miércoles, 26 de julio de 2023

“La violinista roja”: una historia diferente del comunismo soviético

 

En alguna ocasión anterior ( ver “Inés del alma mía”, tres maneras diferentes de enfrentarse a una misma realidad histórica; 20 de octubre de 2020) ya he citado la definición que uno de los grandes especialistas europeos de novela histórica, Valerio Massimo Manfredi -arqueólogo y profesor universitario, además-, hace de la novela histórica, y, sobre todo, de lo que diferencia a ésta del ensayo histórico: “La historia tiene que comunicar hechos, por eso tiene la obligación de demostrar lo que dice, es lo que se llama en inglés the burden of truth, la carga de la verdad, como en los tribunales. Por eso un libro de historia tiene tantas notas a pie de página y una enorme bibliografía al final, tiene que probar todo lo que dice. Nosotros necesitamos saber lo que pasó. Si no sabemos lo que pasó no podemos saber lo que pasará. Al mismo tiempo necesitamos emociones, una vida sin emociones no es nada, es terrible, lo mismo cada día, un mar sin olas, un desastre. Todo lo que nos ha emocionado no lo olvidamos, puede ser un amor, el sonido de un violín en una noche de verano, las emociones dan sentido a nuestra vida”. Es decir, en la novela histórica, al contrario que en el ensayo, no es necesaria la carga de la prueba, lo que no quiere decir que los hechos narrados no tengan que ser reales, históricos. No existe, pues, diferencias importantes entre la novela histórica y el resto de los géneros novelísticos, más allá del hecho de que en la narración prima más la historicidad que la pura inventiva, la imaginación del escritor. No se trata de que todos los hechos, hasta los más insignificantes, sean hechos históricos, pero sí que estos, cuando no son conocidos suficientemente bien por la historia, bien pudieron haber sido reales.        

Desde este punto de vista, ¿dónde radica la historicidad de la última novela de Reyes Monforte, “La violinista roja”? Antes de hablar de ello, debemos tomar conciencia de quien es la protagonista de la novela, una casi desconocida -sobre todo en España, porque en la Unión Soviética fue una auténtica celebridad- espía comunista de origen español, cuya vida abarca un gran arco temporal, desde la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, hasta la Guerra Fría y los años inmediatos a la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética. Para comprender a nuestra protagonista, que llegó a alcanzar el grado de coronel en el ejército soviético, basta recoger aquí la descripción que de ella se hace en la contraportada del libro: “Captada por los servicios secretos de Stalin en Barcelona durante la guerra civil española, formó parte del operativo para asesinar a Trotski en México, luchó contra los nazis ejerciendo de radioperadora -violinista- en Ucrania, protagonizó la trampa de miel más fructífera del KGB al casarse con el escritor anticomunista Felisberto Hernández y crear la mayor red de agentes soviéticos en Sudamérica, dejó su impronta en el espionaje nuclear, en bahía de Cochinos y se relacionó con Frida Kahlo, Diego Rivera o Ernest Hemingway, entre otros. Una vida llena de peligro, misterio, glamour y numerosas identidades secretas bajo un mismo alias: Patria. Ni siquiera la relación personal con el asesino de Trotski, Ramón Mercader, la separó de sus objetivos. Pero, ¿qué precio tuvo que pagar por su lealtad a la URSS y a ella misma”?

            Dicho esto, la historicidad de la novela se puede comprobar si hacemos un repaso a la abundante bibliografía que aparece al final de la novela, una bibliografía que, como hemos dicho, no es usual en la novela histórica, y sí es obligado en ensayos y monografías; una bibliografía en la que, incluso, tienen cabida documentos procedentes de archivo. Y de la misma forma, también se puede apreciar en algunos detalles y personajes secundarios, todos ellos reales, como es el caso de Alfonso Laurencic, un dibujante y músico de origen yugoslavo de origen francés, que fue uno de los “decoradores”, si se puede realmente utilizar esta palabra, de algunas de las checas barcelonesas -verdaderas fábricas de la tortura más despiadada-, que se fueron extendido por la ciudad de Barcelona durante la Guerra Civil.

            Sin embargo, es cierto que se trata de una novela, y, como tal novela, algunos pasajes de la misma parecen inventados. Se trata, sobre todo, de pasajes relativos a los primeros años de la vida de nuestra protagonista, unos años menos conocidos que los relativos a sus tiempos como espía al servicio de la Unión Soviética, desde su actividad en la Revolución asturiana de 1934 y durante la Guerra Civil, hasta su actividad como agente en los años de la Guerra Fría, y pasando, como no podía ser de otra forma, por sus servicios como “violinista” en los campos ucranianos. No obstante, y como ya he dicho, en ocasiones anteriores una de las facetas mas complicadas de todo novelista, al enfrentarse a este género, uno de los más difíciles de llevar a la práctica, es éste: recrear los pasajes que son conocidos por la historia, de manera que estos, si bien no pasaron de la manera en la que el autor nos los describe, bien pudieron haber sucedido así.

            En resumen, África de las Heras es una mujer de su tiempo, una heroína de la revolución. Pero la historia, lejos de ser una historia de buenos y malos, de acuerdo al concepto que se nos quiere dar desde la vieja Ley de Memoria Histórica, de José Luis Rodríguez Zapatero, y más aún, desde la nueva Ley de Memoria Democrática, es, realmente, una historia que refleja todas las contradicciones que conformaron tanto la Segunda República como la propia Guerra Civil. Es una historia en la que los dos bandos demostraron toda la crueldad humana, que es inherente a cualquier guerra, pero, sobre todo, cuando se trata de una guerra civil.

            Todas esas contradicciones se reflejan en abundantes pasajes de la novela, y ejemplo de ello es el asunto relativo a la venta al oro de Moscú, y su entrega, como pago por toda la ayuda que el gobierno republicano recibió durante la guerra, por parte de la Unión Soviética, un asunto que tantas veces ha sido negado por la izquierda española, aunque la historia, como en tantas otras cosas, ha demostrado su veracidad: quinientas toneladas de oro, valoradas en más de quinientos millones de pesetas -de los del año 1936, que habían salido del puerto de Cartagena, con rumbo a Moscú, en cuatro buques mercantes, según la información que el propio Aleksandr Orlov, antiguo líder del espionaje soviético en la España de la Guerra Civil, y como tal y uno de los que reclutaron a África de las Heras, remitió ca Stalin y al PCUS, el Partido Comunista de la Unión Soviética, como seguro de vida y garantía de que el partido no tomaría represalias ni contra él ni contra su familia, una vez que éste había decidido desertar y huir hacia los Estados Unidos.

            Hay otros ejemplos de esas contradicciones. Así, la comisión que trata de juzgar la culpabilidad o la inocencia de Trotski, y que refleja también el enfrentamiento entre dos maneras diferentes de ver la revolución, la guerra civil interna entre es estalinismo y el comunismo menos radical de Trotski, representado, en lo que a la política interna se refiere, entre el PCE, el Partido Comunista de España, y el POUM, el Partido Obrero de Unificación Marxista de Andreu Nin, que tanto desarrollo tuvo en la Barcelona de la época. Una guerra civil dentro de la Guerra Civil, por conseguir la dirección del comunismo español, y que tanta importancia tendría para la victoria definitiva del bando nacional.

            A lo largo de la novela, África de las Heras nos habla de su amor a la patria, un amor que es tan puto y elevado que fue su principal nombra en clave en las numerosas operaciones que realizó a lo largo de su vida: Patria. Pero, ¿de qué patria habla la protagonista de su novela? Desde luego, esa patria de la que habla nos habla no es su patria natal, España, sino la Unión Soviética, la patria de todos los comunistas, independientemente del lugar en el que ellos hayan nacido, o en la que ellos vivan. Así se lo hace notar otro de sus captores para el servicio de inteligencia soviético, Nahum Eitingon: “Camarada África, no eres una mujer de la guerra civil española. Eres una mujer de la guerra proletaria internacional. Y queremos ofrecerte la oportunidad de que lo sigas siendo… Dice, camarada África, ¿has oído hablar de León Trotski?” La suerte de África de las Heras, y también la del propio Trotski, ya estaba echada a partir de este momento.

            Así, nuestra protagonista es testigo de excepción, y también, desde luego, protagonista, de tres guerras sucesivas, incluyendo entre ellas la Guerra Fría, la que nunca llegó a estallar, aunque momentos hubo en los que estuvo a punto de hacerlo; es a Winston Churchill a quien usualmente se le ha atribuido este término, como el término cercano del telón de acero. Por ello, a lo largo de la novela se deslizan acontecimientos muy importantes para la Historia, para esa Historia con mayúsculas que es terreno acotado para los historiadores: la repetitiva detención y deportación. E incluso asesinato, de espías, atendiendo a los movimientos que se iban dando en la cúpula del Kremlin, el desembarco fallido de soldados norteamericanos y paramilitares anticastristas cubanos en Bahía Cochinos; su papel para desenmascarar a Oleg Penkowski, el agente doble que había informado a la inteligencia norteamericana de la instalación de los misiles soviéticos en Cuba, lo que desató en 1962 la llamada “crisis de los misiles”; o, ya convertida en coronel del ejército soviético, y con la misión de enseñar a las nuevas generaciones de espías, su papel para evitar la última crisis de la Guerra Fría, la que había provocado en 1983 la operación Arquero Capaz -Able Archer- unos ejercicios militares de control de mando realizados por la OTAN en noviembre de 1983, tan reales en todos sus detalles que una parte de la inteligencia soviética llegó a tomar, durante un tiempo, como una operación real de declaración de guerra.

            África de las Heras falleció en 1988, poco tiempo antes de que se derrumbara a su alrededor ese mundo que, durante toda su vida, había sido su patria, y fue enterrada con todos los honores en el cementerio Jovanskoye de Moscú. Eran otros tiempos, aunque la coronel De las Heras, la coronel Patria, no se había dado cuenta de ello. Si lo habían hecho ya otros personajes de su vida, como su segundo marido, el también espía italiano Valentino Marchetti o el propio Ramón Mercader, el asesino de Trotski. Así se puede ver en el último encuentro que los dos espías tuvieron en Moscú, cuando éste viajó a la ciudad del Moskova, desde su refugio en La Habana, después de su salida de la cárcel mexicano.

Interpelado por la propia África sobre sus sentimientos relativos al asesinato, Mercader es tajante: “No me arrepiento de nada.  Stalin le dijo al fundador de la checa, Félix Dzerhinski, que no existe nada más dulce en el mundo que escoger a la víctima, preparar cuidadosamente el golpe, vengarse de manera implacable y luego irse a dormir… Yo no sentí eso, pero tampoco me arrepiento. Volvería a hacerlo, quizá con más fortuna y asegurándome el poder salir antes de que me apresaran. Era lo que tocaba hacer en 1940. Antes de irme a Cuba. Sudoplátov y yo solíamos quedar a comer, y él siempre me decía que la presente moral es incompatible con la crueldad de la revolución. Y tiene razón. Hoy, en 1977, ya no habría asesinado a Trotski; n o tendría sentido. Mira lo que pasó en Checoslovaquia hace4 casi diez años. ¡Qué gran error! El comunismo no puede imponerse como si fuera un Estado supremacista. ¡No somos nazis! Nosotros luchamos contra el nazismo contra el fascismo, contra el franquismo… No podemos actuar como ellos, aunque sólo saea por la memoria de nuestros caídos… “

 Y ante la negativa de la espía española, que siempre se mantuvo fiel al estalinismo, siguió diciendo: “Creo que te equivocas. Esas imágenes de jóvenes comunistas checos desarmados frente a los tanques, encarándose a los soldados soviéticos armados hasta los dientes… esa imagen tardaremos mucho tiempo en borrarla de la memoria de la opinión pública. La juventud n o puede pasar de tener frente a Hitler como enemigo a tener como adversario a los Iván, como decían ellos. No debemos permitir eso, porque nos definirá n el futuro. Esos jóvenes checos que se subieron a los tanques soviéticos tenían ideales de izquierda. Nosotros éramos esos jóvenes en la España de 1936. ¿Qué crees que pensarán ahora del comunismo, de la URSS? Yo te lo digo, que fue una gran mentira”. Y terminará afirmando lo siguiente: “Nadie confiará en el comunismo en Checoslovaquia. Hoy, no. No pasará como en la revolución húngara en Budapest en 1956, cuando los comunistas miraron hacia otro lado al desplegarse la opresión soviética. Esta vez, la URSS pagará la factura por su represión. Y lo peor es que nos quedamos sin argumentos para luchar contra Occidente y el capitalismo. No hay alternativa”

Ramón Mercader tenía razón, como también la había tenido Valentino Marcheti algunos años antes, cuando le había confiado a su esposa sus verdaderas sensaciones sobre lo que había sido su vida al servicio del comunismo soviético, y que le había obligado a asesinarle con sus propias manos. La suerte estaba echada: aquellos tanques en Praga fueron, quizá, la última victoria de ese mundo que se alzaba al otro lado del telón de acero; pero también era el inicio del fin. África de las Heras, afortunadamente para ella, no llegaría a verlo, pero a los pocos meses de su muerte, todo lo que para ella había tenido significado se derrumbaría, al compás del propio derrumbe del muro de Berlín.

jueves, 13 de julio de 2023

Gerónimo Venero y Leyva: de Abad de la Sey a obispo de Monreale, en Sicilia

 

En alguna ocasión anterior ya he tratado en este blog algunas figuras de la Iglesia, hoy totalmente olvidadas por la generalidad de la opinión pública, que en algún momento salieron de los límites de nuestra diócesis para ocupar puestos de relevancia, cátedras episcopales sobre todo, en otras iglesias locales (ver, a este respecto, “Cinco obispos conquenses del siglo XIX”, 10 de enero de 2018); y “De la hoz del Huécar al Mar Caribe: Custodio Díaz Merino, obispo de Cartagena de Indias”, 15 de abril del 2021). En esta ocasión, vamos a acercar la figura de otro conquense -enconquensado, en este caso, pues realmente había nacido en las tierras del viejo reino de Castilla, aunque buena parte de su carrera eclesiástica la había hecho en nuestra ciudad, como miembro del cabildo diocesano, desde su cargo como Abad de la Sey-, que desde nuestra ciudad sería enviado para ocupar la cátedra de la sede italiana de Monreale, cerca de Palermo (Sicilia): Gerónimo Venero y Leyva. Se trata, como hemos dicho, de un personaje completamente desconocido en nuestra ciudad, más allá de las investigaciones realizadas sobre sendas fundaciones que el religioso había realizado en nuestra ciudad, llevadas a cabo, respectivamente, por Martín Muelas Herráiz y Pedro Miguel Ibáñez Martínez: el colegio de los Niños de la Doctrina, muy vinculado a la fundación del corral de comedias, muy cerca de la vieja parroquia de San Esteban, y el convento de franciscanos descalzos. Sobre el primero, ya he tratado también el asunto en este mismo lugar, hace algún tiempo (ver “Una historia del teatro conquense”, 26 de noviembre de 2016). Sobre el segundo, que forma parte del tercer volumen del autor sobre la Cuenca barroca, prometo hacerlo en las próximas semanas.          

      Nuestro personaje había nacido en Valladolid en 1661, en el seno de una familia de honda raigambre nobiliaria.  de honda raigambre nobiliaria. Su padre, Andrés de Venero y Leyva, oriundo del lugar de Celadilla de Sotobrin, en la provincia de Burgos, había sido miembro del Consejo de Indias; desde luego, no puede decirse que éste no fuera experto en temas indianos, como capitán general que había sido del reino de Nueva Granada durante el reinado de Felipe II, presidente de la audiencia de Santa Fe, y fundador, en 1572, de la ciudad colombiana de Villa de Leyva. Por su parte, su madre, María de Hondegardo, pertenecía también a una familia nobiliaria en la ciudad del Pisuerga, propietaria, ya desde los años iniciales de la centuria, de una de las más importantes capillas, la de Santa Catalina, del monasterio de San Francisco, de aquella ciudad, desaparecido a raíz de la desamortización, y en la que el propio Gerónimo decidiría enterrarse, muchos años después.

A la Iglesia se dedicaron también otros hijos del matrimonio: Carlos, que fue canónigo de Toledo, y sería el que administrara los bienes que su hermano había dejado en la ciudad del Júcar, después de su nombramiento como obispo de Monreale; y Pedro, religioso dominico, que había sido colegial en el colegio de Santo Tomás, en salamanca, y en cuyo convento de Santo Tomás permaneció durante un tiempo, hasta su nombramiento, en 1603, como consultor del tribunal de la Inquisición de Logroño. Fue, también, calificador del tribunal en Madrid. Por su parte, su hermana, Juana Venero, fue la esposa de Juan de Velázquez, señor de la villa vallisoletana de Villavaquerín.

Y por lo que respecta a sus abuelos paternos, Pedro Díaz de Venero y María Sanz de Horna, estos eran oriundos, respectivamente, de Castillo, en el término municipal de Arnuero (Cantabria), y la propia Celadilla de Sotobrin. Su hermano, Diego de Leyva, fue regidor de Valladolid, Pero el miembro más destacado de la familia de nuestro protagonista lo había sido, sin duda, Antonio de Leyva, príncipe de Ascoli, primer marqués de Stela y primer conde de Monza, quien había nacido en la villa homónima, en la provincia de La Rioja, en 1480. Este militar se había iniciado en la carrera de las armas en la guerra de las Alpujarras, contra los mudéjares, y más tarde, destacó al servicio del emperador Carlos V en las guerras italianas, Fue gobernador de Pavía en los años del asedio de las tropas francesas de Francisco I, entre octubre de 1524 y febrero de 1525, y gobernador de Milán, a partir de 1535, tras la muerte del último duque, Francisco II Sforza. También luchó contra los turcos, tanto en Viena como en el norte de África, y falleció de gota, durante la campaña de Provenza, en la ciudad francesa de Aix-en-Provence, en 1536.

Comenzó su carrera eclesiástica en 1572, recibiendo su primera tonsura de manos de Bernardo de Fresneda, quien había sido obispo de Cuenca hasta el año anterior, y que en aquel momento debía compatibilizar sus cargos como obispo de Córdoba, comisario de Cruzada y confesor de Felipe II. En los años siguientes se licenció en Derecho Canónico en la universidad de Alcalá de Henares, logrando después el doctorado en la de Sigüenza.  Fue poco tiempo después cuando sed produjo su llegada a la diócesis conquense, primero como consultor del tribunal del Santo Oficio, cargó que ocupó durante doce años, y más tarde, como sabemos, como Abad de la Sey. Y donde fue también clérigo de cámara del prelado, que en ese momento lo era Diego de Covarrubias y Leyva.

            En 1612, tal y como afirma Martín Muelas, fundó en la ciudad del Júcar el Colegio de San Gerónimo, de los Niños de la Doctrina, al estilo de lo que ya se venía haciendo en otras ciudades de España desde algún tiempo antes. Y poco tiempo después, en la década siguiente, el mismo personaje vinculó administrativa y económicamente a su colegio la existencia del teatro, auténtico corral de comedias,  El propio Martín Muelas, en el estudio ya citado, y en pie de página, resume los aspectos más destacados de la personalidad y cultura de nuestro protagonista:

“Completando los datos que aportábamos antes, sorprende comprobar como este personaje ha desaparecido por completo de la memoria histórica escrita de la ciudad de Cuenca y la referencia hacia su persona y obra no encuentra ningún reflejo público, ni siquiera en el Monasterio de Descalzos que él fundó y que fue expoliado en la Desamortización; por supuesto que tampoco encontraremos vestigios suyos en ésta que fue su fundación estrella, pues ya hemos dichos que desapareció por completo en el siglo XVIII. De su talla intelectual poco es también lo que conocemos, ya que, en los repertorios bibliográficos, amén del Becerro que mandó elaborar, sólo tenemos noticia del libro publicado en Venecia en 1659, y que es una compilación a modo de cuestionario de la doctrina emanada de Trento. En su ciudad natal, Valladolid, la familia ha gozado a lo largo de los siglos de algún trato de consideración, que en la actualidad tiene su testimonio más destacado en la Capilla de San José de la Catedral, donde se conservan varias estatuas orantes, incluido la de don Gerónimo, en cuya leyenda se recogen los datos más destacados que aquí venimos glosando.”

En efecto, no había sido ésta la primera fundación que Gerónimo de Venero había realizado en Cuenca. En efecto, ya en 1608 nuestro protagonista había fundado, o refundado, como después vamos a ver, el convento de franciscanos descalzos, a extramuros de la ciudad de Cuenca, en un hermoso lugar colgado de los abruptos escarpes que sobrevuelan sobre la hoz del Júcar. En efecto, la primera fundación se había realizado un tiempo antes, hacia 1570, Marco de Parada, quien también era miembro del cabildo catedralicio como arcediano de Alarcón, sobre una casa de recreo que el eclesiástico de Huete poseía, y que, con anterioridad, había convertido en una ménagerie, uno de esos zoológicos que durante el Renacimiento habían puesto de moda algunos refinados nobles. En este sentido, son interesantes las palabras con las que Pedro Miguel Ibáñez describe el lugar en los años previos a su conversión en convento:

“El pasaje que alude a los animales que don Marco de Parada tiene en su casa de San Bartolomé es particularmente interesante. Hay un punto de crítica soterrada del regidor Muñoz a una situación que probablemente no entendía y que3 consideraba excéntrica. El arcediano cría animales como ciervos, corzos y osos, y tiene jaulas de pájaros que cabe interpretar como receptáculos de buen tamaño con aves exóticas o rapaces, las que no pueden estar sueltas como sí lo están esas otras aves y pavos que parece que aprovechaban los residuos comestibles del vertedero. Don Marco queda retratado como un personaje refinado en su villa suburbana, a tono con los usos de la aristocracia renacentista. Lo que Miguel Muñoz está describiendo es una ménagerie o casa de fieras, con animales salvajes en cautividad, que tiene su origen en las cortes medievales y que se difunde, durante el Renacimiento, entre los ricos patricios y los clérigos cultos y asimismo adinerados. Situadas estas ménageries con sus jaulas en los jardines de los palacios y villas de recreo, constituían un modo de acreditar un estatus económico y un rasgo de diferenciación social. Imaginamos, por ejemplo, los comentarios de asombro y curiosidad que los osos del arcediano generarían entre los conquenses. Los osos son habituales en las más famosas ménageries de la Edad Media y la Edad Moderna, desde la del emperador Carlomagno a la del palacio de Versalles, pasando por la de los monarcas ingleses en la Torre de Londres o la de los Medici en Florencia.”

Como no podía ser de otra forma, las tensiones entre los herederos de Marco de Parada y el propio Gerónimo Venero, durante los primeros años de la fundación de éste último, quien, además de su cargo como Abad de la Sey, era poseedor del hábito de Santiago.

En 1619, Gerónimo de Venero fue recomendado por Felipe III para dirigir el arzobispado de Monreale, en Sicilia, vacante desde el fallecimiento, dos años antes, de su anterior propietario, el religioso franciscano Arcángel Gualtieri. siendo aceptado el nombramiento por el papa, Paulo V, el 17 de febrero de 1620. El origen de la diócesis siciliana, situada su catedral a las afueras de la ciudad de Palermo, sobre el monte que domina el conjunto de la ciudad, y que, pro otra parte, cuenta también con su propia diócesis, se remonta a finales del siglo XII, cuando Lucio III elevó a rango de diócesis la abadía de Santa María Nueva de Monreale, a solicitud de su último abad, Giuglielmo, terminando con las continuas rivalidades existentes entre éste y el propio obispo de Palermo. Y en los años siguientes, el proceso de creación de la provincia diocesana de Monreale concluiría con su elevación a archidiócesis, siéndoles asociadas, como sufragáneas, las diócesis de Catania y Siracusa.

En una página web italiana, a modo de diccionario histórico, podemos leer lo siguiente sobre su etapa como arzobispo de Monreale: “Su figura es ampliamente recordada en la historiografía de Monreale, y de la iglesia siciliana, en numerosas obras y ensayos en los que se le recuerda como gran urbanista, intelectual, destacado teólogo, digno filántropo. Durante su gobierno se produjo la Contrarreforma romana que abrazó la vertiente inquisitorial y represiva, eclipsando la dirigida a la educación religiosa popular y más evangélica, y sus consecuencias formales: identificación del pecado, del infractor y su condena, todo ello encubierto de formas filantrópicas y populistas. actitudes, trasladando el centro de gravedad a la fase represiva de la transgresión de las Leyes y de los Sagrados Cánones, adoptando penas extremadamente severas para los infractores y sospechosos. Como excelente canonista, anunció y celebró un nuevo sínodo en 1622 centrado enteramente en la Fe, la Observancia, la Disciplina y el Culto. Aunque dejó las filas de la Inquisición en España poco antes de llegar a Monreale, Venero siempre fue inquisidor y el gobierno de su feudo no podía dejar de reflejar este íntimo modus operandi suyo.”

Y más tarde, sobre su principal obra, De examen episcoporum opera, escrita en once volúmenes, podemos leer lo siguiente: “En el texto, en forma de pregunta y respuesta, se explican principios doctrinales precisos, siempre apoyados en las fuentes canónicas del estatuto, y otras tantas normas precisas sobre las correctas conductas y formas de actuar ante las más diversas ocasiones que pudieran presentarse. inducir al súbdito ya los fieles al error. Se trata del amplio fenómeno del pecado y la herejía: los tipos de delitos a denunciar, a quién denunciar, cuántas veces, qué es la inquisición (como metodología de investigación de la herejía). Expone los diversos casos de posesión diabólica, cómo reconocer sus manifestaciones, quiénes son los sujetos que pueden incurrir en ella. Para ello, argumenta que las propiedades intrínsecas de la poesía, las hierbas medicinales y la música conducen al hombre a la vanagloria y la codicia, allanando el camino al diablo y su posesión. El fuego, liberador de la posesión, erradica al Diablo y por él es posible la operación de liberación de los poseídos. Para los judíos prescribe que usen un sombrero negro para distinguirse de los cristianos; que no tienen siervos cristianos; que no trabajan en días festivos; que en Parasceve cierran sus casas y no salen de casa. Citando a Gregorio XIII, prescribe que los cristianos no deben jugar ningún tipo de juego con los judíos; que no coman panes sin levadura ni animales estrangulados; que no se sirvan de sus médicos ni construyan sinagogas y, en general, que no tengan relación de familiaridad o amistad con ellos.”

En 1624 se extendió sobre Palermo una gran epidemia de peste. La actuación del prelado en estos momentos desoladores fue muy importante para contener el contagio. Sin embargo, los documentos de archivo también nos indican otros aspectos, menos positivos, de su prelatura: “Recuerdan su período de gobierno marcado por un férreo control sobre la población y el 'establecimiento de un clima de sospecha y denuncia, con un flujo de información que, desde el barrio más cercano, a través del párroco del barrio, llegaba a la corte del obispo diocesano. Reorganizó todo el clero diocesano, estableciendo un Colegiado de veinticuatro párrocos seculares para anular la influencia del poderoso capítulo benedictino que reinaba desde 1172, centralizando la devoción religiosa y las donaciones del vasto estado feudal de Monreale.”

Fallecido en 1628, sus restos fueron trasladados a España. Si hacemos caso de las estipulaciones para la fundación, o la refundación, de su convento de franciscanos descalzos en Cuenca, él mismo había dejado escrito que, cuando este hecho se produjera, debía ser enterrado en dicho convento, y todavía existen en el edificio, convertido, como es sabido, en casas particulares desde su desamortización, en el siglo XIX, en el lado del Evangelio de su capilla mayor, el que parece ser su sepulcro monumental. El propio Antonio Ponz, durante su estancia en Cuenca a finales del siglo XVIII, una inscripción que así lo demostraba. Sin embargo, y así lo recogen también tanto Martín Muelas como Pedro Miguel Ibáñez, se trata, en todo caso, de un sepulcro vacío, pues el eclesiástico fue finalmente enterrado en su capilla familiar del convento de San Francisco de Valladolid, que había sido re3edificada a partir de 1613 por su hermano Carlos. Y una vez destruido el convento, también durante el proceso desamortizador de la centuria decimonónica, por decisión del cabildo diocesano, los sepulcros de los Venero y Leyva fueron traslados a la capilla de San José, de la propia catedral vallisoletana, lo que demuestra la importancia que la familia había tenido para la historia de la ciudad del Pucela. Entre ellos destacan los bultos orantes de los padres de nuestro protagonista, que han sido atribuidos Francisco del Rincón, que algunos críticos sitúan como profesor del afamado escultor Gregorio Fernández.

Catedral de Monreale, en Sicilia