este sentido, el capitán Alatriste, el personaje de Arturo Pérez Reverte, quizá trasunto de la figura de D’Artagnan traspasado a nuestros famosos tercios del Siglo de Oro, gana enteros de historicidad respecto del caballero gascón, pues aunque en las novelas del escritor cartagenero también son más habituales los combates con espadas, a la hora de la verdad, cuando los héroes tienen que enfrentarse entre sí en los campos de batalla, es cuando aparece, por fin, el mosquete, y su enorme capacidad de provocar muerte y destrucción en las líneas enemigas; al menos, si tenemos en cuenta la época en la que se desarrollan ambas historias, el lejano siglo XVII. Así se puede ver en las novelas de Reverte, y así se ve también en las escenas finales de la versión cinematográfica de Agustín Díaz Yanes, del año 2006, en la que el pueblo conquense de Uclés se transforma en la francesa Rocroi, la histórica tumba de nuestros tercios. Y eso a pesar de que nuestro héroe, el también famoso capitán Alatriste, no sea, como el gascón, un mosquetero del rey, sino un sencillo, y honroso, capitán del Tercio Viejo de Cartagena.

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